Nadia Comaneci, la gimnasta perfecta que escapó del comunismo
La rumana obtuvo el primer puntaje perfecto en unas Olimpiadas en la disciplina a la que todavía dedica sus días. Sus triunfos fueron utilizados por el régimen de Nicolae Ceausescu, del cual logró huir.
Sebastián Arenas - @SebasArenas10
Georghe, un mecánico, y Stefania Comaneci, una oficinista, vivieron el nacimiento de su hija el 12 de noviembre de 1961. La bautizaron Nadia, que proviene del rumano Nadejde, que significa esperanza. La pequeña los colmó de alegrías y a veces de problemas, a causa de su hiperactividad. Para que utilizara su enorme energía, Georghe inscribió a Nadia en clases de gimnasia en su natal Onesti. La niña tenía un talento desbordante y con apenas siete años participó de su primera competencia, en 1969. En el Campeonato Nacional Juvenil de Rumania se tropezó varias veces durante sus presentaciones y terminó en el puesto 13. Desde entonces se propuso ser una campeona. Al año siguiente fue la primera en ese certamen.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Georghe, un mecánico, y Stefania Comaneci, una oficinista, vivieron el nacimiento de su hija el 12 de noviembre de 1961. La bautizaron Nadia, que proviene del rumano Nadejde, que significa esperanza. La pequeña los colmó de alegrías y a veces de problemas, a causa de su hiperactividad. Para que utilizara su enorme energía, Georghe inscribió a Nadia en clases de gimnasia en su natal Onesti. La niña tenía un talento desbordante y con apenas siete años participó de su primera competencia, en 1969. En el Campeonato Nacional Juvenil de Rumania se tropezó varias veces durante sus presentaciones y terminó en el puesto 13. Desde entonces se propuso ser una campeona. Al año siguiente fue la primera en ese certamen.
Lea también: La salida “Lavolpiana”
El rumbo de Nadia cambió cuando conoció a Béla Károlyi, reconocido entrenador de gimnasia en Rumania. Junto a su esposa Martha, Károlyi dirigió a Comaneci en el sendero triunfante que se asomaba. En 1975 Comaneci ya era elegible para torneos profesionales y participó en el Campeonato Europeo, en el que conquistó cuatro medallas de oro y superó en victorias individuales a la soviética Liudmila Turíshcheva, que por ese entonces ya era tricampeona olímpica. Las condiciones de quien no superaba la adolescencia y ya vencía a rivales con amplio palmarés la llevaron a clasificarse a las Olimpiadas de Montreal 1976.
En aquella ciudad canadiense, con 14 años, fracturó la historia de la gimnasia eternamente. Vestía una prenda blanca y un listón rojo en el cabello cuando en las barras asimétricas realizó una exhibición perfecta que determinó el primer 10 en calificación en la vida de esta disciplina en unos Juegos Olímpicos. Fueron 20 segundos de una perfección para la que no estaba preparada ni siquiera la máquina que mostraba los puntajes: “1.00” expuso el aparato y la megafonía aclaró que era un 10.00. El afortunado público testigo de la proeza se levantó y aplaudió a Nadia, cuyo objetivo era comenzar con pequeños logros para después ir por los memorables. Su gesta se saltó varios pasos.
“Cuando vi el 1.00 pensé: ‘¡Qué horror!’. Me había salido peor que en los entrenamientos, pero no tan mal. En ese momento no era consciente de que aquello iba a ser algo tan grande. Era demasiado joven para comprenderlo”, reveló ya como adulta la mujer que después de ese 10 consiguió seis más el mismo año. La naturalidad de sus palabras rimó con los desafíos que se imponía durante los primeros entrenamientos con Károlyi. Si él le colocaba un ejercicio con cinco repeticiones, ella hacía siete o más. “Era motivada por mi padre, por lo comprometido que era con su trabajo. Me recalcaba que era importante trabajar duro en lo que sea para llegar lejos. Esas fueron las bases que aprendí”.
Tras su legendaria presentación en Montreal 76, donde obtuvo tres medallas de oro individuales y una de plata en equipos, Nadia regresó a Rumania y fue utilizada como propaganda política por parte del dictador comunista Nicolae Ceausescu, quien condecoró a la campeona y la llenó de lujos. “Fui controlada”, contó años más tarde Comaneci, que en 1981 perdió la cercanía de sus entrenadores Béla Károlyi y Martha, pues ellos aprovecharon una competencia en Estados Unidos para huir del régimen. Las miradas de Ceausescu se enfocaron en la legendaria gimnasta, para que ella no realizara una maniobra parecida.
(Eddy Merckx: la leyenda belga)
Ya había conquistado dos oros olímpicos más en Moscú 1980 y su reconocimiento mundial la hacían una pieza intocable para Ceausescu, quien había llegado al poder de Rumania en 1967. Comaneci también anhelaba la libertad. Dejó la gimnasia profesional en 1981 y en su cabeza bullía la idea de eludir la vigilancia del entonces presidente. En el otoño de 1989, meses antes de la ejecución del dictador, encontró la oportunidad y en una fría noche fue ayudada por cinco desconocidos, atravesó un bosque, llegó a Hungría, fue a Austria y después de varias horas de una angustiante travesía tomó un vuelo hacia Estados Unidos, donde aún vive junto a su esposo Bart Conner, también exgimnasta, y su hijo Dylan, llamado así en homenaje al músico, escritor y ganador del Premio Nobel de Literatura, Bob Dylan.
Nadia Comaneci hoy tiene 58 años y todavía no puede creer que siga siendo reconocida y ganando dinero por algo que hizo cuando tenía 14 años. Guía a los soñadores que asisten a la academia de gimnasia artística que fundó en Oklahoma, regresa a Rumania varias veces por año, ya sin el miedo de no poder volver a salir, y recuerda con nostalgia y exactitud la excelencia de sus movimientos. Sobre la perfección ha dejado claro qué significa: “En la gimnasia es nunca dejar de intentar ser el mejor. En la vida, cada vez que te esfuerzas por hacer algo que tú crees que es lo mejor. No sé si fui perfecta. No quiero ser perfecta. Es mucha presión”.
@SebasArenas10 (sarenas@elespectador.com)