Nicolás Robledo, el colombiano que le ganó al Dakar
El antioqueño aprovechó su rebeldía para conseguir uno de los sueños de su vida: terminar el rally más exigente del mundo, que entre este domingo y el 17 de enero se celebrará en Arabia Saudita.
Sebastián Arenas - @SebasArenas10
Nicolás Robledo fue un destacado delantero en el fútbol aficionado de Antioquia, hasta que se lesionó y debió abandonar el más popular de los deportes. Luego jugó tenis en el club El Rodeo de Medellín, pero no se sentía completo. Apareció en su vida una persona que le pagó una deuda con una cuatrimoto y desde entonces su sensación es de plenitud. “La vida te va poniendo en el lugar adecuado”, le cuenta el paisa a El Espectador.
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Nicolás Robledo fue un destacado delantero en el fútbol aficionado de Antioquia, hasta que se lesionó y debió abandonar el más popular de los deportes. Luego jugó tenis en el club El Rodeo de Medellín, pero no se sentía completo. Apareció en su vida una persona que le pagó una deuda con una cuatrimoto y desde entonces su sensación es de plenitud. “La vida te va poniendo en el lugar adecuado”, le cuenta el paisa a El Espectador.
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El naciente corredor de cuatrimotos comenzó a competir en eventos nacionales y a seguir los pasos de Christian Cajicá. Manejó su moto de cuatro ruedas en difíciles regiones peruanas, fue campeón en Argentina y se propuso un reto: “Corro por mis hijos y por mí. Soy un simple soñador, una persona común y corriente que un día dijo: ‘Quiero disputar cinco Dakar’. Voy en el cuarto”.
Las dificultades retornaron al camino de Robledo cuando le contó a su familia que iba a participar en el Rally Dakar de 2016. El buen ambiente de los habituales almuerzos de los sábados se dañaba en el momento en que él ponía el tema: “Mi papá me decía que me iba a matar y se paraba de la mesa”. Su objetivo era ganarle a una de las competencias más exigentes del planeta. Y ganarle significa terminarla, desafío que no alcanzó en su primera participación.
“Tuve depresión cuando salí en la cuarta etapa. En casa me decían: ‘¿Sí ve? Solo fue allá a gastarse un platal’”, narra Robledo, quien fue a su primer Dakar con recursos propios. Para el de 2017 estaba mejor preparado y había recibido ayuda de Coldeportes (ahora Ministerio del Deporte), pero practicando su otra pasión se lesionó: jugando fútbol se rompió los ligamentos cruzados y el Dakar debió esperar un año más.
El Rally Dakar de 2018, el más especial para Robledo, que entonces ya contaba con patrocinadores consolidados, fue accidentado desde el comienzo. Media hora antes de comenzar la primera etapa vio en el tablero de su cuatrimoto un aviso que denotaba el calentamiento del motor. Los mecánicos revisaron y le dieron el visto bueno para partir. A diez kilómetros de haberse puesto el casco en la cabeza y las ilusiones en el alma intentó girar, el vehículo se inclinó de costado y cayó sobre el cuerpo del antioqueño. Se fracturó tres costillas.
“Se me iba el aire. Dos amigos me ayudaron a poner la moto en pie. Terminé la etapa y, aparte de mi jefe de equipo, no le dije nada a nadie”, recuerda el hombre que pidió que lo dejaran dormir un rato para recuperarse, que al despertar contara con un equipo médico a su disposición y que le cambiaran el motor a la cuatrimoto. Cuando abrió los ojos de nuevo, se hizo revisar fuera del campamento del Dakar, porque si la organización se enteraba de sus lesiones lo sacaba de la competencia. “Lo vamos a vendar y todos los días le ponemos una inyección. No hay nada más que podamos hacer. Pero eso sí, si usted se da otro golpe, se le puede perforar el pulmón”, le dijeron.
(La travesía de unos pequeños micreros)
Él corrió el riesgo, era el año de ganarle a la carrera, de culminarla por fin. Sin embargo, en redes sociales se filtraron unas fotos con el vidrio del frente roto y sus amigos y familiares sospecharon que algo le había pasado. “Me tocó contarles y pedirles que no fueran a decir nada. Cada día era un reto. Mi mecánico me vestía y me ayudaba en todo. Yo solo conducía”. Los obstáculos no cesaron, se multiplicaron y Robledo demostró que esa rebeldía positiva puede llevar a los seres humanos a la meta.
En una etapa posterior al accidente, también puso a prueba su capacidad de ayudar a los demás. Se encontró a una participante de una nacionalidad que todavía no reconoce. Ella le rogó que frenara y le diera una mano para sacar su vehículo de las dunas de arena. Él, con las costillas lesionadas, se comunicó a través de señas y de un poco de inglés, amarró una cuerda entre las dos cuatrimotos, aceleró y logró finalizar de manera exitosa la asistencia. La maniobra hizo que la moto de cuatro ruedas del colombiano se volteara. A la corredora no le importó y se fue. Afortunadamente a él también le apareció un ángel de la guarda: su amigo Christian Massey, un costarricense con el que hizo el trato de llevarlo hasta la última etapa.
“Massey no hablaba desde la segunda etapa, era un ente. Tanto así que en la segunda etapa me busca y me dice: ‘Nico, vamos a hacer una cosa, yo no sé navegar muy bien y usted necesita alguien que vaya detrás por si le pasa algo. Lléveme hasta la meta y yo no le dejo’. Así fue y nos pasó de todo, pero llegamos”, relata un emocionado Robledo que en la penúltima etapa de ese Dakar sufrió, otra vez, porque a su cuatrimoto se le estalló una llanta en las cercanías del estadio Mario Alberto Kempes de Córdoba (Argentina), sitio de llegada.
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Sin herramientas, porque ya las había botado todas en su extensa travesía, Robledo, Massey y un hombre que se bajó de un carro a ayudarles, lograron levantar con sus fuerzas el vehículo y cambiar la rueda. Continuaron, cruzaron la meta a las 6 de la mañana y media hora después debían comenzar la última fracción. “Nos tomamos un café y arrancamos”. Y así, tras múltiples barreras que destrozó, Robledo logró ganarle al Dakar. Lo finalizó con una bandera de Colombia en sus manos.
Gracias a la experiencia adquirida, el Dakar de 2019 fue más tranquilo para Nicolás Robledo y lo pudo terminar una vez más. Este año lo disputará por cuarta vez, en las arenas de Arabia Saudita, bajo su premisa de siempre: “Corro porque sé que soy capaz y porque le quiero ganar a la carrera, sin importar en qué posición quede. Se trata de sonreír y disfrutar la vida, porque con mi cuatrimoto, cuando tengo el casco puesto, me desahogo y pienso en mí”.