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Hay quienes dicen que la cruz más pesada que debe cargar un médico es la honestidad. La transparencia para dar ese burdo diagnóstico tras una fatalidad. No existe el terreno de las falsas ilusiones, el populismo, los lugares comunes o el humo. Por eso, tal vez, ellos serían los mejores políticos. La sinceridad es una materia obligada, por simple humanidad.
Y ese fue el panorama con el que se encontró Ernesto Martínez en 2005. Cuando un Juan Sebastián Cabal, de 19 años y con muchos sueños por delante, llegó a su consultorio con miedo, pero con la falsa tranquilidad de creer que solo se trataba de una lesión muscular sufrida en el Challenger de Morella, en México. Vio la severidad de la inflamación, los hematomas, la escala del dolor, y lo supo. Supo lo que arrojaría la resonancia.
El dictamen fue casi lapidario: rotura de ligamento cruzado anterior de su rodilla izquierda y la esquina posterolateral. Y había que hacer una reinserción del menisco externo. “Mira, Juan, no puedo decirte mentiras: hay un 15 o 20 % de probabilidad de que vuelvas a jugar tenis”. Silencio sepulcral.
Tras la intervención quirúrgica, Martínez, junto con Luis Fernando Rodríguez, recurrieron al manual para tratar una lesión de este calibre. Dividieron la recuperación de Juan Sebastián en tres fases.
La primera: esperar a que disminuyera la inflamación de la operación. El éxito de esta parte era medible y cuantificable: con el rango de movilidad de la articulación de la rodilla, la evaluación del edema y la disminución de escala visual análoga del dolor. ¿El tiempo estimado? Seis semanas.
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Desde ese momento al sexto mes viene un programa de fortalecimiento muscular, una reeducación de las sensaciones de la articulación y un proceso de ganancia de fuerza y masa muscular.
Y al séptimo mes el objetivo es reacondicionarse para el retorno deportivo del atleta. Sin embargo, el calibre de la lesión de Cabal hizo que todo este proceso tardara un año. Y al siguiente el objetivo era volver a pelotear y hacer trabajos de gimnasio. Tardó dos años en regresar.
“Al comienzo, como médico y teniendo en cuenta el vínculo afectivo que tenía con él, uno guarda ese temor de que quedara una rodilla con inestabilidad o sintomatología que lo limitara en su profesión. Pero con el paso de los meses, cuando vi la tenacidad con la que hizo la rehabilitación, esas dudas se fueron. Le decíamos que hiciera dos horas de ejercicios, te hacía cuatro. Si eran cinco, hacía diez. Y dijimos: ‘este muchacho va a donde quiere’. Nosotros solo lo apoyamos”, rememora Martínez.
Y esos porcentajes, que por lo general vaticinaban desenlaces más adversos que positivos, Juan Sebastián los fue manipulando con su profesionalismo y hambre de salir adelante. El tenis universitario le susurró al oído, nada lo ablandó: su sueño era llegar al circuito profesional.
“Había que hablarle con la verdad sin ser terrorista, pero siendo realista. Y decir estas son tus opciones. No era escepticismo, sino la realidad de la dificultad de la lesión misma, pero a medida de que fue pasando el tiempo, él fue cambiando los números a su favor. La apuesta cambió. Recuerdo que a veces tenía caídas, pero, ¿derrumbarse?, nunca”, agrega.
El entorno familiar fue clave en su recuperación. Los principales testigos de sus días negros, los dolores, las quejas, las dudas existenciales. Y esa familia fue la del equipo Colsánitas, que vivía en una casa en San José de Bavaria, al norte de Bogotá. Niños y niñas que también tenían su sueño en el tenis: Santiago Giraldo, Alejandro Falla, Pablo González, Mariana Mesa, Fabiola Zuluaga, Robert y Romy Farah, entre otros. No competían entre ellos, entre todos se empujaron para delante.
Tras largas horas de trabajo en silencio de Juan Sebastián llegó la escampada: el alta médica. Hubo un consejo de deliberación en el entorno de Juan Sebastián. Le aconsejaron los dobles, por encima de los sencillos. “Le dije: ‘Bueno, tenemos la opción de volver, pero preferiblemente donde la rodilla tenga menos riesgo’. Ese escenario eran los dobles, aunque igual tiene una demanda muy grande. Y ahí viene ese cambio de mentalidad para construir su futuro”.
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Robert Farah, su amigo desde los seis años y con quien jugó dobles a partir de los 11, por esos días se encontraba estudiando economía en California con una beca que se había ganado.
Los problemas de la vida vienen en empaque de regalo. El zoom in fue desgarrador. Y el zoom out, ya con el paisaje de los 15 años que vendrían, fue imperial: campeón, junto a Robert, de dobles masculino de Wimbledon y el US Open en 2019; el título de dobles mixtos con Abigail Spears en el Abierto de Australia 2017; y el subcampeonato del Roland Garros en 2011 con Eduardo Schwank. Es el único colombiano que ha jugado finales de los cuatro Grand Slam.
La gratificación de ser uno de los dos responsables de los logros más importantes del tenis colombiano. Un galardón a su higiene de vida.
Y en ese plano general apareció el dueño de los flashes y cámaras de la última edición del US Open: Jacobo, su hijo. Y también Juliana Vásquez, su compañera de vida, quienes lo acompañan a casi todos los torneos. “Si no estuviera con ellos no podría seguir jugando”, le dice Juan Sebastián a este diario.
Y por supuesto el “tío” de Jacobo, Robert. “¿Que cuál es nuestro secreto? Que somos mejores amigos”, redoblan ambos la respuesta, al mismo tiempo, como lo que son: hermanos.
Tras el título en Londres, la catedral del tenis, en la rueda de prensa que realizó en Bogotá, Juan Sebastián rompió el orden del día. El protocolo: le agradeció a Ernesto Martínez por su trabajo durante su lesión. “Hace 15 años me dijeron que no volvería a jugar y hoy estoy aquí”, apuntó entre lágrimas. Y Ernesto apenas pudo responder con voz quebrada.
“Eso habla de la buena persona que es, un gran profesional, pero mejor ser humano. Por eso ha llegado a donde está. Por su sencillez, su capacidad de trabajo y su nobleza para reconocer a las personas que están cerca de él y lo han llevado a donde está”, apunta Ernesto, quien lo conoce desde que Juan Sebastián tenía ocho años y que ahora es el jefe del departamento nacional de ortopedia de Colsánitas. Siguen trabajando juntos, siguen siendo amigos.
Juan Sebastián rebobina su película, se transporta a aquella gaseosa tarde en el consultorio. Y recuerda esa esperanza: la paciencia de la espera, la certeza de lo que no se ve.
Pero, sobre todo, la cruda sinceridad de Ernesto. Su envión para romper las probabilidades, los porcentajes adversos, el statu quo. Porque con Robert son la mejor pareja de dobles masculinos del planeta.
Thomas Blanco Lineros- @thomblalin
tblanco@elespectador.com
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