Entre la utopía y la esperanza: ¿cómo cambiará Colombia con la pandemia?

La crisis por el COVID-19 ha suscitado una lluvia de reflexiones acerca de cómo el virus transformará nuestras sociedades y sistemas económicos. En el país, sin embargo, esta discusión comienza por elementos más básicos y primarios. Hay espacio para pensar en cambios significativos.

Alexander Rincón Ruiz *
13 de mayo de 2020 - 02:07 p. m.
Getty Images
Getty Images
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

La pandemia ha suscitado una gran cantidad de reflexiones y visiones por parte de académicos y activistas sobre el “futuro” global. Algunas de las más destacadas fueron las planteadas por Slavoj Žižek y Byung-Chul Han, el primero identificando la crisis como un golpe al capitalismo y la posibilidad de “pensar en una sociedad alternativa basada en la solidaridad y la cooperación global” y el segundo más escéptico, planteando que el virus no vencerá al capitalismo, sino que incluso puede profundizar el individualismo y llevarnos a un autoritarismo.

Lea también: ¿Qué más se puede hacer para impulsar la reactivación de la economía?

Dentro de las reflexiones globales que han surgido también se identifican dos visiones contrastantes: una que propone cambios salvaguardando la actual estructura social y económica, es decir una readecuación de los mercados y el papel del Estado, y otra asociada a la importancia de cambiar estructuralmente los fines sociales y económicos. ¿Dónde podría estar ubicado Colombia en reflexiones de este tipo? 

Hace varios años, en un proyecto realizado en la Universidad Nacional llamado “Colombia un país por construir” del cual hice parte, se realizó un análisis estructural de los problemas críticos de Colombia (se determinaron 30 temas, separados en subsistemas: social, económico, natural, conocimiento y político), todos interrelacionados, unos siendo más consecuencias de otros. De este análisis se identificaron como ejes estructurales la “corrupción” y la “impunidad”. Es posible que esto siga siendo vigente.

Estos ejes “estructurales”, complementados por la violencia, la concentración del poder y los altos niveles de exclusión y desigualdad, hacen ver que como país quizás estamos en una discusión “previa” a las reflexiones globales mencionadas arriba. Imaginar un escenario “sustentable, resiliente e incluyente” en Colombia es un reto mayor, teniendo en cuenta que somos un país en el que persisten grupos armados ilegales que controlan territorios y se masacran líderes sociales y ambientales (incluso en cuarentena), en medio de la distracción e indiferencia de gran parte de la sociedad. 

En Colombia, la pandemia no sólo ha puesto al desnudo la ineficacia de los mercados y el neoliberalismo, sino problemas estructurales como la corrupción, la impunidad, la concentración del poder y la exclusión.  ¿En este contexto es posible un escenario post-pandemia más sustentable, justo e incluyente? Atreviéndonos a hablar de “lo posible”, la respuesta es sí, pero esta respuesta pasa necesariamente por una construcción de procesos de largo plazo.

En los últimos años he trabajado en clases los planteamientos de Kate Raworth con respecto a la creación de una nueva “brújula” que cambie los tradicionales indicadores de “éxito” centrados en producción y crecimiento económico, usualmente asociados a bienestar, pero que contrariamente han estado asociados a inequidad y degradación ambiental.  ¿Se podrá pensar en una brújula como la planteada por Raworth donde los aspectos sociales y ambientales sean un fin superior? Esto es claramente deseable, ¿pero cómo lograrlo? Si lo vemos en el largo plazo,  Colombia tiene elementos claves que permitirían el paso a mejores estados, que trasciendan la inercia estructural de corrupción:  una “creciente” población con alta capacidad de análisis y sentido crítico; un sector educativo comprometido con la construcción de un mejor país; una diversidad territorial organizada y con múltiples visiones de mundo que se resiste a ser homogenizada y “eliminada” e incluso un contexto global que comienza a liderar planteamientos de cambios estructural.

A lo anterior se suma un gran potencial creativo de investigadores con capacidades subutilizadas, o incluso desempleados, a pesar de que paradójicamente “todo” esta por construir. Se necesitan preguntas de investigación de largo plazo, más allá de las que hacen los mercados y demandan las estructuras actuales; preguntas y formas de hacer investigación interdisciplinares y transdisciplinares que abran nuevos rumbos. Claro que hay posibilidades de tener mejores escenarios (sustentables, resilientes, incluyentes).

Lea también: Cepal propone ingreso básico para el 34,7 % de la población en Latinoamérica

Por ello, hoy más que nunca se hace necesaria la inversión en investigación enfocada en transiciones hacia estructuras diferentes, que partan de la complejidad, de la interrelación entre sistemas, el mantenimiento de la vida y la dignidad humana, algo muy diferente a lo que a nivel nacional se tiene actualmente (una visión de corto plazo, que mantiene grandes asimetrías de poder a costa de inmensos costos sociales).  

Es por esto que la apuesta debe ser a largo plazo. La esperanza está en las generaciones futuras y nosotros (la generación actual) tiene el deber de seguir construyendo nuevos caminos para ellas, un altruismo intergeneracional.  El tiempo lo dirá, pero a pesar de las bajas probabilidades (en el corto plazo), la incertidumbre juega a nuestro favor, cualquier cosa puede ser posible.

* Profesor Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional e Investigador del CID.

Por Alexander Rincón Ruiz *

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar