Floricultura en el oriente antioqueño: hacer empresa un pétalo a la vez

Noralba, Eliana y Luis son tres empresarios con “MBA”: un programa de formación pensado para la actividad agrícola.

María Alejandra Medina C. / @alejandra_mdn
18 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.
La empresa de Noralba Quintero se llama Flores El Futuro. Exporta hortensias de varios colores y variedades como la mini green.  / María Alejandra Medina C.
La empresa de Noralba Quintero se llama Flores El Futuro. Exporta hortensias de varios colores y variedades como la mini green. / María Alejandra Medina C.
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En vísperas de la fiesta de San Valentín, que se celebra cada 14 de febrero, millones de personas alrededor del mundo se preocuparon por el lugar que reservarían para una cena romántica, la caja de chocolates que comprarían para su ser querido o la botella de vino que beberían. Al tiempo, en Colombia, el ajetreo era otro: cortar tallos en la longitud precisa requerida por el comercializador, no dejar pétalo con mancha y empacar de forma impecable las flores para la exportación. (Lea: San Valentín, el amor de los floricultores).

La tarea no termina ahí. A la logística de los despachos de miles de tallos o ramos se suma el estrés por el comportamiento de la tasa de cambio, el monitoreo del cultivo que se prepara para la temporada del Día de la Madre en mayo y la pensadera en los meses por venir, pues junio y julio suelen no ser una buena temporada para las ventas. Nada de eso impedirá que haya salarios y deudas por pagar. (Lea: Floricultores alcanzaron exportaciones récord en 2017).

Suena como mucho trabajo para un pequeño productor en un país en el que sólo el 10 % de los campesinos ha recibido asistencia técnica y sólo 11 % ha pedido un crédito, según el último Censo Nacional Agropecuario. No obstante, hay casos como el de Luis Alfonso Zuluaga y su prima Eliana García, en Carmen de Viboral, en el oriente antioqueño, que dejaron sus puestos en el comercio o como operarios en la industria para apostar por un trabajo independiente en el campo. (Lea: Así se ve la inclusión financiera en el sector rural).

Zuluaga y García se dedican al cultivo de flores; él trabaja con crisantemos y ella, con hortensias. Ambos, como la mayoría de pequeños productores de la región, labran más o menos una hectárea. Sin embargo, a punta de disciplina y visión han logrado estar al día con las deudas, generar tres empleos directos cada uno y llegar a exportar, aunque con comercializadores de por medio, cerca del 90 % de su producción.

Para hacerlo ha sido fundamental el acompañamiento de la corporación Interactuar, una evidencia de la cohesión que de una u otra forma ha caracterizado al empresariado paisa. Al ver el creciente desempleo (por encima del 15 %), a causa de una industria en crisis y el asedio del narcotráfico en ciernes, los fundadores de Leonisa, Julio Ernesto y Joaquín Urrea, crearon en 1983 la corporación Acción por Antioquia.

Fue una especie de fondo para dar crédito a las ideas de negocio de familias que habían quedado sin trabajo, alimentado por el aporte de empresarios antioqueños principalmente. La clave estuvo en complementar esos servicios financieros con capacitaciones. En 2008 cambiaron de nombre a Interactuar, y años después llegaron a más departamentos, como Córdoba y Nariño, y lanzaron su oferta para el sector agropecuario en Antioquia.

Aparte del portafolio de servicios financieros, la organización ofrece para el campo y de forma gratuita -sin necesidad de acceder a créditos- un MBA: Método Base de Aceleración Empresarial. Tiene tres niveles de formación, de 10 meses cada uno, un esquema financiado en gran parte con recursos de cooperación internacional, fundaciones, cajas de compensación, cámaras de comercio, entre otros.

El primer nivel consiste en mejorar la productividad: desde hacer un estudio de suelos hasta fortalecer lo técnico, planeando la producción y disminuyendo el abuso de agroquímicos, y desarrollar habilidades gerenciales, promoviendo la formalización de la actividad económica, llevando una contabilidad y haciendo incluso sesiones grupales entre los productores para que compartan sus experiencias.

Luis Alfonso, que cuenta con su hermano como socio del cultivo, calculó que producir un ramo de crisantemo le cuesta $1.300, y lo vende a US$1,5 (unos $4.200 o $4.300). A su prima y el esposo un tallo de hortensia les sale por $342, y saben que necesitan venderlo a cerca de $1.000 para que la actividad sea rentable, pues medírsele a la exportación es costoso.

Para ella, fue una inversión inicial de $15 millones, y para mantener el estándar siempre hay gastos en infraestructura, insumos y procesos en el cultivo, así como detalles en el producto final como el “hidratador” (una bolsita de agua en la base tallo) y el “capuchón” (el empaque). Si no cumple, sabe que corre el riesgo de que la comercializadora le rechace el pedido o que el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), que puede llegar de sorpresa a su predio en cualquier momento, le quite el registro que permite que sus flores se vendan en el exterior.

En el segundo nivel del MBA, como si fuera una maestría, los productores ingresan con la idea de un proyecto para desarrollar. El de Eliana es ampliar el tanque de truchas que tiene para autoconsumo. Eso implica arrancar de nuevo la gestión para encontrarle mercado a su producto, a lo que Eliana responde: “Ya tengo quién me las compre. Por eso voy a empezar con el proyecto”. El tercer nivel busca fortalecer la asociatividad entre los agricultores.

Noralba Quintero, después de trabajar por años en cultivos de flores de otros, hoy administra uno propio. Es de hortensias. Tiene variedades como la mini green, que, dice ella, la pagan muy bien porque es muy demandada en el exterior. El conocimiento técnico y gerencial que ha obtenido en el MBA lo ha transmitido a las personas que trabajan con ella, de forma tan efectiva que no dejó que su ausencia, por un cáncer que la envió a casa por dos meses, afectara su empresa, Flores El Futuro.

Mucho menos ha flaqueado ella. Sin importar la fatiga, recorre su cultivo, aunque menos que antes, y se mantiene lejos de los químicos. La meta en la que está concentrada por ahora es sanar, para entonces trabajar en otras, como hacerse a una tierra propia. Su unidad de producción pasará entonces a formar parte del 68 % de aquellas que en el censo agropecuario fueron declaradas como tenencia propia.

Afirma que, ante la creciente competencia de la región, su propuesta de valor es la calidad. En Antioquia el área cultivada, principalmente en hortensias, prácticamente se ha duplicado en el curso de dos a tres años. El aumento de oferta, sumado a una tasa de cambio que ya no anda por los $3.000, han hecho que los valores de las ventas de estos productores caigan en los últimos meses.

Por otro lado, frente al acelerado crecimiento del cultivo, Marcos Ossa, director del gremio Asocolflores para el departamento (al que no pertenecen estos pequeños productores), afirma que ante todo hay que proteger "un sector tan importante para la región y el país cumpliendo los protocolos fitosanitarios, de calidad, las buenas prácticas agrícolas y la sostenibilidad ambiental".

Para San Valentín, Luis Alfonso vendió cerca de 8.000 ramos (cada uno lleva 10 flores). Todo el sector colombiano exportó 600 millones de tallos. Sin embargo, Zuluaga sabe que en los meses duros que vienen puede llegar a vender por debajo de sus costos de producción, a $800 el ramo en el peor de los casos. Afirma que hay que prepararse para recortar costos, pero también que desde el Gobierno debería haber alguna estrategia para la estabilización de precios.

El agro fue el gran jalonador del Producto Interno Bruto en 2017: creció 4,9 %. Hubo buenas cosechas, pero diferentes sectores, como el arrocero, que ha atravesado por una crisis a causa de la sobreoferta del cereal, han hecho evidente que producir tiene que ir de la mano con condiciones para la comercialización. Hacer rentables las actividades económicas en el sector rural es clave para garantizar el relevo generacional. (Lea: La nueva generación que cultiva el campo colombiano).

Luis Alfonso lo está logrando, pues a su hijo mayor le gusta vivir en el campo. También está terminando el bachillerato los fines de semana. Sin embargo, según Rimisp, en Colombia aún hay 3 % de jóvenes rurales que no saben leer ni escribir. La necesidad de ser rentables va de la mano con la de más y mejor educación, no sólo para que el conocimiento se aplique en lo rural, sino para que migrar a la ciudad no sea prácticamente una obligación, sino una opción, como para la hija mayor de Eliana, que estudió sistemas, pero decidió dedicarse al fútbol profesional femenino. (Lea: Diagnóstico de la juventud rural: ¿por qué migra a las ciudades y cómo evitarlo?).

* Artículo posible por invitación de Interactuar.

 

Por María Alejandra Medina C. / @alejandra_mdn

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