Mujeres en el censo: ¿empoderamiento femenino?
Aunque el DANE calificó el número de hogares con jefatura femenina como una señal de empoderamiento, las condiciones sociales y económicas en que se da tal incremento ponen en duda ese calificativo.
Valeria Cortés Bernal / @cortesbernal_v
Las mujeres se convirtieron en foco de los análisis luego de que el DANE diera a conocer los resultados finales del Censo Nacional de Población y Vivienda 2018.
Juan Daniel Oviedo, director de la institución, destacó que ellas tienen mayores niveles de alfabetización que los hombres y que las entidades territoriales con mayor proporción de mujeres son las que tienen niveles más altos de desarrollo. Celebró especialmente el hecho de que hubo un aumento importante en el número de hogares con jefatura femenina en el país. La institución calificó este último hallazgo como una señal de empoderamiento femenino; sin embargo, las condiciones sociales y económicas en que se da tal incremento ponen en duda el calificativo. ¿A qué costo se da la jefatura femenina de los hogares colombianos?
Según el censo, el porcentaje de hogares encabezados por mujeres pasó en 2018 de 29,9 a 40,7 %, mientras la jefatura masculina disminuyó de 70,1 a 59,3 %. Esto quiere decir que cuatro de cada diez hogares colombianos están encabezados por mujeres, uno más que en 2005. Si bien la entidad aún no ha dado a conocer los porcentajes por regiones, según la Encuesta Nacional de Calidad de Vida de 2018 (ECV), entre las cabeceras se destacaron la región Pacífica y el departamento de Antioquia, donde la presencia de dichos hogares llegó a 44 %.
El propio DANE ha establecido que las mujeres al frente de sus hogares viven en peores condiciones. La ECV de 2016 concluyó que el 77,7 % de ellas no tienen cónyuge, por lo tanto, no hay otro proveedor de ingresos para las familias y deben asumir las cargas domésticas y laborales al mismo tiempo, cosa que no suele suceder con la mayoría de hogares con jefatura masculina ( la ECV de 2016 es la última en la que figura este dato) . Por si fuera poco, en 2018 se encontró que la incidencia de la pobreza es más alta en los hogares con jefatura femenina, con 21,7 %, frente al 18,5 % en los de jefatura masculina.
“Si me dicen que empoderamiento económico es una mujer que vive en la pobreza, que tiene doble jornada para poder atender a sus hijos y que tiene un empleo informal o una venta ambulante, yo me aparto absolutamente de esa narrativa”, asegura Natalia Moreno, profesora de la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional.
De acuerdo con Moreno, el empoderamiento femenino tiene menos que ver con quién dirige las familias y más con otros elementos, como la autonomía económica de las mujeres, su acceso al mercado laboral o la reducción de la brecha salarial a favor de los hombres. Y nada de esto se desprende del censo.
Mujeres en el sector laboral
Si bien las cifras indican que ellas están más educadas, la realidad es que se emplean menos que los hombres. Para el trimestre febrero-abril de 2019, la tasa de desempleo para las mujeres fue 14,0 % y para los hombres 8,7 %, con una brecha de 5,4 puntos porcentuales. A ello se suma la brecha salarial de 20 % entre hombres y mujeres que cumplen las mismas funciones, según el Ministerio de Trabajo.
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Cuando consiguen empleo, las mujeres deben enfrentar unas cargas laborales diferentes a las de los hombres, además de la diferencia salarial. Si bien el más reciente ranquin PAR (2018), que evalúa las cifras de equidad en 209 organizaciones públicas y privadas del país, estableció una mejoría en términos de equidad de género en el interior de las empresas, también expuso que las juntas directivas todavía se componen mayoritariamente de hombres, con una participación femenina del 30,4 %, frente a 69,6 % de hombres.
Moreno afirma que esto puede explicarse por medio de la dinámica del techo de cristal, como se conoce a la barrera invisible que les impide a las mujeres acceder a los cargos más altos debido a su género. Los hijos, las labores del hogar, los estereotipos y las dificultades para conciliar el entorno de trabajo con el personal son algunas de las circunstancias que conforman este techo, y explican por qué las mujeres tienden a ocuparse en el sector informal.
A dichos obstáculos se suma la importante participación femenina en la economía del cuidado, es decir, en el trabajo no remunerado relacionado con el mantenimiento de la vivienda y los cuidados de niños, ancianos o enfermos que dependen de ellas, entre otras actividades.
Según el DANE, 65,7 % de quienes se de dedican a esta labor son mujeres y 34,3 % son hombres. Además, de acuerdo con el informe realizado por ONU Mujeres en 2018 sobre la situación del empoderamiento económico de las colombianas, para realizar estas tareas las mujeres destinan más del doble de tiempo que ellos (7 horas y 14 minutos contra 3 horas y 25 minutos al día, respectivamente).
“La responsabilidad desproporcionada de este tipo de trabajo limita las oportunidades de las mujeres —ya sea en educación, empleo, participación política o descanso— y se convierte en un obstáculo tanto para el empoderamiento económico como para el disfrute de sus derechos en igualdad de condiciones con los hombres. Es un impuesto de tiempo que las mujeres se ven obligadas a pagar”, concluyó el estudio.
Madres en Colombia
Aunque todavía falta avanzar en materia laboral, las cifras del censo también revelaron que con un mayor nivel educativo se incrementa la edad promedio en que las mujeres están dispuestas a tener hijos.
Aquellas que tienen educación preescolar, primaria o ninguna, deciden ser madres a los 25 años, en promedio. Esta edad va en aumento a medida que registran un mayor grado de escolaridad, con 29 y 31 años en niveles de formación superior o de posgrado.
El número de nacimientos también registró cambios importantes en relación con el acceso a la educación. Aquellas con pocos o nulos estudios tienen en promedio 3,5 hijos, mientras las que alcanzaron un posgrado tienen 1,5.
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“La consigna de las feministas siempre ha sido clara: educación sexual para decidir. Eso tiene que ver con el nivel educativo de las mujeres”, destaca Moreno. De acuerdo con la experta, si bien la relación entre ambos factores es positiva, se trata de un vínculo que no es nuevo y que se impone cada vez más en otras regiones del mundo.
Si bien es indudable que las mujeres ocupan un papel protagónico en las dinámicas sociales y económicas del país, las cifras del Dane permiten concluir que las condiciones en que vive buena parte de esta población todavía distan de ser un ejemplo de empoderamiento femenino. Los avances en materia de alfabetización, equidad de género en las empresas o reducción en el número de hijos con relación al tipo de formación de la madre indican además que las grandes mejoras todavía suelen ser para aquellas que están más preparadas o tienen los recursos para acceder a un tipo de vida distinto.
Las mujeres se convirtieron en foco de los análisis luego de que el DANE diera a conocer los resultados finales del Censo Nacional de Población y Vivienda 2018.
Juan Daniel Oviedo, director de la institución, destacó que ellas tienen mayores niveles de alfabetización que los hombres y que las entidades territoriales con mayor proporción de mujeres son las que tienen niveles más altos de desarrollo. Celebró especialmente el hecho de que hubo un aumento importante en el número de hogares con jefatura femenina en el país. La institución calificó este último hallazgo como una señal de empoderamiento femenino; sin embargo, las condiciones sociales y económicas en que se da tal incremento ponen en duda el calificativo. ¿A qué costo se da la jefatura femenina de los hogares colombianos?
Según el censo, el porcentaje de hogares encabezados por mujeres pasó en 2018 de 29,9 a 40,7 %, mientras la jefatura masculina disminuyó de 70,1 a 59,3 %. Esto quiere decir que cuatro de cada diez hogares colombianos están encabezados por mujeres, uno más que en 2005. Si bien la entidad aún no ha dado a conocer los porcentajes por regiones, según la Encuesta Nacional de Calidad de Vida de 2018 (ECV), entre las cabeceras se destacaron la región Pacífica y el departamento de Antioquia, donde la presencia de dichos hogares llegó a 44 %.
El propio DANE ha establecido que las mujeres al frente de sus hogares viven en peores condiciones. La ECV de 2016 concluyó que el 77,7 % de ellas no tienen cónyuge, por lo tanto, no hay otro proveedor de ingresos para las familias y deben asumir las cargas domésticas y laborales al mismo tiempo, cosa que no suele suceder con la mayoría de hogares con jefatura masculina ( la ECV de 2016 es la última en la que figura este dato) . Por si fuera poco, en 2018 se encontró que la incidencia de la pobreza es más alta en los hogares con jefatura femenina, con 21,7 %, frente al 18,5 % en los de jefatura masculina.
“Si me dicen que empoderamiento económico es una mujer que vive en la pobreza, que tiene doble jornada para poder atender a sus hijos y que tiene un empleo informal o una venta ambulante, yo me aparto absolutamente de esa narrativa”, asegura Natalia Moreno, profesora de la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional.
De acuerdo con Moreno, el empoderamiento femenino tiene menos que ver con quién dirige las familias y más con otros elementos, como la autonomía económica de las mujeres, su acceso al mercado laboral o la reducción de la brecha salarial a favor de los hombres. Y nada de esto se desprende del censo.
Mujeres en el sector laboral
Si bien las cifras indican que ellas están más educadas, la realidad es que se emplean menos que los hombres. Para el trimestre febrero-abril de 2019, la tasa de desempleo para las mujeres fue 14,0 % y para los hombres 8,7 %, con una brecha de 5,4 puntos porcentuales. A ello se suma la brecha salarial de 20 % entre hombres y mujeres que cumplen las mismas funciones, según el Ministerio de Trabajo.
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Cuando consiguen empleo, las mujeres deben enfrentar unas cargas laborales diferentes a las de los hombres, además de la diferencia salarial. Si bien el más reciente ranquin PAR (2018), que evalúa las cifras de equidad en 209 organizaciones públicas y privadas del país, estableció una mejoría en términos de equidad de género en el interior de las empresas, también expuso que las juntas directivas todavía se componen mayoritariamente de hombres, con una participación femenina del 30,4 %, frente a 69,6 % de hombres.
Moreno afirma que esto puede explicarse por medio de la dinámica del techo de cristal, como se conoce a la barrera invisible que les impide a las mujeres acceder a los cargos más altos debido a su género. Los hijos, las labores del hogar, los estereotipos y las dificultades para conciliar el entorno de trabajo con el personal son algunas de las circunstancias que conforman este techo, y explican por qué las mujeres tienden a ocuparse en el sector informal.
A dichos obstáculos se suma la importante participación femenina en la economía del cuidado, es decir, en el trabajo no remunerado relacionado con el mantenimiento de la vivienda y los cuidados de niños, ancianos o enfermos que dependen de ellas, entre otras actividades.
Según el DANE, 65,7 % de quienes se de dedican a esta labor son mujeres y 34,3 % son hombres. Además, de acuerdo con el informe realizado por ONU Mujeres en 2018 sobre la situación del empoderamiento económico de las colombianas, para realizar estas tareas las mujeres destinan más del doble de tiempo que ellos (7 horas y 14 minutos contra 3 horas y 25 minutos al día, respectivamente).
“La responsabilidad desproporcionada de este tipo de trabajo limita las oportunidades de las mujeres —ya sea en educación, empleo, participación política o descanso— y se convierte en un obstáculo tanto para el empoderamiento económico como para el disfrute de sus derechos en igualdad de condiciones con los hombres. Es un impuesto de tiempo que las mujeres se ven obligadas a pagar”, concluyó el estudio.
Madres en Colombia
Aunque todavía falta avanzar en materia laboral, las cifras del censo también revelaron que con un mayor nivel educativo se incrementa la edad promedio en que las mujeres están dispuestas a tener hijos.
Aquellas que tienen educación preescolar, primaria o ninguna, deciden ser madres a los 25 años, en promedio. Esta edad va en aumento a medida que registran un mayor grado de escolaridad, con 29 y 31 años en niveles de formación superior o de posgrado.
El número de nacimientos también registró cambios importantes en relación con el acceso a la educación. Aquellas con pocos o nulos estudios tienen en promedio 3,5 hijos, mientras las que alcanzaron un posgrado tienen 1,5.
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“La consigna de las feministas siempre ha sido clara: educación sexual para decidir. Eso tiene que ver con el nivel educativo de las mujeres”, destaca Moreno. De acuerdo con la experta, si bien la relación entre ambos factores es positiva, se trata de un vínculo que no es nuevo y que se impone cada vez más en otras regiones del mundo.
Si bien es indudable que las mujeres ocupan un papel protagónico en las dinámicas sociales y económicas del país, las cifras del Dane permiten concluir que las condiciones en que vive buena parte de esta población todavía distan de ser un ejemplo de empoderamiento femenino. Los avances en materia de alfabetización, equidad de género en las empresas o reducción en el número de hijos con relación al tipo de formación de la madre indican además que las grandes mejoras todavía suelen ser para aquellas que están más preparadas o tienen los recursos para acceder a un tipo de vida distinto.