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El pasado 5 de junio, Philip Morris International anunció la cancelación de su línea de fabricación de cigarrillos en Medellín y Barranquilla. La compañía, que maneja las marcas Marlboro, L&M, Derby, Chesterfield y Pielroja, atribuyó su decisión al incremento del contrabando en el país, no sin antes admitir que la industria mundial le está apostando a alternativas libres de humo.
El aviso tomó por sorpresa a los empleados de Coltabaco, que pertenece a Philip Morris desde 2005. Según el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Industria del Tabaco (Sintraintabaco), se verán afectadas entre 400 y 500 personas de Medellín, Barranquilla y Santander. La firma aseguró que llevará propuestas de retiro voluntario que contemplan sumas equivalentes a cuatro años de remuneración y, en ciertos casos, hasta 11 años; sin embargo, solo 250 colaboradores serán beneficiados.
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Otros perjudicados son los cultivadores de hoja de tabaco en Bolívar, Boyacá, Sucre, Norte de Santander y Santander. Según Heliodoro Campos, presidente de la Federación Nacional de Productores de Tabaco (Fedetabaco), Philip Morris compraba cerca del 50 % de la producción nacional y su salida afectará a 2.300 campesinos que trabajan bajo el esquema de agricultura por contrato; es decir, que cultivan cuando ya tienen un comprador asegurado.
Es incierto si los cultivadores podrán vender las 1.850 hectáreas que compraba Coltabaco a otras compañías como British American Tobacco (BAT), que compra 1.300. Tampoco es claro cómo se realizaría un eventual proceso de transición hacia otros cultivos, estrategia que el ministro de Agricultura, Andrés Valencia, se comprometió a discutir con el gremio, pero que Campos no ve del todo fácil, pues afirma que pocos cultivos tienen las mismas características de productividad, organización y comercialización que el tabaco.
Aunque la salida de la compañía norteamericana pone a tambalear la industria nacional, los cambios en el sector no han ocurrido de la noche a la mañana.
Breve historia del tabaco en Colombia
La producción de la hoja solía ser una fuente importante de ingresos para la Corona española durante el siglo XVIII, cuando monopolizó su comercio bajo la figura del estanco y restringió zonas para su cultivo en el país, particularmente en Ambalema (Tolima). Si bien no se caracterizaba por ser de muy buena calidad, pasó de ser un producto de lujo a uno de consumo habitual en el Virreinato de Nueva Granada.
Este monopolio, sumado al disgusto de la gente frente a nuevos impuestos sobre el tabaco, la sal, los textiles de algodón y los juegos de cartas, motivarían el levantamiento armado de 1781 conocido como la Rebelión de los Comuneros, una de las primeras y más visibles luchas por la inconformidad en el Virreinato.
El papel casi simbólico de este producto cobraría relevancia de nuevo en tiempos de la República, cuando las primeras administraciones adquirieron el monopolio fiscal del tabaco e incursionaron en su exportación. José Antonio Ocampo, exministro de Agricultura y codirector del Banco de la República, recuerda que entre 1835 y 1845 los primeros intentos de llevar el producto a otros países tuvieron poca fuerza: se produjeron 1.400 toneladas y solo se exportaron 250; sin embargo, la dinámica abrió paso a los primeros jugadores privados. En 1848 las reformas liberales desmontaron por completo el monopolio estatal.
Con la privatización y la apertura externa, en la década de 1850 llegaría una breve pero importante etapa en materia de exportación hacia Estados Unidos y Alemania. Dicho auge abrió una nueva fase del desarrollo tabacalero en Colombia durante los años 60. Solo en 1873 se reportaron 7.866 toneladas exportadas en las aduanas nacionales de la época. La bonanza duró tan solo 26 años.
“Siempre hubo industria de cigarros, pero solo hasta comienzos del siglo XX comenzó la producción de cigarrillos. Esta fue una de las industrias pioneras en Colombia, junto a los textiles y alimentos”, asegura Ocampo. No obstante, Paúl Rodríguez, profesor de la Facultad de Economía de la Universidad del Rosario, advierte que para esa época ya comenzaba el ascenso del café y aunque había exportación de tabaco, no era mucha.
En 1919 fue creada Coltabaco como una fusión de tabacaleras regionales, y en 1962 surgió Protabaco. Ambas compañías, las más grandes del sector, fueron adquiridas por las firmas extranjeras Philip Morris y British American Tobacco en 2005 y 2011, respectivamente. Desde que adquirió a Coltabaco hasta 2018, Philip Morris empleó a 1.062 personas por año en el país. El 95 % de su producción de cigarrillos se quedaba en Colombia y el 5 % restante se exportaba a Perú́, Bolivia, Uruguay y Paraguay.
Preocupaciones actuales del sector
La compañía informó que saldrá del país presionada por el contrabando, que, asegura, se incrementó con las medidas fiscales nacionales. La reforma tributaria de 2016 llevó a que el impuesto específico al consumo quedara en $2.100 para 2018 por cada cajetilla de veinte unidades.
Según el más reciente estudio de Invamer sobre la incidencia de cigarrillos ilegales en Colombia, el contrabando de cigarrillos en 2018 alcanzó el 25 % del mercado, casi el doble del 2016, año en que todavía no había entrado en vigor la carga fiscal. Cabe destacar que este informe ha sido cuestionado por estudios independientes, como el de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y la Fundación Anáas, que con una cobertura del 63 % de los fumadores en cinco ciudades concluyó que el consumo total de cigarrillos ilegales aumentó hasta un 6,4 % en 2017 y no un 18 %, como indica la industria.
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Más allá del debate sobre las cifras de la ilegalidad, es claro que los impuestos y el contrabando han sido los grandes dolores de cabeza para el sector desde su nacimiento. En el pasado se debía a que era un producto en alta demanda y monopolizado por el Estado. Hoy, las campañas contra el consumo de cigarrillos promovidas por la OMS mediante figuras como el Convenio Marco para el Control de Tabaco son las que motivan la carga fiscal. Tanto en Colombia como a escala internacional esta lucha ha influenciado no solo el comercio, sino también la producción y el consumo.
Según Fedetabaco, en los últimos ocho años Colombia ha perdido cerca de 7.000 hectáreas de tabaco como consecuencia de estos cambios. “La visión que se tiene del sector es solamente la del cigarrillo, pero se les olvida que es un cultivo que se traslada de generación en generación, que hay miles de familias detrás e ingresos para el sector rural”, asegura el presidente del gremio.
El Ministerio de Salud, por su parte, reportó una reducción del 4,6 % en el consumo de tabaco entre 2013 y 2017, hecho que hace eco de las medidas adoptadas a escala global. Además, la industria se está dirigiendo cada vez más hacia la creación de vapeadores o dispositivos electrónicos que no contienen tabaco y prometen un menor riesgo. BAT, por ejemplo, asegura que desde 2012 ha invertido más de US$2.500 millones en este tipo de productos.
El sector tabacalero parece estar llegando a un punto de no retorno, y la salida de un jugador como Philip Morris es la mayor muestra de ello. “Esta es una industria que ha estado en descenso desde hace un tiempo y hoy no tiene mucho dinamismo”, asegura Ocampo. “Creo que el tabaco rubio pronto desaparecerá como producción colombiana”, concluye.