10 de septiembre (carta a Camila)-Cuentos de sábado en la tarde

Busco pistas, sin saber que las busco. Hay una biblioteca repleta de libros y discos y películas que dibujan los gustos de alguien, pero ¿de quién?... No recuerdo a Saramago, a Hemingway ni a Cortázar.

Leonardo Botero Fernández
11 de mayo de 2019 - 08:48 p. m.
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No sé a qué suenan Pink Floyd, Guns n’ Roses o Metallica. Nombres que leo no me dicen nada. Por toda la casa hay rastros de la vida de alguien. Un cepillo al lado de una crema dental a medio acabar, platos sucios, gabinetes con comida chatarra, cerveza y carne en la nevera… ¿cuándo la compré?... Nada lo reconozco. No recuerdo tampoco cómo llegué aquí… 

Si está interesado en leer otro cuento de Cuentos de sábado en la tarde, ingrese acá: Cuentos de sábado en la tarde: "La ventana"

En unas cartas de un amor de años, de peleas, de tranquilidad, de historias que desconozco, firmadas por Camila… ¿quién?... Y al lado de esas cartas, que no sé si alguna vez obtuvieron respuesta, hay una caja de cigarrillos. Lucky Strike creo... ¿Será que fumo?... Creo encender uno y dejar que se consuma hasta el final mientras miro por una ventana, pero no sé si es hoy o si es un recuerdo inútil, de otra vida y de otro Juan. Uno que quizá sí sabía quién era.

Escribo hoy, porque cuando vuelva hacerlo, si acaso lo hago y recuerdo que lo hice, no seré yo o no lo recordaré —da lo mismo—, así como no recuerdo quiénes son mis padres, si tengo hermanos, a quiénes llamo amigos, qué estudié, por qué trabajo en una agencia… ¿Quién es Camila? Lo último en desvanecerse, o eso cree el Juan que firmó un diario ahora incompleto, fueron los recuerdos más antiguos. 

Si está interesado en leer otro cuento de Cuentos de sábado en la arde, ingrese acá: Fijación (Cuentos de sábado en la tarde)

Según la hoja con fecha del 14 de abril, ahí empezó. Primero, anécdotas puntuales. Que el nombre del entrevistado con el que me había reunido hacía unas horas, que la cita con Camila… ¿quién?... a la hora de siempre y en el lugar de siempre… ¿cuándo y dónde?... Luego llegaron las horas deambulando de un lado a otro buscando mi casa, sin encontrarla en ningún edificio. 

Creo haber aprendido a vivir, por un tiempo, aparentando que todo estaba ahí. Pero ahora todos los rostros, incluso el que me mira en el espejo, son extraños. Las fotos colgadas en las paredes del lugar donde escribo también son desconocidos, así sean los mismos en diferentes momentos y en casi todas esté yo… ¿quién?… Yo que, según el papel pegado en la nevera, me llamo Juan, yo, que tengo 33 años, yo que trabajo en una agencia de prensa. Yo que solo recuerdo que escribo, pero lo que escribo lo olvido.

Si leo esto mañana… ¿cuándo?... sentiré, como ahora, que me entrometo en la vida de alguien más, en los recuerdos de un extraño, en la memoria de un desconocido. Los recuerdos aún están como una pintura fresca, que al secarse no permanecerá allí, sino que se convertirá en un lienzo blanco. Cada vez son menos los recuerdos y más los vacíos.

Según las hojas que parecen escritas por mí, si acaso eso significa algo, el 27 de julio decidí encerrarme. Evitar conocer lo que olvidaría y hallar lo que se mantendría perdido. Días después escribí, alguien tuvo que hacerlo, que Camila… ¿quién?... viene todas las tardes a veces con mi madre, mujeres cuyos rostros no sé si son protagonistas en uno de los retratos colgados en esta casa.

El reloj marca la 1:37 pm. Imagino que no han llegado o ya lo olvidé… la única imagen clara es la de haber leído todos esos textos con los que no siento cercanía … Solo identifico como mío un pensamiento, o al menos creo entender a qué se refería esa persona que lo escribió, del 14 de agosto: 

Temo desvanecerme en el olvido

Ese temor es un hecho ahora. Sé que lo es porque sé que lo olvidaré. Por los próximos minutos tendré, ahora la tengo, la certeza de detestar esa incertidumbre. Y por el mismo tiempo, quizá unos minutos o unas horas, conozco la solución para olvidar que olvido.

Son las 2:03 pm del 10 de septiembre de… no sé de qué año y afuera escucho voces. Debe ser Camila… ¿quién?... pero eso ya no importa. Si alguien, yo o cualquier otra persona, lee esto, no importa. Si existe la posibilidad de recordar, no importa. Ya no importa si la puerta se abre en unos segundos o en unos minutos o si reconozco por fin a Camila… ¿quién?... Si saludo a la persona con la que la escucho conversar o siquiera si ocurre y logro recordarlo por un instante. No importa.

Por Leonardo Botero Fernández

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