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                                                                                                                                El coronavirus y los días de tedio: Pensamientos desde casa, día 11

                                                                                                                                A veces el aburrimiento controla nuestra voluntad, pero desde el tedio podemos descubrir motivos de esperanza. Desde el sofá con Nietzsche, Dostoievski, David Foster Wallace y Pablo Montoya.

                                                                                                                                Nelson Fredy Padilla *

                                                                                                                                "Desde las inmensas riberas del tedio se levanta una reflexión que termina por volverse esperanza", se lee en un ensayo del escritor colombiano Pablo Montoya. / Archivo
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                El ostracismo recurrente puede ser muy mala señal: leo apartes del libro de Conversaciones con el talentoso e irreverente escritor David Foster Wallace: “Creo que en un país en el que lo tenemos todo tan fácil, uno de nuestros mayores vectores de temor es el aburrimiento. Aparecen pequeñas muestras de desesperación y aburrimiento a un nivel espiritual en cosas como las tareas del hogar o en asuntos escolares especialmente áridos”. Dice que hay que prestarles atención, porque muchas familias eluden esas manifestaciones y terminan perfilando al clásico hombre estadounidense: “La televisión y la cultura comercial le han enseñado a ser una especie de vago e infantil en lo que respecta a sus expectativas”. Esa, según el autor que se suicidó en 2008 a los 46 años de edad, es la puerta que conduce a la depresión. En su caso no hubo quien lo acompañara y oyera su frustración, su dolor: “En el mundo real, todos sufrimos en soledad; la empatía verdadera es imposible”. Es la tristeza de fondo de la novela La broma infinita.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Me da otras definiciones que justifican el día: “La literatura ha comprendido el tedio como una indigestión espiritual que paraliza frente a cualquier intento de liberación”. Sí. Eso siento. “El tedio, esa terrible exquisitez, poco tiene que ver con la pobreza material y la precariedad de los espíritus. Roe, incansable, el alma de los pudientes y los ociosos”. Estoy más del lado del ocio que de los pudientes.

                                                                                                                                Le entiendo a mi admirado Pablo, que vivió y estudió en Francia, que el tedio puede agobiarnos, no aplastarnos. Y nos da una luz: “El tedio gusta devorarse a sí mismo y nos devora con minucia. Y es así que desde las inmensas riberas del tedio se levanta una reflexión que termina por volverse esperanza. Esperanza que no es más que una de las maneras tras las cuales se esconde el lúcido hartazgo de sentir que estamos vivos”.

                                                                                                                                La esperanza puede ser proactiva: “Cuando la vida se vuelve una farsa continua, cargada en las espaldas de todos los hombres, el tedio debe levantarse como una fuerza transgresora. Habrá que comerlo y digerirlo para vomitarlo sin compasión sobre esa ecuanimidad resignada que el dios católico otorga a los hombres de buena voluntad”. Me quita un peso de encima y me reactiva: “El insano esplendor del tedio” no debe gobernarnos, ni siquiera en estos días de coronavirus, porque entonces el horizonte será más oscuro en las ciudades “detrás de las cuales tiembla la agonía de una humanidad paralizada en el hastío”. En cambio, si lo domesticamos, no pasará del “bostezo monstruoso que devora todo el universo”, con que Montoya evoca Las flores del mal de Baudelaire.
                                                                                                                                Se me abrió el apetito.

                                                                                                                                @NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com

                                                                                                                                * Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                El ostracismo recurrente puede ser muy mala señal: leo apartes del libro de Conversaciones con el talentoso e irreverente escritor David Foster Wallace: “Creo que en un país en el que lo tenemos todo tan fácil, uno de nuestros mayores vectores de temor es el aburrimiento. Aparecen pequeñas muestras de desesperación y aburrimiento a un nivel espiritual en cosas como las tareas del hogar o en asuntos escolares especialmente áridos”. Dice que hay que prestarles atención, porque muchas familias eluden esas manifestaciones y terminan perfilando al clásico hombre estadounidense: “La televisión y la cultura comercial le han enseñado a ser una especie de vago e infantil en lo que respecta a sus expectativas”. Esa, según el autor que se suicidó en 2008 a los 46 años de edad, es la puerta que conduce a la depresión. En su caso no hubo quien lo acompañara y oyera su frustración, su dolor: “En el mundo real, todos sufrimos en soledad; la empatía verdadera es imposible”. Es la tristeza de fondo de la novela La broma infinita.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Me da otras definiciones que justifican el día: “La literatura ha comprendido el tedio como una indigestión espiritual que paraliza frente a cualquier intento de liberación”. Sí. Eso siento. “El tedio, esa terrible exquisitez, poco tiene que ver con la pobreza material y la precariedad de los espíritus. Roe, incansable, el alma de los pudientes y los ociosos”. Estoy más del lado del ocio que de los pudientes.

                                                                                                                                Le entiendo a mi admirado Pablo, que vivió y estudió en Francia, que el tedio puede agobiarnos, no aplastarnos. Y nos da una luz: “El tedio gusta devorarse a sí mismo y nos devora con minucia. Y es así que desde las inmensas riberas del tedio se levanta una reflexión que termina por volverse esperanza. Esperanza que no es más que una de las maneras tras las cuales se esconde el lúcido hartazgo de sentir que estamos vivos”.

                                                                                                                                La esperanza puede ser proactiva: “Cuando la vida se vuelve una farsa continua, cargada en las espaldas de todos los hombres, el tedio debe levantarse como una fuerza transgresora. Habrá que comerlo y digerirlo para vomitarlo sin compasión sobre esa ecuanimidad resignada que el dios católico otorga a los hombres de buena voluntad”. Me quita un peso de encima y me reactiva: “El insano esplendor del tedio” no debe gobernarnos, ni siquiera en estos días de coronavirus, porque entonces el horizonte será más oscuro en las ciudades “detrás de las cuales tiembla la agonía de una humanidad paralizada en el hastío”. En cambio, si lo domesticamos, no pasará del “bostezo monstruoso que devora todo el universo”, con que Montoya evoca Las flores del mal de Baudelaire.
                                                                                                                                Se me abrió el apetito.

                                                                                                                                @NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com

                                                                                                                                * Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus

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