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Mientras jugaban al gato y al ratón con la policía, en los oídos de los televidentes solo sonaba una canción… Stamattina mi sono alzato. Después de horas y horas de atraco, se abren las puertas de la Fábrica… o bella, ciao! bella, ciao! bella, ciao, ciao, ciao! Una bala impactó a uno de los atracadores y cayó al piso herido. La piel se puso de gallina, el himno cogía más y más fuerza.
Berlín y El Profesor se miraban fijamente. Uno comenzó suavemente a cantar, el otro lo siguió, cada vez más fuerte. Berlín se levantó con ímpetu y cantó E seppellire lassù in montagna. El profesor se puso en pie y lo acompañó… o bella, ciao! bella, ciao! bella, ciao, ciao, ciao! Se acercaron, cada vez cantaban más fuerte mirándose a los ojos y sosteniendo en sus manos cada uno una copa de vino. Al finalizar, sonrieron.
Bella Ciao no era solo una canción del común. Representaba a cientos de personas que se resistían al fascismo, movimiento liderado por Benito Mussolini. Era el himno de una ideología comunista que marchaba y protestaba unida contra el autoritarismo y el nazismo que se imponían en Italia en ese tiempo, y que ahora, en La Casa de Papel, tiene un rol fundamental de fuerza y motivación. La canción fue simbólica, puesto que El Profesor estaba haciendo una rebelión en la que el lema era “entregarse no es una opción” y el objetivo era fabricar dinero sin hacerle daño a nadie para usarlo en pro de la comunidad, o al menos, esa era su intención.
Se dejaron atrás 12 capítulos y miles de historias en La casa de papel, una serie española que cautivó a miles de personas en el mundo, y que este viernes presenta su segunda temporada. La historia comenzó cuando El Profesor, cerebro del atraco más grande de todos los tiempos, andaba por España reclutando gente que, según él, no tuviera nada que perder.
Todo estaba perfectamente planeado. Cada movimiento, reacción, descubrimiento y sospecha. Pasaban las horas dentro de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre en España. Los rehenes se desesperaban, los atracadores enloquecían de incertidumbre y El Profesor, desde su lugar, movía con cautela sus fichas en la partida de ajedrez que él mismo creó. Una de las partidas más difíciles de la historia.
Que cuál era la mayor aspiración de los atracadores cuando tuvieran tantos euros como pudieran contar en sus manos, les preguntaba él a sus discípulos. Algunos solo querían irse lejos, otros querían recuperar personas que habían tenido que dejar atrás a fuerza, y El Profesor solo buscaba dos cosas, que luego se convirtieron en tres. La primera, mantener a todos con vida. La segunda, el éxito del atraco, y la tercera, que llegó de improvisto, una mujer. Raquel Murillo, inspectora del caso y su peor amenaza, se había convertido sin querer en la mujer de su vida. Una movida que él no planeó, pero que se dio y posiblemente le pondría en jaque todo su plan.
Pero no todo fue drama de amores, no señores. Las balas, el drama, la sangre, e incluso el romance, no se separaron de los cuerpos de los ocho atracadores que buscaban desesperadamente el éxito del plan, a cualquier costo, así tuvieran que romper una que otra de las reglas de su jefe. El objetivo: 2.400 millones de euros. La consecuencia: muerte. Berlín, Tokio, Nairobi, Helsinki, Moscú, Denver, Oslo y Río, los nombres de los discípulos del Profesor, tendrían que ser las ciudades con más adrenalina del mundo.