Fragilidad, la palabra del año
En estos tiempos que son extraños para todos, se nos ha dicho muchas cosas sobre diversos temas, desde el déficit de los sistemas de salud, hasta teorías conspiratorias que afirman que el virus fue creado como un plan para conquistar al mundo.
Gustavo Pedreros
La primera es cierta, la segunda solo deja entrever que aún nos falta mucho para reconocer nuestra responsabilidad como seres humanos en lo que le sucede a nuestro planeta. Esto se debe además al auge que han tenido las redes sociales en esta cuarentena, las noticias falsas están a un solo click, y los artículos u opiniones de profesionales de carreras que van desde medicina hasta filosofía suelen ser ahora el pan de cada día de periódicos, revistas y medios masivos.
Todos tienen algo que decir; consejos sobre cómo se debe pasar el tiempo, videos sobre sus rutinas diarias, música preferida o comentarios y justificaciones del por qué esa es su serie preferida o su película de culto que defiende a capa y espada. Las redes nos han ayudado a unirnos, a conocer un poco más sobre el otro, si es que nos interesa, ha agregado un toque de humor a la realidad que se nos presenta. El arte en todas sus formas ha sido un bálsamo en momentos en que surge la ansiedad, nostalgia y melancolía. Sin embargo, y aún con todas estas nuevas alternativas que tenemos, nos hemos dado cuenta de que algo nos inquieta, no sabemos con qué, de todo eso que nos proponen, llenar nuestros espacios, y entonces nos estresamos porque aún no hemos terminado el libro que empezamos al iniciar la cuarentena, nos frustramos porque aún no perfeccionamos otro idioma o no hemos bajado esos kilos de más que habíamos propuesto.
Lo invitamos a leer: Salva mi alma (Cuentos de sábado en la tarde)
Es ahí en donde nos empieza a agobiar la soledad, la quietud y la tranquilidad, esos sentimientos a los que consciente o inconscientemente les habíamos rehuido durante algún tiempo, intentándolos ocultar con alguna actividad que nos llevara a otro estado. Y cuando estas sensaciones han surgido, rememoramos viejos encuentros, actividades que realizábamos con mucho agrado, reuniones familiares o el último beso y abrazo, es en este preciso instante en el que se empiezan a prometer cosas, como cuando a fin de año con lágrimas en los ojos se aseguraba que este sí iba a ser el año de los cambios; “cuando pase todo esto, prometo dar mejores abrazos”; “cuando pase todo esto, prometo disfrutar más el tiempo con mi familia”; “cuando pase todo esto, prometo aceptar todas las invitaciones”, y así sucesivamente en un sinfín de etcéteras.
Si hay que reconocerle algo a esta nueva situación; la cuarentena y el virus, es que nos ha recordado una palabra que hace algún tiempo habíamos olvidado: fragilidad. Cada una de esas promesas y sentimientos que han surgido durante este tiempo, contienen algo de esa palabra olvidada. El mundo nos recuerda nuevamente y a su manera que somos vulnerables, que nuestro desenfreno por actividades nuevas y extremas nos alejó un poco de lo simple y lo sencillo, nos ha llevado a pensar también que esos lazos que creíamos duraderos y eternos se pueden ir a la borda y que nosotros tan egocéntricos, nunca agradecimos con honestidad.
Sin embargo, no son solo las personas quienes han recordado la fragilidad. Ese sistema económico que se nos presentaba como la gran victoria de occidente ha resultado ser mucho más inestable de lo que algunos creían, en la gran potencia económica del mundo; apostarle a la economía y no a la vida, no le ha resultado nada bien, cada perdida humana es la muestra de lo errada que estuvo esa decisión. En un modelo económico como el nuestro, la desigualdad sale a relucir y las poblaciones más vulnerables no pueden seguir la tendencia en twitter o los consejos de cocina que se proponen en Instagram con el #quedateEncasa. Sí, la fragilidad debería ser la palabra de este año porque la hemos sentido en carne propia cada uno de nosotros, y no olvidemos que hay regiones en nuestro país que llevan ya un buen tiempo padeciéndola día a día.
Le sugerimos leer: Solidaridad y coronavirus (Relatos y reflexiones)
La fragilidad no ha de ser vista en este caso como lo débil y liviano, esta palabra nos recuerda que como seres humanos tenemos un conjunto de emociones que nos acompañan en nuestro diario vivir, tratar de escapar de la soledad o la tristeza por aparentar nos puede llevar a usar un sinfín de máscaras que no son las nuestras. Además, nos recuerda eso que habíamos olvidado: somos vulnerables, y se nos puede ir la vida repitiendo la frase “cuando pase todo esto…”
Finalmente, la fragilidad nos expone a toda una serie de cosas que no habíamos querido aceptar, esas que nos incomodan porque no suelen ser el listado de acciones que dan reconocimiento, pero nos acerca más a lo que realmente somos como seres humanos. Como país esta situación nos propone un reto: recordar que el miedo, la incertidumbre y la zozobra lo han vivido en carne propia los líderes y lideresas sociales que día a día dan la vida por otros, recordar eso quizás sea una buena señal de que realmente hemos aprendido algo como país de toda esta situación.
La primera es cierta, la segunda solo deja entrever que aún nos falta mucho para reconocer nuestra responsabilidad como seres humanos en lo que le sucede a nuestro planeta. Esto se debe además al auge que han tenido las redes sociales en esta cuarentena, las noticias falsas están a un solo click, y los artículos u opiniones de profesionales de carreras que van desde medicina hasta filosofía suelen ser ahora el pan de cada día de periódicos, revistas y medios masivos.
Todos tienen algo que decir; consejos sobre cómo se debe pasar el tiempo, videos sobre sus rutinas diarias, música preferida o comentarios y justificaciones del por qué esa es su serie preferida o su película de culto que defiende a capa y espada. Las redes nos han ayudado a unirnos, a conocer un poco más sobre el otro, si es que nos interesa, ha agregado un toque de humor a la realidad que se nos presenta. El arte en todas sus formas ha sido un bálsamo en momentos en que surge la ansiedad, nostalgia y melancolía. Sin embargo, y aún con todas estas nuevas alternativas que tenemos, nos hemos dado cuenta de que algo nos inquieta, no sabemos con qué, de todo eso que nos proponen, llenar nuestros espacios, y entonces nos estresamos porque aún no hemos terminado el libro que empezamos al iniciar la cuarentena, nos frustramos porque aún no perfeccionamos otro idioma o no hemos bajado esos kilos de más que habíamos propuesto.
Lo invitamos a leer: Salva mi alma (Cuentos de sábado en la tarde)
Es ahí en donde nos empieza a agobiar la soledad, la quietud y la tranquilidad, esos sentimientos a los que consciente o inconscientemente les habíamos rehuido durante algún tiempo, intentándolos ocultar con alguna actividad que nos llevara a otro estado. Y cuando estas sensaciones han surgido, rememoramos viejos encuentros, actividades que realizábamos con mucho agrado, reuniones familiares o el último beso y abrazo, es en este preciso instante en el que se empiezan a prometer cosas, como cuando a fin de año con lágrimas en los ojos se aseguraba que este sí iba a ser el año de los cambios; “cuando pase todo esto, prometo dar mejores abrazos”; “cuando pase todo esto, prometo disfrutar más el tiempo con mi familia”; “cuando pase todo esto, prometo aceptar todas las invitaciones”, y así sucesivamente en un sinfín de etcéteras.
Si hay que reconocerle algo a esta nueva situación; la cuarentena y el virus, es que nos ha recordado una palabra que hace algún tiempo habíamos olvidado: fragilidad. Cada una de esas promesas y sentimientos que han surgido durante este tiempo, contienen algo de esa palabra olvidada. El mundo nos recuerda nuevamente y a su manera que somos vulnerables, que nuestro desenfreno por actividades nuevas y extremas nos alejó un poco de lo simple y lo sencillo, nos ha llevado a pensar también que esos lazos que creíamos duraderos y eternos se pueden ir a la borda y que nosotros tan egocéntricos, nunca agradecimos con honestidad.
Sin embargo, no son solo las personas quienes han recordado la fragilidad. Ese sistema económico que se nos presentaba como la gran victoria de occidente ha resultado ser mucho más inestable de lo que algunos creían, en la gran potencia económica del mundo; apostarle a la economía y no a la vida, no le ha resultado nada bien, cada perdida humana es la muestra de lo errada que estuvo esa decisión. En un modelo económico como el nuestro, la desigualdad sale a relucir y las poblaciones más vulnerables no pueden seguir la tendencia en twitter o los consejos de cocina que se proponen en Instagram con el #quedateEncasa. Sí, la fragilidad debería ser la palabra de este año porque la hemos sentido en carne propia cada uno de nosotros, y no olvidemos que hay regiones en nuestro país que llevan ya un buen tiempo padeciéndola día a día.
Le sugerimos leer: Solidaridad y coronavirus (Relatos y reflexiones)
La fragilidad no ha de ser vista en este caso como lo débil y liviano, esta palabra nos recuerda que como seres humanos tenemos un conjunto de emociones que nos acompañan en nuestro diario vivir, tratar de escapar de la soledad o la tristeza por aparentar nos puede llevar a usar un sinfín de máscaras que no son las nuestras. Además, nos recuerda eso que habíamos olvidado: somos vulnerables, y se nos puede ir la vida repitiendo la frase “cuando pase todo esto…”
Finalmente, la fragilidad nos expone a toda una serie de cosas que no habíamos querido aceptar, esas que nos incomodan porque no suelen ser el listado de acciones que dan reconocimiento, pero nos acerca más a lo que realmente somos como seres humanos. Como país esta situación nos propone un reto: recordar que el miedo, la incertidumbre y la zozobra lo han vivido en carne propia los líderes y lideresas sociales que día a día dan la vida por otros, recordar eso quizás sea una buena señal de que realmente hemos aprendido algo como país de toda esta situación.