Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Es imposible no hacer alusión a este inusitado e inédito encierro al que nos tiene confinados un enemigo invisible que le ganó la guerra a la guerra: hasta los ejércitos están en tregua porque apareció un contrincante más avasallador. Como diría Eduardo Galeano, este mundo quedó “patas arriba”, es decir, este enemigo pandémico transformó todo: rituales, creencias, religiones, políticas, estudios, juegos, medicina, convivencia, saludos, psicosis, guerra, en fin. Llegó, se instaló y nos puso a reinventarnos. Sabemos que la guerra hizo cancelar dos torneos orbitales y varias justas olímpicas. La guerra, siempre la guerra, esa que nace con el hombre y que sigue ahí, agazapada, tímida, a la sombra porque le llegó un virus peor que ella misma.
Le sugerimos leer: Bobo no (Cuentos de sábado en la tarde)
El fútbol se paralizó en 1938 y en 1942. No hubo tregua y punto. Todos salieron perdiendo. Pero el fútbol seguía su rumbo en otras latitudes, es decir, siguieron los torneos en los cinco continentes. La diferencia es que esta infección paralizó el mundo y, por ende, al fútbol, con pequeñas excepciones en dos o tres países. Hay narraciones que dicen que un domingo sin fútbol es un suicidio en diferido. ¿Qué estarán haciendo hoy los hinchas hinchas, los jugadores, árbitros, técnicos, medios de comunicación? Se oyen voces que despotrican del fútbol, no por el juego mismo, sino porque lo desnaturalizaron agentes externos como la política, la publicidad y el marketing, es decir, se hacen comparaciones entre lo que se gana un futbolista y lo que se ganan médicos y docentes, por ejemplo; el fútbol se metió en el primer renglón de las economías mundiales, pero no por el juego-arte, sino porque se llenó de intereses ajenos: apuestas, transacciones inverosímiles de jugadores, de camisetas, es decir, jugadores que parecen vallas publicitarias. Podemos vivir sin este deporte porque se puede vivir sin el espectáculo y el show comercial y mediático en el que se ha convertido, pero no podemos vivir sin el juego por el juego porque el fútbol-arte ayuda a atenuar el dolor de existir, como una recochita callejera.
Los invito para que se dejen acompañar de los textos de: Casciari, Sacheri, Reguero, Juan Tallón, Villoro, Galeano, Adrian Vogel, Gonzalo Medina, Beatriz Vélez, Ronald Reng, Ángel Cappa, Santiago Segurola, Héctor Onésime, Ariel Scher, Minguella, Víctor Cervantes, Humberto Salerno, Wernicke, Ricardo Gotta, Javier Marías y Vásquez Montalbán. Amigos para estos tiempos de penuria. Hay que leer fútbol y advertir la presencia de las caricias y el olor del café. ¿Qué queda? Preguntar por la poesía y el fútbol.
***
juan.rodas@upb.edu.co