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                                                                                                                                  Jack El destripador: Todos los nombres (Serie: psicópata)

                                                                                                                                  Jack The Ripper fue el asesino en serie más famoso del siglo XIX, aunque los investigadores jamás llegaron a saber quien fue. Aún hoy, 131 años después de los asesinatos de cinco prostitutas en el East End de Londres, las teorías sobre el verdadero autor de los crímenes siguen apareciendo. 

                                                                                                                                  Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                  Una de las tantas ilustraciones que publicaron los periódicos ingleses sobre los crímenes de Whitechapel en 1888. / Cortesía
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Sin pruebas, señalaron, acusaron, sentenciaron, juzgaron, condenaron y ensuciaron, a veces con nombre propio, sobre todo cuando alguien más había dicho ese nombre, y a veces, casi siempre, sin nombre, que era como decir, Todos los nombres. Sin pruebas, cruzaron la invisible línea que dividía el delito de todo lo demás, y como en tiempos de Inquisición y de guerras santas, transformaron en delincuente a aquel que dijera algo que reñía con sus ideas, o sencillamente, a quien encarnara todo lo que fuera distinto, pues en el fondo creían estar tocados por la varita de la Verdad. Sin pruebas y sin nombres, echaron en el mismo talego al más inocente de los inocentes, y al culpable de nada. Querían sangre, mucha sangre, sangre y martirio, y transformaron en sospechosos de cinco execrables crímenes a quien quisieron, el vecino al que detestaban, al viejo enemigo de la escuela o al adversario político.

                                                                                                                                  Cuando apareció la primera víctima, una mujer de vientitantos años, con las tripas por fuera y degollada, Mary Ann Nichols, hubo silencio. Al fin y al cabo Londres, el Londres que contaba para los periódicos y la Scotland Yard y el imperio británico, sólo era Londres en los barrios pudientes. Una mujer asesinada en Whitechapell bien podía ser uno de los tantos ajustes de cuentas que había por la zona, o la violenta obra de un amante engañado, o de una vecina traicionada. Sin embargo, ocho días más tarde, el 8 de septiembre de 1888, los vecinos del East End descubrieron otro cadáver. Otra mujer, otra prostituta, otro cuello cortado, otras señales de abuso, y otro nombre, Annie Chapman. Hubo perplejidad, indignación y miedo. El miedo fue utilizado por los periodistas para vender, y por las “autoridades” para imponer su fuerza y actuar sin órdenes ni leyes. La indignación fue manipulada por los enemigos del poder. Inglaterra comenzó a erosionarse.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  El príncipe, según los papeles y los documentos que había guardado Gull, y que fueron hallados por su hija, Caroline Acland, murió en 1892 de sífilis, y no por una epidemia de gripe, como rezaba su autopsia oficial. Era lujurioso al extremo, depravado sexual. Lo más seguro, según Gull y algunos investigadores, fue que explorara técnicas macabras con sus amantes, hombres y mujeres, la mayoría de ellos, ciudadanos del East End. Alberto Víctor Eduardo, sin embargo, estaba de viaje el día y a la hora de uno de los asesinatos. Por eso fue desechado. Gull, de acuerdo con las historias que se fueron escribiendo y contando a través de los años, fue otro de los sospechosos principales de los crímenes de Whitechapell. Era cercano a la reina Victoria, y más cercano aún al príncipe heredero, y en teoría, de palacio le encomendaron la misión de eliminar a Mary Jane Kelly, la quinta víctima del Destripador (The Ripper, en inglés).

                                                                                                                                  La historia detrás de la historia decía que el príncipe Alberto Víctor Eduardo había tenido una hija con una prostituta, Annie Crook, y que ante el escándalo por venir y las posibles consecuencias para la Corona, la reina decidió enviar a Crook a un hospital psiquiátrico, donde le hicieron una lobotomía y la sedaron, hasta el punto de enloquecerla. Gull la llevó en persona, y en persona, dejó a su hija con una de sus amigas, Mary Jane Kelly, quien ante la situación, se reunió con cuatro compañeras y con ellas comenzó a chantajear a Gull, y por intermedio suyo, a la reina. Kelly fue asesinada el 9 de noviembre. Fue la quinta y última de las víctimas de Jack El destripador, y la única que fue degollada, al parecer, en su habitación. Gull jamás fue incriminado, muy a pesar de que era el sospechoso ideal. Al fin y al cabo, trabajaba para la Corona. Cumplía órdenes directas de la reina, igual que la Scotland Yard.

                                                                                                                                  En la Inglaterra de los tiempos victorianos, hasta el mínimo de los detalles pasaba por las manos de los asesores de la reina, o incluso de las suyas. Había que mantener el orden sobre todas las cosas, pues el orden llevaría a la riqueza, al poder, y el principio del orden era que la reputación de la corona fuera cuidada e impoluta. La reputación, no la realidad. Por eso los sospechosos se multiplicaron. Las teorías, las no pruebas. Fue sospechoso Walter Kosminski, un loco de barrio que no podía sumar dos más dos, y fue sospechoso Walter Sickert, un pintor polaco de origen judío con una infancia traumática que, aseguraron, pintaba en sus cuadros a las mujeres que iba a estrangular y las escenas de sus crímenes. Fueron sospechosos los arrendadores de las piezas de las prostitutas, sus hijos, los borrachos del barrio, los curiosos, y hasta los policías que de cuando en cuando rondaban el East End.

                                                                                                                                  Le sugerimos: Charles Manson: confunde y reinarás (Serie:psicópata)

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Y fue sospechoso Lewis Carrol (Charles Lutwidege), autor de Alicia en el país de las maravillas y de varios tratados de matemáticas, relacionado con los crímenes casi cien años después de los hechos, pues dijeron, dirían, escribieron, aseguraron, a su diario le hacían falta unas páginas en las que reseñaba lo que iba a hacer y lo que había hecho en los meses de agosto y septiembre, octubre y noviembre de 1888, y lo que había hecho, afirmaron, había sido asesinar a aquellas cinco mujeres. Las acusaciones contra Carrol surgieron en 1996 por obra de un investigador, Richard Wallace, que escribió Jack el destripador, amigo desenfadado, un libro en el que lanzaba hipótesis sobre algunos anagramas que encontró en Alicia el país de las maravillas. Para Wallace, Carrol era un desquiciado; Alicia, todas las mujeres asesinadas, y el país de las maravillas, el barrio de Whitechapel.  

                                                                                                                                   

                                                                                                                                   

                                                                                                                                  Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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