La Torre, una apología de la imagen cinematográfica

Bajo la dirección de Sebastián Múnera, esta película crea una ficción en una biblioteca que fue escenario de un atentado que nadie registró. 

Érika Martínez Cuervo
26 de enero de 2019 - 07:08 p. m.
Fotograma de La Torre (2018). Escrita y dirigida por Sebastián Múnera. 78 minutos. Formato: DCP
  / La Torre
Fotograma de La Torre (2018). Escrita y dirigida por Sebastián Múnera. 78 minutos. Formato: DCP / La Torre
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El artista y cineasta Sebastián Múnera (Medellín, 1989) es, por encima de cualquier cosa, un ser deseante de imágenes. La manera en que opera su pensamiento es la del montaje mismo: su cabeza no para de articular formas visuales. La Torre (2018), película que escribió y dirigió, es producto de sus experimentos con el lenguaje cinematográfico. Allí decididamente trocea el tiempo y nos introduce en el espacio fascinante de una biblioteca en ruinas.

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Su excusa: hacer del cine un delirio en el que tres personajes se entrecruzan y deambulan entre la realidad y otra dimensión imposible de nombrar. En 2004, la Biblioteca Pública Piloto de Medellín fue víctima de un atentado terrorista que dejó como evidencia una única imagen fotográfica. Esta es la premisa que da origen a La Torre: “Construí una ficción al margen de esa fotografía, toda la película busca señales sobre esa imagen y - con ella como pretexto - exploré diferentes estados de la imagen en sí misma: en el rodaje, perseguí la forma en la que luz habita el interior del espacio (…) y, perseguir la luz es perseguir la imagen”, expresa Múnera sobre su hazaña. 

La Torre es resultado de la intuición aguda de su director, quien a partir de sus notas visuales fue escribiendo una película hecha de fragmentos que en apariencia no tienen vínculo alguno. Con un registro en blanco y negro, La Torre constituye una alegoría fotográfica donde el tiempo se detiene y nos invita al acto contemplativo. Sin temor, Múnera nos somete a la imagen, a estar con la imagen.

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El fotograma seleccionado es uno de los climax de la película, en el que estos dos personajes revelan - uno despierto y el otro dormido - los estados en los que transita el tiempo cinematográfico. La escena sucede a las afueras de la biblioteca y nos desplaza del interior, de las formas arquitectónicas tremendas que la cámara no deja de mostrarnos. La Torre construye una narrativa en la que el espacio carga con una teatralidad imponente y ese hecho erige una forma  de lo inquietante, una horrible extrañeza que nos incomoda, pero que al instante, nos cautiva. En La Torre somos cazados por la imagen, estamos bajo su dictadura. 

Por Érika Martínez Cuervo

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