Las dos muertes de García Lorca
Una tarde de agosto de 1936 fusilaron a Federico García Lorca. Le gritaron "maricón", antes de acribillarlo. Fue uno de los crímenes más horrendos del franquismo. Ian Gibson, uno de sus biógrafos, dijo que "era un problema para su familia, y por extensión, para su época y su país”.
Fernando Araújo Vélez
Dijeron que a empellones lo sacaron de la casa de su amigo Luis Rosales, y que a los empellones lo vieron trastabillar hasta perderse en la distancia. Que lo golpearon con las culatas de sus escopetas, y que algunos de sus verdugos iban con el rostro cubierto para que no los reconocieran. Dijeron que Rosales no pudo reaccionar, o no quiso, que le dio pánico defenderlo porque los esbirros de Francisco Franco le pusieron una pistola en la cabeza y le gritaron “rojo, maricón, vendido”. Dijeron que Federico García Lorca ya se había resignado pues eran muchas las voces que lo habían advertido y que sólo esperaba que fueran por él, cualquier día entre semana a las cinco de la tarde.
Lo entregó un político y activista de derechas llamado Ramón Ruiz Alonso, un medias tintas que buscaba entre los hombres al mejor postor y que terminó denunciando a todos los falangistas porque los falangistas lo habían rechazado de su seno y habían hecho que perdiera su escaño como diputado luego de haber descubierto sus fraudulentas maniobras. García Lorca cayó entre sus odios porque algunos bajos mandos de la Falange lo protegieron. Entonces se inventó una denuncia cualquiera y lo detuvo el 16 de agosto de 1936. Lo trasladó a la sede del Gobierno Civil, y luego al pueblo de Víznar, con un pelotón de hombres armados a su lado, y les dio la orden de que lo vendaran y ubicaran de espaldas a una fosa, al pie de un olivo.
Juan Luis Trescastro fue el encargado de fusilar a García Lorca. Nunca nadie pudo asegurar que lo mató de uno, tres, cinco o 10 disparos, y ese será uno de los misterios que develará la exhumación de su cadáver, decidida y ordenada por el juez Baltasar Garzón el pasado 18 de septiembre, más allá de que la familia del poeta se hubiera opuesto durante años y años porque la vida o la muerte de García Lorca le pertenecía a ella. Trescastro era abogado, y el marido de una prima lejana del padre de Federico García Lorca, pero antes que nada, era el segundón de Ruiz Alonso, un sujeto de inteligencia ínfima, como lo definieron por décadas.
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Después de fusilar al poeta mató a dos banderilleros del sindicato de la CNT, Juan Arcas y Francisco Galadí, y a un maestro cojo de nombre Dióscoro Galindo. “Don Gabriel, esta mañana hemos matado a su amigo, el poeta de la cabeza gorda”, le dijo dos o tres horas más tarde Trescastro al pintor Gabriel Morcillo, en voz alta para que todo los contertulios que estaban en el café Royal de Granada lo escucharan. En la noche, medio borracho, se ufanó de su acción en el bar del Pasaje ante otros varios testigos. “Yo le metí dos tiros por maricón al poeta”, dijo. Tiempo después corrió la versión de que Federico García Lorca había sido asesinado por sus ideas izquierdistas, aunque él mismo hubiera escrito que era católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico.
No obstante, transcurridos más de 80 años, Miguel Caballero y Pilar Góngora, quienes investigaron a fondo el asesinato y a la familia Lorca, aseguraron que su muerte no obedecía a una razón, sino a muchas, y no todas de corte político o pasional, sino de tipo familiar y económico. “El padre de Federico García Lorca tenía varios negocios, negocios complicados que subían y bajaban, por eso nos pusimos en contacto con la familia, que nos dio un poder notarial para acceder a los documentos que figuran como reservados. Ahí ya fuimos conformando una biografía del padre y tuvimos la tentación de averiguar la historia de la familia desde que en 1770 aproximadamente se traslada de Armilla a Fuente Vaqueros. Nos dimos cuenta con el estudio de la biografía del padre que ahí se encuentra una parte importante de las causas de la muerte de Federico García Lorca. Seguimos esa línea y ahora es una de las partes que más morbo crean. En el asesinato de Lorca hubo causas de índole económica, política y de rencillas familiares puras y duras”. Causas que la historia ha querido ocultar, que la misma familia ha mantenido en secreto.
Dicen que esas causas son las que han impedido que se exhume su cadáver, pero dicen, también, que ninguna razón sepultará la inmortalidad de un hombre que a las cinco de la tarde fue fusilado, fundamentalmente, por ser distinto y pensar diferente. Por defender la libertad, la marginalidad y la vida. Como dijo Ian Gibson, uno de sus biógrafos, “Lorca estaba con la mujer, los gitanos, los negros, los perseguidos. Se sentía también como ellos, perseguido por su condición. No pudo vivir su vida. Podía exteriorizar todo eso en su obra, en su faceta musical y artística, pero él era un problema para su familia, y por extensión, para su época y su país”. Lo mataron como a un perro y acabó como un NN, al lado de miles de NN que ‘osaron’ oponerse a Francisco Franco. Lo mataron una tarde de agosto a las cinco de la tarde.
Dijeron que a empellones lo sacaron de la casa de su amigo Luis Rosales, y que a los empellones lo vieron trastabillar hasta perderse en la distancia. Que lo golpearon con las culatas de sus escopetas, y que algunos de sus verdugos iban con el rostro cubierto para que no los reconocieran. Dijeron que Rosales no pudo reaccionar, o no quiso, que le dio pánico defenderlo porque los esbirros de Francisco Franco le pusieron una pistola en la cabeza y le gritaron “rojo, maricón, vendido”. Dijeron que Federico García Lorca ya se había resignado pues eran muchas las voces que lo habían advertido y que sólo esperaba que fueran por él, cualquier día entre semana a las cinco de la tarde.
Lo entregó un político y activista de derechas llamado Ramón Ruiz Alonso, un medias tintas que buscaba entre los hombres al mejor postor y que terminó denunciando a todos los falangistas porque los falangistas lo habían rechazado de su seno y habían hecho que perdiera su escaño como diputado luego de haber descubierto sus fraudulentas maniobras. García Lorca cayó entre sus odios porque algunos bajos mandos de la Falange lo protegieron. Entonces se inventó una denuncia cualquiera y lo detuvo el 16 de agosto de 1936. Lo trasladó a la sede del Gobierno Civil, y luego al pueblo de Víznar, con un pelotón de hombres armados a su lado, y les dio la orden de que lo vendaran y ubicaran de espaldas a una fosa, al pie de un olivo.
Juan Luis Trescastro fue el encargado de fusilar a García Lorca. Nunca nadie pudo asegurar que lo mató de uno, tres, cinco o 10 disparos, y ese será uno de los misterios que develará la exhumación de su cadáver, decidida y ordenada por el juez Baltasar Garzón el pasado 18 de septiembre, más allá de que la familia del poeta se hubiera opuesto durante años y años porque la vida o la muerte de García Lorca le pertenecía a ella. Trescastro era abogado, y el marido de una prima lejana del padre de Federico García Lorca, pero antes que nada, era el segundón de Ruiz Alonso, un sujeto de inteligencia ínfima, como lo definieron por décadas.
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Después de fusilar al poeta mató a dos banderilleros del sindicato de la CNT, Juan Arcas y Francisco Galadí, y a un maestro cojo de nombre Dióscoro Galindo. “Don Gabriel, esta mañana hemos matado a su amigo, el poeta de la cabeza gorda”, le dijo dos o tres horas más tarde Trescastro al pintor Gabriel Morcillo, en voz alta para que todo los contertulios que estaban en el café Royal de Granada lo escucharan. En la noche, medio borracho, se ufanó de su acción en el bar del Pasaje ante otros varios testigos. “Yo le metí dos tiros por maricón al poeta”, dijo. Tiempo después corrió la versión de que Federico García Lorca había sido asesinado por sus ideas izquierdistas, aunque él mismo hubiera escrito que era católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico.
No obstante, transcurridos más de 80 años, Miguel Caballero y Pilar Góngora, quienes investigaron a fondo el asesinato y a la familia Lorca, aseguraron que su muerte no obedecía a una razón, sino a muchas, y no todas de corte político o pasional, sino de tipo familiar y económico. “El padre de Federico García Lorca tenía varios negocios, negocios complicados que subían y bajaban, por eso nos pusimos en contacto con la familia, que nos dio un poder notarial para acceder a los documentos que figuran como reservados. Ahí ya fuimos conformando una biografía del padre y tuvimos la tentación de averiguar la historia de la familia desde que en 1770 aproximadamente se traslada de Armilla a Fuente Vaqueros. Nos dimos cuenta con el estudio de la biografía del padre que ahí se encuentra una parte importante de las causas de la muerte de Federico García Lorca. Seguimos esa línea y ahora es una de las partes que más morbo crean. En el asesinato de Lorca hubo causas de índole económica, política y de rencillas familiares puras y duras”. Causas que la historia ha querido ocultar, que la misma familia ha mantenido en secreto.
Dicen que esas causas son las que han impedido que se exhume su cadáver, pero dicen, también, que ninguna razón sepultará la inmortalidad de un hombre que a las cinco de la tarde fue fusilado, fundamentalmente, por ser distinto y pensar diferente. Por defender la libertad, la marginalidad y la vida. Como dijo Ian Gibson, uno de sus biógrafos, “Lorca estaba con la mujer, los gitanos, los negros, los perseguidos. Se sentía también como ellos, perseguido por su condición. No pudo vivir su vida. Podía exteriorizar todo eso en su obra, en su faceta musical y artística, pero él era un problema para su familia, y por extensión, para su época y su país”. Lo mataron como a un perro y acabó como un NN, al lado de miles de NN que ‘osaron’ oponerse a Francisco Franco. Lo mataron una tarde de agosto a las cinco de la tarde.