"Los silencios": Compartiendo la cama con los muertos

La película hace parte de la proyecciones del Indiebo 2019. Un filme sobre el proceso de duelo que lleva una familia recién llegada a una Isla en la que los muertos se rehúsan a partir.

Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad
10 de julio de 2019 - 08:35 p. m.
La película fue grabada en la frontera entre Colombia, Perú y Brasil. / Cortesía FICCI
La película fue grabada en la frontera entre Colombia, Perú y Brasil. / Cortesía FICCI
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¿Cuál es el sonido de la muerte?  ¿A qué huele? ¿Cómo se ve? ¿Duele? Algunos dicen que se saben las respuestas. Que ya cruzaron la frontera entre la tierra y lo incierto. Lo que cuentan coincide con la idea del cielo o el infierno y una rendición de cuentas en la se pagarán las consecuencias de los pecados terrenales: el momento de la justicia divina. Los silencios es una película que se aleja de estas versiones para explorar por los desenlaces de los que partieron y dejaron el alma anclada al dolor de los que padecen sus ausencias. 

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Además de las preguntas sobre la muerte, esta película también reflexiona sobre las valentías que resultan mortales. Sobre los riesgos que se corren cuando desde la absoluta fragilidad, se decide enfrentar al poder armado y tirano. “Los silencios” narra la vida de una madre viuda que ahora, sin dinero ni respaldo, deberá comenzar desde la nada. Lo que quedó de su familia y de su trabajo fueron los restos de su esposo y su hija que murieron en una batalla por la dignidad de los indefensos e ignorados. El padre de sus hijos no pudo quedarse callado ante los abusos de algún grupo poderoso de este país, así que decidieron cortarle la voz arrancándole la vida, y no solo la suya, sino también la de su hija, una niña que aún después de muerta, acompaña a su madre a enfrentarse a la escases, el rechazo, la zozobra, el desespero y la lucha por preservar la esperanza.

La historia de Amparo (Marleyda Soto) y sus hijos, que llegan como refugiados a la frontera entre Colombia, Perú y Brasil, es la de miles de colombianos que han tenido que lamerse las heridas para no caer rendidos de dolor mientras la burocracia, tan corrupta e ineficiente, les da alguna razón de sus muertos. Esa madre, llena de carpetas, papeles y fotocopias; acude a las citas, llena los formularios y confía en que, si corre con suerte, los abogados que llevan su caso le darán por fin la indemnización que merece y con la que planea sostenerse mientras supera los días en los el borde de la cama aún la recibe bañada en lágrimas.

La película se grabó en la Isla de la Fantasía, en el Amazonas, y, según si directora Beatríz Seigner, el filme fue inspirado en una historia que alguna vez le contó una profesora que le dio luces para comenzar a trabajar en la forma en que las personas viven el duelo, en las fantasías que se crean y las razones por las que se configura su espiritualidad.  "Hay veces que quieres hablar con una persona que está muerta y no sabes cómo hacerlo, y hablas contigo mismo porque querrías decirle algo. Ese silencio es en cierta manera una ruptura en la comunicación entre vivos y muertos", dice Seigner, que grabó una película en la tierra de nadie. Una isla que no pertenece a ninguna de las tres naciones que la rodean y tampoco puede ser reclamada por los vivos: ahí también viven los muertos.

Seigner estrenó el filme en la Quincena de Realizadores, sección paralela e independiente del Festival de Cannes. Se entrevistó con más de 80 familias refugiadas en Brasil y la escritura del guion coincidió con la iniciación del proceso de paz entre el gobierno colombiano y la extinta guerrilla de las Farc.

El elenco de la película se compone por actores profesionales y naturales. Muchas de las versiones de la guerra que se narran en Los silencios fueron expuestas y actuadas por gente que había vivido directamente el conflicto: exguerrilleros, exparamilitares y personas que perdieron algún familiar a causa de los enfrentamientos.

Amparo preparaba la comida y le pedía ayuda a su hijo para poner la mesa. Le pasaba cuatro platos y él se quedaba mirándola. No la entendía. Temía que se estuviera enloqueciendo. ¿Cómo decirle que ya no son cuatro? Amparo no dejó de servir los platos de su esposo y su hija hasta que le confirmaron que estaban muertos. 

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Esta es la historia de una familia errante e inquieta. De dos muertos que nunca se fueron, que acompañan a sus familiares en el llanto, que envían mensajes para que se tranquilicen, para que comiencen de nuevo, para que no extrañen con dolor. También la de dos vivos que luchan por salir del circulo vicioso de la impotencia y la rabia. Termina siendo la historia de todos los refugiados que por la guerra terminaron desterrados. De los que siguen llenando formularios para recibir los restos que deja la guerra.

 

 

 

Por Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad

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