¡Oh arte inmarcesible!: El arte germinó durante la dictadura de Rojas Pinilla

Sin proponérselo, la dictadura de Rojas Pinilla hizo que el arte en Colombia renaciera. Los lienzos y las letras se convirtieron en poderosas trincheras para responder a la abusiva bota militar.

Joseph Casañas - Twitter: @joseph_casanas
20 de julio de 2019 - 10:19 p. m.
El 14 de junio de 1953, Roberto Urdaneta, Laureano Gómez y Gustavo Rojas Pinilla fueron presidentes de Colombia. / Ilustración: Daniela Vargas
El 14 de junio de 1953, Roberto Urdaneta, Laureano Gómez y Gustavo Rojas Pinilla fueron presidentes de Colombia. / Ilustración: Daniela Vargas
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Autor: Joseph Casañas 

“Cesó la horrible noche”. Si hay un día de la historia de Colombia que merece este pedazo del himno nacional es el domingo 14 de junio de 1953. A las 8:00 de la mañana el presidente era Roberto Urdaneta Arbeláez. A las 4:00 de la tarde, el jefe de Estado era Laureano Gómez. El día se acabó con el general, Gustavo Rojas Pinilla sentado en la silla presidencial. Fue el día que Colombia tuvo tres presidentes en 24 horas.

 

Ese domingo, Laureano Gómez regresó para reanudar su mandato. Dos años antes, un síncope cardíaco, dice la versión oficial de la historia, lo había obligado a retirarse del cargo. Roberto Urdaneta Arbeláez, quien era el ministro de Gobierno, fue designado para ejercer las funciones presidenciales. Sus dos años de mandato fueron tensos. Liberales y conservadores se mataban a sangre fría en campos y ciudades mientras el Ejército perdía cada vez más terreno con las guerrillas. Lo siguiente era la anarquía.

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Laureano Gómez regresó para poner la casa en orden y, para hacerlo, consideraba que tenía que destituir al comandante del Ejército, el teniente general Gustavo Rojas Pinilla. Cuando el uniformado se enteró de los planes de Gómez, le pidió a Urdaneta que no soltara el cargo. Urdaneta Arbeláez, quien integraba el ala menos radical del conservatismo, se negó. Consideraba que no existía formalmente vacancia presidencial, pues ya había reasumido el gobierno el presidente titular.

Ante el panorama de incertidumbre, militares y políticos fieles a Rojas Pinilla lo respaldaron e incentivaron para que no solo se quedara como el jefe del Ejército, sino que se tomara el poder presidencial. Así se fraguó el golpe de Estado. Así se inició la única dictadura militar que ha padecido el país del Sagrado Corazón.

Piensa mal y acertarás, dice un viejo adagio. Entonces, lo más lógico sería pensar que el único dictador que ha tenido Colombia estuvo infectado por las ideas registradas por Adolf Hitler en Mi lucha, el evangelio del nazismo escrito por el führer en 1923. Nada de eso.

César Augusto Ayala Diago, profesor del departamento de historia de la Universidad Nacional y quizás uno de los colombianos que más ha esculcado la vida de Rojas Pinilla, cree que el general “ni siquiera conocía esas lecturas”; sin embargo, dice, en su gabinete incluyó a personas que sí eran seguidoras de las ideas nazis como “Jorge Luis Arango, el jefe de la propaganda del régimen, quien tenía inclinaciones fascistas y en los años 30 militó en movimientos nazis. En cambio, Rojas nunca hizo parte de ellos. Pudo haber sido nazista o fascista si le hubiera interesado esa literatura. La impresión que me da es que era un ingeniero muy acucioso y pragmático”.

En Rojas Pinilla se reconoce, eso sí, una admiración por la forma en la que el régimen nazi empleó los medios de comunicación para visibilizar sus ideas políticas. Es posible que haya leído los manuales de Joseph Goebbels, jefe de la propaganda nazi.

“Si algo se le reconoce a Rojas es un talento en la comunicación como profesión. Nunca un presidente, antes de Rojas, había tenido la voluntad para que su retrato apareciera en cuanta edificación se inaugurara. Su cara se expuso en escuelas, gobernaciones, alcaldías, plazas públicas... Fue un fenómeno de la comunicación”.

Paradójicamente, la violencia perpetrada por el régimen hizo que el arte durante de este período de la historia se transformara y renaciera. “El arte no es una expresión de la casualidad. Sin trauma no hay oficio, detrás de toda iniciativa artística seria hay una historia marcada por la incertidumbre y el afán de enfrentar algún tipo de tiranía”, explicó Felipe Cardona en la Revista Nova et Vetera, de la Universidad del Rosario.

Este tenso y violento período de la historia despertó un germen creativo sin precedentes. “La semilla creativa para un artista con un pincel nacido para la agitación y la controversia: el antioqueño Fernando Botero, un joven formado en una comunidad eclesiástica en su natal Medellín, que experimentó de primera mano las contrariedades del catolicismo. Un lienzo suculento, titulado Los obispos muertos, presentado en el Salón Nacional de Artistas de 1957, fue la apuesta triunfal de Botero”, agrega Cardona.

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Hay más. También apareció Débora Arango, quien con sus trazos se enfrentó al régimen. “El periodismo también se alimentó, porque de la crítica y de la capacidad para enfrentarse a la dictadura surgen los escritos más poderosos. Apareció Gabriel García Márquez, quien terminó exiliado por el general a causa del artículo que escribió sobre el naufragio del ARC Caldas, en El relato de un náufrago (…) la persecución fue la llama que hizo arder la creación. Se fortaleció la poesía, surgió León de Greiff y los artistas convirtieron su rabia interna en arte”, añade David F. Barrera, profesor de literatura e historia.

“La violencia que pintaron nuestros artistas no es el resultado de las arbitrariedades partidistas, ni la cara más austera de los caprichos de un dictador. Es una violencia en mayúscula, la de todos los tiempos, la que corre a través de los siglos condensada en nuestro propio rostro”, finaliza Cardona.

Por Joseph Casañas - Twitter: @joseph_casanas

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