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Leía a la luz de una vela que no se apagaba, que perduraba a lo largo de la noche hasta que el sol entraba por las rendijas de su habitación, posándose sobre el color café del suelo y coloreándolo de un amarillo que se asemejaba al de las hojas que había leído la noche entera. Cargar con esas poéticas publicadas en magazines, periódicos o álbumes, era cargar con la memoria viva de su pueblo, era hacerse consciente de los procesos recién vividos en las Américas, era sentarse a pensar en el porvenir de las nuevas repúblicas y en la poesía que en estas se gestaba y que en forma de espejo contribuía a la construcción de los ideales de nación que vagamente se iban sumergiendo entre las gentes.
Leía a la luz de una vela que le hacía sentir su hogar, tan lejano para él entonces. Leía y mientras leía imaginaba aquellas luchas que otros alzaron por la reivindicación de tantos siglos de tortura e ignominia. Fueron luchas de sangre y de ideas, de armas y rimas, de poder y manipulación. Luchas que aún en su época se cuestionaban, se tergiversaban o se apoyaban. Jerónimo de la Ossa se encontraba en Chile estudiando ingeniería y matemáticas; su interés por la poesía venía de unos años atrás, cuando en su adolescencia absorbía todo lo que le llegaba del romanticismo francés. Había comenzado a escribir poemas anhelando la magnificencia de aquello que leía, pero solo distante, ante la precariedad y la necesidad de expresión, empezó a publicar lo que escribía colaborando con uno y otro magazín en el que valoraban su desenvolvimiento literario.
De la Ossa vivió entre 1847 y 1907. Un año antes de su nacimiento, el general Tomás Cipriano de Mosquera, que participó en las batallas por la independencia y después estuvo en los bandos conservadores y también en los liberales, fue uno de los que más impulsaron el Tratado Mallarino-Bidlack, firmado entre la República de la Nueva Granada y los Estados Unidos, cuyo nombre oficial era “Tratado de Paz, Amistad, Navegación y Comercio” y en esencia promovía un convenio comercial entre ambos países.
Cipriano de Mosquera fue crucial para el expansionismo que Estados Unidos adelantaba hacia el sur del continente. Le abrió la puerta a lo que años más tarde, en la agonía que el país sufría con la Guerra de los Mil Días, sería contado en textos escolares como la supuesta liberación que Estados Unidos le permitió a Panamá.
Cuando De la Ossa terminó sus estudios se dedicó un tiempo a la docencia, dando clases de matemáticas. La correspondencia que sostenía en ese entonces le permitía saber cuál era la suerte que estaba corriendo en su país. Las guerras civiles, los debates ideológicos y la censura eran los temas que lo aturdían cada vez que abría un sobre. Para ese entonces ya había leído La victoria de Junín un millar de veces. Ya había leído también la Alocución a la poesía, de Andrés Bello, que concentraba aquel neoclasicismo que acompañó los procesos independentistas; el poema de Bello le clamaba a la poesía que era tiempo de dejar la culta Europa para dirigir su vuelo sobre nuestras regiones de verdes ramas y florecidas vegas.
Esa América escrita por Bello daba razón de que en la poesía se buscaba renombrar estas tierras, así como la gente trataba de conformar nuevas dinámicas sociales. Pero la independencia había dejado nudos no muy bien apretados que De la Ossa descifraba en su proceso creativo, nudos que como una bola de nieve desencadenaron en rupturas que aún hoy las literaturas latinoamericanas exploran.
En 1879 De la Ossa regresó a Panamá a trabajar para el consulado chileno. Dejó las aulas y los números para entregarse de lleno a la diplomacia y la escritura; en últimas, la ciencia y el arte suelen pretender lo mismo. En diciembre de ese año hizo parte de una Comisión de Honor para recibir a Fernando de Lesseps, quien estaría a cargo de la construcción del Canal de Panamá hasta 1889. De la Ossa presidió la ceremonia recibiéndolo con un poema dedicado al Canal.
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En los años siguientes se vincularía al liberalismo, lideraría expediciones alrededor de la construcción del Canal y levantaría su voz en plazas públicas en contra de la intervención creciente que Estados Unidos tenía en los asuntos internos.
En 1895 fue nombrado presidente del Consejo Municipal de Panamá, donde pasaría los últimos años de su vida.
A comienzos del siglo XX, uno de sus poemas lo haría inmune al paso del tiempo y al olvido. Alguna vez un amigo suyo, Santos Jorge, le había pedido una letra que acompañara el himno de la Banda Republicana que este había compuesto; De la Ossa le escribió la letra y se la entregó, dejándosela a su suerte. Pues bien, en 1903, tras la separación de Colombia, William Insco Buchanan fue enviado a Panamá como ministro plenipotenciario de Estados Unidos a una reunión de rendición de cuentas y acuerdos que se establecerían entre ambos países. No había un himno que inaugurara el encuentro por lo que, como un juego irónico propio de la historia americana, el poema que De la Ossa le había entregado a Santos Jorge fue entonado en ese momento. Las voces comenzaron a cantar “Alcanzamos por fin la victoria…” y en la Ley 39 escrita en 1906 se estableció como Himno Nacional provisional de la República de Panamá.