![Rubem Fonseca, quien en "Pasado negro" escribió que “El escritor debe ser esencialmente un subversivo, y su lenguaje no puede ser ni el lenguaje mistificatorio del político (y del educador), ni el represivo del gobernante". / Cortesía](https://www.elespectador.com/resizer/v2/42CG3CH4XVE7JJ2F7GY2UCIKTE.jpg?auth=b9075f3ceb5fbc9a336d818ac6cfa02e7f6691f20e7cf60c2f75c2231cbc8892&width=920&height=613&smart=true&quality=60)
El que fuera comisario del Distrito Policial en Río de Janeiro es mucho que esto. Un autor ágil y poliédrico, gallardo y atrevido. En lo mejor de su obra no hay lugar a digresiones, ni circunloquios. Fonseca es descarnado y preciso.
La colección de sus primeros libros de cuentos nos recuerda que en Fonseca no sólo hay retratos marginales, frenéticos, sanguinarios, que se zambullen en las sombras de las urbes. Sí: es cierto que muchos de los personajes de sus cuentos más descollantes transitan estos escenarios. Pero no: no son solo eso, y por eso sería una falla dejar que esos calificativos arropen su obra, pues hay otros donde el brasileño hace gala de su narrativa con temáticas totalmente dispares a las ya mencionadas, entre ellos cabría mencionar “Naturaleza podrida o Franz Potocki”, “El agente”, “El enemigo”, por referirse tan solo a su primer libro: Los prisioneros (1963).
Si se tratara de apuntalar lo dicho, mencionaría algunos de los cuentos de “El collar del perro” (1965): “Siguiendo a Godfrey” y “Víspera”, por ejemplo, están por fuera del casco urbano que suelen aparecer en su narrativa. Y otros más experimentalistas y arriesgados como “Ámbar gris”, “Cadena”, “Los inocentes”, “Los músicos”, microrrelatos que -vale la pena decirlo- no se miden ni en tamaño ni en calidad a la magnitud de su literatura, pero que demuestran otra inclinación narrativa.
En esas primeras dos apariciones, hay pinceladas de lo que se encuentra en sus títulos más célebres –“Feliz año nuevo” y “El cobrador”-; no es difícil identificar que con el tiempo el autor de “El gran arte” agudizó su mirada, su narrativa y su prosística; en estas incursiones hay cuentos que anticipaban lo que se vendría. (Revisen relatos como “Doscientos veinticinco gramos”, “Henri”, “La fuerza humana”, “La grabadora”, “Informe de Carlos”, “El grande y el pequeño”, entre otros).
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De hecho, en estos se dan a conocer dos de sus personajes más célebres: por un lado, Mandrake, quien en “El caso de F.A.” aparece con su sagacidad y galantería, resolviendo un caso; y, de otra parte, un personaje (Vilela) de un magnífico cuento (El collar del perro), quien es un policía correcto, intrépido y perspicaz, al mejor estilo de Mattos, uno de los protagonistas de su brillante novela: “Agosto”.
Ahora, si el quid estuviera en destacar algunas de las múltiples cualidades de su narrativa breve, diría que hay que analizar la perspectiva desde la cual se presenta la narración: son muchas las historias en las que el foco está en el delincuente, el futbolista, el pugilista, el amante, el nigromante, el misógino, el diletante, el procaz, el escatológico, el paranoico, el vagabundo, etc.
Historias narradas por ellos mismos, en muchos casos; o en otras donde el narrador centra su mirada en ellos. El lector, en consecuencia, termina haciendo parte de realidades ajenas, y desmontando sus propias reglas morales, éticas y deontológicas: en “Feliz año nuevo”, por mencionar alguno, el lector asiste al atraco de un grupo de delincuentes que observan por televisión la felicidad de los demás, y que aprovecha la ocasión para lograr la suya.
Pero como decía más atrás, reducir a Rubem Fonseca en una característica sería incorrecto, pues si bien en algunos de sus cuentos el tema habitual es la turbulencia de las calles, lo interesante es la forma como presenta las narraciones, a saber: con versatilidad, cambiando constantemente –y en un mismo libro- los puntos de vista. Es así, entonces, como puede surgir un maleante, “Feliz año nuevo”; un futbolista, “Abril, en Rio, en 1970”; un periodista frustrado en su prepotencia, “Corazones solitarios”; un individuo sin suerte, “Tomando el control”; un vengador implacable, “El cobrador”; un letal enamorado, “Encuentro en el Amazonas”; un viejo conmovido y corrompido, “Pierrot en la caverna”. La galería es exuberante y variopinta. Fonseca, en suma, es un maestro del género.
En alguna parte de su novela “El caso Morel”, uno de los escritores le dice al otro: -“Escribir sirve siempre. Paso las noches soñando con mi carrera literaria”. A despecho mío, hay un Fonseca de una narrativa débil y anodina que no se acerca al que he venido describiendo. Así como en su narrativa breve, hay novelas –“Diario de un libertino”, verbigracia- que no parecen corresponder con el autor transgresor y prolijo. (Las mieles de la caja registradora, supone uno que supondría algún personaje suyo).
Los grandes autores también tienen obras menores, que en algunos casos lo son por derivar de su pluma. (Es su culpa, ya que uno como lector espera mucho de ellos). Es una situación que le pasa a muchos: el problema es que se corre el riesgo de que un lector desprevenido elija leer lo menos bueno; con lo cual, la primera impresión no será la más acertada.
En todo caso, no es tan importante. Fonseca es un grande, capaz de ver por el otro, de hacernos sentir, de hacernos vivir. Hoy que ha partido recuerdo las palabras de “Pasado negro: (Bufo & Spallanzani)”: “El escritor debe ser esencialmente un subversivo, y su lenguaje no puede ser ni el lenguaje mistificatorio del político (y del educador), ni el represivo del gobernante. Nuestro lenguaje deber ser del no-conformismo, el de la no-falsedad, el de la no-opresión. No queremos poner orden en el caos, como suponen algunos teóricos. Ni siquiera hacer el caos comprensible. Dudamos de todo siempre, incluso de la lógica. El escritor tiene que ser escéptico. Tiene que estar contra la moral y las buenas costumbres”.
En mi opinión eso define lo mejor de uno de los grandes de Latinoamérica.