La periodista que destapó el escándalo sexual de Harvey Weinstein
Rebecca Corbett estará esta semana en el Festival Gabriel García Márquez hablando sobre los retos periodísticos del #MeToo, el movimiento social que tomó gran impulso después de que el equipo periodístico que lidera documentara las denuncias de acoso sexual contra el productor de Hollywood.
Redacción Gente
Rebecca Corbett, la premiada editora de investigaciones del New York Times, es una de las invitadas especiales al Festival Gabriel García Márquez de Periodismo, del 2 al 5 de octubre en Medellín, para el panel “Los retos periodísticos del #MeToo”. Recientemente se ganó, junto a un grupo de periodistas, el Pulitzer al Servicio Público por desenmascarar al afamado productor y director de cine Harvey Weinsten, quien durante décadas acosó a decenas de actrices y mujeres que trabajan en sus empresas. Las historias que se publicaron en el diario norteamericano sirvieron para impulsar el movimiento digital y ciudadano #MeToo, que permitió que millones de mujeres sintieran la seguridad de contar cómo fueron víctimas en algún episodio de acoso sexual.
(Vea: Harvey Weinstein, de productor a protagonista)
Su equipo ganó el Pulitzer en el servicio público con la investigación después de exponer las décadas de acoso sexual perpetradas por Harvey Weinstein. ¿Cómo fue este trabajo?
Cuando comenzamos con la historia de Weinstein, ya había varios medios que trataron de perseguirlo, pero nunca pudieron entrelazar las historias. Empezamos a preguntar sobre esos rumores, a buscar a las mujeres víctimas y a establecer si existía un patrón entre los casos. Llamamos a gente de Hollywood, actores, actrices y artistas al principio. Luego entendimos que el comportamiento de Weinstein era característico de los propios empleados de su compañía. Buscamos personas que trabajaran en su productora. También documentos, emails y cualquier cosa que ayudara a saber si hubo pagos para encubrir abusos y acosos hacia las mujeres.
¿A cuántas mujeres contactaron?
Hablamos con muchas más mujeres de las que aparecen en la primera historia. No recuerdo el número exacto. Pero por razones de privacidad, contratos y demás, no pudieron contarnos sus historias.
¿Cuál fue la prueba o la evidencia que fue suficiente para publicar la historia?
En la historia que publicamos hace un año sólo dimos a conocer ocho historias de las 12 que teníamos. Sabíamos que en al menos cinco o seis de esos casos, la víctima había llegado a acuerdos. Nos encontramos con ese papeleo. Luego nos llegó más información sobre de acuerdos de ese tipo, y si bien no teníamos todo el material, las fuentes fueron lo suficientemente confiables para creer que sí existieron. Conseguimos testimonios de empleados que se daban cuenta del cambio de comportamientos en estas mujeres y también teníamos declaraciones de actrices muy famosas de Hollywood.
(Lea: Harvey Weinstein, el final de un imperio del cine)
¿Cuándo y cómo eligieron el momento para enfrentar a Harvey Weinstein?
Harvey Weinstein sabía anticipadamente que estábamos preparando reportaje sobre él. Se acercó a través de sus abogados e intermediarios. Nos mandaba a decir que quería hablar con nosotros y le dijimos que por supuesto, que tendría la oportunidad de responder cuando tuviéramos algo que quisiéramos discutir con él. Al principio no lo hicimos porque no habíamos terminado la reportería y aún se discutían temas editoriales. Eventualmente, cuando estábamos cerca a publicar lo prevenimos. La historia se publicó dos días y medio después de eso.
¿Por qué el equipo de investigación estuvo conformado solo por mujeres reporteras?
No fue una decisión que se basó en temas género, sino por quiénes eran los mejores para este trabajo. Jodi Kantor fue quien propuso la idea y empezamos a buscar quiénes estaban disponibles. Vimos que Megan Twohey era una excelente investigadora y que con ella crearíamos un gran equipo.
En los casos de acoso sexual se tiende a atacar las víctimas, a no creerles, mientras que a los victimarios no se les cuestiona. ¿Cómo lograron verificar las historias de las víctimas y fortalecer la investigación para generar credibilidad y confianza?
Empezamos a buscar un patrón en lo que las mujeres nos decían. Esa es la razón por la que nos centramos en buscar también documentos. Primero encontramos memos empresariales que describían un patrón de comportamiento en sus empresas. Encontramos correos electrónicos y hablamos con empleados de sus compañías. Cuando decidimos no utilizar alguna de las historias, fue porque no pudimos corroborarla. Estábamos acusando a una persona con la que podíamos acabar con su reputación y teníamos que estar seguras.
¿Qué sintió cuando su investigación se convirtió en un fenómeno digital y movimiento mundial contra el abuso sexual?
Quiero hacer una precisión entre nuestro trabajo y el movimiento #MeToo. No lo creamos, pues era un movimiento que existía desde antes. No hay duda de que destapar a Harvey Weinstein ayudó a que desde ese momento las mujeres empezaran a hablar en voz alta. Creo que eso provocó un verdadero impacto cultural que ayudó a generar consciencia sobre el acoso sexual, a que estas conductas no pueden ser toleradas y a que las mujeres puedan sentirse seguras hablando en voz alta sobre sus casos.
¿Cuáles pueden ser las similitudes entre los casos de Harvey Weinstein y Brett kavanaugh teniendo en cuenta que son hombres poderosos?
No. Lo que creo es que Harvey Weinstein logró crear un espacio en el que él tenía el poder para acosar. En su rol de director tenía poder sobre las carreras de actrices, a las que podía acceder en reuniones para definir los papeles en los que iban a actuar. También lo tenía sobre mujeres que trabajan en sus empresas. Mientras que la acusación contra Kavanaugh es sobre un caso que no implicaba un comportamiento en un lugar de trabajo en el que él tuviera poder sobre una mujer. Era una conducta personal cuando era un adolescente. Por eso creo que el problema se debe centrar en la conducta, pues pueden existir diferentes categorías comparadas con el caso de Weinstein.
¿Considera este tipo de conductas son una prueba de que la gravedad del acoso sexual no se ha entendido y es visto como algo normal en las sociedades?
Este es un viejo problema que es persistente y perverso, porque es un tema sistémico. Y esa es la razón por las cuales las soluciones a este problema no han funcionado. En parte es por el lenguaje que utilizan las leyes y la falta de voluntad. Movimientos como el #MeToo han hecho pensar a muchos hombres que pueden haber tenido una conducta acosadora y han despertado a mujeres que lo han sufrido. Por ejemplo, en Nueva York existen muchas denuncias de mujeres ante la Policía, pero existen demasiados obstáculos para poder avanzar en una investigación por acoso sexual.
El presidente Trump ha hecho un ataque constante contra los principales medios de comunicación del país que tienen una línea editorial crítica a su gobierno al punto de acusarlos de ser portales de ‘fake news’. ¿Cómo la prensa se puede sobreponer a esas circunstancias para hacer buen periodismo?
Usualmente Donald Trump utiliza ese término para historias que no le gustan, no para noticias que él haya demostrado que están equivocadas. En el New York Times hacemos un ‘fact check’ (verificación de hechos) cuando él o el gobierno aseguran cosas. Así verificamos si lo que dicen es correcto o equivocado. También procuramos cubrir las noticias lo más preciso posible, porque en varias ocasiones él quiere que nos retractemos. Claramente es algo que el presidente Trump usa como un arma. Es un ambiente muy polarizado. Nuestro editor estaba en una reunión con Trump, quien le dijo que la prensa era el ‘enemigo de la gente’. Nuestro editor le argumentó que es una frase peligrosa teniendo en cuenta el ambiente político tan volátil, porque puede conllevar a amenazas y violencia contra de periodistas.
¿Por qué la gente confía en el New York Times?
Hemos demostrado durante décadas que somos creíbles, que hacemos periodismo profundo y que no sesgamos las cosas que dice la gente, sin importar dónde están y quiénes son. Tratamos de tener mucho cuidado con lo que hacemos. Por ejemplo, no hubo nada en la historia de Harvey Weinstein que necesitara de una corrección. Amenazó con demandarnos y hasta ahora no lo ha hecho. Mientras tanto, él perdió su trabajo, su compañía y se enfrenta a cargos criminales.
¿Esta credibilidad le ha permitido al New York Times depender solo de las suscripciones para financiarse y no de la publicidad?
Todavía tenemos mucha publicidad porque es una fuente importante de ingresos. Pero decidimos hace unos años cobrar por contenido, para que nuestro modelo de negocios dependiera de las suscripciones. Hemos mejorado esto mucho en los últimos dos años, las suscripciones han crecido increíblemente y es una fuente de ingresos importantes. Pero el desafío real es con la publicidad impresa. Todavía la tenemos, pero va cuesta abajo y la publicidad digital no es tan rentable. Igual hemos creado otro tipo de productor por los que le cobramos a nuestros lectores.
Rebecca Corbett, la premiada editora de investigaciones del New York Times, es una de las invitadas especiales al Festival Gabriel García Márquez de Periodismo, del 2 al 5 de octubre en Medellín, para el panel “Los retos periodísticos del #MeToo”. Recientemente se ganó, junto a un grupo de periodistas, el Pulitzer al Servicio Público por desenmascarar al afamado productor y director de cine Harvey Weinsten, quien durante décadas acosó a decenas de actrices y mujeres que trabajan en sus empresas. Las historias que se publicaron en el diario norteamericano sirvieron para impulsar el movimiento digital y ciudadano #MeToo, que permitió que millones de mujeres sintieran la seguridad de contar cómo fueron víctimas en algún episodio de acoso sexual.
(Vea: Harvey Weinstein, de productor a protagonista)
Su equipo ganó el Pulitzer en el servicio público con la investigación después de exponer las décadas de acoso sexual perpetradas por Harvey Weinstein. ¿Cómo fue este trabajo?
Cuando comenzamos con la historia de Weinstein, ya había varios medios que trataron de perseguirlo, pero nunca pudieron entrelazar las historias. Empezamos a preguntar sobre esos rumores, a buscar a las mujeres víctimas y a establecer si existía un patrón entre los casos. Llamamos a gente de Hollywood, actores, actrices y artistas al principio. Luego entendimos que el comportamiento de Weinstein era característico de los propios empleados de su compañía. Buscamos personas que trabajaran en su productora. También documentos, emails y cualquier cosa que ayudara a saber si hubo pagos para encubrir abusos y acosos hacia las mujeres.
¿A cuántas mujeres contactaron?
Hablamos con muchas más mujeres de las que aparecen en la primera historia. No recuerdo el número exacto. Pero por razones de privacidad, contratos y demás, no pudieron contarnos sus historias.
¿Cuál fue la prueba o la evidencia que fue suficiente para publicar la historia?
En la historia que publicamos hace un año sólo dimos a conocer ocho historias de las 12 que teníamos. Sabíamos que en al menos cinco o seis de esos casos, la víctima había llegado a acuerdos. Nos encontramos con ese papeleo. Luego nos llegó más información sobre de acuerdos de ese tipo, y si bien no teníamos todo el material, las fuentes fueron lo suficientemente confiables para creer que sí existieron. Conseguimos testimonios de empleados que se daban cuenta del cambio de comportamientos en estas mujeres y también teníamos declaraciones de actrices muy famosas de Hollywood.
(Lea: Harvey Weinstein, el final de un imperio del cine)
¿Cuándo y cómo eligieron el momento para enfrentar a Harvey Weinstein?
Harvey Weinstein sabía anticipadamente que estábamos preparando reportaje sobre él. Se acercó a través de sus abogados e intermediarios. Nos mandaba a decir que quería hablar con nosotros y le dijimos que por supuesto, que tendría la oportunidad de responder cuando tuviéramos algo que quisiéramos discutir con él. Al principio no lo hicimos porque no habíamos terminado la reportería y aún se discutían temas editoriales. Eventualmente, cuando estábamos cerca a publicar lo prevenimos. La historia se publicó dos días y medio después de eso.
¿Por qué el equipo de investigación estuvo conformado solo por mujeres reporteras?
No fue una decisión que se basó en temas género, sino por quiénes eran los mejores para este trabajo. Jodi Kantor fue quien propuso la idea y empezamos a buscar quiénes estaban disponibles. Vimos que Megan Twohey era una excelente investigadora y que con ella crearíamos un gran equipo.
En los casos de acoso sexual se tiende a atacar las víctimas, a no creerles, mientras que a los victimarios no se les cuestiona. ¿Cómo lograron verificar las historias de las víctimas y fortalecer la investigación para generar credibilidad y confianza?
Empezamos a buscar un patrón en lo que las mujeres nos decían. Esa es la razón por la que nos centramos en buscar también documentos. Primero encontramos memos empresariales que describían un patrón de comportamiento en sus empresas. Encontramos correos electrónicos y hablamos con empleados de sus compañías. Cuando decidimos no utilizar alguna de las historias, fue porque no pudimos corroborarla. Estábamos acusando a una persona con la que podíamos acabar con su reputación y teníamos que estar seguras.
¿Qué sintió cuando su investigación se convirtió en un fenómeno digital y movimiento mundial contra el abuso sexual?
Quiero hacer una precisión entre nuestro trabajo y el movimiento #MeToo. No lo creamos, pues era un movimiento que existía desde antes. No hay duda de que destapar a Harvey Weinstein ayudó a que desde ese momento las mujeres empezaran a hablar en voz alta. Creo que eso provocó un verdadero impacto cultural que ayudó a generar consciencia sobre el acoso sexual, a que estas conductas no pueden ser toleradas y a que las mujeres puedan sentirse seguras hablando en voz alta sobre sus casos.
¿Cuáles pueden ser las similitudes entre los casos de Harvey Weinstein y Brett kavanaugh teniendo en cuenta que son hombres poderosos?
No. Lo que creo es que Harvey Weinstein logró crear un espacio en el que él tenía el poder para acosar. En su rol de director tenía poder sobre las carreras de actrices, a las que podía acceder en reuniones para definir los papeles en los que iban a actuar. También lo tenía sobre mujeres que trabajan en sus empresas. Mientras que la acusación contra Kavanaugh es sobre un caso que no implicaba un comportamiento en un lugar de trabajo en el que él tuviera poder sobre una mujer. Era una conducta personal cuando era un adolescente. Por eso creo que el problema se debe centrar en la conducta, pues pueden existir diferentes categorías comparadas con el caso de Weinstein.
¿Considera este tipo de conductas son una prueba de que la gravedad del acoso sexual no se ha entendido y es visto como algo normal en las sociedades?
Este es un viejo problema que es persistente y perverso, porque es un tema sistémico. Y esa es la razón por las cuales las soluciones a este problema no han funcionado. En parte es por el lenguaje que utilizan las leyes y la falta de voluntad. Movimientos como el #MeToo han hecho pensar a muchos hombres que pueden haber tenido una conducta acosadora y han despertado a mujeres que lo han sufrido. Por ejemplo, en Nueva York existen muchas denuncias de mujeres ante la Policía, pero existen demasiados obstáculos para poder avanzar en una investigación por acoso sexual.
El presidente Trump ha hecho un ataque constante contra los principales medios de comunicación del país que tienen una línea editorial crítica a su gobierno al punto de acusarlos de ser portales de ‘fake news’. ¿Cómo la prensa se puede sobreponer a esas circunstancias para hacer buen periodismo?
Usualmente Donald Trump utiliza ese término para historias que no le gustan, no para noticias que él haya demostrado que están equivocadas. En el New York Times hacemos un ‘fact check’ (verificación de hechos) cuando él o el gobierno aseguran cosas. Así verificamos si lo que dicen es correcto o equivocado. También procuramos cubrir las noticias lo más preciso posible, porque en varias ocasiones él quiere que nos retractemos. Claramente es algo que el presidente Trump usa como un arma. Es un ambiente muy polarizado. Nuestro editor estaba en una reunión con Trump, quien le dijo que la prensa era el ‘enemigo de la gente’. Nuestro editor le argumentó que es una frase peligrosa teniendo en cuenta el ambiente político tan volátil, porque puede conllevar a amenazas y violencia contra de periodistas.
¿Por qué la gente confía en el New York Times?
Hemos demostrado durante décadas que somos creíbles, que hacemos periodismo profundo y que no sesgamos las cosas que dice la gente, sin importar dónde están y quiénes son. Tratamos de tener mucho cuidado con lo que hacemos. Por ejemplo, no hubo nada en la historia de Harvey Weinstein que necesitara de una corrección. Amenazó con demandarnos y hasta ahora no lo ha hecho. Mientras tanto, él perdió su trabajo, su compañía y se enfrenta a cargos criminales.
¿Esta credibilidad le ha permitido al New York Times depender solo de las suscripciones para financiarse y no de la publicidad?
Todavía tenemos mucha publicidad porque es una fuente importante de ingresos. Pero decidimos hace unos años cobrar por contenido, para que nuestro modelo de negocios dependiera de las suscripciones. Hemos mejorado esto mucho en los últimos dos años, las suscripciones han crecido increíblemente y es una fuente de ingresos importantes. Pero el desafío real es con la publicidad impresa. Todavía la tenemos, pero va cuesta abajo y la publicidad digital no es tan rentable. Igual hemos creado otro tipo de productor por los que le cobramos a nuestros lectores.