André Rieu, una oveja negra en el salón
El violinista y director de orquesta holandés se presentará en Bogotá del jueves 12 al domingo 15 de este mes, en el Movistar Arena.
Joseph Casañas - @joseph_casanas
Y entonces, en algún momento de la historia, a alguien se le ocurrió decir que la música clásica estaba hecha solo para la élite. La tesis se generalizó y durante décadas hubo quienes se atrevieron a subirse a pedestales intelectuales basados en gustos musicales. Un absurdo. La historia se ha encargado de poner las cosas en su lugar y para hacerlo se ha encontrado con aliados que han dado golpes a la mesa. En 1990, José Carreras, Plácido Domingo y Luciano Pavarotti revolucionaron la industria de la música clásica. Conformaron el proyecto Los Tres Tenores y se encargaron de la clausura del Mundial de Fútbol que ese año se jugó en Italia. El concierto fue en las termas de Caracalla. Con la música más impopular del planeta se clausuró el evento del deporte más popular del mundo. Una hermosa paradoja.
En esa batalla por popularizar la música clásica ha surgido la figura de un violinista holandés que acepta ser la oveja negra de su familia. André Rieu es su nombre. En su adolescencia, Rieu tuvo que escuchar a The Beatles y The Rolling Stones a escondidas. Su padre, un ortodoxo director de música clásica, no toleraba sonidos diferentes. La educación musical de su hijo era una prioridad que tenía que ejecutarse con disciplina extrema. De hecho, el señor Rieu siempre aconsejó a André evitar tocar vals. Consideraba que esa música hecha para el baile y la diversión no era digna. “Yo te eduqué para que tocaras música clásica. La música seria. No esa música divertida que no deja nada”, le decía el señor Rieu a su hijo, quien hoy es reconocido como el rey del vals. Lea también: Pavarotti, los miedos de un genio
El mensaje no caló. “Desde niño me fascinó el mundo de la música. Encontré en los sonidos una magia indescriptible. Poderosa. Pero me sorprendía el ambiente tenebroso que reinaba durante los conciertos. Todos tan serios, no se podía reír ni toser, mientras que para mí la música era algo que irradiaba alegría”, recuerda el violinista.
Sus conciertos, dice, se asemejan al sexo. La solemnidad se va perdiendo en el camino y entre todos —los músicos de su orquesta, que son más de 100, y el público— se va creando una atmósfera que sube gradualmente hasta que se llega a un momento explosivo. “La gente se va a casa con una enorme sonrisa”, dice.
“Hemos querido huir de todo ese ambiente solemne que rodea la música clásica y que asusta y disuade al público. Nuestra orquesta la forman músicos jóvenes y entusiastas que salen al escenario a dar conciertos y se entregan en cuerpo y alma. El público nota este entusiasmo. Todos cantamos, aplaudimos, saltamos y bailamos”. Un ejemplo emotivo: Auditorio Nacional de México, marzo de 2018. Mientras el público gritaba “¡Otra, otra, otra!”, los músicos encargados de los vientos (trompetas, flautas, saxofones) se pusieron un sombrero de mariachi. El ruido es ensordecedor, la algarabía incontrolable. La energía se canaliza cuando empiezan a sonar los aires de Cielito lindo. De fondo, un bombo, un piano, más trompetas. De repente, el silencio. André Rieu sube una ceja y adopta una postura de caballero vienés. Suena su violín y el público enloquece.
Ahora, ya convertido en una estrella pop de la música clásica, le pone discurso a la rebeldía y explica por qué tuvo el valor de hace oídos sordos a los consejos de su padre: “El vals es el espejo de la vida. La vida no es solo melancolía y tampoco solo diversión. Son las dos cosas. Y por eso adoro tocar valses”.
El artista, que fue recibido con aplausos y banderas de Colombia por una multitud, calificó de “fantástico” poder presentarse en el país por primera vez, algo que quería hacer desde hace cerca de 30 años.
Rieu se presentará del jueves 12 al domingo 15 de este mes en el Movistar Arena de Bogotá, junto a la Orquesta de Johann Strauss. La acogida del público ha sido tal que los organizadores, que habían programado un solo concierto, tuvieron que agregar tres, de manera que será la primera vez que Rieu hace cuatro presentaciones seguidas en una misma ciudad.
“Yo no les voy a decir cómo va a ser el show, es una sorpresa. Pero a la gente le puedo prometer que cuando vaya al concierto se va a devolver a sus casas con una sonrisa”, subrayó.
Entre los reconocimientos más destacados que ha recibido está el de Caballero de la Orden del León Holandés (2002), así como la Medalla de Honor de la provincia de Limburgo, en su país, y el de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, en Francia, ambas en 2009.
Las presentaciones de Rieu en el Movistar Arena de Bogotá hacen parte de una gira mundial que incluye conciertos en Dinamarca, República Checa, Austria, Alemania, Suiza, Serbia, Eslovenia, Polonia, Macedonia, Bulgaria y Portugal.
Manténgase informado sobre las últimas noticias que suceden en Colombia y el Mundo, el más completo cubrimiento noticioso todos los días con el periódico El Espectador.
Y entonces, en algún momento de la historia, a alguien se le ocurrió decir que la música clásica estaba hecha solo para la élite. La tesis se generalizó y durante décadas hubo quienes se atrevieron a subirse a pedestales intelectuales basados en gustos musicales. Un absurdo. La historia se ha encargado de poner las cosas en su lugar y para hacerlo se ha encontrado con aliados que han dado golpes a la mesa. En 1990, José Carreras, Plácido Domingo y Luciano Pavarotti revolucionaron la industria de la música clásica. Conformaron el proyecto Los Tres Tenores y se encargaron de la clausura del Mundial de Fútbol que ese año se jugó en Italia. El concierto fue en las termas de Caracalla. Con la música más impopular del planeta se clausuró el evento del deporte más popular del mundo. Una hermosa paradoja.
En esa batalla por popularizar la música clásica ha surgido la figura de un violinista holandés que acepta ser la oveja negra de su familia. André Rieu es su nombre. En su adolescencia, Rieu tuvo que escuchar a The Beatles y The Rolling Stones a escondidas. Su padre, un ortodoxo director de música clásica, no toleraba sonidos diferentes. La educación musical de su hijo era una prioridad que tenía que ejecutarse con disciplina extrema. De hecho, el señor Rieu siempre aconsejó a André evitar tocar vals. Consideraba que esa música hecha para el baile y la diversión no era digna. “Yo te eduqué para que tocaras música clásica. La música seria. No esa música divertida que no deja nada”, le decía el señor Rieu a su hijo, quien hoy es reconocido como el rey del vals. Lea también: Pavarotti, los miedos de un genio
El mensaje no caló. “Desde niño me fascinó el mundo de la música. Encontré en los sonidos una magia indescriptible. Poderosa. Pero me sorprendía el ambiente tenebroso que reinaba durante los conciertos. Todos tan serios, no se podía reír ni toser, mientras que para mí la música era algo que irradiaba alegría”, recuerda el violinista.
Sus conciertos, dice, se asemejan al sexo. La solemnidad se va perdiendo en el camino y entre todos —los músicos de su orquesta, que son más de 100, y el público— se va creando una atmósfera que sube gradualmente hasta que se llega a un momento explosivo. “La gente se va a casa con una enorme sonrisa”, dice.
“Hemos querido huir de todo ese ambiente solemne que rodea la música clásica y que asusta y disuade al público. Nuestra orquesta la forman músicos jóvenes y entusiastas que salen al escenario a dar conciertos y se entregan en cuerpo y alma. El público nota este entusiasmo. Todos cantamos, aplaudimos, saltamos y bailamos”. Un ejemplo emotivo: Auditorio Nacional de México, marzo de 2018. Mientras el público gritaba “¡Otra, otra, otra!”, los músicos encargados de los vientos (trompetas, flautas, saxofones) se pusieron un sombrero de mariachi. El ruido es ensordecedor, la algarabía incontrolable. La energía se canaliza cuando empiezan a sonar los aires de Cielito lindo. De fondo, un bombo, un piano, más trompetas. De repente, el silencio. André Rieu sube una ceja y adopta una postura de caballero vienés. Suena su violín y el público enloquece.
Ahora, ya convertido en una estrella pop de la música clásica, le pone discurso a la rebeldía y explica por qué tuvo el valor de hace oídos sordos a los consejos de su padre: “El vals es el espejo de la vida. La vida no es solo melancolía y tampoco solo diversión. Son las dos cosas. Y por eso adoro tocar valses”.
El artista, que fue recibido con aplausos y banderas de Colombia por una multitud, calificó de “fantástico” poder presentarse en el país por primera vez, algo que quería hacer desde hace cerca de 30 años.
Rieu se presentará del jueves 12 al domingo 15 de este mes en el Movistar Arena de Bogotá, junto a la Orquesta de Johann Strauss. La acogida del público ha sido tal que los organizadores, que habían programado un solo concierto, tuvieron que agregar tres, de manera que será la primera vez que Rieu hace cuatro presentaciones seguidas en una misma ciudad.
“Yo no les voy a decir cómo va a ser el show, es una sorpresa. Pero a la gente le puedo prometer que cuando vaya al concierto se va a devolver a sus casas con una sonrisa”, subrayó.
Entre los reconocimientos más destacados que ha recibido está el de Caballero de la Orden del León Holandés (2002), así como la Medalla de Honor de la provincia de Limburgo, en su país, y el de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, en Francia, ambas en 2009.
Las presentaciones de Rieu en el Movistar Arena de Bogotá hacen parte de una gira mundial que incluye conciertos en Dinamarca, República Checa, Austria, Alemania, Suiza, Serbia, Eslovenia, Polonia, Macedonia, Bulgaria y Portugal.
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