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La obstinación dominó siempre a Aretha Franklin. Cuando ella, muy pequeña, supo que su vida debía estar vinculada a la música, tenía a su disposición un número considerable de pianistas prestos a enseñarle los secretos más íntimos del instrumento, pero en ese momento apareció la terquedad reinante y les dijo a sus padres que no necesitaba de la presencia de aquellos maestros, por lo menos no todavía. (Galería: La vida de Aretha Franklin, la reina del soul, en imágenes).
Sus futuros profesores se sentaban al piano y ella, desde el ángulo cinematográfico del contrapicado, pensaba para sus adentros que esa persona que se esforzaba por producir escalas ascendentes y descendentes en las blancas y las negras no tenía nada nuevo por enseñarle, porque ella estaba pensando en los alcances de las voces de divas como Dinah Washington y Ella Fitzgerald. Lo de Franklin no era soberbia, era algo diferente. Sus padres y profesores definían esa característica con una expresión que podría traducirse como testarudez, terquedad, obstinación. (También puede leer: God save the queen of soul, Aretha Franklin).
A finales de la década de los 40 y comienzos de los 50, Aretha Franklin tenía la certeza de que lo que escuchaba en las grabaciones de los acetatos de su casa sonaba con una calidad muy superior a la exhibida por sus posibles guías en el piano, así que, por razones de su propia cosecha, dejó de lado las clases particulares y optó por dedicar ese tiempo a escuchar otros registros de jazz, blues y soul. Esa música llegó a sus oídos impregnada por la magia del scratch producido por el contacto entre la punzante aguja y el vinilo.
El góspel fue, tal vez, el estilo sonoro de mayor importancia durante sus primeros años, cuando en los rincones de Memphis todavía entendía por su nombre de pila, Aretha Louise Franklin. Ese género vinculado a emotivos pregones religiosos fue su primera escuela y gracias a su diversidad vocal comenzó a darse a conocer en su ámbito local. Su reconocimiento se multiplicó de manera rápida en los estados contiguos.
En la iglesia sobresalían las voces exóticas de las tres hermanas Franklin: Carolyn, Erma y Aretha. Desde que empezaban a afinar, el público estaba pendiente de sus gestos, de sus registros todavía en plena etapa de desarrollo. En ese punto, cuando los aplausos iban y venían con la misma fluidez con la que estas mujeres se apropiaban de los pregones, surgió de nuevo la obstinación en ella, y el trío decidió incursionar en el mercado de la música de manera independiente.
Aretha Franklin tenía en su radar a Washington y Fitzgerald. Ambas eran divas, pero no quería imitarlas y por eso empezó a abrirse campo en un espectro menos jazzístico y con más elementos cercanos al soul. Mientras muchas figuras de la música negra impulsaban sus estilos desde el sello Motown, ella hacía lo propio desde JVB/Battle Records, para después ser parte de la nómina de disqueras con poderosos músculos financieros, como Columbia, Harmony y Atlantic Records.
Nuevamente, la terquedad sopló a su favor y marcó la diferencia con las demás mujeres que transmitían a través de su garganta las historias más sentidas de su raza. Compartió con ellas fama, reconocimiento, canciones, vivencias, pero, sobre todo, nunca dejó que las envidias dominaran sus acciones.
Tenía todo para ser la reina del soul en su estilo más puro del género, pero no se conformó con eso y fue mucho más allá. Se arriesgó a volver propios algunos temas de los Beatles, de Simon & Garfunkel, de Burt Bacharach, de Ray Charles, y hasta visitó el complejo escenario de James Brown y, a pesar de que se trataba de clásicos de la música de Occidente, logró darles un nuevo sentimiento a partir de su interpretación. Se imponía, como de costumbre, la terquedad, porque siempre le decían que no grabara ese tipo de temas y ella los revivía para volverlos de nuevo exitosos, tanto en términos comerciales como en lo relacionado con el espectro artístico.
En 2017, Aretha Franklin se puso la meta de publicar en septiembre su nuevo disco. Lo grabó en un estudio muy íntimo de Detroit, en donde estuvo radicada hasta su muerte, y en todo el proceso la acompañó como productor Stevie Wonder. Con el músico, incluso, trató de estructurar la gira promocional de su álbum. Sin embargo, ella misma se dio cuenta de que el tiempo le ganaba el pulso estaba vez y que a sus 75 años pasados las prioridades no podían ser las mismas que cuando empezó en el oficio.
Quiso recurrir a la terquedad, pero se impuso la prudencia y dijo entonces: “Seguiré grabando, pero 2017 será mi último año de conciertos. Ya está. No me quedaré en mi casa haciendo nada. Tal vez haga algunas cosas seleccionadas”.
Esas palabras alertaron al mundo de la música, que desde entonces estuvo pendiente de Aretha Franklin hasta el jueves 16 de agosto, cuando murió en su casa en Detroit a los 76 años, después de complicaciones en su salud relacionadas con un cáncer de páncreas. Ya es un hecho que la reina del soul dejó a su público en manos de sus múltiples grabaciones, con las que logró 18 Grammys. La terquedad caracterizó a la diva y el soul la guardará por siempre.