Durante el confinamiento, la música nos une más
Marianna Piotrowska dice que en estos momentos la música es un alivio, anhelo y esperanza para el alma, porque tiene el poder de transformar sentimientos, pensamientos y sociedades, y, por lo tanto, resolver conflictos.
Marianna Piotrowska *
Comenzaré con una historia íntima, transmitida en la tradición oral de mi familia y relacionada con mi abuela paterna, Anna Norberciak, sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial. El fatídico 1° de septiembre de 1939, cuando los alemanes invadieron Polonia, mi abuela era una joven que llegaba a sus veinte años. Desde luego, poco después, igual que muchos polacos, fue usada como fuerza de trabajo. Gracias a su dominio del alemán, lograba escaparse de varios Arbeitslager y Arbeitsbereich, campos de trabajo. (Le recomendamos: “Esta crisis está sacando lo mejor de nosotros”: Juan Manuel Barrientos).
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Comenzaré con una historia íntima, transmitida en la tradición oral de mi familia y relacionada con mi abuela paterna, Anna Norberciak, sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial. El fatídico 1° de septiembre de 1939, cuando los alemanes invadieron Polonia, mi abuela era una joven que llegaba a sus veinte años. Desde luego, poco después, igual que muchos polacos, fue usada como fuerza de trabajo. Gracias a su dominio del alemán, lograba escaparse de varios Arbeitslager y Arbeitsbereich, campos de trabajo. (Le recomendamos: “Esta crisis está sacando lo mejor de nosotros”: Juan Manuel Barrientos).
Finalmente, como una reincidente, iba a ser juzgada de forma espectacular o ejemplar, si se prefiere. La llevaron a Berlín a la cárcel en Alexanderplatz y quedó recluida en una celda de un poco más de un metro por un metro, sin luz, donde las paredes chorreaban humedad. El olor fétido que salía de un hueco era insoportable. De vez en cuando le pasaban una sopa y se vio obligada a comerla a pesar de su sabor a podrido. Perdió la noción del tiempo. Se salvó por milagro, pero esto es otra historia.
Después de la guerra, le preguntó a su hermano violinista: “Alfred, más o menos por la época de comienzos de 1944, ¿tú estabas encarcelado en Berlín?”. A lo que él contestó que toda la guerra había estado en un campo de oficiales militares en Baviera. Y Anna trataba de esclarecer: “Pero yo te escuchaba tocar y te daba señales, golpeando la pared, de qué otras melodías quería oír y tú las tocabas. Esto me salvó”. El violín del hermano y sus interpretaciones musicales salvaron a mi abuela, cuando estaba al borde de un abismo.
Una anécdota que, en estos momentos recuerdo, y me impacta aún más porque, aunque en condiciones muy diferentes, me doy cuenta de que ese sentimiento de alivio que le generó la música a ella, muchas décadas después, en tiempos de coronavirus, logra el mismo efecto en su nieta. El momento musical, en época de crisis, es alivio para el alma, es anhelo, es esperanza.
A lo largo de los siglos, en las guerras, a pesar de los temores, los soldados iban acompañados de instrumentos musicales para mantener alegre el espíritu y olvidar por segundos el terror que estaban viviendo. Igualmente, para recrear el pasado y aferrarse a ciertos momentos y personas que daban vida y sentido a la propia existencia. Era también la música la que acompañaba y honraba las despedidas de los compatriotas, familiares, víctimas. Siempre presente en los momentos más vulnerables y esenciales del ser humano.
En este momento de confinamiento, el arte, en especial la música, nos da la fortaleza necesaria para evitar que se rinda nuestro espíritu, nos da compañía, llena vacíos, podríamos decir que es la mejor compañía del ser humano. La oímos desde fuera, y si no, también por dentro. La primera prueba de nuestra existencia son los latidos de nuestro corazón, los primeros compases de nuestra vida: somos música, pura vibración. Por eso es una relación inseparable.
Podría mencionar muchos atributos más que puede tener la música como heroína en tiempos de crisis: es sanadora, es terapéutica, es capaz de estabilizar las emociones, reduce el estrés, el dolor y la ansiedad. Permite entrar en estado de bienestar, de conciencia, de reflexión, sensibilizar y por eso mismo tiene poder de transformar sentimientos, pensamientos y sociedades, y, por lo tanto, resolver conflictos.
Cuando suena la música, llegamos a tal elevación que se conversa directo y en un ambiente íntimo con Dios. Se levantan los ánimos, llega la alegría, la alegría de vivir, de sentirse vivo. La música es un ámbito por excelencia humano y el hombre la siente como una necesidad. Hasta en soledad se la imagina o canturrea. ¡Es una vivencia natural e imprescindible, porque constituye una dimensión antropológica! Nos atrae por su belleza, porque constituye una forma del amor. Ya los antiguos griegos lo reconocían en el concepto de “kalokagathia”. Por medio de las obras del arte y la búsqueda de la verdad, el hombre se reconoce a sí mismo. Un famoso compositor y teórico de la música, Witold Lutoslawski, afirmaba que la verdad de la obra musical reflejaba la condición ética de su creador. Desde luego, también permitía a los espectadores descubrirla y seguir su pista.
La música dispone de un lenguaje universal y misterioso. En consecuencia, es capaz de elevar el espíritu del hombre hacia el infinito. Despierta la imaginación, permite soñar y olvidar los inconvenientes, aunque fuera de modo transitorio. ¿Y de dónde saca la música este gran poder? No es fácil contestar. La respuesta podría ser: de la luz del misterio que nos rodea permanentemente y que, a veces, no lo queremos admitir. La inspiración creativa y el acto de aceptación, o en este caso el de escucha, son manifestaciones de la búsqueda de la trascendencia. Tienen las características de un don que transgrede las leyes y se deja llevar por el llamado de la libertad. El hombre, al aceptar la presencia de la belleza, despliega las alas.
Por estas y muchas otras razones, la música nunca puede ser considerada un lujo, y mucho menos en tiempo de crisis. Hay que concebirla al alcance de todos. La música es una necesidad para el alma, es un derecho fundamental. Mucho más en tiempos de soledad. Es importante recobrar los lazos con quienes nos rodean y con quienes, aunque estén lejos, siguen cercanos. La música nos une.
Desde luego, debe ser una prioridad salvar la vida de los infectados del COVID-19; sin embargo, es una obligación atender también a todo el resto de la población que puede perder su vida, si no por esta enfermedad, por otras tantas mentales que pueden causar el impacto del cambio de vida tan drástico, para el cual no estábamos preparados física, mental, ni emocionalmente. En estas circunstancias del confinamiento, el contacto con la música se vuelve salvífico para el hombre actual, quien perdió muchas veces el asombro, la experiencia de apreciar la naturaleza y la belleza que lo rodea. La contemplación siempre ayuda a revivir la vida interior y emprender el diálogo con los demás, quienes, aunque estén cerca, pueden parecer lejanos. La armonía de la música despierta la belleza de las palabras; por ende, facilita y promueve la comunicación entre nosotros. Contribuye a la afirmación del ambiente de cercanía y la sensación de seguridad y de la solidaridad. La dinámica de la música hace que la persona recupera su lugar en el mundo y en el tiempo.
*Directora del Festival Internacional de Música Sacra de Bogotá.