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Durante el jueves y viernes pasados oímos las versiones del Gobierno colombiano y de la empresa estadounidense Sea Search Armada (SSA) ante la Corte Permanente de Arbitraje (CPA), que sesionó en Bogotá a raíz de la demanda internacional con que SSA pretende una indemnización equivalente a $40 billones por considerarse descubridora del naufragio del galeón San José y despojada de sus derechos sobre el tesoro hundido a 600 metros de profundidad, a 12 millas de Cartagena, desde el 8 de junio de 1708. (Aquí puede leer otro reportaje de Nelson Fredy Padilla sobre el tema: la carta de navegación definitiva para rescatar el galeón San José).
Esa cifra astronómica, equivalente a la mitad del déficit del presupuesto nacional en un año, evidencia hasta dónde ha llegado la valoración de una carga de la que nadie tiene certezas y sobre la que hay documentos y testimonios contradictorios. El grupo de abogados de la Agencia de Defensa Jurídica del Estado colombiano, en cabeza de la exfiscal Martha Lucía Zamora, pidió a la CPA desestimar los reclamos de los estadounidenses porque, a pesar de la cantidad de demandas que han interpuesto durante cuatro décadas, no es demostrable que fueron los descubridores del naufragio ni tienen derechos económicos reales sobre el tesoro. Sus intervenciones dejan ver un sobredimensionamiento del pleito. Zamora dijo: “Tenemos un caso elaborado por abogados sofisticados para tener una jurisdicción internacional que nunca ha existido”.
La sobrevaloración del tesoro del galeón San José tiene muchas versiones, empezando porque Gabriel García Márquez, premio nobel de literatura colombiano, lo mitificó al incluirlo en la novela El amor en los tiempos del cólera (1985) como “un cargamento de piedras y metales preciosos por medio millón de millones de pesos de la época”, recurso literario que la historiadora estadounidense Carla Rahn Phillips critica en su libro El tesoro del San José (2010) como parte de su argumentación sobre la indeterminada dimensión de los bienes a bordo de la nave de bandera española, hundida por ingleses en inmediaciones de las Islas del Rosario.
El San José había arribado a Cartagena de Indias el 27 de abril, después de una travesía de 45 días desde España sin incidentes, cosa rara al atravesar un mar Caribe acechado por piratas. Los ingleses estaban bien informados sobre el objetivo de ese y otros navíos de seguir a Portobelo (Panamá), donde los esperaban centenares de comerciantes que habían viajado al istmo desde el Callao (Perú), con dinero y mercancías que iban a ser enviados junto con las recaudaciones para la Corona de España. Desde Portobelo, el 21 de julio de 1706, un marqués daba cuenta de los preparativos de la gran feria y el Virreinato reportaba la recaudación de $1.379.310, rompiendo récords para sus majestades.
El 5 de enero de 1708 partió el San José hacia Portobelo. Según El tesoro del San José, el 20 de mayo de ese año se hizo “una cuidadosa contabilidad, en la que se daba cuenta de cada maravedí, y que estaba escrita en siete folios y medio”. El total recaudado, según carta al rey, totalizaba $1’551.609 y siete reales, que iban a ser subidos en partes iguales a los galeones San José y San Joaquín junto con otros “envíos privados” verificados por el maestre de plata.
La investigación de Rahn Phillips concluye que es imposible saber cuántas riquezas se subieron a bordo: “Es posible que se cargara una cantidad considerable de tesoros en forma de contrabando… Según la leyenda, la flota de tierra firme planeaba volver a España transportando un cargamento sin precedentes de lingotes y otros tesoros, la mayoría de ellos de forma ilícita”. Después investigadores como López Morelo demostrarían, con base en la carga salvada del San Joaquín (gemelo del San José), que además de lo declarado con destino a la Corona, que incluía donaciones “a su majestad que Dios guarde” de Santa Fe, Mompox y del clero de Cartagena, habían subido cajas y bolsas con esmeraldas, alhajas y perlas, más oro y plata sin acuñar lo que “añadía al tesoro una desconocida cantidad… potencialmente sustanciosa”.
De las personas a bordo del galeón (unas 600, casi todas españolas) sobrevivieron entre siete y once y dijeron a sus captores ingleses que allí se transportaban $7 millones en plata y oro, sin sumar lo escondido por los pasajeros, que podía duplicar el tesoro. En todo caso, Rahn Phillips insiste hasta el epílogo en la “sobrevaloración de la carga” y en que la importancia para la humanidad de este “tesoro histórico” no radica en el valor comercial que pueda alcanzar en mercados legales o ilegales, sino en la memoria histórica que aportará para entender mejor la era colonial.
En opinión del historiador Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela, en su obra Historia de la villa imperial de Potosí (Braum University Press, Providence, Rhode Island, USA, 1965. Edición de Lewis Hanke y Gunnar Mendoza, vol. II, pág. 463), transportaba entre $5 y $6 millones.
Para mi libro El galeón San José y otros tesoros: relatos de intrigas y conspiraciones (Aguilar, 2016), el naufrólogo italiano Claudio Bonifacio me compartió documentos con estos datos textuales sobre la carga del galeón: “Por una relación sumaria que refleja las cuentas de lo que se remitió desde las cajas reales de Lima en la armada del Mar del Sur mandada por el marqués de Villar del real tesoro que llegó al puerto de Perico (Panamá) el 8 de febrero de 1708, pasando luego a Portobelo para ser embarcado en los galeones del marqués de Casa Alegre. Estos son los conceptos cargados en la capitana San José:
-$326.996, cuatro reales y medio de salarios para los ministros del real Consejo de Indias.
-$10.601, medio real de posadas del real Consejo de Indias.
-$3.843, tres reales y medio de bienes de difuntos de Lima.
-289 marcos, tres onzas en dos pozuelos de obras pías.
-Una lámpara grande de 148 marcos, cinco onzas de obras pías.
-Un pelícano grande y tres pequeños con sus peanas en concepto de obras pías.
-Un recipiente y una custodia de oro, en concepto de obras pías.
-Un incensario con su naveta de obras pías.
-Dos cálices con patenas de oro de obras pías.
-Una salvilla, tinajeras y campanilla de oro de obras pías.
-Una diadema de obras pías.
-Una acetre de obras pías.
-Un hisopo de obras pías.
-$103.784, dos reales del real tesoro.
-$30.561, medio real de la santa cruzada.
-Un pozuelo que contiene una lámpara de obras pías de Lima.
-$22.161, cinco reales, tres cuartillos
-$2.585, medio real de bienes de difuntos de Quito.
-$1.932, siete reales, un cuartillo del 5 % de salarios de la caja de Panamá.
-$162 de las monjas del convento de Santa Teresa de Ávila.
-$30.000 de la inmunidad de represalia y permiso del embarque de ropa inglesa y holandesa, todo destinado al Consulado de Sevilla”.
Lo anterior aparece fechado en Portobelo el 20 de mayo de 1708, según legajo sobre la Contratación 4.734, que yo verifiqué en el Archivo General de Indias, en Sevilla (España). Según esa “relación sumaria del real tesoro de su majestad y diferentes naciones que bajó de la real caja de Lima”, “en total, venían en la capitana $532.628 y cuatro reales”.
Le pregunté a Bonifacio: “Se ha llegado a especular que en el San José hay riquezas avaluadas en US$10.000 millones y que con lo que hay en decenas de galeones hundidos en el mar Caribe colombiano nuestro país puede pagar la deuda externa y hacer múltiples programas sociales. ¿Qué cifras maneja usted?”. Y respondió: “Mucho cuidado con los números. Para este mítico galeón mencionado por el gran García Márquez hay que tener en cuenta que viajaba de Portobelo para Cartagena y por lo tanto aún no estaba embarcada toda la carga y cerrados los registros. Yo calculo que transportaba unos $8 a $9 millones, o sea, unas 215 o 240 toneladas de metales preciosos, destacando la plata. Dar cifras es difícil, pero bien puede llegar a los prudentes US$600 millones. Las monedas de plata no tienen un gran valor en el mercado numismático. Mi amigo Rubén Collado sacó más de 4.000 monedas de oro de la fragata Nuestra Señora de la Luz, que naufragó en Montevideo en 1752. Fueron subastadas y sacó US$6 millones, de los cuales la mitad era del Estado uruguayo. Con este dinero construyeron una escuela y compraron material a la prefectura naval. ¿Por qué no hacer eso en Colombia?”.
A esto se suma que Bonifacio y el historiador colombiano Francisco Hernando Muñoz Atuesta, quien acaba de publicar el libro La emboscada sobre el caso, hablan de un posible saqueo del San José, versión que el Gobierno colombiano descarta basado en reportes de la Armada, encargada de vigilar las costas marítimas.
Según documentos de la Presidencia de la República de Colombia, “el 20 de mayo de 1708, finalizada la Feria de Portobelo, se efectuó el registro final de lo que se consignó para la Corona. En el mismo, se especifica que el total fue de $1’115.252 y seis reales y medio y que se enviaba por mitad entre la capitana y la almiranta”.
En 1988 el entonces senador conservador Hugo Escobar Sierra editó en la Corporación Renovar 5.000 ejemplares de lo que él tituló Misterios en el rescate del galeón San José. Graves denuncias en el Senado de la República (1988). Son cien páginas, escritas a partir de las grabaciones magnetofónicas del Congreso, en las que describe la “rapiña” que se desató por “el fabuloso tesoro de esmeraldas, barras y lingotes macizos de oro, discos y lingotes de plata, custodias y valiosos objetos religiosos avaluados por los expertos entre US$1.000 y US$3.000 millones”, aunque añadió que “empresarios norteamericanos lo estiman en US$10.000 millones… el más valioso del mundo”.
El 15 de mayo de 1997 los republicanos dejaron constancia en los anales del Congreso de Estados Unidos sobre la supuesta violación de los derechos de SSA frente a un tesoro que avalúan en “más de US$2.000 millones de hoy”. Jack Harbeston, presidente de SSA, anunció en el Festival de Cannes 2016 el rodaje de la película The San Jose, “la dramática historia de un galeón español y su tesoro de $17.000 millones”, con imágenes grabadas en aguas colombianas desde 1979.
Le pregunté a Harbeston: “Exactamente, ¿cuál es el tesoro que debiera estar a bordo del galeón San José y cuánto les corresponde a ustedes?”. Y respondió: “La totalidad de la carga del galeón San José procedía del Virreinato del Perú. Por lo que sin que se afecte el derecho de dominio declarado por la Corte Suprema de Colombia en favor de la Nación y de SSA, se trata de cosas integrantes del patrimonio cultural de los peruanos. O de cosas que carecen de interés cultural, como ocurre con las barras de oro y plata, piedras preciosas sin engastar, monedas repetidas miles de veces, etc., que por cierto conforman más del 80 % de esa carga”.
Sin importar si el tribunal internacional de arbitraje encuentra o no mérito para las reclamaciones estadounidenses, los expertos coinciden en que lo trascendental no es determinar un valor monetario del tesoro, sino su valor como patrimonio arqueológico. Esto ocurrirá si finalmente se interviene y rescata a partir de 2024, como ha insinuado el gobierno de Gustavo Petro. Después, lo más complejo sobre normas internacionales será establecer qué país tiene más derechos sobre el galeón San José: ¿Colombia, por tener el naufragio en sus aguas; España, porque la nave tenía esa bandera -en las audiencias de arbitraje insistió en ser tenida en cuenta-; Perú, porque la mayoría de la carga provenía de allí; Panamá, porque muchos comerciantes de Portobelo subieron riquezas a bordo; Estados Unidos, por las demandas de SSA, o Bolivia, porque la plata provenía de las minas de Potosí?
Esto último me lo explicaron los voceros de la etnia indígena qhara qhara, que vinieron a Bogotá en 2018 a defender sus derechos y recibieron el respaldo de la Organización Indígena de Colombia, que opinó: “Lo importante acá no es determinar a quién le pertenece el tesoro en la actualidad, la cuestión fundamental debe ser ¿a quién le pertenecía el tesoro antes de ser hurtado por los españoles y con qué procedimiento lo obtuvieron? Desde un punto de vista ecuánime y responsable con la historia, se podría expresar que los dueños históricos de las riquezas naturales que se hundieron con el galeón San José son los pueblos originarios y naciones indígenas, pues fueron las víctimas directas de la barbarie de la invasión y el saqueo de la época”.