Iván Velásquez, profeta en tierra ajena
El exmagistrado estrella de la parapolítica colombiana demostró en Guatemala que “las vacas sagradas pueden ser derrocadas”.
Cecilia Orozco*, Especial para El Espectador
“Los 100 líderes pensadores del mundo en 2015”. Así se llama la selección elaborada entre los personajes que, a juicio de la prestigiosa revista norteamericana Foreign Policy, se destacaron este año sobre los demás hombres y mujeres influyentes del globo. Contrario a otras listas en que medios de comunicación resaltan, anualmente, a quienes han acumulado grandes fortunas sin preguntarse cómo las amasaron, Foreign Policy exalta el valor de aquellos que cambiaron el curso de sus sociedades en defensa de la moralidad pública y en contravía de los intereses de sus bolsillos y de su vida.
En la categoría “desafiadores” (challengers), la revista escogió a 16 dirigentes definidos como “los pensadores que probaron que hasta las vacas sagradas pueden ser derrocadas” porque vencieron el poder inexpugnable. Uno de los elegidos es colombiano. Se trata de Iván Velásquez –exmagistrado auxiliar de la Corte Suprema de Justicia–, conocido como “el investigador estrella de la parapolítica”.
En su tiempo se ganó este calificativo como coordinador de un pequeño número de abogados que recaudó pruebas para condenar a más de 60 congresistas y mandatarios locales por su maridaje con los paramilitares de sus regiones. Pero Velásquez mereció la distinción de Foreign Policy por sus actividades del presente, a la cabeza de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), nombrado por la ONU. La Cicig fue creada hace casi una década gracias a un acuerdo entre el gobierno de ese país y Naciones Unidas para fortalecer la justicia local –en su condición de órgano independiente del orden interno–, en casos de corrupción y de conformación de aparatos clandestinos de seguridad.
Un año y medio después de llegar a Guatemala, el comisionado Velásquez y la fiscal Thelma Aldana revelaron a la prensa el alcance de sus hallazgos penales en torno a La Línea, una sociedad delictiva de alrededor de 40 funcionarios del gobierno que defraudó al Estado, quedándose con los dineros que recaudaba la Superintendencia de Administración Tributaria (SAT) por impuestos de aduana. La investigación condujo a niveles insospechados: la vicepresidenta Roxana Baldetti, quien había ejercido fuerte presión para impedir el progreso de las pesquisas, fue señalada, junto con su secretario privado, de ser estrategas y coordinadores del ilícito; poco después, Baldetti fue capturada.
El escándalo no terminó ahí: ante el airado activismo de la ciudadanía que participó en manifestaciones masivas en 22 fines de semana continuos, el presidente de la República, Otto Pérez Molina, tuvo que dimitir cuando la Corte Suprema autorizó la iniciación de un antejuicio político que el mandatario no pudo evitar luego de escuchar, en el estrado, su voz grabada en una conversación que lo comprometía como presunto jefe máximo de la estructura criminal. Estos hechos decisivos para el fortalecimiento de la institucionalidad guatemalteca le valieron a Iván Velásquez ser uno de los líderes “desafiantes” del planeta.
Nunca soñó que le otorgaran tal condecoración, aunque ya había recibido otras dos de igual mérito y honra: Premio Mundial de Derechos Humanos, año 2011, concedido por la International Bar Association, y Premio de la Asociación de Jueces Alemanes en 2012, anunciado a solo dos meses de que la Rama Judicial colombiana lo echara a la calle.
Así fue: en contraste vergonzoso para nuestra democracia frente a la centroamericana, el entonces magistrado auxiliar de la Corte Suprema Iván Velásquez fue obligado a renunciar en mitad de un humillante acto de irrespeto, ocurrido en la mismísima Sala Penal de esa corporación ese 2012 cuando Leonidas Bustos, presidente de esa sección, hoy –irónica coincidencia– presidente del alto tribunal, secundado por ocho de sus nueve colegas, culpó a su investigador principal del contenido de una columna publicada en El Espectador en que se le rendía homenaje al expulsado y, simultáneamente, se criticaba la degradación ética de sus jefes, los magistrados titulares.
En contraste que también deja mal parado al país, la gente no salió a protestar contra las componendas de las altas cortes, hoy panes cada vez más duros de comerse cada día que pasa. En aquella época sucedió el otro extremo de lo que vio Guatemala: figuras de opinión pública cayeron sobre la honra de Velásquez con base en chismes difundidos por el gobierno Uribe, gobierno que tuvo más éxito que el de Pérez Molina en su tarea de frenar unas investigaciones que conducían ya no solo a sus funcionarios sino también a algunos de sus parientes cercanos.
El presidente Bustos nombró en reemplazo de Iván Velásquez al magistrado auxiliar Álvaro Pastás, uno de los abogados más leales a su jefe. Aunque se retiró después de un par de años, Pastás gozó de la confianza de Bustos hasta poco antes del final. Pastás, qué sorpresa, es en la actualidad el apoderado de Héctor Julio Alfonso, marido de alias La Gata, condenada por nexos con el paramilitarismo. Fotografía patética de esta patria querida.
*Directora de Noticias Uno y columnista de El Espectador.
Lea más personajes del año:
Ángela Buitrago, la fiscal de hierro y el quinto autobús María Roa y su revolución tranquila
“Los 100 líderes pensadores del mundo en 2015”. Así se llama la selección elaborada entre los personajes que, a juicio de la prestigiosa revista norteamericana Foreign Policy, se destacaron este año sobre los demás hombres y mujeres influyentes del globo. Contrario a otras listas en que medios de comunicación resaltan, anualmente, a quienes han acumulado grandes fortunas sin preguntarse cómo las amasaron, Foreign Policy exalta el valor de aquellos que cambiaron el curso de sus sociedades en defensa de la moralidad pública y en contravía de los intereses de sus bolsillos y de su vida.
En la categoría “desafiadores” (challengers), la revista escogió a 16 dirigentes definidos como “los pensadores que probaron que hasta las vacas sagradas pueden ser derrocadas” porque vencieron el poder inexpugnable. Uno de los elegidos es colombiano. Se trata de Iván Velásquez –exmagistrado auxiliar de la Corte Suprema de Justicia–, conocido como “el investigador estrella de la parapolítica”.
En su tiempo se ganó este calificativo como coordinador de un pequeño número de abogados que recaudó pruebas para condenar a más de 60 congresistas y mandatarios locales por su maridaje con los paramilitares de sus regiones. Pero Velásquez mereció la distinción de Foreign Policy por sus actividades del presente, a la cabeza de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), nombrado por la ONU. La Cicig fue creada hace casi una década gracias a un acuerdo entre el gobierno de ese país y Naciones Unidas para fortalecer la justicia local –en su condición de órgano independiente del orden interno–, en casos de corrupción y de conformación de aparatos clandestinos de seguridad.
Un año y medio después de llegar a Guatemala, el comisionado Velásquez y la fiscal Thelma Aldana revelaron a la prensa el alcance de sus hallazgos penales en torno a La Línea, una sociedad delictiva de alrededor de 40 funcionarios del gobierno que defraudó al Estado, quedándose con los dineros que recaudaba la Superintendencia de Administración Tributaria (SAT) por impuestos de aduana. La investigación condujo a niveles insospechados: la vicepresidenta Roxana Baldetti, quien había ejercido fuerte presión para impedir el progreso de las pesquisas, fue señalada, junto con su secretario privado, de ser estrategas y coordinadores del ilícito; poco después, Baldetti fue capturada.
El escándalo no terminó ahí: ante el airado activismo de la ciudadanía que participó en manifestaciones masivas en 22 fines de semana continuos, el presidente de la República, Otto Pérez Molina, tuvo que dimitir cuando la Corte Suprema autorizó la iniciación de un antejuicio político que el mandatario no pudo evitar luego de escuchar, en el estrado, su voz grabada en una conversación que lo comprometía como presunto jefe máximo de la estructura criminal. Estos hechos decisivos para el fortalecimiento de la institucionalidad guatemalteca le valieron a Iván Velásquez ser uno de los líderes “desafiantes” del planeta.
Nunca soñó que le otorgaran tal condecoración, aunque ya había recibido otras dos de igual mérito y honra: Premio Mundial de Derechos Humanos, año 2011, concedido por la International Bar Association, y Premio de la Asociación de Jueces Alemanes en 2012, anunciado a solo dos meses de que la Rama Judicial colombiana lo echara a la calle.
Así fue: en contraste vergonzoso para nuestra democracia frente a la centroamericana, el entonces magistrado auxiliar de la Corte Suprema Iván Velásquez fue obligado a renunciar en mitad de un humillante acto de irrespeto, ocurrido en la mismísima Sala Penal de esa corporación ese 2012 cuando Leonidas Bustos, presidente de esa sección, hoy –irónica coincidencia– presidente del alto tribunal, secundado por ocho de sus nueve colegas, culpó a su investigador principal del contenido de una columna publicada en El Espectador en que se le rendía homenaje al expulsado y, simultáneamente, se criticaba la degradación ética de sus jefes, los magistrados titulares.
En contraste que también deja mal parado al país, la gente no salió a protestar contra las componendas de las altas cortes, hoy panes cada vez más duros de comerse cada día que pasa. En aquella época sucedió el otro extremo de lo que vio Guatemala: figuras de opinión pública cayeron sobre la honra de Velásquez con base en chismes difundidos por el gobierno Uribe, gobierno que tuvo más éxito que el de Pérez Molina en su tarea de frenar unas investigaciones que conducían ya no solo a sus funcionarios sino también a algunos de sus parientes cercanos.
El presidente Bustos nombró en reemplazo de Iván Velásquez al magistrado auxiliar Álvaro Pastás, uno de los abogados más leales a su jefe. Aunque se retiró después de un par de años, Pastás gozó de la confianza de Bustos hasta poco antes del final. Pastás, qué sorpresa, es en la actualidad el apoderado de Héctor Julio Alfonso, marido de alias La Gata, condenada por nexos con el paramilitarismo. Fotografía patética de esta patria querida.
*Directora de Noticias Uno y columnista de El Espectador.
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