Cuba: todo cambia y nada cambia
Miguel Díaz-Canel tiene retos tan grandes como el proceso histórico que carga a cuestas.
Carlos Araque López
En Cuba todo tiene dos lecturas: la oficial y la entrelíneas, o, como dicen los cubanos, “por la izquierda”. Lo que se conoce oficialmente de Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez es que nació el 20 de abril de 1960 en Placetas, en la central provincia de Villa Clara. Que es hijo de una maestra, un mecánico y la Revolución. Ingeniero electrónico de la Universidad Central de la Villas, prestó servicio militar en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y temprano se vinculó con la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), donde se forman los cuadros del Partido Comunista Cubano (PCC), el único legal en la isla. Fue profesor universitario y agregado en Nicaragua.
En 1991, en plena crisis del Período Especial, ingresó al Partido y desde entonces, de muy callada pero eficiente manera, inició una trayectoria dentro de la dirigencia cubana que lo llevó al lugar que hoy ocupa. Primero se destacó como secretario del PCC en Villa Clara entre 1994 y 2002. Era trabajador y eficaz, pero también mechudo, vestía jean y camiseta, andaba en bicicleta y hacía cola en el mercado, apoyaba festivales de rock y hasta encuentros de la comunidad LGBTI; un comportamiento inusual para los cubanos acostumbrados a la élite de servidores estatales con uniformes militares, sus carros oficiales y distantes del pueblo. Luego pasó al mismo cargo pero en Holguín, entre 2003 y 2009, donde se dice combatió la corrupción.
En 2006, Fidel Castro enfermó y entregó el poder provisional a su hermano Raúl. En 2008, el encargo dejó de ser interino y Raúl se puso al frente del país y la Revolución que él mismo había ayudado a forjar, hasta entonces como segundo al mando. Con Raúl llegaron vientos de cambio. En una de sus primeras decisiones autónomas en 2009 sacó a ocho ministros y cuatro vicepresidentes, entre ellos pesos pesados como Roberto Robaina y Carlos Lage. En la camarilla que los reemplazó estaba Díaz-Canel, quien fue asignado al Ministerio de Educación Superior.
Ver más: "¡Luego de sesenta años un Castro no será el líder de la isla!"
Para 2013, por imposición de Raúl, fue elegido miembro del Buró Político del Partido, el máximo órgano ideológico del PCC, que a su vez orienta y dirige el Estado cubano. El 24 de febrero de ese año fue designado oficialmente vicepresidente del Consejo de Ministros y entonces el país sospechó que sería el ungido para reemplazar a Raúl, quien lo presentó así: “El compañero Díaz-Canel no es un advenedizo, ni un improvisado”.
Por primera vez alguien nacido después del triunfo de la Revolución será su líder. Ese aspecto resalta en el perfil no oficial de Díaz-Canel. No hace parte de la Generación Histórica, ni es militar; tampoco aglutina masas con su discurso, aunque sea el mismo libreto marxista y antiimperialista de sus predecesores. Se sabe que es cercano a Rusia y Venezuela. Siempre va acompañado de su esposa Lis Cuesta. Sus amigos lo describen como un tipo chévere, jodedor, que le gusta el fútbol, distante de los medios, aunque tiene cuenta en Facebook, y sencillo. Sus contradictores lo tildan de gris, alguien que no desagrada pero tampoco enamora, que no hará cambios, sino que, por el contrario, cumplirá órdenes, como lo ha hecho siempre. En resumen, un dirigente hecho a la medida de Raúl.
Pero, más allá de la sucesión del cargo, la llegada de Díaz-Canel significa la anunciada transición generacional. Dentro y fuera de Cuba siempre se creyó que se iniciaría con la muerte de Fidel Castro. Pero la verdad es que el proceso se ha disipado por más de 20 años, desde que el mismo comandante comenzó a hablar de actualización del modelo cubano; no de un giro a la democracia, como quisieran fuera de la isla, sino una metamorfosis contenida dentro de la Revolución. Dicha transición es un paso obligado por el inexorable paso del tiempo a los líderes históricos y el cambio de época al que Cuba todavía no se adapta, en parte por los mismos líderes anquilosados, y estará a cargo de la generación de Díaz-Canel.
Cubanos nacidos después de 1959, que hoy tienen entre 50 y 60 años, a los que se conoce como la generación perdida, pues crecieron bajo la sombra de sus padres y abuelos revolucionarios; que tuvieron mejor educación, pero fueron enseñados a no criticar ni revelarse; que vivieron las mieles de la paternidad soviética en los 70 y 80, quedaron marcados por la migración de amigos y familiares (los marielitos y los balseros) y llegaron a la edad productiva en la decadencia de los 90; que no tuvieron la posibilidad de hacer un proyecto propio, de tener sueños individuales.
¿Qué esperar?
La situación que enfrenta Díaz-Canel no es fácil. Los retos que tiene por delante el presidente son tan grandes como el proceso histórico que carga atrás.De él se espera que logre revivir la maltrecha economía cubana; que ejecute la obligada unificación monetaria (salarios pagados en peso cubano, Estado que se mueve en dólares estadounidenses y comercio y turismo en CUC o moneda convertible, causando distorsión económica y financiera); que reestructure las empresas estatales y brinde más libertades a la economía “cuentapropista”; que acelere la reinserción internacional de Cuba cuando su principal socio, Venezuela, vive una profunda crisis y América Latina, aunque tolerante con la isla, no tiene consenso sobre ella; que promueva la esquiva inversión extranjera por encima de los US$2.500 millones anuales para garantizar un crecimiento del PIB superior al 5 %.
Todo esto sin ceder un milímetro de soberanía ni de las conquistas sociales de la Revolución: educación, salud, vivienda; con el beneplácito de las FAR y los organismos de seguridad del Estado; con la anuencia del vigilante PCC y el apoyo de una sociedad más plural y conectada al mundo que reclama mayor inclusión en las decisiones y respeto a los derechos humanos.
Ver más: Cuba es más que los hermanos Castro
Caso aparte merece la relación con EE. UU., que pasa por una etapa fría. Donald Trump ha desarmado parcialmente las relaciones que restableció Barack Obama. El embargo sigue, el comercio y los viajes autorizados no aumentan y la Embajada de Washington en La Habana funciona con mínimo personal después del impasse por supuestos ataques sónicos. La llegada de Mike Pompeo como secretario de Estado y John Bolton como nuevo asesor de Seguridad Nacional, críticos de Cuba, y el protagonismo del senador Marco Rubio y el representante Mario Díaz Balart, anticastristas declarados, en la política exterior hacia la isla, tampoco son buenos signos. Del lado cubano, la tónica tampoco parece querer cambiar: resistiendo ante la presión y moviéndose cuando haya disponibilidad.
Así ven el cambio en la isla
Entre la población, las expectativas son variadas y en muchos casos nulas. Para el doctor en ciencias, economía y derecho Luis Suárez Salazar, de 68 años, hay que seguir con lo conquistado, pero es difícil hacerlo cuando Cuba no tiene recursos naturales ni energéticos para sustentar su desarrollo y depende mucho de la importación de alimentos.Los jóvenes claman cambios, pero no creen que lleguen. “No veo que esto mejore”, dice Daidi Rojo, estudiante de diseño gráfico de 22 años. “Aquí para conseguir plata tienes que hacer magia. Yo espero salir algún día”.
Parado junto a su moto del año 72, Víctor Álvarez, un cuentapropista habanero de 24 años, tampoco vislumbra novedades. “Chico, a la gente realmente no le importa el que llegue. Va a ser una cara nueva, pero el mismo pensamiento del viejo. Aquí la gente no habla de eso, no es novedoso. Aquí nada cambia, las cosas duran mil años, como mi moto”.
Para Ana Liz López, docente universitaria de la generación de Díaz-Canel, el que no sea un militar es algo bueno. “Seguramente a Raúl le consultarán todo y todo pasará por él, pero aun así es una persona más abierta que Fidel, que escucha”, dice.
Ver más: Miguel Díaz-Canel, el hombre de la era posCastro
Luis Manuel Rodríguez, un comerciante de Guanabacoa, de 57 años, asegura que en Cuba sí han ocurrido cambios: “Negocios por cuenta propia, inversiones, teléfonos celulares, internet, se puede salir del país. Lo que falta es un cambio económico más profundo. No hay inversiones, a no ser inversiones extranjeras. No tenemos una moneda fuerte para cambiar lo que hace falta”.
Lennier López, bloguero del portal Cuba Posible, señala que “lo que está en juego es la legitimidad de la Revolución, y para conservar esa Revolución el núcleo deberá conservarse (el PCC, el Consejo de Estado, las FAR y la inteligencia militar). Cualquier cambio que modifique esto sería un paso fuera de la Revolución”.
Es seguro que la IX Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular elige a Díaz-Canel, cinco vicepresidentes y 23 miembros del Consejo de Estado. Entonces Raúl Castro dejará el poder a los 86 años tras una década al frente de Cuba y pasará a dirigir el PCC, que constitucionalmente rige al presidente, por lo menos hasta el próximo Congreso del PCC, programado para 2021. Quiere decir que ahora será la Cuba de Miguel y ya no habrá un Castro al frente de ella, sino detrás de él.
* Periodista cubano.
En Cuba todo tiene dos lecturas: la oficial y la entrelíneas, o, como dicen los cubanos, “por la izquierda”. Lo que se conoce oficialmente de Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez es que nació el 20 de abril de 1960 en Placetas, en la central provincia de Villa Clara. Que es hijo de una maestra, un mecánico y la Revolución. Ingeniero electrónico de la Universidad Central de la Villas, prestó servicio militar en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y temprano se vinculó con la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), donde se forman los cuadros del Partido Comunista Cubano (PCC), el único legal en la isla. Fue profesor universitario y agregado en Nicaragua.
En 1991, en plena crisis del Período Especial, ingresó al Partido y desde entonces, de muy callada pero eficiente manera, inició una trayectoria dentro de la dirigencia cubana que lo llevó al lugar que hoy ocupa. Primero se destacó como secretario del PCC en Villa Clara entre 1994 y 2002. Era trabajador y eficaz, pero también mechudo, vestía jean y camiseta, andaba en bicicleta y hacía cola en el mercado, apoyaba festivales de rock y hasta encuentros de la comunidad LGBTI; un comportamiento inusual para los cubanos acostumbrados a la élite de servidores estatales con uniformes militares, sus carros oficiales y distantes del pueblo. Luego pasó al mismo cargo pero en Holguín, entre 2003 y 2009, donde se dice combatió la corrupción.
En 2006, Fidel Castro enfermó y entregó el poder provisional a su hermano Raúl. En 2008, el encargo dejó de ser interino y Raúl se puso al frente del país y la Revolución que él mismo había ayudado a forjar, hasta entonces como segundo al mando. Con Raúl llegaron vientos de cambio. En una de sus primeras decisiones autónomas en 2009 sacó a ocho ministros y cuatro vicepresidentes, entre ellos pesos pesados como Roberto Robaina y Carlos Lage. En la camarilla que los reemplazó estaba Díaz-Canel, quien fue asignado al Ministerio de Educación Superior.
Ver más: "¡Luego de sesenta años un Castro no será el líder de la isla!"
Para 2013, por imposición de Raúl, fue elegido miembro del Buró Político del Partido, el máximo órgano ideológico del PCC, que a su vez orienta y dirige el Estado cubano. El 24 de febrero de ese año fue designado oficialmente vicepresidente del Consejo de Ministros y entonces el país sospechó que sería el ungido para reemplazar a Raúl, quien lo presentó así: “El compañero Díaz-Canel no es un advenedizo, ni un improvisado”.
Por primera vez alguien nacido después del triunfo de la Revolución será su líder. Ese aspecto resalta en el perfil no oficial de Díaz-Canel. No hace parte de la Generación Histórica, ni es militar; tampoco aglutina masas con su discurso, aunque sea el mismo libreto marxista y antiimperialista de sus predecesores. Se sabe que es cercano a Rusia y Venezuela. Siempre va acompañado de su esposa Lis Cuesta. Sus amigos lo describen como un tipo chévere, jodedor, que le gusta el fútbol, distante de los medios, aunque tiene cuenta en Facebook, y sencillo. Sus contradictores lo tildan de gris, alguien que no desagrada pero tampoco enamora, que no hará cambios, sino que, por el contrario, cumplirá órdenes, como lo ha hecho siempre. En resumen, un dirigente hecho a la medida de Raúl.
Pero, más allá de la sucesión del cargo, la llegada de Díaz-Canel significa la anunciada transición generacional. Dentro y fuera de Cuba siempre se creyó que se iniciaría con la muerte de Fidel Castro. Pero la verdad es que el proceso se ha disipado por más de 20 años, desde que el mismo comandante comenzó a hablar de actualización del modelo cubano; no de un giro a la democracia, como quisieran fuera de la isla, sino una metamorfosis contenida dentro de la Revolución. Dicha transición es un paso obligado por el inexorable paso del tiempo a los líderes históricos y el cambio de época al que Cuba todavía no se adapta, en parte por los mismos líderes anquilosados, y estará a cargo de la generación de Díaz-Canel.
Cubanos nacidos después de 1959, que hoy tienen entre 50 y 60 años, a los que se conoce como la generación perdida, pues crecieron bajo la sombra de sus padres y abuelos revolucionarios; que tuvieron mejor educación, pero fueron enseñados a no criticar ni revelarse; que vivieron las mieles de la paternidad soviética en los 70 y 80, quedaron marcados por la migración de amigos y familiares (los marielitos y los balseros) y llegaron a la edad productiva en la decadencia de los 90; que no tuvieron la posibilidad de hacer un proyecto propio, de tener sueños individuales.
¿Qué esperar?
La situación que enfrenta Díaz-Canel no es fácil. Los retos que tiene por delante el presidente son tan grandes como el proceso histórico que carga atrás.De él se espera que logre revivir la maltrecha economía cubana; que ejecute la obligada unificación monetaria (salarios pagados en peso cubano, Estado que se mueve en dólares estadounidenses y comercio y turismo en CUC o moneda convertible, causando distorsión económica y financiera); que reestructure las empresas estatales y brinde más libertades a la economía “cuentapropista”; que acelere la reinserción internacional de Cuba cuando su principal socio, Venezuela, vive una profunda crisis y América Latina, aunque tolerante con la isla, no tiene consenso sobre ella; que promueva la esquiva inversión extranjera por encima de los US$2.500 millones anuales para garantizar un crecimiento del PIB superior al 5 %.
Todo esto sin ceder un milímetro de soberanía ni de las conquistas sociales de la Revolución: educación, salud, vivienda; con el beneplácito de las FAR y los organismos de seguridad del Estado; con la anuencia del vigilante PCC y el apoyo de una sociedad más plural y conectada al mundo que reclama mayor inclusión en las decisiones y respeto a los derechos humanos.
Ver más: Cuba es más que los hermanos Castro
Caso aparte merece la relación con EE. UU., que pasa por una etapa fría. Donald Trump ha desarmado parcialmente las relaciones que restableció Barack Obama. El embargo sigue, el comercio y los viajes autorizados no aumentan y la Embajada de Washington en La Habana funciona con mínimo personal después del impasse por supuestos ataques sónicos. La llegada de Mike Pompeo como secretario de Estado y John Bolton como nuevo asesor de Seguridad Nacional, críticos de Cuba, y el protagonismo del senador Marco Rubio y el representante Mario Díaz Balart, anticastristas declarados, en la política exterior hacia la isla, tampoco son buenos signos. Del lado cubano, la tónica tampoco parece querer cambiar: resistiendo ante la presión y moviéndose cuando haya disponibilidad.
Así ven el cambio en la isla
Entre la población, las expectativas son variadas y en muchos casos nulas. Para el doctor en ciencias, economía y derecho Luis Suárez Salazar, de 68 años, hay que seguir con lo conquistado, pero es difícil hacerlo cuando Cuba no tiene recursos naturales ni energéticos para sustentar su desarrollo y depende mucho de la importación de alimentos.Los jóvenes claman cambios, pero no creen que lleguen. “No veo que esto mejore”, dice Daidi Rojo, estudiante de diseño gráfico de 22 años. “Aquí para conseguir plata tienes que hacer magia. Yo espero salir algún día”.
Parado junto a su moto del año 72, Víctor Álvarez, un cuentapropista habanero de 24 años, tampoco vislumbra novedades. “Chico, a la gente realmente no le importa el que llegue. Va a ser una cara nueva, pero el mismo pensamiento del viejo. Aquí la gente no habla de eso, no es novedoso. Aquí nada cambia, las cosas duran mil años, como mi moto”.
Para Ana Liz López, docente universitaria de la generación de Díaz-Canel, el que no sea un militar es algo bueno. “Seguramente a Raúl le consultarán todo y todo pasará por él, pero aun así es una persona más abierta que Fidel, que escucha”, dice.
Ver más: Miguel Díaz-Canel, el hombre de la era posCastro
Luis Manuel Rodríguez, un comerciante de Guanabacoa, de 57 años, asegura que en Cuba sí han ocurrido cambios: “Negocios por cuenta propia, inversiones, teléfonos celulares, internet, se puede salir del país. Lo que falta es un cambio económico más profundo. No hay inversiones, a no ser inversiones extranjeras. No tenemos una moneda fuerte para cambiar lo que hace falta”.
Lennier López, bloguero del portal Cuba Posible, señala que “lo que está en juego es la legitimidad de la Revolución, y para conservar esa Revolución el núcleo deberá conservarse (el PCC, el Consejo de Estado, las FAR y la inteligencia militar). Cualquier cambio que modifique esto sería un paso fuera de la Revolución”.
Es seguro que la IX Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular elige a Díaz-Canel, cinco vicepresidentes y 23 miembros del Consejo de Estado. Entonces Raúl Castro dejará el poder a los 86 años tras una década al frente de Cuba y pasará a dirigir el PCC, que constitucionalmente rige al presidente, por lo menos hasta el próximo Congreso del PCC, programado para 2021. Quiere decir que ahora será la Cuba de Miguel y ya no habrá un Castro al frente de ella, sino detrás de él.
* Periodista cubano.