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Parece la repetición de una película. Esa que vimos el 6 de abril de 2017, cuando Donald Trump, indignado por un ataque con armas químicas en la ciudad siria de Khan Sheikhoun que dejó más de 70 muertos, lanzó 59 misiles Tomahawk contra instalaciones del gobierno sirio. Entonces, se prendieron las alarmas: que Rusia iba a responder con furia y fuero, decían algunos; que ahora sí la guerra era inevitable, replicaban los más alarmistas.
El viernes en la noche Donald Trump volvió a atacar Siria. Lo hizo por segunda vez, para castigar (de nuevo) al gobierno sirio después de haber sido acusado de utilizar armas químicas contra “su propio pueblo” el domingo pasado en Duma.
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En los ataques, que duraron cerca de 30 minutos, participaron fuerzas francesas y británicas. “Al-Ásad utiliza armas químicas para provocar el máximo sufrimiento contra familias apiñadas en refugios bajo tierra, como se vio en Duma, una población que ya estaba negociando su rendición y su evacuación”, afirmó la Casa Blanca en su justificación del ataque.
La primera ministra británica, Theresa May, aseguró que había autorizado a las fuerzas armadas británicas a llevar a cabo bombardeos coordinados “para degradar las capacidades de armas químicas del régimen e impedir su uso”. Por su parte, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, agregó que las acciones militares se circunscriben “a las capacidades del régimen sirio sobre las armas químicas”.
Según el reporte del Pentágono, se atacaron tres ubicaciones específicas: un centro de producción de armas químicas en Damasco, un almacén de gas sarín en Homs y otra bodega en Al Kiswa, a 24 kilómetros de esa ciudad, que también era un centro de comando militar.
La respuesta rusa
¿Qué supone esto militarmente? De acuerdo con el historiador español Miguel Benito, “nada. Los daños de la operación estadounidense son limitados. El mensaje es que Bashar al-Ásad y sus aliados pueden seguir acabando con la oposición interna y con los yihadistas en su territorio, siempre que no usen armas químicas. Cualquier otro medio parece estar permitido”.Y es que desde hace un año la represión contra los rebeldes sirios ha sido cada vez más sangrienta. El asedio a Guta Oriental, fue sólo un ejemplo. Pero la comunidad internacional guardó silencio. Como lo ha hecho frente a siete años de guerra que han dejado medio millón de muertos y más de 5 millones de refugiados.
La gran pregunta es si, esta vez, Rusia va a responder como señaló esta semana, cuando amenazó (al estilo Trump) que un ataque sobre Siria tendría consecuencias. “Rusia no va a responder. Va a decir lo que ha venido repitiendo, que esta es una acción ilegal, que ellos tenían pruebas de que Al-Ásad no usó armas químicas, etc. Se van a mantener en eso”, explica Benito.
En un comunicado, la embajada de Rusia en Washington rechaza el ataque. Dice que “los peores presagios se han cumplido. No han escuchado nuestras advertencias. Nos vuelven a amenazar. Habíamos advertido de que estas acciones no se quedarían sin consecuencias. Toda la responsabilidad recae en Washington, Londres y París”.
La portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, María Zajárova, insistió en que no hay pruebas ciertas del ataque químico. Sin embargo, Estados Unidos afirma tener documentados ataques con armas químicas contra civiles en Siria en 2014, 2015, otoño de 2016, tres veces entre abril y mayo de 2017, 18 de noviembre de 2017 y 22 de enero de 2018.
La opinión pública respaldó, al igual que durante el ataque de 2017, a Trump. Dicen que hacer respetar las líneas rojas es fundamental. Ed Royce, presidente del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, cree que la intervención está “justificada”. El Partido Demócrata también cerró filas en torno al mandatario.
¿Quién gana?
El secretario de Defensa estadounidense, el general Jim Mattis, informó que los ataques contra Siria terminaron y no hay más planificados. “Siria no aprendió la lección cuando el año pasado ese país ya había sido sometido a bombardeos estadounidenses por denuncias de uso de armas químicas”, señaló.¿Esta vez sí? Benito explica que este ataque cambia pocas cosas, pues las fuerzas en el terreno siguen igual. “Rusia ya ganó la guerra en Siria, logró lo que quería que era mayor influencia en la zona y mantener a su aliado Al-Ásad en el poder. Ahora lo que busca es acabar con la guerra lo antes posible. Lo que sigue es conquistar los últimos enclaves en manos rebeldes lo antes posible”. Además, según el ministerio ruso de Defensa, los bombardeos no golpearon las bases rusas en Siria.
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Pero Rusia no es el único ganador. Bashar al-Ásad se queda en el poder y, de acuerdo con Krisnadev Calamur, de la revista The Atlantic, “cualquier daño sufrido por las instalaciones militares sirias puede ser reparado por los benefactores de Al-Ásad, Rusia e Irán. El dictador sirio habrá ganado el conflicto, a menos que EE. UU. complemente las acciones del viernes con un rol militar más amplio en Siria, uno al que ni el presidente ni el público estadounidense tienen apetito, pero de otra manera, Bashar al-Ásad no sólo permanecerá en el poder, sino que también conservará su capacidad para atacar a su gente”.
A pesar de los pocos efectos a futuro de la operación militar, Trump gana con su estrategia. El mandatario logró que, al menos durante unos días, el país deje de hablar de sus pagos a actrices porno, de las investigaciones a su abogado, de la intromisión rusa en las elecciones de 2016 y del libro del exdirector del FBI, James Comey, “Una lealtad mayor: verdad, mentiras y liderazgo”, en donde lo retrata como un “presidente egocéntrico y anárquico”.
El ataque del viernes también le sirvió a Trump para presentar su dream team de seguridad. Un anticipo de lo que está por venir en Washington. El presidente escogió a tres personas que a él lo hacen soñar, pero que pusieron al mundo a temblar. Es claro que ya no está Rex Tillerson, que de alguna manera contenía al presidente en la escena internacional.
Durante su discurso en la Casa Blanca, Trump estuvo bajo la mira de Mike Pompeo, representante ultraconservador, hoy secretario de Estado; Gina Haspel, directamente implicada en el escándalo de tortura bajo la administración Bush, ella liderará la CIA, y aún más preocupante, John Bolton, con una trayectoria guerrerista y antimultilateral, para el Consejo de Seguridtad Nacional —o sea, el consejero del presidente—.
La acción militar en Siria, dice The Atlantic, “ilustra la dificultad que ha tenido la administración Trump para salir del conflicto”. Hace apenas dos semanas Trump dijo a sus seguidores que los aproximadamente 2.000 soldados estadounidenses en Siria abandonarían el país muy pronto. ¿Qué hará?
Lo dijo en su discurso: “Estados Unidos no busca tener una presencia indefinida en Siria bajo ninguna circunstancia”. Y enfatizó: “Estados Unidos será un socio y un amigo, pero el destino de la región están en las manos de su propio pueblo”.
¿Y los sirios? Son los grandes perdedores. Durante los próximos días deberán seguir enfrentando la arremetida del régimen, los niños sirios y mujeres sirias, que tanto impactan a Trump, seguirán muriendo y aquellos que logren huir de las bombas y las armas químicas deberán buscar un país de destino diferente a Estados Unidos porque Trump diseñó una política migratoria que los mantenga lejos y fuera de su país.