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De pie sobre una tarima de tres metros en Brasilia, Jair Bolsonaro agarraba con su mano izquierda un muñeco del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, vestido como prisionero, y lo golpeaba con su palma derecha. Era marzo de 2016 y Brasil vivía uno de sus momentos más tensos en la última década. Los principales símbolos de la izquierda en la región, Lula y Dilma Rousseff, eran investigados por corrupción. Con cada bofetada, Bolsonaro sonreía y, tras un último derechazo, arrojó el muñeco al piso. En seguida bajó a saludar a sus partidarios, que lo levantaron en brazos y lo aclamaron como a un ídolo.
¿Quién es Jair Bolsonaro? Sus seguidores lo llaman “el mito”. Para algunos de ellos es un ser superior, una ficción, un héroe. Lo aplauden por su estilo retador, por salirse del libreto usual de los políticos. Para otros, en cambio, él representa el peligro, los extremos, el regreso de una dictadura.
Jair Messias Bolsonaro es un exmilitar de 62 años que, con casi tres décadas de una discreta carrera en la arena política, surgió hace menos de dos años como el símbolo de la derecha desmedida. Desde 1991 circula por los pasillos del Congreso de Brasil. Ese año fue elegido como diputado federal de Río de Janeiro por el Partido Demócrata Cristiano. Desde entonces ha sido un camaleón, pues ha vestido las banderas de siete partidos. Con cada pulso electoral suma más adeptos, aunque no se lo debe tanto a su carrera, pues ha impulsado pocas reformas. Su éxito es mérito de sus afirmaciones, sus posturas personales y su crítica empedernida a los gobiernos de izquierda.
Su discurso, ambicioso y controvertido, no fue usual en una campaña a la presidencia. En el exterior lo comparan con Donald Trump, Marine Le Pen o Rodrigo Duterte. Lo llaman la versión tropical de la ultraderecha. Ser políticamente incorrecto, como Trump, un antisistema, se volvió una fórmula popular entre algunos políticos tras el éxito del magnate en Estados Unidos. Lea también: ¿Qué se juega Colombia si Bolsonaro queda elegido presidente de Brasil?)
Según Andrés Río, profesor de la Universidad Federal Fluminense, “así como sucedió con Trump en Estados Unidos, Bolsonaro captó a muchas personas que sentían que alguien supuestamente fuera del sistema y que sea más duro puede quebrar con la corrupción y la política tradicional”; sin embargo, esa corriente de volver el sistema político algo “apolítico” es un peligro.
Bolsonaro ha dicho, entre otras cosas, que las mujeres “deben ganar menos porque se quedan embarazadas”, que “los artistas deben ser fusilados”, que “las minorías tienen que inclinarse a las mayorías”, que “los negros no sirven ni para reproducirse” y que “sería incapaz de amar a un hijo homosexual”. Apoya la venta libre de armas (en un país con elevados índices de violencia), la tortura de delincuentes, pues para él “el mejor delincuente es el delincuente muerto”, y minimiza la importancia de las ejecuciones durante la dictadura, que además revindica. “El error de la dictadura fue torturar y no matar”, dice, nostálgico del periodo militar. Vea también: ¿Un vicepresidente más radical que Bolsonaro?)
Este prontuario de declaraciones misóginas, homófobas y racistas ha tenido gran aceptación entre los brasileños. Bolsonaro se ha aprovechado de un electorado que ya no cree en la política tradicional y que busca una solución radical frente a la crisis económica y social que vive el país. Encontró la fórmula del éxito en capitalizar el odio del pueblo hacia la corrupción de la izquierda. Emula los ataques a la prensa como lo hace Trump, “no serán la prensa ni el Tribunal Supremo los que me dirán cuáles son mis límites”, dice. “Responderé lo que yo quiera”, sentenció en su primer debate. Se presenta a sí mismo como la única salvación, como el “Messias” que necesita el país; “solo hay uno que puede cambiar el destino de Brasil, ese es Jair Bolsonaro”, sentenció. No obstante, en su primer debate planteó un discurso más moderado, con intenciones de mostrar una imagen reflexiva, una postura equilibrada.
En su contra están los empresarios, que lo ven como una moneda al aire, pues creen que no sabría tomar el rumbo del país. Además, la relación de muchos de sus familiares con empresas estatales inquieta al electorado, que está hasta el cuello de la corrupción. Sin embargo, un sector de los jóvenes comenzó una fuerte campaña en internet a su favor, el mismo grupo que pidió a gritos la prisión para Lula. Le puede interesar: Partido de Lula da Silva inscribe su candidatura sin saber si será aceptada