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Los críticos de Donald Trump que asumen que la pandemia del COVID-19 destruyó o está por destruir las intenciones reeleccionistas del presidente, deberían tener en cuenta algo sobre su vida: donde todos ven crisis, él ve una oportunidad. Y cuando la tempestad pasa, él emerge o ha emergido, intacto y más enérgico que antes. Porque Trump ha entrenado toda su vida no solo para escapar del fracaso, sino para abrazarlo y finalmente usarlo a su favor. Hoy, por ejemplo, en medio de la emergencia y de las más de 40.000 víctimas que deja el coronavirus en su país, ha logrado sacar provecho del peor momento de la nación para impulsar su propia campaña reeleccionista.
Los mítines y multitudinarios eventos de los candidatos pudieron quedar suspendidos por cuenta del confinamiento y el distanciamiento social, pero Donald Trump encontró la fórmula para que su “operación reelección” continuara a gran escala sin siquiera salir de la Casa Blanca. El presidente transformó exitosamente sus sesiones informativas sobre el coronavirus en su nuevo rally de campaña.
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A diario, luego de pasar un breve reporte sobre la situación actual del COVID-19 en el país, Trump ataca en televisión nacional a su ahora único rival en pie, el demócrata Joe Biden, a quien acusa de desaprovechar la oportunidad de salvar al planeta en el pasado y sobre quien, junto al expresidente Barack Obama, dice que recae la responsabilidad sobre lo que ocurre ahora.
También siembra el caos en estados decisivos, aviva sus peleas con los gobiernos locales que le hacen oposición y promueve la rebelión contra los alcaldes que van en contravía de su política. Ha alentado a las personas a protestar contra las cuarentenas, dando el escenario propicio para una tragedia. No solo porque donde hubo protestas crecieron los contagios, sino porque se viven escenas de una película de horror donde la seguridad ahora es un sentimiento distante.
El lunes cientos de manifestantes armados salieron a “proteger” su derecho a la protesta y a “defender” a quienes no quieren la cuarentena. Los ciudadanos más radicales ya se rebelaron contra los médicos, a quienes acusan de estar a favor de la “China comunista” y en contra de su “tierra de la libertad”. Algunos gobernadores como Larry Hogan de Maryland y Gretchen Whitmer de Michigan ya lamentaron la situación: “estas protestas son un mitin político”, se quejan.
Pero la estrategia de Trump es inmune a las críticas porque al final es el único que aparece en el reflector. Cuando se levanta detrás al atril en las noches tiene a todos conectados con lo que va a decir: a los medios, a sus opositores, y por supuesto, a sus fieles seguidores.
“Con el propio viaje de Trump restringido por medidas de seguridad, y la incapacidad de celebrar grandes reuniones en todo el país, pasar a menudo más de una hora al micrófono la mayoría de los días se ha convertido en la forma más directa del presidente para comunicarse con los estadounidenses en lugar de las manifestaciones de la campaña”, dice Tessa Berenson, corresponsal de la revista Time en la Casa Blanca.
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“Esta es la forma más efectiva de comunicación presidencial directa desde los chats junto a la chimenea de Franklin D. Roosevelt”, agregó Ben Smith, periodista de The New York Times. Según la periodista Elaina Plott, Trump quería comenzar un programa de radio nacional para mantener informada a la nación, pero finalmente se inclinó por la televisión al ser el medio con el que se siente más cómodo, pues finalmente fue el que lo convirtió en lo que es.
Pero no solo hubo un cambio de medio con el coronavirus, sino también de mensaje. Antes de que estallara la crisis, Trump se ufanaba de un sistema económico poderoso y entregaba partes de una economía en auge, con bajas cifras de desempleo. Ahora, la realidad ha cambiado, y las nuevas condiciones extremas del mercado no permiten que el presidente se vanaglorie de esto. Por eso Trump ahora se ampara en algo más: en su manejo de la pandemia al que califica de exitoso, así haya minimizado repetidamente la gravedad del brote, así haya contradicho a los expertos en salud y haya tomado decisiones tardíamente.
Trump y su equipo de campaña se han centrado en utilizar a favor la crisis y hacer eco de cada uno de los movimientos del presidente, pues es probable que este sea el tema que moldee la decisión de los votantes en noviembre. “Nuestro enfoque principal ha sido amplificar lo que el presidente está haciendo, y claramente está haciendo el trabajo para el que fue elegido”, explica el director de comunicaciones de la campaña de Trump, Tim Murtaugh. Y no lo han hecho solo en televisión, sino a través de sus redes sociales y de correos electrónicos que llegan con las “pautas sobre el coronavirus del presidente Trump” a todos los ciudadanos.
“Esto es un anuncio de campaña financiado por el gobierno federal para Donald Trump. Cuando la gente lee ese correo ve: ‘el presidente me envió algo para protegerme’. La persuasión más efectiva es esa que no se parece a la persuasión”, dice Kathleen Hall Jamieson, directora del Centro de Políticas Públicas de Annenverg en la Universidad de Pennsylvania y experta en comunicación política.
Cada declaración y cada fotografía sobre el coronavirus es ahora también parte de su campaña reeleccionista, porque su respuesta ante la crisis, por la que será juzgado, es ahora su única carta electoral para mostrar.
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Y es que en cada movimiento sobre el coronavirus Trump busca dejar su huella. Su nombre, por ejemplo, quedará impreso en los cheques de estímulo de coronavirus que el Gobierno, por aprobación del Congreso, enviará a millones de estadounidenses.
Esta decisión fue muy controvertida, pues al imprimir la firma del presidente se retrasará la emisión de los cheques a quienes lo necesitan con urgencia. Algunos demócratas, como Nancy Pelosi y los senadores Tim Ryan y Ron Wyden, dijeron que es otra muestra de cómo el presidente quiere alimentar su ego, pero también es una manera “desagradable” de adquirir una ganancia política. Después de todo, como él mismo dice, la gente estará muy feliz de recibir un cheque “grande, gordo y hermoso con su nombre en él”, insinuándoles que fue él quien les entregó directamente la ayuda.
Construir su campaña con base en su respuesta al coronavirus es una estrategia arriesgada, considerando que todo puede empeorar y podría costarle en las urnas. Sin embargo, Trump tiene cubierto ese escenario, y ya sentó las bases para culpar a otros, como políticos y hasta empresas, por los resultados negativos que pueda haber en la nación. Como reseña Michael Kruse, periodista de Politico, Trump es un artista del escape.
El mandatario pudo ajustar su campaña a la crisis del coronavirus, pero, a diferencia de otros en el pasado, Trump no goza del efecto de unión que sí tuvo George W. Bush, por ejemplo, después de los ataques del 11 de septiembre. Y esa es una señal de cuán polarizado se encuentra el país, de la dificultad del presidente para desempeñar el rol de “consolador en jefe” como alguna vez lo hizo Bill Clinton, y de lo abierto que permanece el futuro en las urnas hasta noviembre.
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.