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Cuando Carles Puigdemont fue elegido como presidente de la Generalitat de Cataluña, los ciudadanos y parte de los dirigentes catalanes quedaron atónitos. No porque fuera una figura que chocara con el sistema político, sino porque muy pocos conocían al hombre de la melena y los anteojos rectangulares. Su nombre era familiar en la ciudad de Girona, donde fue alcalde, pero en el resto de lugares era un cristiano más. Siempre merodeó por la política local, así que su figura pasó de agache hasta enero del año pasado, cuando Artur Mas, su antecesor, lo designó para su reemplazo. Muy pocos sospechaban lo que venía cuesta arriba o, para ser precisos, en el “puig” de “mont” (cerro del monte) .
Puigdemont nació en Amer, un pueblo muy pequeño de la provincia de Girona, que no sobrepasa los 2.500 habitantes. Allí se crió en medio de una familia tradicional cuyo sustento era una pastelería fundada por sus abuelos. Entre panes, chocolates y bizcochos escuchó con atención las historias de su abuelo, quien huyó de Amer para no ser reclutado en medio de la guerra civil.
(Vea también: ¿Quiénes son los catalanes y por qué quieren independizarse de España?)
El resentimiento en contra de la dictadura lo heredó rápido, como las manías que se copian de los padres y los abuelos. A los 12 años se autoproclamó “antifranquista”. Una crónica del diario El Mundo narra un episodio revelador: “Carles se colocó en su bata el lema “Queremos el Estatut”. Uno de los curas del colegio lo interpeló: “Pero si tú no sabes lo que es el Estatuto”. “Por supuesto que lo sé” -respondió él-“, y si quiere se lo cuento”.
Aunque a los casi 20 años contribuyó a la fundación la Juventud Nacionalista de Cataluña, decidió que su pasión era el periodismo. Si bien no lo estudió, trabajó en dos diarios durante varios años. Fundó la Agència Catalana de Notícies y la publicación en inglés Catalonia Today. Empezó a estudiar filología catalana, pero no terminó. Puigdemont es un personaje que se ha construido con experiencia, pero eso no le impidió llegar a lugares inesperados. Conoció el poder de los medios y la importancia del discurso. Hoy parte de su éxito es la divulgación masiva de sus ideas en redes sociales, pantallas gigantes por la ciudad y el canal TV3.
Tal vez por eso, después de más de una década en el periodismo, se lanzó a la arena política. En 2006 fue elegido diputado en el Parlament por el partido Covergència i Unió (CiU) y en 2011, como alcalde de Girona. “Como alcalde fue un cambio histórico en la ciudad, pues Girona fue un feudo socialista durante mucho tiempo. A nivel político fue todo un reto, pero se acomodó pronto. Siempre fue muy importante en su gobierno la comunicación. Dominó muy bien los medios y las redes sociales. También fue una persona cercana a la gente”, cuenta Laura Servent, habitante de Girona.
También fue presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI). Siempre militó en el mismo partido, sin embargo, no era uno de los personajes más fuertes. De todas formas, Puigdemont fue nombrado como presidente. La razón: después de las elecciones autonómicas de 2015, con las que se constituyó el Parlamento, llegaron los acuerdos políticos con condiciones.
Convergència (ahora llamado Pdcat) se unió con Esquerra Republicana y conformaron el famoso Juntos x el Sí (JxSí), a favor del movimiento independentista. Pero necesitaban más. Así que le pidieron a la Candidatura de la Unidad Popular (CUP), un partido catalogado como antisistémico, que fuera parte de la alianza. ¿Cuál fue la condición de la CUP? Que el presidente de la Generalitat, entonces Artur Mas, saliera del cargo. Aunque Mas se resistió, al final dio un paso al costado y nombró a Puigdemont.
“No es una figura fuerte en su partido, pero dentro del gobierno sí. Puigdemont es un poco outsider, distante de los círculos tradicionales porque viene un poco por accidente. Nadie pensaba que iba a ser Puigdemont el futuro presidente de la Generarlitat”, dice Jordi Muñoz, analista político y académico.
Puigdemont asumió muy bien su papel. “Necesitaban a alguien más tutelable. Eligieron a un fanático que estuviera al mando de la nave y aguantara el timón, pasara lo que pasara. Y hay que ser honesto: el fanático es útil porque no piensa las consecuencias más de una vez”, agrega Félix Ovejero, académico y uno de los fundadores del Partido Ciudadanos.
Hoy el fanático o el “outsider”, como lo llaman, no sólo logró llevar a cabo un referéndum independentista y ser protagonista en la crisis política más importantes de España en la última década, sino también posicionar su nombre y contar con el apoyo de miles de personas que apoyan la idea de una Cataluña independiente y que hasta el año pasado no lo reconocían.
En este momento el presidente de la Generalitat está contra las cuerdas. Aunque el pasado 10 de octubre se esperaba la declaración de independencia, después de que el “sí” ganara el referéndum, Puigdemont prefirió dar más tiempo “para un diálogo”. Esa decisión le costó la desilusión de la gran mayoría de sus adeptos y le dio tiempo al estado español para que planeará su salida a corto plazo: la puesta en marcha del artículo 155, que le quitaría funciones autonómicas a Cataluña.
Cadena de incertidumbres
El viernes, el gobierno español fue claro con que tomaría medidas para evitar el proceso de secesión, dentro de las cuales está la activación del artículo 155. Mariano Rajoy, presidente de España, aseguró que dibujó, junto con los partidos PSOE y Ciudadanos, la ruta para defender la constitucionalidad, pero que ésta sólo la explicaría hasta el sábado.
(Lea también: Rajoy destituirá al gobierno catalán y convocará elecciones en 6 meses)
A pesar de que el mandatario se veía seguro de su decisión, los expertos insisten en que el futuro está lleno de incertidumbres, pues es la primera vez que se aplica este punto de la Constitución en la historia de España. “Esto no se ha usado ni desarrollado nunca. Normalmente, las previsiones constitucionales se desarrollan en leyes después para concretar su aplicación. Pero como es la primera vez, nadie tiene idea de cómo será el mecanismo. Hay una gran incertidumbre política y jurídica”, advierte Muñoz.
Para el analista, si eso sucede, lo más probable es que Puigdemont declare la independencia. Sin embargo, hay que tener en cuenta que dentro de su partido “hay una tensión entre quienes defienden el diálogo y quienes quieren independencia ya”. Por ejemplo, Artur Mas hace poco declaró en el Financial Times que Cataluña no estaba preparada para dar ese paso.
De hecho, hay rumores de que el papel de Mas será decisivo, pues calmará el conflicto a cambio de saldar sus problemas con la justicia española (lo acusan de actos de corrupción).
El analista piensa que la decisión del gobierno es sólo una salida de corto plazo: “Disolver el Parlamento y convocar unas elecciones no va a cambiar la situación. Puedes hacerlo, pero más adelante deben convocar elecciones. ¿Quién se lanzará? Los mismos. La crisis se tapa en este momento, pero saldrá a flote luego. El gobierno español sabe qué hacer ahora, pero no tiene idea de cómo gestionar esto en el medio plazo”.
Por su parte, Ovejero considera necesaria la implementación del artículo 155, que deberá acompañarse, según él, con “una limpieza en el oxígeno de la democracia y más educación para desmentir los mitos que rodean el independentismo”.
En caso de pasar al diálogo, señala, no habrá resolución de conflicto, pues España no aceptará el proyecto político de Puigdemont y la Generalitat no dejará de lado “su discurso nacionalista”. Y si se aplica la independencia, según Ovejero, la situación no va a cambiar: “Podrá decir lo que quiera, pero lo importante es que lo reconozcan. Yo hoy puedo salir a la calle a decir que soy rey de Alemania. La gente me mirará, me dirán “encantado de conocerte” y luego me llevarán a un manicomio. No hay legitimidad”.
Mientras eso sucede, la ciudadanía se organiza, una vez más, para manifestarse. Los dos bandos, independentismo y unionismo, siguen tomándose las calles hasta que exista una solución, ojalá dialogada. Pero el fin de este conflicto político, para los expertos, aún no se ve en el horizonte. Hoy todos están rodeados por la bruma de la incertidumbre.