Bélgica: la pelota no distingue idiomas

Eden Hazard es del sur del país, Thibaut Courtois viene del norte y Romelu Lukaku de Congo. La selección quiere demostrarle al país que ni el idioma ni el origen importan.

Camilo Gómez Forero
11 de junio de 2018 - 02:01 a. m.
Ilustración Tania Bernal
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Se dice que en Bélgica ni siquiera el himno nacional convoca el mismo patriotismo que la selección nacional de fútbol. De hecho, hay un dicho belga que dice “el rey y el fútbol son las únicas cosas que mantienen unido al país”. Hasta hace poco, la cerveza y las papas fritas eran el mayor símbolo de identidad que tenía este país europeo, que es quizás el más dividido de Europa Occidental y, según la Comisión de la Unión Europea, uno de los menos patrióticos.

Las diferencias políticas, económicas y culturales que tienen los francófonos del sur con los flamencos del norte han deteriorado los lazos de la nación a tal punto de causar por poco un divorcio en 2007. Para ese momento, los belgas fueron incapaces de conformar un gobierno y tuvieron una crisis política de más de 500 días. Su sistema político, con siete cámaras parlamentarias y seis gobiernos, exhibe la complejidad de las relaciones entre ambas regiones.

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El origen de tal división se encuentra principalmente en el idioma. Bélgica estuvo gobernada por una burguesía francófona por mucho tiempo, mientras que el holandés que hablan los flamencos del norte de origen germánico no fue considerado un idioma oficial para el país. Fue en 1898 que se equipararon las cargas y se reconocieron los dos idiomas. A pesar de esto, el país no ha superado todavía esa división. Por esta razón sólo hay periódicos y televisoras regionales y no hay un sistema de escolarización nacional. Los intereses de los movimientos flamencos por tener más autonomía para la región de Flandes han supuesto la separación del país como un tema recurrente.

Sin embargo, a la par de estos enfrentamientos internos, en 2008 nació una generación dorada de futbolistas que tomaron una pelota dividida y la transformaron en un símbolo de unión. La participación de la selección nacional en los Juegos Olímpicos de 2008, por la que alcanzó el cuarto lugar, fue el primer indicio de que algo bueno estaba por venir. Los técnicos encargados del proyecto deportivo nacional, como Marc Wilmots, se concentraron en las divisiones menores por años, y así, a las eliminatorias al Mundial de Brasil en 2014, Bélgica llegó con un equipo sólido de jugadores que, aunque provenían de diferentes orígenes, crecieron juntos y trabajaron por la unificación de su grupo y de su juego.

Los orígenes no eran el único problema para que el grupo se entendiera, también lo era el idioma, pues muchos de los jugadores sólo hablaban el dialecto de su región. Las ruedas de prensa eran organizadas de forma separada y los futbolistas se tenían que dividir para responder a medios francófonos y flamencos por separado y evitar malentendidos.

A pesar de los inconvenientes, el equipo supo dejar de lado las diferencias y por ello la unidad se ve reflejada en el campo de juego, donde no importan las identidades flamencas o francesas, ni los dialectos, ni la lengua. Sólo importan la pelota y el mensaje de unión nacional que sirve de ejemplo para el país.

Eden Hazard, volante de la selección, proviene de La Louviere, en la región sur de habla francesa, mientras que Thibaut Courtois viene del norte, de habla holandesa. Con ellos está Marouane Fellaini, quien se formó en Bruselas, capital del país, aunque tiene ascendencia de Marruecos. Ellos son parte del eje fundamental del equipo.

Del otro lado está la integración de migrantes. El delantero de la selección, Romelu Lukaku, tiene en su sangre a la República del Congo por parte de su padre y a Bélgica por parte de su madre. El capitán del equipo, Vincent Kompany, quien también tiene descendencia congoleña, declaró que “si bien una pequeña parte del país se ha vuelto mucho más extremista en sus demandas para separarlo, el equipo nacional ha tenido un efecto positivo”.

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Pese a la integración, el noble discurso de unión no ha calado entre todos los ciudadanos. La región de Flandes solicitó hace años a la FIFA que le permitiera tener un equipo independiente, al estilo de Cataluña, pero esto no tuvo lugar. Los extremistas flamencos también obligaron al entrenador nacional a seleccionar la misma cantidad de jugadores francófonos como de habla holandesa para mantener el equilibrio en la escuadra principal.

Sin embargo, tras la emocionante participación del equipo en la Copa Mundo disputada en Brasil hace cuatro años, los enfrentamientos entre las dos regiones han mermado cuando el equipo de fútbol aparece. Según relatan los medios locales, cuando los diablos rojos, como se apoda a los jugadores del equipo, disputan un partido, quedan atrás las diferencias entre flamencos y francófonos. El Ministerio de Relaciones Exteriores del país ha resaltado la forma en que este equipo demuestra que las diferencias son una fortaleza y que se pueden tener grandes resultados si se trabaja en equipo. La selección belga es un ejemplo de cómo el deporte puede unir a una nación, tal como sucedió en otros países como Costa de Marfil o Colombia. Y también es una muestra de que, en el terreno, la pelota no distingue un idioma.

Por Camilo Gómez Forero

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