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En la Biblia, por ejemplo, el libro del Apocalipsis pronostica muertes en todo el mundo por “espada, hambre y peste”, mientras que, en Lucas, Jesús dice que el final de los tiempos tendrá “grandes terremotos, hambrunas y pestes en varios lugares, y eventos temerosos y grandes signos del cielo”. ¿Fueron entonces los caballos que corrieron desbocados por la Avenida Boyacá la semana pasada parte de una señal del fin de los tiempos como dice el Apocalipsis? No, no lo creo. Los evangélicos también dudan de que se aproxime la segunda venida de Jesucristo.
Pensemos ahora en un ejemplo mucho más fresco, de 1996. En Resident Evil, la famosa saga de videojuegos del gigante japonés Capcom, una malévola corporación llamada Umbrella diseña en un laboratorio un virus letal para acabar con la humanidad convirtiendo eventualmente a la población en zombis. Este es un punto de quiebre muy importante porque fue el primer juego en usar una infección como el catalizador de su trama. Desde entonces se han sumado otras entregas igual de populares como The Last of Us. Pero hay un caso en particular llamativo y es el de Plague Inc., un juego que consisten literalmente en crear y hacer evolucionar un patógeno hasta convertirlo en una pandemia para extinguir a la humanidad. Este videojuego para móviles ha sido catalogado como un simulador realista de brotes sobre el cuál se pueden entender varias cualidades de los virus, y cuyo éxito se explica en la ansiedad pública sobre la vulnerabilidad a las enfermedades infecciosas.
Lo que nos dicen estos ejemplos tan distantes uno del otro, como explica Neda Ulaby, reportera de cultura para la Radio Pública Nacional de Estados Unidos, es que hace mucho tiempo entendíamos los brotes masivos como un castigo divino por las transgresiones humanas, llamémoslos pecados. Pero estas narrativas han cambiado con el tiempo. “Aunque todavía son fantásticas, las historias modernas sobre enfermedades tienden a enraizarse en las realidades políticas y sociales”, dice Ulaby.
Las historias sobre pandemias han sido desarrolladas por cada generación incluso aunque se elaboren a la par otras visiones sobre posibles escenarios de aniquilación globales como diluvios, eventos naturales, catástrofes nucleares, una rebelión de las máquinas o invasión alienígena. Sin embargo, pese a su constante presencia en los diferentes tipos de expresiones narrativas, son pocos los referentes populares que podemos encontrar que se ajusten a una realidad como la que vivimos hoy a costa del brote del nuevo coronavirus. Vea también: Memorias de la pandemia de gripa de 1918 en Colombia
Por ejemplo, “falta algo en los thrillers convencionales…y esa es una mirada a la cuestión de quién recibe tratamiento cuando estalla una epidemia y quién está excluido de las redes de seguridad institucional”, dice Ulaby. Algunas obras literarias sobre epidemias en el siglo XX escritas por autores negros sirvieron de metáforas sobre el colonialismo; como las de Octavia Butler y Toni Morison que muestran el costo de las pandemias para poblaciones vulnerables.
La mayoría de las películas y series de televisión recientes sobre brotes infecciosos terminan desarrollando una trama totalmente ficticia, como el apocalipsis zombi y la lucha de los humanos por su supervivencia. Esto en algunos casos tiene una razón de ser y es el uso del elemento de los muertos vivientes para reflexionar sobre lo que las dinámicas de la economía, el capitalismo y las relaciones políticas han hecho en la civilización. “(Se han usado) para canalizar los temores relacionados con la alienación social, especialmente como resultado de lo digital y las tecnologías de comunicación y sobrepoblación”, dicen Joanna Verran y Xavuer Aldana Reyes, autores del documento Literaturas infecciosas emergentes y la condición zombi.
De algunas piezas que incluyen zombis, a pesar de lo ridículo que les pueda sonar, podemos extraer detalles interesantes, como en The Walking Dead con su reorganización social o mejor aún en Guerra Mundial Z. La popular película de 2013 protagonizada por Brad Pitt fue primero un libro escrito por Max Brook que reflexiona sobre cómo los distintos factores culturales moldean las respuestas de cada país a un virus en una pandemia global.
En Guerra Mundial Z vemos que Israel, un país que ha aprendido valiosas lecciones por los duros golpes que ha recibido en su historia, fue de los primeros en cerrar sus fronteras para evitar la propagación del virus. También vemos que China trata de ocultar la información sobre el brote y cómo en Estados Unidos el gobierno hace poco para preparar una respuesta a la crisis para no causar pánico, pues se encuentra en un año electoral. Otro punto para rescatar es el “gran pánico” que se crea en la trama, pues se corre el rumor de que el virus no sobrevive en el frío. ¿Les suena familiar?
Estos son paralelos con la realidad actual bastante tenebrosos, y hacen de esta, a pesar de los zombis y las escenas de acción hollywoodense, una obra a la que se le puede sacar mucho provecho. Brooks, consultado sobre su libro y la situación actual, ha destacado precisamente que a lo que no debemos sucumbir es al pánico generado por la infección, pues ha visto que acciones como la compra en masa conducen a escenarios de desorden que no producen nada bueno.
Concentrándonos en las obras más aterrizadas, una de las más citadas desde que estalló la crisis del coronavirus, y quizás una de las que más se aproxima a la realidad de una pandemia, es Contagio, la cinta de Steven Soderbergh de 2011 que ha regresado a las listas de películas más vistas en servicios de streaming en las últimas semanas a propósito del COVID-19. Hay que rescatar que estuvo basada en la pandemia por gripe A H1N1, a lo que puede deberse su aguda precisión.
En Contagio, una mujer, interpretada por Gwyneth Paltrow regresa a California para ver a su pareja después de estar en Hong Kong. Camino a visitar a su familia en Minneapolis contrae un resfriado que le causa la muerte a ella y a su hijo. El virus que esta mujer contrajo, que paradójicamente es una mezcla de material genético de virus de murciélago y cerdo, pronto comienza a propagarse y causa una grave crisis social.
Hay por lo menos cuatro cosas que la película hace bien. La primera es aproximar a la audiencia a la velocidad con la que se puede propagar un brote. En una escena, uno de los científicos se sienta en una cafetería a observar de cuántas maneras se puede transmitir el virus como agarrar una pantalla táctil, la tarjeta de crédito o un producto de un estante de una tienda. “Todas esas superficies albergaban virus, que luego se pueden transmitir a quien más toque esa superficie. Lo que resalta la necesidad de lavarnos las manos”, dice Glenn Wortmann, jefe de enfermedades infecciosas en el MedStar Washington Hospital.
El segundo panorama que dibuja bien la película es el del desarrollo de las teorías conspirativas. El bloguero Alan Krumwiede, interpretado por Jude Law, impulsa el pánico en la población asegura que ha sido infectado, pero que logró curarse gracias a un medicamento pseudocientífico llamado Forsythia. La gente corrió a las farmacias para encontrar el medicamento. Pero Krumwiede había mentido, nunca estuvo expuesto a la enfermedad, solo hizo un trato para promover la supuesta cura para sacar provecho el mismo. En la actual crisis también han circulado informaciones sobre supuestas curas que no han sido comprobadas por el gremio científico, por lo que fue un punto bastante realista de la película.
Luego está la detección de infectados. La película ha recibido elogios de parte de expertos en control de enfermedades por la precisión con la que detallan esta tarea. Los funcionarios de salud pública en la película identifican los casos potenciales de personas con síntomas similares a los del virus y luego rastrean sus viajes para encontrar a quienes pudieron tener contacto con ellos para luego aislarlos y tratarlos. Y así se hace en la vida real. Además, en la cinta se muestran algunas fosas comunes donde son enterradas algunas víctimas del virus, una práctica que suele suceder en este tipo de situaciones debido a que la cantidad de fallecimientos excede las capacidades de las morgues y son actividades que pueden llevar a más transmisiones de la enfermedad.
Finalmente, la película da una aproximación bastante realista al origen del brote. Una excavadora había arrasado un bosque donde vivían murciélagos para construir un corral para cerdos. Cuando uno de los animales vuela deja caer un trozo de alimento que luego consume un cerdo. El virus se transportó del murciélago al cerdo y mutó hasta que un chef preparó al animal infectado y se llevó la mano a la boca. Luego, le dio la mano a la mujer interpretada por Paltrow y le transfirió el virus, convirtiéndola en la paciente cero. Según expertos, este es un escenario plausible de cómo se puede transmitir un virus de animales a humanos dado el incremento de la interconexión entre estos, el medio ambiente y los humanos.
Otra película que aborda una crisis pandémica y no involucra la lucha contra zombis es 93 días, que retrata la vida de los hombres y mujeres que lucharon para contener el brote de ébola en África. La película no solo retrata a los médicos, sino el aparato gubernamental nigeriano desde otro punto diferente al que conocemos por el terrorismo de Boko Haram. Para destacar, esta película muestra cómo un brote no solo es una crisis de salud pública, sino también económica y de cómo en Occidente se habla poco de las epidemias de Oriente hasta que estas tocan el continente.
También está Brote, una película en la que un virus se introduce en la sociedad por un mono y hay un militar que está más interesado en usarlo como arma potencial que en ofrecer ayuda a la comunicad infectada. Algunos médicos, entre tanto, luchan para detener el brote antes de que se convierta en una epidemia nacional.
Y podemos destacar Children of Men, de Alfonso Cuarón, en la que se describe en un mundo sacudido por dos décadas de infertilidad y cómo sus protagonistas tienen que escapar y proteger a Kee, una joven inmigrante que milagrosamente quedó embarazada. Ganó popularidad en estos días luego de que un estudio en China advirtiera que el COVID-19 podría generar infertilidad masculina. También están Ceguera (2008) y Bird Box (2018), adaptaciones de la obra de José Saramago sobre el miedo a perder lo que hemos dado por sentado y de una sociedad sumergida en el pánico a raíz de un contagio.
La literatura también se ha acercado al retrato de las pestes y quizás el mejor ejemplo se encuentra en La Peste de Albert Camus. En esta obra, una plaga mortal obliga a la gente de Orán a ponerse en cuarentena. A medida que aumenta la histeria también lo hacen el miedo, la ira y la paranoia. Para los literatos, esta ofrece una respuesta a cómo debe responder la humanidad en momentos de crisis. Por otro lado, se encuentra The Stand de Stepehn King, una novela postapocalíptica que describe la propagación de una súper gripe diseñada por el gobierno estadounidense. Y así hay muchas que se aproximan al desenlace de una pandemia. Pero ¿por qué nos hemos acercado a estas obras en este momento?
“En tiempos de incertidumbre, creo que la gente está tratando de entender qué esperar y qué tan mal pueden ponerse las cosas”, le dijo Tracey McNamara, profesora de patología en la Universidad de Ciencias de la Salud de Western a The Washington Post. Ella supone que algunos podrían estar buscando respuestas en la ficción. También nos refugiamos en ellas para tener esperanza. Recordemos que al final de las obras mencionadas, a pesar de la magnitud de muertes que pueda haber, la medicina triunfa y encuentra la cura.
Dentro de un mes, el escritor Lawrence Wright publicará su nueva novela El final de octubre, que habla sobre un virus devastador preveniente de Asia. “No es una profecía”, ha dicho el autor cuyo trabajo sobre terrorismo en Norteamérica ya ha sido citado como profético anteriormente. Será, según deja entrever, una aproximación a las consecuencias económicas, de salud mental, en el mercado y en la vida de lo que puede dejar una pandemia cuando termine. Aunque para ver eso, al parecer, no necesitaremos leer su libro, sino esperar unos meses.