Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Anoto el trabajo de todos ellos, porque en el siglo de la imagen, de la dictadura de la imagen/vanidad y de las Fakes News/posverdad, resulta casi blasfemia que dicho grupo prescinda de fotos en la carátula para darle relevancia al texto, a los poemas de un autor que es referente dentro del panorama de la poesía colombiana de los siglos XX y XXI, así haya muerto en el primero, al mismo tiempo que, a través de las entrevistas y evocaciones que hacen 21 poetas y escritores, incluyendo a la responsable de la introducción, Recordando a Raúl, se prescinde, en casi todos, del rumor, del chisme, del morbo, para ahondar en su obra y en la trascendencia de ambos, autor y obra.
El gozo de saberse querido por la escritura
Aunque en el título aparezcan primero entrevistas y evocaciones, en el libro figuran primero los siete poemas de RGJ: Y de pronto, En las clínicas mentales, Oh Dios, Tienen los amigos de antes, Elogio este día, Regresa el poeta a su casa y Volver al pueblo. El primero, una diatriba serena transmutada en poesía, del vate que regala sus versos a la gente, en el que la prensa reconoce a un grande de la patria y al que, aun así, las autoridades del pueblo apresan, “para que aprendiera / que a ciertos dueños / les incomodaba profundamente / ese asunto del arte” y eso que aún no se vislumbraba en el aire el rancio aroma de la economía/cultura naranja, aunque, por contraste, el poeta supiera: “Pero tantas veces la ignorancia / ha perdido la batalla / contra la inteligencia / que hoy confirmada / la importancia de su obra / los agresores se afanan / por saludarlo amistosamente” (pp. 17-18) y va la coda de la ironía: “Pero él no olvida”: obvio, la afrenta de la mezquindad/hipocresía. El segundo, sobre los espacios en los que “lo peor son las monjas / más violentas / que agujas hipodérmicas”, que ríen mientras el poeta llora (“Un poeta ríe cuando su pueblo ríe / un poeta llora cuando su pueblo llora”, García Lorca), no son buenas ni malas sino, simplemente, odian “todo lo que vive / […] todo lo que no sea / su dios muerto” (p. 19). El tercero, una reiteración: “tú que no existes / eres afortunado / de no tener que cuidar / todo el género humano”, mientras él, el poeta, sufre con todo y todos y solitario vuelve “a comer el agrio pan / del exilio / entre tanta gente / que a veces amo” (p. 20). El cuarto, un reparo evocativo de los amigos de antes que ahora son médicos o “tristes hombres de negocio[s]” que “muerden la rabia sorda / de sentirse tan anónimos / tan ignorantes de sí / y del ancho mundo / del espíritu humano” y así acude la paradoja: “Me gusta que me envidien / este dolor tan hondo / de escribir la poesía” (p. 21). El quinto, una loa al presente de quien halla dolor a cada paso y se queda a solas con ese raro compañero “que me ha limado un poco / la ignorancia y la pereza” (p. 22). El sexto, sobre el poeta que vuelve a casa y la halla moribunda, el techo roto, las puertas sin goznes, los cuartos llenos de mierda y al que los vecinos reconocen solo por “el odiado” (p. 23). Y el séptimo, el volver al pueblo y encontrar lo mismo, pero con el poeta hundido entre la pena y lo sombrío, los padres muertos, la casa familiar en ruinas y al que, por fortuna, le queda la poesía para deleite suyo y de los jóvenes que preguntan por ella, eso sí, con un dolor inefable: “Cuánto diera / porque mis padres / gozaran de saberme querido / por lo que escribo” (p. 24).
La cita de RGJ que publicó Melba M. Ceballos en redes, marcó la ruta de este ensayo: “Desde muy niño, mi vida se la aposté al arte, específicamente a la literatura. La poesía me ha deparado (no precisamente costado) locura, pobreza y soledad. Y trabajo, muchísimo trabajo. Pero también me ha traído a mi vida ocio, gran alegría y amistad. No soy, pues, un hombre amargado, sino simplemente un estoico. Me limito a decirle a otros de mi dolor de estar vivo y del placer de estarlo, mirando el río Sinú, el mar y las murallas de Cartagena, o el rostro de alguien, que de alguna manera, trascendente y oculta, me dice que el mundo está vivo”. En Creatura encendida (Desde la luz preguntan por nosotros, 1956), Héctor Rojas H., habla, desde otra orilla, sobre el trabajo sin pausa, el placer/dolor de estar vivo: “Es esta firme cantidad de esencia / para sufrir, para escanciar destino, / esto que me suplica y me conoce, / que madura mi luto desde siempre. Este saber que no hay descanso, / ni agua para apagarse, / ni polvo que nos cubra ni deshaga. Somos esto, sepamos, somos esto, / esto terrible y encendido y cierto: / algo que tiene que vivir y vive / por siempre sollozando pero vivo.”
Ahora, una referencia a cada uno de los 20 autores que hacen parte del acápite Entrevistas, evocaciones, comenzando por Meira Delmar, nacida Olga Isabel Chams Eljach (1922-2009) y su Carta a un poeta (pp. 27 a 29), en el que bajo la epístola/poética, de modo íntimo, alude a hechos terribles, como el de si fue accidente, “¿por qué, si ya tu vida / era una forma de morir,” [o suicidio] “tuviste / que buscar otra muerte más oscura / de pobres huesos rotos y metales, / contraria en todo a ti / que sólo fuiste / la frágil sombra de tu propia / sombra?”, la muerte del poeta cereteano, no cartagenero. Y habla de deseo, angustia, sueño, heridas, pánico, fidelidad a sí mismo, memoria, envidia entre poetas, destinos truncos, abandono, lucha, derrota, delirio, en fin, dolor, y por eso termina: “Sólo un día fugaz nos encontramos, / […] sólo un día. / Pero te llevo de dolor transido / en un lugar secreto / de mi alma.” Bello poema sobre el que volverá Joaquín Matos, en lúcido paralelo con un poema de Baudelaire.
En un futuro, se detendrán en el nombre del poeta
En El delirio poético de Gómez Jattin (pp. 31 a 33), Juan C. Moyano, habla de RGJ como quien es sorprendido in fraganti mientras sobrevive escribiendo poemas y a quien descubre por un tiraje pirata de un cuadernillo de 20 pp., cómo el asombro inicial por su obra deriva hacia el poeta, uno de esos escasos ejemplos de “lirismo ingénito” que, fácil, recuerda a Silva o a Barba J. Recuerda luego que, sí, nació en Cereté, quiso ingresar a la U. a finales de 1960, pero su “espíritu borrascoso” se negó “a la sobriedad apoplética de la abogacía”. Cita su paso al escenario y de ahí a Genet y Artaud, para luego ser víctima de los límites emocionales que el establecimiento impone “a estos genios del teatro”; la poesía como alternativa para aprehender la vida y su vida no para justificar sus poemas, “bóveda infinita de su universo lírico”, en el que subyace el humor, “terriblemente nostálgico”, y la solidaridad consigo mismo; cómo ni la urticaria familiar ni el acoso psiquiátrico logran minar su delirio: tal vez por eso, el librito, de forma irónica inicia con un epígrafe suyo, igual que Poesía (1980-1989) (Norma, 2005), como un poema más, pero no cualquiera: “Como yerba fui y no me fumaron”, cuya exégesis podría dar, desde la rebeldía, el reto a la norma, el descuido del Otro, para tesis como las que se han hecho sobre Monterroso y su relato: “Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. JCM concluye que vida y poesía de RGJ no se discuten, por estar libres de vanilocuencias, que alcanzan sitiales de sincera/imponderable intensidad. Cita un verso, que consigna en Si las nubes: “Si mis amigos no son una legión de ángeles clandestinos / Que será de mí” (2005: 19); luego otro, en el que se refiere a la dulzura que liga al verdugo con la muerte: “De la paciencia con que afila su hacha”, para recomendar: “Todas estas consideraciones deben estar presentes / En el momento de recoger nuestro pelo sobre la nuca / Y poner en sus manos el pescuezo”; y lo llama desconocido, anónimo voluntario, cuyos poemas aun así prevalecen. Que, aunque se niega a publicar de nuevo, no deja de escribir: “Seguramente, en un futuro, poetas, estudiosos y lectores se detendrán en su nombre.” (JCM)
Eres territorio libre del poema (pp. 35-36), otra carta, en prosa, desopilante, de Jaime Jaramillo E., alias, nadaísta, X-504, para el querido Raúl. Le cuenta que recomienda sus poemas, a todo enfermo dos y al que se culpa que lea tres veces Te quiero burrita, en el que, en tono de rebeldía, este “trisexual”, así se definía y hoy palidecería frente a tanto pansexual, dice que la quiere, porque no habla, ni se queja, ni pide plata, ni suspira cuando se viene: “Te quiero / ahí sola / como yo / sin pretender estar conmigo / compartiendo tu crica / con mis amigos / sin hacerme quedar mal con ellos/ y sin pedirme un beso” (2005: 28) Como detrás del humor va algo serio, recomienda al viajero llevar los poemas en los bolsillos y al que llega se los ofrece como la única cosa “robusta, libre” que existe, lo único con fuerza joven, hoy en “el bazar” de la poesía nacional, el único vendaval que refresca, lo único hecho con pasión/amor, lo demás lo reglamenta la Academia. “Pero tú eres territorio libre del poema”. Los demás, “estamos maniatados por la crítica”, las reglas del verso, corsés gramaticales, normas sociales, preceptos religiosos, jaulas políticas, utilitarismo, mandato diaconal, censura familiar, estorbos laborales, “los rezagos burgueses”. RGJ es viento, potrillo, río, sin límites ni cuñados en el cielo, ni acciones en la bolsa, un bruto, Atila, el mismo Adán, “Dios en persona […] loco, deshojando los bosques y tirando las hojas al aire” […] todo lo que yo no soy si hay poeta que lo sea, […] ¡eres el putas! Las […] calles de Cereté te ven y no te creen, porque nos ha dado por pensar que los poetas tienen que vivir en Bogotá, muertos de frío a las puertas de la Academia, mendigando un gerundio y poniendo mucho cuidado para que no los vaya a picar el qué galicado. Los poetas de Bogotá se hacen tratamientos para la conjugación, toman pastillas para el pronombre, siguen una dieta rigurosa de solecismos y cacofonías y sufren el estreñimiento de la lengua. Pero tú ya hiciste la revolución, pusiste el mundo patas arriba, aunque no se den cuenta los que viven boca abajo. […] Tú eres el único que queda libre. No te dejes coger, si te cogen, mátalos. Mátalos. […] Cali, 17 sept. 1983”.
El poeta/caballo que se fue a galopar a las praderas del cielo
El primer ensayo detallado y denso, sobre genética personal y literaria, es Raúl Gómez Jattin, un potro desbocado en las praderas del cielo (pp. 37 a 60), del ya mito, en vida, Milciades Arévalo, cuyo epígrafe, de RGJ, lo revela: “Alguien hermano de tu muerte / te arrebata te aprecia te desquicia / y tú indefenso estas cartas le escribes”. MA cuenta que conoció a Raúl en el Teatro Colón, hacia abril/68, como soldado en una obra basada en Los funerales de la mamá grande, de Gabo; que él vino a Bogotá a estudiar derecho a pedido del papá e ingresó al grupo de Teatro Experimental de la U. Externado donde adaptó a Á. Cepeda, Aristófanes, Kafka, Beckett y al mismo Gabo, entre otros: “Ese encuentro con la gente de teatro coincidió con mi afecto por la poesía”, dirá luego en una entrevista. Al desaparecer de los escenarios, MA presumió que se había ido para Cereté a ejercer el derecho, pero no, estaba en una clínica de reposo en Medellín, “donde un psiquiatra descubrió que no era un loquito […] sino ‘un poeta con una sensibilidad aterradora’.” Tal vez por ser el director de Puesto de Combate, RGJ le envió 50 ejemplares de su primer libro, Poemas (1980), sin transgresión alguna, “salvo el casi tierno y cándido poema [Te quiero burrita] que en vez de escandalizar a las señoras las hacía reír” o quizás porque MA había vivido en el Caribe vendiendo libros para no morirse de hambre y también porque su alma estaba poseída por el realismo mágico que le despertaba el paisaje y su gente, surgió entre ellos un variopinto epistolario: “Cartas, libros y resmas de papel iban y cartas y poemas venían”. RGJ podía ser el hijo menor de Luis C. López, pero ningún lector ni poeta le puso cuidado a su libro, “tal vez porque era un poeta montaraz, altivo, visceral, descarnado y realista”. El único fue el ya citado Moyano: en una entrevista reiteró, “en un futuro muchos se detendrán en su nombre”. En un viaje por el Valle del Sinú, MA descubre en su casa, en la que nada indicaba que allí vivía una persona y no un fantasma, en Cereté, al gigante que lo levantó del suelo con “una trompada de ternura y me hizo seguir”. Al sentirlo tan abandonado en una casa sola, pensó, “era libre, pero estaba preso en su soledad”. RGJ, luego le confesó un desajuste con el afecto de la gente, su lío con la soledad, el afán de rehacer su vida, viajar a España, hacerse ver por un psiquiatra. Encuentro de un salvaje que por primera vez conocía a “un poeta de verdad”. Hablaron de Hafiz, poetas andaluces y árabes, Borges, Machado, Mutis, X-504, Orietta Lozano y “hasta [Joan] Manuel Serrat”, a quien Raúl admiraba. Antes de llegar a Cereté, le dijeron que se cuidara porque “ese loco, homosexual y drogadicto, me podía matar”, lo que para su ateo visitante no creía. “Yo quisiera ser tan popular como Celia Cruz”, le dijo RGJ. Tras el ir y venir de los poemas, MA le soltó que “sin mover un dedo iba a ser inmortal, pero que eso que estaba cantando no era poesía ni nada”. RGJ se desquitó: “La poesía es eso que nos asombra y nos nombra, que nos taladra las sienes como un balazo”. Al volver a Bogotá, MA envió sus poemas “a El Espectador, a El Mundo, al Suplemento del Caribe, donde […] Heriberto Fiorillo publicó ocho páginas con los poemas y fotografías que yo le había tomado a Raúl, sin darme crédito, naturalmente”; a X-504 también le envió la carta que le escribió RGJ. Jaime le respondió de una con la citada arriba (Cali/83), luego famosa al devenir epílogo de Tríptico cereteano (1988). Santiago Mutis lo incluyó en Panorama inédito de la nueva poesía colombiana, 1970-1986; MA hizo un artículo para El Magazín de EE y publicó poemas suyos en Puesto de Combate, legendaria revista que celebró sus 45 años en 2018. MA termina su genética literaria hablando del destino heroico de RGJ, “aunque los demás poetas quieran verlo como un simple error, como un extraviado,” y le cede la voz a William Ospina, quien en Número 25, añadió: “[…] como un nómada sin lugar en el mundo, como ese eterno personaje de Kafka que anhela en vano ocupar un lugar en alguna parte”. El título dado por MA deriva de El suicida, del libro Amanecer en el Valle del Sinú (2005: 78), cuyo aparte dice: “Doblado sobre un muslo / cayó / y sin un solo gemido / se fue a galopar / a las praderas del cielo”.
Viene luego, Diálogo con Raúl Gómez Jattin (pp. 61 a 65), de Henry Stein, primera entrevista del libro (Letra a Letra, 1ª ed., 1.000 libros, abr/2018; reimpresión, 500, oct/2018). Sin rodeos, alude a los motivos visibles de su poesía: soledad, injusticia, desamparo, intolerancia, lucidez y si ellos se derivan de su experiencia vital. A lo que responde, sí, en tanto el poema obedece a una expresión personal, aunque también a su relación con autores esenciales como los citados, al lado de Cepeda, sobre su trabajo teatral: Machado, Kafka, Eurípides, Aristófanes. Igual, con el sufrimiento del hombre de su época. Luego, riposta al “acecho de la infancia”: desde muy niño le apostó al arte y, en concreto, a la literatura. Habla de sus lecturas: Boccaccio, Las mil y una noches, Barbusse, Salgari y L. C. López (“que me lo decía mi padre de memoria”).
Sobre cómo concibe un proyecto vital, valora la capacidad de aventura/saber que pueda desplegar alguien en el proceso espiritual y en su ruta hacia la práctica total y sintética “de ser hombre de su tiempo y de su cultura”. El escritor narra una vida tan singular que se parece a todo destino humano. Sobre su vocación, cree que la poesía le ha deparado, no costado, locura, pobreza, soledad y mucho trabajo: “Me limito a decirle a otros de mi dolor de estar vivo y del placer de estarlo”. Ignora por qué no lo incluyen en ninguna generación inventada por los críticos. Pensar que la Costa no es tierra de poetas, sino de narradores, es “quitarnos estatura espiritual”. Él aprendió de niño, por su padre, el necesario esfuerzo que antecede al placer, mientras, por contraste, sus coetáneos viven la quimera de la felicidad. Frente a la antinomia literatura de compromiso-literatura de evasión, cree, son conceptos que no tienen que ver con arte ni gente honrada: “¿Será tiempo de que les recordemos a los políticos que pretenden ‘servirse’ de los artistas, que nosotros jamás le hemos pedido a un orador político que se ponga una máscara, baile un fandango, mientras pronuncia un discurso?” A los intelectuales del patio que no les gusta su poesía por no estar “untada” de su historia ni de la “cosa social”, responde más allá de su época: “Supongamos que nuestro momento histórico estuviera untado de mucha mierda y yo siguiera ese consejo… ¿no reproduciría yo alcahuetamente esa maligna materia?” Cita a Goethe: un artista es de su tiempo en la medida de sus defectos, no tanto de sus virtudes... Y sobre el acoso y la intolerancia social frente a la singularidad del sujeto, lo más grave es la burla, el señalar al poeta de tonto o ignorante.
En su breve texto, El ángel con el librito (pp. 67-68), Leo Castillo alude a los amigos que cuentan con la mágica posibilidad de ser esa legión de ángeles clandestinos que refiere RGJ en Si las nubes, habla del temor de encontrar y contrastar al ser humano “con la vislumbre del puro vate que avisaban los versos”, y pasa a narrar el asalto al teatro en busca del fantasma/ángel/leyenda. Y, claro, del librito (seguro, Poemas), del que ya solo hay confusas noticias y ningún ejemplar. Leo confirma el rumor: RGJ “era sólo un orate, con un eterno gato negro en el regazo, tumbado por ahí”. El ingreso al teatro compensó la meta: una voz colmaba el espacio. Frente al público, ausente ante la realidad, una mirada reciente/antigua a la vez, “Grecia fresca, diríase”. Un cigarro apagado se mueve por doquier, mientras su guía convoca los eternos temas: Dios y muerte; mundo, historia y dolor; amor e infierno. Con San Juan dibuja la huella final: “Vi descender del cielo a otro ángel robusto / […] y su rostro era como el sol / y sus pies como columnas de fuego. / Tenía entre sus manos un librito abierto.”
Soy tan lúcido que hasta loco soy (pp. 69 a 73), de Pedro Badrán, muestra la genealogía del poeta: abuela, gran influencia, mala persona (“pero, uno perdona”); padre, culto (en Cereté, su casa, única con biblioteca); madre, lo quiso y él la adoró, pero al final desesperó; hogar: significó amor, admiración, aprendizaje, gallos, toros, palomas y no carros pero sí libros; familia: para la que no existía, no era nadie, de ahí: “Soy, como dijo Artaud, ‘mi propio padre y mi propio hijo’”; pueblo: el Sinú es bello pero “ahora no pienso regresar”: hay muchas tristezas, sus padres muertos y el amado orbe infantil ya no…; teatro: con él aprendió a sopesar y a medir las palabras; mujer: “La mujer, como decía [Nietzsche], es del vencedor y el poeta nunca es un vencedor”; “El trabajo lucrativo es algo que mi pobreza echa de más y mi pereza me agradece todos los días”; libros: Retratos: allí están sus personajes, enemigos, lo que amó, lo erótico en pleno, para despejar la ignorancia; locura: “Soy un hombre tan lúcido que hasta loco soy”; poesía: “Escribo, […] como si escuchara una voz cómplice que trabajara para mí”; soledad: “Estoy solo […] pero muy bien acompañado por Raúl”; felicidad: “Vivo […] en la hermosura de entregar mi más alta sensibilidad a quienes ni siquiera conozco”; muerte: la enfrentó varias veces y le vio su rostro definitivo; “Está hecho de viento y es tan grande como un árbol frondoso, Contempla el mundo y sabe que no le pertenece”: acaso Dios sepa que RGJ merece algo más hermoso que un cielo convencional.
Un cara a cara con RGJ, hace Carlos Sánchez O. en su crónica El poeta sonriente o el anarquista hermoso (pp. 75 a 81), avanza hacia el escenario y lo ve: gran cabeza, mechón en la frente, vientre hidrópico como centro de gravedad, rostro de ojos hundidos y pequeños que podrían pasar por los de un pájaro montaraz o un niño. Feliz entre la multitud, la sala de la BPP atestada, con motivo del III Festival Internacional de Poesía de Medellín. La gente murmuraba al saberse que días atrás, en el Jardín Botánico, se tomó el micrófono antes que los demás y con voz destemplada entonó Gracias a la vida: no pedía permiso para nada: sabía, “si para divertirte tienes que pedir permiso, entonces realmente eres un pobre diablo” y podía ser un diablo, no pobre…, pero no tristón a ultranza. Ya en la BPP, mientras coreaban su nombre, se sentó al lado de la poeta nica Claribel Alegría. Hasta ahí, las únicas ciudades del mundo que conocía, dijo, eran Cartagena, Medellín y Lorica y la gente rió. Relata CSO que en Medellín todos quieren al poeta que se consume rápido en su arte, el que no le guarda versos a nada/nadie y recuerda que la poesía de RGJ “está llena de enemigos”, que es un artista “apuntado a derribar mitos, cual legendario Hércules encargado de desatar la lengua poética de allí”. Quiso leer Los hijos del tiempo (1992), pero no distinguía las letras, miró al público y a Juan M. Roca: “Juan, ¿tú tienes unas gafas por ahí?” y, de nuevo, al público para pedirlas otra vez. Luego, obtuvo unas gruesas, como parabrisas de carro, y se adaptó a ellas: “Parecía un impostor de sí mismo”. Intentó un poema que le agradecía a Roca: a cambio, contó su historia y aquél movía la cabeza y sonreía. Al desviarse del relato, negó a los poetas como creadores, citó a Paz, disertó sobre religión y arte e improvisó tiempo “como un Dios”. Luego, preguntó si habían leído Las mil noches y una noche, título correcto del libro árabe, y aprovechó para leer Scherezada, de Hijos del tiempo, cuyo comienzo y final contrastan: “Está enamorada del asesino que la obliga / noche tras noche a exprimir su memoria / de la ancestral leyenda multiforme y extensa / para salvar por un momento su indefensa vida”; y: “El artista tiene siempre un mortal enemigo / que lo extenúa en su trabajo interminable / y que cada noche lo perdona y lo ama: él mismo.” El anarquista hermoso, a petición popular, recitó Si las nubes, mostrando así: “La inocencia de un hombre grande”. Luego, Lola Jattin, sobre su madre y dedicado a A. Obregón, el pintor por excelencia de Colombia. Finalmente, pide un libro prestado para leer unos poemas, pasa el tiempo, el dueño lo reclama mientras el público grita a lo paisa “devolvé el libro” y el mago le responde: “Yo lo escribí” y se fue.
Luis E. Mizar (1962-2015) y A. Arévalo lo entrevistan, al alimón, en Raúl Gómez Jattin: hijo del tiempo (pp. 83 a 89), como quien en singular evoca su bello libro sobre seres míticos o históricos: Medea, Homero y Julio César y, claro, Lola, su madre, El cacique Zenú y Kafka. La entrevista se dio en una calle cercana a la U. de Cartagena, en Las Malvinas, lugar frecuentado por RGJ. En ella los autores parten del libro citado que se publicó en Cartagena, 1989, para volver sobre infancia, juego, adolescencia, influencias, cuándo se hizo escritor, qué cosmos presenta en Tríptico cereteano (Retratos, Amanecer en el Valle del Sinú y Del amor, 1988), él como reivindicador de Luis C. López, la soledad, cuándo fue tocado por el amor, ya instalado en la poesía qué le sugiere el olvido (“Solo una cosa no hay. Es el olvido”, responde Borges), qué dios evoca en sus senderos (“creo, como Pessoa, que los dioses son los artistas”), función de su poesía, consejos a quien se inicia en ella (el que quiera serlo, “tiene que estar dispuesto a sacrificar su vida”), él como poeta popular, aspiraciones, vicios, propósito estético: “Es un libro enteramente mítico. El personaje mítico es sorprendido en lo cotidiano, al revés de Retratos en que lo cotidiano es transformado en un mundo poético mítico.” El libro que más le agrada, con influencia de Eurípides y dedicado a la muerte.
El transgresor inocente (pp. 91 a 108), texto de Darío Jaramillo sobre el poeta, a dos meses de su muerte. Único de cuyo enfoque disiento, y por ello diré lo que sé, pienso y siento. Al inicio, quiso referirse solo a sus poemas y no a él, como haciéndole caso a lo que RGJ escribe: “Los poetas, amor mío, son para leerlos. Léelos —más no hagas caso a lo que hagan en sus vidas”. Una cosa es el oficio poético y otra la vida privada del bardo: gustos, inclinaciones, vicios. “Esta poesía carece de categorías éticas [como quien salva su prestigio social y tiene prejuicios respecto a un hombre libre, censurado/estigmatizado por transgresor] porque pertenece a un estadio anterior, [¿a cuál?] a una especie de inocencia fundamental”. Tono paternalista, afán de competencia, poca bondad: “… me parece que se demoró mucho rato para componer estos textos tan exangües”. Se refiere al libro de 1993, dedicado a L. C. López, sobre el cual RGJ dijo: “En mayo del año pasado estuve en el hospital de San Pablo en Cartagena y escribí en media hora Esplendor de la mariposa.” Lo cual usó para despotricar sin altura ni ética ni limpieza. Además, ¿no hay mala leche al ocuparse de “malos libros”, cuando hubiera podido dedicar sus energías a mejores y hasta habla de un poema “zoofílico”? ¿No hay detrás un pathos perverso, signado por el prurito de ignorar la obra del otro, para que la suya sobresalga? Por razones de ética, esa voz que el viento de la economía/cultura naranja ha arrastrado, me obliga a defender a quien no puede hacerlo de quien lo ataca en forma desleal/solapada, bajo un disfraz de culto, escudándose incluso en Cadavid y Jáuregui, con lo que solo busca subvalorar su obra: “Y lamento informar que algo muy parecido puede decirse del libro que dejó inédito Los poetas, amor mío. Poemas sin fuerza, […] sin ritmo, […] balbuceados en escasos momentos de una lucidez fatigada.” DJ olvida a Chesterton: “Lo último que pierde el loco es la lucidez”. Así, de nada sirven las veces en que recalca la locura de RGJ. Lo más penoso, el obituario que “la revista Cambio16 me pidió”: “Me enfurece que se venda la imagen pública del poeta loco. […] Si se quiere, un loco que antes de enloquecerse, fue poeta” (¿?). ¿Acaso no habla del poeta loco y malo? ¿Por qué no se ocupó del lúcido y bueno? ¿Acaso por loco dejó de ser poeta? Poca humanidad lo habita, al hablar de Raúl pues poco se ocupa de su mejor obra, para brindar las peores energías a poemas malos sobre “su odio a la madre” que “sube hasta la abuela”. Es como si yo escribiera sobre los peores filmes/novelas, ¿para qué? Respecto al obituario, se nota un rencor, travestido de elegía, un rancio tufillo a lucha de clases poética, entre quien se cree superior al rival que tácitamente subestima, con su enfoque maniqueo: bueno/malo; promete “su evolución como poeta”, pero refiere lo más parecido a involución; DJ: “A pesar de que todo el mundo dice que no hay muerto malo” y él no habla del muerto bueno: Conjuro: “Señores habitantes / Tranquilos / que sólo a mí / suelo hacer daño.” El tratamiento dudoso intenta ocultarlo tras su paternalismo: el obituario fue encargado. Tarkovski a DJ: “Son los denominados sanos, los que han llevado al mundo al borde de la catástrofe”: Mussolini-Hitler-Stalin-Pinochet-Videla-Bordaberry-Uribe-Santos-Trump-Bolsonazi. Las categorías éticas que no ve en RGJ, no las veo en DJ sino en RGJ. Disiento de su enfoque/tratamiento/ética, ojalá otros anotaran sus prejuicios, sesgos, clasismo, mala leche, impostada bonhomía. El mío era un deber ético: “Quien no dice lo que sabe u oculta lo que piensa, no es un hombre honrado.” (J. Martí).
Un ciudadano/poeta libre de toda sospecha
Roberto Burgos C. (1948-2018), escribe otra crónica, tras morir el poeta, sobre la última adaptación, en Montería, de RGJ, en El escenario donde se desvanece (pp. 109 a 116). Recuerda que huyó de Bogotá tras el montaje experimental de Los acarnienses, de Aristófanes, en el teatro del Externado; que la última pieza que adaptó y dirigió, original de Cepeda, se titula Las muñecas que hace Juana no tienen ojos, única función, a la vez premier y cierre de temporada; que al bajarse el telón espectadores y cronista quedaron encerrados en el armario que del mundo hizo RGJ: puso un candado y se perdió en el escenario. A partir de ahí, adaptó, cultivó y representó su propio personaje, con libertad, cuidando al poeta que ya era e iniciaba en los versos: así, fue Antígona, al aferrarse al cadáver del padre para evitar su entierro; danzarín en las ferias de gitanos a la orilla del río; hombre descalzo, en los fandangos de verano, al abandonar sus sandalias; bailarín incansable, visitante asiduo al calabozo, cantor de vaquería, nocherniego, senador romano, pirómano (en La Concordia, Btá.). Luego de que un joven estudiante, líder socialista, salió en su defensa e instó a los señores de la ley a respetar el derecho a la fantasía, su altruismo poético, cómo los aviones de fuego caldeaban el aire gélido/malsano del páramo, la apática policía lo condujo a Sibaté y a RGJ a la Estación 40. Cuando quisieron liberarlo, lo encontraron desnudo, tras regalar la ropa, envuelto en una sábana blanca, cantando a putas, borrachos, asaltantes y rateros, que lo miraban atentos bajo los aleros del patio. Más adelante, refiere cómo a finales de la década del 90, cuando muchos pensaron que RGJ “tenía construido el refugio de la escena”, tal vez no se veía otro teatro experimental con tal vocación poética, decisión para el riesgo, rigor en los montajes, con la “noción de totalidad e imaginería plástica” que dejaban ver sus obras: “… era de los escogidos que [sentía] las antiguas verdades ecuménicas y las ponía con astucia en su teatro”. La noche que un bus lo atropelló, “en el escenario que él escogió”, vestía igual a como vistió a Luis Sánchez, actor que dirigió en el montaje de América, de Kafka: “La muerte bienvenida nos libera de toda sospecha”, cierra, como quien alude al insigne filme Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha (Elio Petri, 1970), el mismo ser que aquí encarna RGJ.
El autor de Obra poética (Vol. XV, Biblioteca de Literatura Afrocolombiana, 2010, 287 pp.), Rómulo Bustos titula su texto Raúl Gómez Jattin: El resplandor ético de la palabra obscena (pp. 117 a 129) y en él lo que más le importa es la imaginación y “la voz, el mundo imaginario creado por la voz”: no sus gustos/inclinaciones o vicios sino los movimientos, pendulares, de su voz que discuten con un medio y a los que recorre “la imagen arquetípica de la libertad”, en respuesta a dicho medio que se la niega, lo que va en favor del obrar poético y ayuda a disipar el rancio aroma de la mala leche que aún subsiste en torno al poeta, más que a su obra: para ello se centra en Poemas (1980), cuya voz es meditativa, autorreflexiva y Retratos (1988), cuya voz, polémica, asume el paisaje natural, el moral/ético y la erótica; al final, una breve alusión a Esplendor de la mariposa, cuya noble mirada, ajena a toda hiel, muestra a la imaginación encabalgada entre el resplandor ético y la bajeza; en el camino evoca varios poetas, entre ellos X-504, de quien, a propósito, RBA, re-cita (sic) lo relativo a “nos ha dado por creer que los poetas tienen que vivir en Bogotá […] mendigando un gerundio.” En suma, la ética de lo obsceno se refleja mejor, quizás, en Te quiero burrita, poema habitado por la zoofilia (acto no objetual: humano), pero no “zoofílico”, en el que “la buena conciencia del lector es asaltada por […] la práctica del bestialismo en las praderas ‘sublimes’ de la poesía”.
Desde Tübingen, Carlos A. Jáuregui escribe El suicidio público del artista (pp. 131 a 135). Cita el “lugar común”, en el que ca(b)en varios, de la crítica: la locura del poeta. Y niega un posible nexo entre ella y la creación poética, señala que la “crítica” no alaba a la lucidez, “que a otros pudiera parecer locura”, sino la adicción, los signos esquizoides, la acritud sin motivo. Para él, apenas DJ critica esta “visión limitada, superficial y monocromática”: ¿será? Algo interesante ve: locura real puede ser la de esta sociedad enferma que evade la revolución mientras lee poemas en festivales; y subraya que la crítica ha girado en torno a lo personal, sea loa o diatriba, y recuerda que para la “crítica moderna”, interesa la obra, no el autor. En su Post Scriptum señala que la de RGJ es autorreferencial: Cereté, niñez, amigos de ayer, amantes, familiares, parrandas, enfermedad/marginalidad; que la fábula biográfica es clave de interpretación débil, mediocre y normalizadora; y suelta algo ambiguo: que “la obra de Gómez Jattin es importante porque no es de él […] o porque no hay un ‘él’ que podamos convocar para leer [sus] versos”. Escándalo/dolor y ternura abismal de ellos, que para CAJ se traduce no en sentido ni identidad, ¿no serán la versión del que mira y no del mirado? ¿Cuántos de esos críticos hablaron con RGJ? 20 años después el crítico recula frente al poeta.
Para el poeta rosarino Daniel García Helder, en Las estrellas brillan para el desdichado (pp. 137 a 139), RGJ es un clásico de la poesía latinoamericana del siglo XX que con Poemas, Tríptico cereteano y El libro de la locura (El esplendor de la mariposa señalaría un bajón irreversible de su dote creativa), se ha hecho un poeta en definitiva grande y heredero de la gran tradición modernista que inauguró en el siglo XIX José A. Silva, no solo, agrego, en la poesía sino en la novela, con De sobremesa (1895). De su exégesis, se infiere que aun en la locura, la lucidez siempre estuvo con RGJ: “No dejan de asombrar […] la concepción unitaria de la obra, el orden de las partes y el dominio semántico de un estilo casi impersonal”. Ese estilo, sería quizás su capacidad de desdoblamiento. Y otra cosa: a RGJ jamás lo dejó atrás el humor, porque “a pesar de su carga […] dramática, El libro de la locura es una comedia”.
En El país de Raúl Gómez Jattin (pp. 141 a 147), William Ospina se empeña en mostrar el amor del poeta por su terruño, lo que inquieta pues a la luz de su etapa tardía, aun muerto de 51 años, parece un nómada sin lugar en el mundo, como la figura de Kafka que anhela en vano ocupar uno en alguna parte. El olor del mango como sucedáneo de tristeza/desolación del que duda entre un futuro incierto y un pasado que lo guía a la saudade y a añorar lo perdido. El hombre que se mece sin fin en la hamaca/en la mecedora, el de la caída en la beodez de una carne que no sabe negarse “al placer [ni] al dolor”. En la tensión entre lo que no llega y lo ido es de donde brota el poema, para él forma orgánica perdurable donde hubo vida y aún resuena la inmensidad. Resurge la autorreferencia: un obseso del retrato. Por eso brotan cada tanto las imágenes: río, llano sinuano, calor, frutos, animales, mujeres y hombres. Sabe que el paisaje es el hombre, no la Natura. RGJ: “Soy un dios en mi pueblo y mi valle” y no porque lo amen sino porque ama. ¿Para qué insistir en su locura si se sabe no solo que el loco no pierde la lucidez, sino que fue siempre bueno de una manera distinta, no bueno de una manera conocida? Un ser que, como hacen pocos, vivió en la acción del deseo la libertad e hizo imperar el principio del placer, hecho subjetivo, individual, sobre el de realidad, hecho objetivo, social: hay que aceptar al sujeto como es, no como alguien lo imagina. Ser generoso que encarna mejor que otros el monstruo del exilio, que supo ponerse en el lugar del otro sin que mediara ego ni esa envidia tan frecuente entre poetas. En RGJ amor al terruño es amor a la madre/mayores/ancestros. WO ve en ellos la chispa del amor por la belleza, su sentido de melancolía y la fuente de su sensación de extravío: “esa abuela ensoñada venida de Constantinopla / esa mujer malvada que me esquilmaba el pan”. ¿Se percibe la sospecha sin fin que torturaba al poeta/infante y le hace decir que a su abuela la odió en su niñez? Como dice WO “gracias al lenguaje del nieto nostálgico la abuela informe se va humanizando.”
Raúl en Santa Marta (pp. 149-152), es una evocación/lamento de Hernán Vargascarreño para exaltar la nobleza, la bondad, la capacidad creativa de aquél rilkeano ángel terrible. Pero, nunca se resiente de algo, sino que celebra y agradece la estadía de aquél en su apartamento de la samaria. Recuerda cuando lo conoció allí, en ago/1995, recién llegado de Cuba, donde “me dañaron la sonrisa, porque me pusieron los dientes”. Acudió invitado al programa Poesía Mar Abierto y, por entonces, dictaba un taller semanal en la Biblioteca Bartolomé Calvo, de Cartagena. Por no contar con ayuda material de entidades nacionales, a cambio de hotel le ofreció su terraza en el centro. Allí, el gigante le aseguró que su presencia no molestaría a su gato Patroclo ni al propio HV, lo que permitió aumentarle honorarios por ahorro en hotel. Por tres noches, cuatro días, celebraron la amistad que apenas hacíamos, hamaca, café, libros, almuerzos en Taganga, noches de playa. Lo describe como niño grande, hombre puro e inocente, ser con temores ante el mal que lo acosa, un contrito por la palabra y por completo lúcido ante el acto poético: la locura no cabe; no hay morbo. RGJ releyó tres traducciones de la obra de C. Kavafis, todo L. C. López y Alicia, en el país… Le autografió la antología de Norma y dejó ver el buen ánimo que lo poseía. Habló de la buena relación literaria con su padre, centrado en Cereté y en el lío para escribir un poema. HV se convenció de haber conocido a un ángel caribe en abarcas, de carcajada profunda y dulce tristeza, sabedor de que su destino era la poesía, que quería amar y ser amado, cual Fassbinder (su gemelo astral), no solo por su arte sino por su ser de carne y algo de hueso, jeje, aquél que buscaba su quimera donde menos lo comprenderían. El abrazo final en la terraza lo conmovió: “Un gesto entre el llanto y la resistencia por no dejarlo salir desfiguró por unos momentos mi rostro. Nunca más volví a ver a Raúl. Su abrazo todavía me duele, tanto como su poesía. Bogotá, mayo de 2008.”
La ciudad te seguirá, sin remedio
En extensa evocación, Recuerdos de algunos pasos compartidos con Raúl (pp. 153 a 173), Hernán D. Correa relata tres o cuatro años de prácticas compartidas en academia, calle, salas de teatro, rumba y viajes, amistad que lo ayudó a crecer por dentro y a romper el cascarón, para crear otro mundo, como hace Sinclair en Demian, de Hesse. En ella recuerda cómo se hermanaron por el teatro, el cambio de RGJ de la residencia de estudiantes del CUAN al falansterio del Callejón del Embudo en La Candelaria, donde también vivía Pepe Calume, amigo de infancia en Cereté, las incursiones por veredas del Sinú entre el 71 y el 72, la cacería de fandangos por predios cordobeses, los ricos banquetes que les ofrecía “la niña Lola Jattin”, los libros que le regaló el viejo Joaco, padre de RGJ, v. gr. la “autobiografía de Benvenuto Cellini”, la casa/maloca en que vivía la extensa familia, las sesiones con Serrat, Adamo, Beatles y Vivaldi (Las cuatro estaciones) tirados en hamacas, la alusión hedonista a Barba Jacob (“soy un perdido —soy un marihuano”—a beber, a danzar al son de mi canción”), las polémicas sobre vida, creación, arte, política, realidad nacional y revolución cubana y las consignas en torno a la revolución socialista efecto del tipo “de una sociedad subdesarrollada […] como efecto del desarrollo”: diría, desarrollismo, ese incierto progreso, en fin, el descuido del acuerdo Farc/Santos, já, sobre desarrollo rural sin incluir el problema urbano y el contubernio Gobierno/paramilitarismo/narco y Bacrim o paracos/bis. El viaje de Toluviejo a La Piche, que recuerda las viles masacres de paras en Montes de María. El relevo de casas campesinas y de campesinos por cercas eléctricas de macro haciendas y ganado. El recuerdo del trágico final diez años atrás, en medio del vacío que aumentaba la nostalgia y el duelo incesante por su partida. Su canto a Tania Mendoza, la caleña que se unió al FLA en Angola: “Donde esté la imagino animando /algo casi modesto en apariencia / algo que casi no le importe a nadie.” Raúl, el grupo de teatro, el movimiento estudiantil y el comité distrital del que HDC hacía parte: “Quien no trabaja no vivirá, y en el mercado no podrá estar, nosotros trabajamos y construimos, la historia camina bajo nuestros pies. Trabajo y gloria son lo mismo, quien no lo asuma bajará al abismo…” El sketch sobre Masa de Vallejo, del cadáver al que se acercaron de 20 a 500 mil: “Tanto amor y no poder hacer nada contra la muerte”, pero seguía muriendo, hasta que todos los hombres de la tierra lo rodearon y, triste y emocionado se incorporó, abrazó al primer hombre y se echó a andar. Los viajes de RGJ y HDC a Manizales con el grupo del Externado, seleccionado para representar al país, con el montaje de Las nupcias de su excelencia, sátira al régimen y a la élite opresora, y, dos años después, Los acarnienses, de Aristófanes, obra en la que el tiempo siniestro del poder y sus escenas en penumbra los subvierte Amén, de Mutis, para partir el tiempo y desgarrar la escena con la luz plena/repentina de faunos y bailarines con su falo priápico “correteando al tenor de la flauta de Silvia Mejía”, quien con cabeza de ciervo y torso desnudo despejó la vía del desquite del trabajador harto de la guerra. RGJ murió el 22/may/1997, en Cartagena, donde HDC se debía una visita: fue y en la muralla frente a la plaza del teatro Heredia, lo sacudió el grafiti: “Creo en el pasado como un punto de llegada. Raúl”. Ahí descubrió al ubicuo poeta, ya parte de cualquier calle oscura, zaguán, escenario o del Parque de San Diego, donde pasó parte clave “de su último año de vida. Donde esperó […] el Nuevo Amor” (Marinovich). Donde amó, como en el tributo a su maestra Sofía: “Quédate / no te vayas / que eres necesaria / como esa luna de hoy / que como un farol pálido / ha iluminado / esta mañana.” O de Bocagrande, Sanandresitos Maiquito, donde derrochó parte de los más de seis millones de pesos, producto de una beca, en mercancía y toda la pagaba con billetes que sacaba de cajas de cigarros: plata que le manejaba la coordinadora del MAM, “como una pesadilla”. Luego, paró un taxi y pidió al chofer llevarlo a Cereté, a 320 kms de allí, acaso una precursora última visita al Sinú. HDC aún siente ese adiós, cada vez que recorre esas calles o estas donde vivo, “las mismas” en las que como en el poema que juntos leyeron, siempre “la ciudad te seguirá”.
En No hagas hoy lo que puedas hacer mañana (pp. 175 a 182), Bibiana Vélez Covo evoca al poeta de modo íntimo, como hablándole al oído, texto cuyo epígrafe es de RGJ: “La gran metafísica es el amor”. Lo recuerda diciendo: “No hagas hoy…” Como cada día trae su afán, ellos vivían un eterno presente, como niños, fuera en la mecedora o en la hamaca, “el mejor mueble del mundo” y cita cómo lo colgaba, sus visitas y las libaciones, café, jugos de guayaba/corozo, agua de coco/de panela con limón, nunca alcohol pero sí infaltables baretos, humor con mucha risa, carcajadas teatrales, muchos porros, musicales esta vez, jejeje, vientos europeos, percusión africana, jazz, autóctono del Sinú, salsa de Richie Ray & Bobby Cruz, Celina y Reutilio, Maldita vecindad, Chopin y Satie, el silencio. “Mecerse, reírse, escuchar”. Leer y oír poesía, pintar cuadros, obra autobiográfica de ambos enraizada en “paisaje propio”. Importancia de la pintura y de la imagen en cómo se ha visto el género humano y cómo se ha visto al mundo. RGJ y BVC, artistas perdonados cada noche para recomenzar al otro día. “Si un artista ha producido una obra maestra… ¡ya es bastante!” Y hasta aquí, Bibiana Vélez.
Tardes con Raúl (pp. 183 a 188), de Miguel Iriarte, es otra crónica evocativa sobre el poeta de cuando en 1980 a un grupo de estudiantes de la U. del Atlántico, entre ellos MI, les explotó la cabeza cuando conocieron los poemas de un tal RGJ, de Cereté. Fue el año en que se publicó Poemas con una hoja de marihuana en la portada, la que se fumaban entre todos cuando el libro pasaba de mano en mano en la cafetería de la U.: la poesía como subversión. La de RGJ significaba una estética en las antípodas de la que aquellos iniciados tenían como modelo y de ella aprendieron lo que era posible experimentar con un lenguaje tan cercano. Ese mismo año, fue por primera vez a Barranquilla, donde en el Amira de la Rosa hizo un recital histórico: dos horas con poemas del Tríptico cereteano, leído todo sin un solo error, con su voz teatral forjada al calor del teatro universitario de los 70. Al día siguiente, entrevista de MI con RGJ para el programa Olas TV y luego almuerzo en casa de sus directores Carlos Flores Sierra y Miriam de Flores, a su vez responsables de la revista impresa, de corta vida. A lo largo de 25 años, RGJ logró edificar una obra y un estilo muy singular para tratar el lenguaje en el delgado/filudo límite entre razón y locura, entrando y saliendo de clínicas mentales, cárceles, hoteluchos y habitando la dura selva de cemento. MI destaca la sobriedad y pulcritud de su lenguaje, sea un canto de amor o la factura de una escena o relato o “uno de esos desopilantes eróticos” que, agrego, a nadie debería espantar y no “que a tantos espanta”. Salvo hondas crisis esquizoides, en las que fue agresivo/inmanejable, no era su signo general. La ecuanimidad y la lucidez, siempre breves y frágiles, fueron al cabo presas del deterioro mental. Abandono y soledad pronto lo llevaron a hoteluchos, clínicas psiquiátricas y cárceles. Y luego la última visita de MI: RGJ citó a Pessoa, le habló de teatro, le leyó Hijos del tiempo, y “leyó otra vez […] la carta profética” de X-504 y, por último, los madrazos para aquel que publicó en El Espectador una nota “descalificando su poesía”. MI ya jamás lo volvió a ver…
Una poesía capaz de levantar un muerto
La última evocación del libro, de Joaquín Mattos Omar, Raúl Gómez Jattin, la bestia tierna que escribía y soñaba (pp. 189 a 204), rescata la humanidad del poeta, por encima de su locura, la que dicho sea de paso lo salvó de una existencia vana, que dijo: “Ser poeta es más que un destino literario”. De ahí que fuera, según pauta de Luis Tejada, “un vagabundo profesional” cuyo único trabajo, en la vida, fue el de escribir sus poemas, hasta llegar a ser para JMO “uno de los mayores fenómenos poéticos del país en los últimos tiempos”, para el ya citado García Helder “potencialmente un clásico de la poesía latinoamericana” y para Carlos Monsiváis “un autor excepcional en la historia de la poesía latinoamericana”. En contra de los que confunden su intensa espontaneidad, la del genio, con abandono, RGJ es dueño de una retórica que entraña una sofisticada elaboración literaria. Su obra se debe a la areté, a la aristocracia del espíritu, a un extenso bagaje cultural/literario, no solo a la osmótica musa de sus desquiciados y desquiciantes arrebatos líricos. El recurso a lo vulgar no es falta de recursos formales, sino producto de estilo deliberado, del mismo modo que en otros libros adopta un tono sobrio, culto, calmado, “clásico”, sin casi… como se infiere de JMO, quien muestra que antes que un poeta cisne RGJ es un poeta búho: no etéreo ni evanescente, como los áulicos de Juan R. Jiménez, ni mucho menos edulcorado o dotado apenas de una gracia exterior, sino poseedor de una honda mirada sobre el misterio del mundo, a lo García Lorca: “Solo el misterio nos hace vivir, solo el misterio”, decía. JMO propone una variante para RGJ, la de los poetas burro, que desvirtúa la imagen proyectada de este noble animal: voz profunda/desgarrada; capaz de llevar a lomo una angustia y un dolor tan grandes como un rebuzno salido de la entraña, animal/metáfora de un temple poético como el de Vallejo/RGJ. De ahí: “Mi poema es fuerte [erótico/modesto/trabajador] como un burro”. Sí, tan concreto y noble y laborioso e inteligente como el fílmico Balthazar, de Bresson. Sigue siendo, por ello, una lástima que sus terapéuticos poemas sigan sin venderse en la farmacia de la esquina, para coincidir aquí con JMO y evocar de nuevo la ya citada carta (1983) de X-504 a RGJ. Una curiosidad: la única novela de RGJ, que ha dado tantas vueltas por ahí y que aún está inédita se titula, ¡tatatatán…!: Los pájaros del verano: ¿será esta obra inconclusa de RGJ la secreta fuente para el filme de Ciro Guerra/Cristina Gallego? Como de Macondo para Ripley. JMO recuerda que su poema Si las nubes, que era cantado en las noches de bohemia, fue musicalizado/grabado hacia 1985 por Beatriz Castaño, a quien RGJ retribuye con un poema. JMO evoca enseguida tres hechos, también curiosos: los siete poemas inéditos del libro aquí abordado fueron aportados por JMO y autorizados para su publicación por Carlos Gómez, sobrino de RGJ, a nombre de sus herederos; la coincidencia trágica de las muertes de José A. Silva y de RGJ, ambas en mayo; y el encuentro de éste con Meira Delmar, en la sala múltiple del teatro Amira de la Rosa, jun/95, al que asistió el propio JMO y del que resultó Carta a un poeta, poema que abre el libro que comento y en cuya tercera estrofa JMO descubre un nexo con el más célebre de Baudelaire, L’Albatros, para Flaubert Un vrai diamant o Un diamante real. En él compara al Poeta con el gran pájaro marino que mientras circunda los cielos azules es bello, altivo y soberano, pero que al ser cazado por los marineros queda reducido a un bicho torpe y avergonzado, objeto de vejación y de burlas brutales: como RGJ, a quien JMO señala al comienzo como nacido en Cartagena y luego sitúa en Cereté (p. 200). Termina su mirada sobre el albatros criollo, poeta incómodo en un medio filisteo, pragmático y materialista, del que se desprende un terrible sufrimiento para el poeta, idea que puede asociarse a Kafka y su visión del mismo, así como del arte y la pena que es para el artista, cuyo canto es un continuo grito: “Usted [Janouch] describe al poeta como un hombre de estatura prodigiosa que tiene los pies sobre la tierra, mientras que su cabeza desaparece entre las nubes. Esa es, ciertamente, una imagen muy común en el sistema de conceptos establecido por convenciones pequeño-burguesas. Es una ilusión de anhelos recónditos que nada tiene que ver con la realidad. En realidad, el poeta siempre es más pequeño y débil que el promedio social. Por esa razón siente el peso de la existencia terrena con más intensidad y fuerza que los otros hombres. Para él su propio canto no es sino un continuo grito. El arte es para el artista una pena, a través de la cual se libera para una nueva pena. No es ningún gigante, sino un simple pájaro de más o menos colorido en la jaula de la existencia”. No obstante, en algo que conmueve, JMO piensa que la poesía de RGJ creció tanto durante los últimos veinte años, que “es capaz de levantar un muerto, incluso uno de tan descomunal tamaño como tú”.
La poesía, la única compañera
Una conclusión pertinente para resumir el espíritu de este bello libro de Letra a Letra quizás la condense su epígrafe: “La poesía es la única compañera / acostúmbrate a sus cuchillos / que es la única. RGJ” Poema De lo que soy. De lo que somos y seremos, si se cambia el chip de la competencia por el de la cooperación, el de este libro, que ojalá sirva para que se lea, difunda, discuta y al cabo consolide su salida. De RGJ, no se ha entendido cabalmente (y no digo por la Cabal), que fue un ser humano largamente torturado, injuriado, ofendido, que pasó de la piedad a la locura, ante la intolerancia de un país lleno de “gente de bien/honesta” que, por querer probarlo, llega al acceso homicida cada tanto, todos los días. Por contraste, siempre estará ahí la voz de quien como pocos supo, aun en el dolor, del placer de estar vivo.
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de El Espectador (EE). Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo y Dos Antologías, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Editores, 7/may/2017). Mención de Honor por su trabajo sobre Martin Luther King, en el XV Premio Internacional de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Corresponsal en Colombia de la revista Matérika, de Costa Rica. Autor, traductor y coautor de ensayos para Rebelión. Desde el 23/mar/2018, columnista de EE. E-mail: lucasmusar@yahoo.com