Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
¿Y qué es estar loco? Si todo el mundo se cree cuerdo. Todos quieren pertenecer al grupo de los que tienen el control de sí mismos y prefieren que se les reconozca como prudentes, sensatos u oportunos. ¿Cómo se vive desde la locura? ¿Qué colores se verán a través de los lentes de la psicosis? ¿Serán otros? Raúl Gómez Jattin sí sabía, o eso dijeron todos los que lo rodearon o lo abandonaron: pesado, agresivo, imprudente: loco.
“Acerca de Œdipus” es una antología de poemas inéditos que Gómez Jattin dejó abandonados en 1988 en la habitación del Grand Hotel, un lugar que quedaba en frente del Museo del Oro en Bogotá y que ya fue demolido. Eso textos, algunos escritos a mano y otros a máquina, fueron recuperados por Joaquín Mattos Omar, escritor y periodista, que decidió guardarle las cosas a Gómez Jattin, quien para esos días era humo que aparecía y desaparecía dependiendo de qué tan cuerdo o qué tan loco lo encontraba el mundo para tolerarlo.
Le sugerimos: Óscar Wilde: Inmoral e inmortal
Gómez Jattin vivía en Cereté, Córdoba. De allí se fue para corresponderle a la idea del éxito que tanto promovía su padre y que se acercaba mucho a esas leyes tan parecidas a los muros y a esas normas tan similares a los límites. Allá volvió después de estrellarse con el derecho y concluir que no había nacido para nada que tuviera que ver con ser correcto. Gómez Jattin se decidió por el arte, la única vía con la que podía producir de la mano de su locura, que se desató mientras buscaba la cordura. Mientras Gómez Jattin escalaba hacía los picos del éxito, se le caían de los bolsillos los tornillos para ajustarse a lo diáfano, lo claro, lo brillante, lo aceptado.
Una crisis mental fue la causa para que Mattos se encontrara con Gómez Jattin en marzo de 1988, ya que el hermano del poeta decidió internarlo en un psiquiátrico de la capital y por los días en los que se toparon, tenía un permiso especial para pasear por las calles de La Candelaria acompañado de una enfermera. Fue la misma época en la que se publicó su “Tríptico cereteano” y se quedó durante aproximadamente ocho meses en Bogotá. Este tiempo culminó cuando de nuevo la esquizofrenia se le atravesó y abandonó el hotel.
Durante los días en el Grand Hotel, según Mattos, Gómez Jattin escribió una serie de 31 poemas que tomaron a los personajes del “célebre mito griego del rey Tebas que mató a su propio padre y luego se casó son su propia madre”, y los hizo suyos. El protagonista, Œdipus, fue el encargado de ser el portavoz de sus pensamientos, sus odios y sus amores. A Yocasta la amó tanto como a su madre, tanto que lo llevó a culparse por aquel amor que no podía contener, como nada de lo que le brotó de su centro. A Layo, el padre, lo amó para después odiarlo, querer matarlo y entender que para enterrarlo tenía que vivir distinto, tenía que abrazar el arte y sepultarlo a él en sus días como poeta. A su padre lo mató el día en el que decidió escribir versos para comer, o para intentar comer, comprar droga, sobre todo yerba, y entregarse al placer de ignorar los mandatos de la biblia, la aparente pulcritud de la moral y las absurdas conveniencias de la heterosexualidad.
Después de que esos textos quedaron abandonados en ese hotel barato, quedarían muchos otros tirados en cada uno de los lugares en los que el poeta quiso poner en palabras lo que pensaba de la muerte. Cuando quiso, con su prosa sencilla, corta, sucia, atrevida y lejana a lo que los intelectuales consideraban poético, hablar sobre lo mucho que anhelaba encontrarse con Borges o Pessoa, para abandonar este mundo en el que los demás lo despreciaban por su evidente “carencia de sensibilidad” ya que solamente lo buscaban para “comprar un rato / de su rara hermosura”, pero, finalmente, demostrarle lo mucho que los incomodaba. Gómez Jattin era incómodo, olía mal, se veía sucio y se la pasaba discutiendo con árboles a los que les rebatía sus argumentos sobre este mundo que prometía vida y que, para él, que quería la muerte, “no quedaba nada apacible para ver y amar”.
“ME ACERCO A MI FIN
Veo mi ceguera acecharme
No quiero ver lo que me rodea
Todo me parece horrible e inacabado
Tengo ganas de arrancarme los ojos”.
Gómez Jattin, que adoraba a Jaime Jaramillo Escobar, Álvaro Mutis, Octavio Paz y Fernando Pessoa, miraba embelesado las montañas y el mar. Gómez Jattin, que entonaba como suyas las letras cantadas por Diomedez Díaz “Ese que escribe versos, repletos de verano, estando en primavera, ese soy yo”, tenía conversaciones fluidas y agradables con otros escritores que lo admiraron y lo siguieron por su amplia cultura. Gómez Jattin, que decidió relegar su intelectualidad para producir textos vulgares que mostraran la oscuridad que él percibía del mundo, bromeaba como un niño. Gómez Jattin, que se entregaba plácido a las canciones de Joan Manuel Serrat, se intoxicaba sin compasión con la cocaína que metía por su nariz con ayuda de un cuchillo de cocina.
Puedo leer: Truman Capote: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”
Los poemas que encontró Mattos estaban escritos en un recetario llamado LEPONEX, en donde seguramente algún médico le ordenaría la medicación para el control de su esquizofrenia. Esos poemas hablaron de la crudeza con la que Gómez Jattin llevó su cordura, la grandeza con la que recibió su locura y la nobleza con la que se le lanzó a la muerte.