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De repente, la pareja empezó a maltratar y a empujar a la enfermera jefe. “Aléjese, ese uniforme está contaminado”. La ultrajaban. Volvieron a decirle: “que se pare, váyase para atrás vieja hijueputa”. La mujer la estrujo y la tiró al piso. La enfermera jefa no le respondió. Muy decente se levantó, miró su rodilla, chorreaba un poco de sangre y se fue para atrás.
Semana después, al hospital donde trabajaba la enfermera jefa llegó una familia con dos hijos, todos contaminados con el coronavirus. Se adelantó el procedimiento de rigor, y la enfermera jefa, madre también, atendió a la familia. Le preocupaban los niños, los veía peores. Estaban en tercera fase y fueron a cuidados intensivos. La enfermera jefa había sido contaminada tres meses antes, pero se salvó. Tenía los anticuerpos en su sangre. En cambio, el oxígeno no les servía a los niños. Seguro iban a morir.
El médico especialista llamó a María de las Estrellas, como se llamaba la enfermera, y le dijo: “Estos niños, si no les hacemos una transfusión del plasma se mueren”. Ella lo miró. “Usted tiene los anticuerpos en su sangre”, recalcó el médico. “Doc, yo sufro de anemia y si dono sangre pongo en riego mi vida. Pienso en mis tres hijos, mi marido, mi hogar”. Luego miró a los dos niños entubados y una lágrima le salió, luego un suspiro y manifestó: “Bueno, doc, hagamos la transfusión”.
María de las Estrellas donó la sangre para que el plasma salvara a los niños, a sus padres. Tiempo después, la familia se recuperó totalmente. Al salir de la clínica, el cuerpo médico empezó a aplaudirlos y los padres fueron hasta donde María de Las Estrellas: “Gracias, mil gracias, usted es una bendición, salvó a nuestros niños y a nosotros”. María de las Estrellas contestó: “Mírenme bien, se acuerdan una vez en transmilenio que ustedes empujaron y tiraron al piso a una enfermera jefa, pues yo soy esa enfermera”.
Los ojos de la pareja se llenaron de espanto. Ambos lloraban y empezaron a gritar pidiendo excusas. “Perdón, perdón, discúlpenos, Dios mío, perdón”. La mamá se echó a los pies de la enfermera jefa, pero ella la levantó del piso y le dijo: “Nunca, nunca vuelvan a hacerle eso a alguien del cuerpo médico. Nunca. Y mejor, sí, pídanle perdón, pero a Dios, vale”.