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Los primeros días en Dar es Salaam, la ciudad más poblada de Tanzania, fueron desesperantes para Andrés Felipe Ballesteros, un colombiano que en ese momento, en 2014, salió del país en una búsqueda de crecimiento personal que lo llevó hasta África, donde lo que único que encontró fue un infierno. Al inicio, como no entendía swahili —la lengua oficial— se le pasó por alto el motivo por el que lo llevaban a prisión. Luego, le sería notificado que era acusado de narcotráfico y, desde entonces, ha estado recluido, asegurando que es inocente y que se trata de un intento, por parte de las autoridades locales, de obtener dinero a cambio de su libertad.
Ni la Fiscalía ni cualquier otro órgano judicial de Tanzania han logrado demostrar su culpabilidad. Ballesteros ha sido transportado cada 15 días a un juzgado, en un bus abarrotado de prisioneros, para que los funcionarios respectivos le digan que la investigación en su contra todavía no ha concluido y que por lo tanto no se puede dar inicio al juicio. Tuvieron que pasar cinco años después de su llegada, es decir, el pasado 14 de junio, para que al ciudadano colombiano por fin se le notificara que todo estaba listo para dar inicio a su procedimiento judicial.
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El dictamen de ese día confirmó, a través de Hon Matupa, un juez tanzano que goza de buena reputación, que Ballesteros efectivamente no había cometido ningún delito y ordenó que se levantaran los cargos por los cuales había sido detenido. “El acusado deberá ser liberado inmediatamente”, se lee en el fallo de la Corte. La emoción, sin embargo, duró muy poco.
¿La acción es ilegal? Según el código penal tanzano, no. De hecho, en el código penal nacional se lee: “La absolución de cualquier acusado no debe ser una barrera para cualquier procedimiento posterior en su contra a causa de los mismos hechos”. Es decir, que si bien Ballesteros fue liberado, las autoridades tenían la potestad de recapturarlo bajo los mismos cargos y empezar un nuevo proceso en su contra. Ahora que se han agotado casi todos los medios legales dentro de Tanzania la única esperanza podría estar afuera.
Ayuda internacional
Juan Carlos Ballesteros, hermano del preso colombiano, ya conocía Tanzania. La primera vez que viajó a Dar es Salaam fue en mayo de 2015. En ese momento, según explica, vivió lo mismo que su hermano: al momento de llegar al aeropuerto, pasar los controles migratorios y obtener el visado necesario para permanecer en el país hasta por tres meses, fue aislado y llevado a un cuarto oscuro, en el que lo revisaron a fondo.
“En el momento que hicieron esto conmigo, saqué una carta diplomática que había conseguido en Nairobi, porque sabía lo que podía pasar y ellos la miraron con respeto y me dejaron ir. Mi hermano en ese momento no tenía nada de eso ni tampoco entendía el swuahili, mientras que yo me había preparado y había aprendido un poco. Dije una frase que para ellos es demoledora en cuanto a los sentimientos y es mungu anakupenda, es decir, ‘Dios te ama’. Esas dos cosas me salvaron”, aseguró Juan Carlos a El Espectador.
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El camino para ayudar a Andrés Felipe, cuenta Juan Carlos, ha sido tortuoso. El primer abogado que contrataron se desmarcó rápidamente del caso y se llevó consigo US$10.000 que la familia ya había pagado. Luego, la abogada de oficio que les asignaron tampoco logró hacer mucho.: “Nos pidió plata, dizque iba a buscar testigos, y nos abrió el panorama de cómo funcionan las cosas allá. Me llevó donde unas personas que supuestamente nos iban a ayudar. Les dijimos que no teníamos las cantidades de dinero que nos pedían y nos dijo que acá las cosas funcionaban así”.
Mientras tanto, el gobierno colombiano ha tratado de apoyar en la medida que ha podido. La semana pasada la Cancillería colombiana notificó sobre el caso y aseguró que desde Colombia se “han enviado notas dirigidas al Ministerio de Justicia y Asuntos Constitucionales de Tanzania y al Director del DPP de Tanzania, una nota verbal el pasado 21 de junio, en la cual se solicitó visita con la Alta Comisionada de Tanzania ante el gobierno de Kenia y en la que la diplomática se comprometió a gestionar las citas solicitadas con las altas esferas del gobierno tanzano”.
Además, el Ministerio de Relaciones Exteriores logró, a través de una nota verbal el pasado 15 de julio, que el cónsul colombiano pudiera entrevistarse con el Fiscal General de Tanzania. Sin embargo, según Juan Carlos Ballesteros, la reunión no dio ningún resultado: “Pensamos que iba a ser suficiente porque hay una carta de un juez donde le ha dado la libertad. Resulta que no solamente no fue suficiente sino que el funcionario alardeó de su autonomía y aseguró que simplemente se habían equivocado en el procedimiento y que por eso anularon el caso para empezar desde cero”.
También hacen un llamado a la Iglesia Católica, para que contacte al cardenal Polycarp Pengo, quien reside en Dar es Salaam y con quien Juan Carlos ya habló, y le solicite convencer al presidente tanzano, John Magufuli, de atender el caso de Andrés Felipe.
El actual gobierno tanzano es conocido por posturas polémicas frente a la libertad de expresión y los derechos de las mujeres. En septiembre del año pasado, por ejemplo, el mandatario tanzano reclamó a los ciudadanos que no escuchen a quienes aconsejan sobre los anticonceptivos, en ocasiones, ciudadanos extranjeros, pues según él, el país necesita aumentar la tasa de nacimiento. Su política ha funcionado: esta nación de África Oriental tiene una de las mayores tasas de nacimientos, en promedio una mujer tiene cinco hijos. También ha crecido la pobreza, la falta de oportunidades y el desempleo juvenil.
Un informe del Centro de Estudios Internacionales Gilberto Bosques señaló que, desde el inicio de su mandato (noviembre de 2015), el presidente John Magufulli comenzó con una serie de reformas que han promovido el crecimiento del país. “Inició un proceso de reestructuración de la Autoridad Portuaria de Tanzania, que continuó hacia la Autoridad de Ingresos de Tanzania lanzando una campaña de recolección de impuestos. (...) También emprendió una guerra contra la corrupción nacional”.
A pesar de que el país goza de altas tasas de crecimiento gracias a su gran riqueza de recursos naturales y turismo, Juan Carlos Ballesteros asegura que durante el tiempo que estuvo en la capital vio con asombro una profunda división de riqueza: “La parte de la ciudad que queda al borde del océano Índico está llena de negocios y hoteles. De ahí para atrás, donde no van los turistas es una pobreza absoluta. La gente no tiene alcantarillado, no tiene electricidad, las calles sin pavimentar. La expectativa de vida son 40 años, la gente se muere joven por enfermedades. Es una contradicción de la belleza que tienen en sus playas, de los turistas yendo a visitar”.
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De acuerdo con cifras del Banco Mundial, la tasa de pobreza (gente que vive con menos de un dólar) en Tanzania es de 26 %.
Agrega Ballesteros que, “yo estaba hospedado por un pastor, Alberto Pinto, de la Iglesia Pentecostal Unida de Colombia, que el consulado consiguió para que yo me pudiera quedar el mes que estuve allá. Fue entonces cuando conocí todo el contexto y cómo se mueven los intereses. Hablo con gente a puerta cerrada porque hay policía encubierta por todos lados”.
La vida en prisión
La familia de Ballesteros cuenta que durante estos cinco años el colombiano ha tenido que vivir en condiciones lamentables. En Keko, una de las prisiones de Dar es Salaam, Andrés Felipe convive con cerca de 65 de los 1.600 prisioneros totales, hacinados en un pequeño espacio sin las medidas básicas para subsistir. Convive con un griego, un indonesio y un nigeriano que pasan por la misma situación que él, es decir, que fueron capturados hace siete u ocho años por el presunto delito de narcotráfico y desde entonces permanecen ahí a la espera de su juicio.
“A las 4 de la mañana los botan al patio, no hay sillas ni mesas. Ahí pasan hasta las 4 de la tarde y luego la misma rutina todos los días. Desde las 4 de la tarde hasta que se duerman regresan al calabozo y obviamente duermen poco”, relata Juan Carlos, su hermano. Además, agrega que lo único que mantiene cuerdo a Andrés Felipe son las cartas que le envía su madre, su padre, y su novia, con quien tiene un hijo. Hace unos meses, sin embargo, las autoridades carcelarias decidieron bloquear el ingreso de dichos textos, por lo que han tenido que encontrar formas alternativas para hacérselos llegar.
“Mentalmente está muy agotado. Duerme de lado, sin colchón, en condiciones infrahumanas. Ha sufrido del pecho, de la vista porque no hay luz ni tampoco hay agua potable y ahora lo han castigado dañándole las rodillas y los tobillos. La alimentación depende de lo que pueden compartir de lo que les llevan las familias a los detenidos. No solamente se le ha irrespetado sino que el gobierno tanzano está jugando con la integridad de mi hermano, y con la diplomacia misma”, concluye Juan Carlos.