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Ni el accidente que sufrió de niña en su natal Perú ni el acoso en un colegio en Connecticut, o la xenofobia en algunos rincones de Estados Unidos han aplacado a Lorella Praeli en su lucha por la defensa de los derechos de los indocumentados en ese país.
Praeli, de 29 años, es uno de los rostros más conocidos del movimiento de los llamados dreamers, los inmigrantes sin papeles que fueron traídos al país por sus padres siendo niños. Su nombre se hizo conocido cuando Hillary Clinton la nombró directora de enlace con la comunidad latina durante su campaña por la presidencia en 2015.
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Tras la derrota de Clinton frente a Donald Trump, y a la posibilidad real de que el programa DACA, que protege a más de 800.000 inmigrantes dreamers pueda ser revocado, la activista peruana trabaja como directora de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU), una de las mayores organizaciones activistas de ese país y fuerte crítica de las decisiones migratorias del presidente.
Nacida en Ica, Perú, Lorella ha superado obstáculos desde su infancia. A la edad de 2 años fue víctima de un devastador accidente automovilístico que, aunque no le quitó la vida, resultó en la pérdida de su pierna derecha. Su familia decidió entonces comenzar un tratamiento médico en Tampa, Florida, que le garantizara a Lorella una vida normal a pesar del accidente.
Finalmente, al cumplir sus diez años, Lorella y su familia viajan a Estados Unidos para radicarse en ese país. Lorella se matriculó y estudió en un colegio público de New Milford, Connecticut, y estudió como cualquier otro joven estadounidense. Y aunque durante su infancia ignoraba que era una latina indocumentada, sus compañeros no tardaron mucho en recordárselo.
“Fui víctima de bullying mientras estudiaba en la escuela. A las bromas sobre mi pierna se sumaron los ataques xenófobos de algunos compañeros”, recuerda Lorella, quien, sin embargo, aprovechó esta situación para involucrarse en la solución.
Lorella imprimió los correos en los que la acosaban y expulsaron a sus agresores. “Ahí me di cuenta de que nadie puede decidir mejor su destino que uno mismo”, cuenta.
Lorella se vengó de sus acosadores de la mejor forma: con un gran desempeño académico. Praelli fue la mejor estudiante de su clase y las instituciones de educación superior se la peleaban entre ellas. Sin embargo, una vez tuvo que decidir su universidad, Lorella enfrentó por primera vez, y de primera mano, una realidad que su madre le ocultó para que pudiese crecer como cualquier niña estadounidense.
La revelación de que era ilegal trajo para Lorella un profundo y consumidor ciclo de vergüenza. El estigma de ser una “inmigrante ilegal” y una “extranjera” la afectó, pues sembró en ella la duda sobre si podría ser capaz de continuar su educación y su carrera sin riesgo de ser descubierta o deportada.
Sin embargo, impulsada por su madre Chela, no desistió de su sueño de estudiar. Aplicó a una beca en la Universidad de Quinnipiac, que la había rechazado en un principio por su carácter de ilegal. “Si me dejan estudiar aquí les aseguro que soy una buena inversión”, dijo Praelli a la directora de la Universidad en su momento. Dos semanas después, el instituto educativo se había comprometido a pagar el total de su carrera universitaria.
La inversión de la universidad pareció haber dado sus frutos, pues Lorella se graduó con la mayor calificación posible en ciencias políticas, summa cum laude, y donde también se forjó como una activista a favor de los jóvenes indocumentados que llegaron a Estados Unidos siendo niños como ella: los dreamers.
Fue durante sus años en la academia cuando Lorella entendió que debía formar parte del cambio. A pesar de estar becada y de poder acceder a educación de buena calidad, la peruana vivió de primera mano las limitaciones que tienen los indocumentados en Estados Unidos. “No podía trabajar legalmente ni tampoco conducir. Pero algo que me marcó fue la imposibilidad de asistir a un seminario de investigación, al que sólo habían invitado a siete estudiantes alrededor de Estados Unidos, sólo por el simple hecho de no tener papeles”.
“Desde niña mis padres inculcaron en mí que uno puede hacer lo que se propone, y que no hay imposibles en esta vida. Mi papá me enseñó desde muy pequeña que en la vida me iba a caer y me iba a tener que levantar, literalmente, porque me caí y me tuve que levantar”.
Tras otro grave accidente automovilístico en 2009, y el miedo de que una situación así la dejara expuesta frente a una posible deportación o sanción, Lorella decidió que no iba a vivir más con miedo. “No puedes huir de tu realidad. Soy una joven inmigrante que creció en este país y estoy orgullosa de ello. Quiero que los demás puedan sentirse igual y obtener las mismas oportunidades”.
Como le enseñara su padre cuando era pequeña, se levantó un día con la intención de ser parte del cambio. En el año 2010, cuando vio que un movimiento de jóvenes dreamers había organizado una marcha desde Miami hasta Washington para exigirle soluciones al gobierno, Lorella se contagió y se involucró en el programa United We Dream, la red nacional de dreamers más importante de EE. UU.
Fue desde allí que Lorella, junto con otros activistas inmigrantes, trabajó como enlace entre la comunidad latina y la administración Obama, defendiendo la creación histórica de DACA (Acción Diferida para Llegadas en la Infancia) y DAPA, que cobijaba a los padres inmigrantes con hijos nacidos en Estados Unidos.
“Fue un momento muy feliz. Llamé a mi hermana una vez el presidente Obama anunció la ley, que pocos creían que iba a darse, y en realidad fueron años muy tranquilos, en los que podías caminar con la frente en alto”, dice.
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Pero hoy mucho ha cambiado desde que DACA fuera creado en 2012. La presidencia de Donald Trump ha puesto en peligro la supervivencia del programa, pues su derogación se ha convertido casi en una de sus banderas políticas. Y aunque esta semana la Corte Suprema le dio un nuevo aire, evitando que Trump acabara el programa el próximo 5 de marzo, su futuro sigue siendo incierto.
“La situación es crítica, pues el problema de los dreamers no es sólo el de los que forman parte del programa, sino de los que vienen, sus hijos, sus primos, sus hermanos”, dice Lorella.
Y aunque ya es ciudadana americana, Lorella espera desde su posición conseguir que los 11 millones de familias indocumentadas encuentren la tranquilidad en Estados Unidos, el país al que ahora llaman su hogar.