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"Por Efraín nadie se cansa, por Paúl nadie se cansa, por Javier nadie se cansa. Nadie se cansa, nadie se cansa, hay esperanza".
El viernes pasado, luego de haber oído de boca del presidente Lenín Moreno que sus tres compañeros habían sido asesinados por disidencias de las Farc, los trabajadores del diario ecuatoriano El Comercio ingresaron a la sala de redacción arengando esas palabras. Aplaudieron por Javier Ortega, el reportero judicial de 32 años que vivía con la mochila al hombro por si le asignaban un nuevo viaje de trabajo. Por Paúl Rivas, quien estaba por cumplir 46 años, el fotógrafo que trabajaba “con el ojo en el corazón”. Por Efraín Segarra, el conductor de 60 años al que todos, de cariño, llamaban Segarrita. Aplaudieron y lloraron hasta que el palmoteo se agotó y sólo quedaron las lágrimas.
(En contexto: Zozobra por suerte de periodistas secuestrados)
Él, director de la Fundación Andina para la Observación y Estudio de Medios (Fundamedios), recibió de Noticias RCN las fotografías que se enviaron a ese noticiero el jueves pasado, en las cuales se veían los cadáveres de tres hombres acribillados: los tres secuestrados por la gente de Guacho. En ese momento, las imágenes estaban por verificar. Ricaurte se comunicó con la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) en Colombia, que fue destinataria de las mismas fotos. “Lo primero que me embargó fue la perplejidad, un sentimiento de que no podía ser posible, no podía ser verdad”, le contó Ricaurte a este diario. Luego, FLIP y Fundamedios enviaron la información a sus respectivas autoridades.
A lo largo de las últimas tres semanas, en Ecuador estaban entrando al infierno. En Colombia, sin embargo, nadie pareció asombrarse con la noticia de que tres hombres estaban en cautiverio por orden de un exguerrillero de las Farc. Quizá la capacidad de asombro y de hastío se extravió ante la estela de crímenes cometidos contra el periodismo desde los años 80, como el asesinato del director de El Espectador en 1986, Guillermo Cano; el secuestro de la directora del noticiero Criptón en 1991, Diana Turbay, quien murió en un intento de rescate; o el intento de desaparición forzada y abuso sexual de la reportera Jineth Bedoya en 2000.
Un pasado tan doloroso, sin embargo, de poco sirvió para que Colombia brillara por su solidaridad hacia Ecuador. Cuando se conoció la noticia del secuestro, las primeras declaraciones del Gobierno colombiano fueron: “No podemos confirmar que los periodistas ecuatorianos secuestrados estén en Colombia”. “(Hay) información que demostraría que están en el territorio ecuatoriano” agregó, días después, el fiscal general Néstor Humberto Martínez. Colombia aseguraba que trabajaba de la mano con Ecuador, pero lo que dejaban ver las declaraciones de sus altos funcionarios era que la responsabilidad, en su criterio, recaía en el lugar donde tuvieran a los secuestrados. Nada más.
Una vez Lenín Moreno confirmó la muerte del equipo de El Comercio, el presidente Juan Manuel Santos calificó lo ocurrido de “deplorable”, aseguró que Ecuador contaba con todo su apoyo y solidaridad. Luego reiteró que los hechos habían ocurrido “en Ecuador”, que los secuestrados eran “de Ecuador”, que Guacho tiene “nacionalidad ecuatoriana”. Para Colombia este episodio nunca fue un problema de su competencia, a pesar de los ruegos de las familias de los secuestrados, de las solicitudes elevadas por el gobierno del vecino país y de que fue la evidencia de que consolidar la paz estable y duradera, de la que el Gobierno tanto ha hablado en los últimos seis años, va a ser mucho más difícil de lo que se pensaba.
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“La experiencia en Colombia nos dice, sobre todo por los casos recientes en el Catatumbo, es que acudir a las ayudas humanitarias muchas veces tiene posibilidad de ser efectivo”, explica Pedro Vaca, presidente de la FLIP. “Siempre hay un defensor público, el Comité de Cruz Roja, actores que tienen contacto en el territorio y no tienen nada que ver con la fuerza pública. En este caso, nunca se contempló esa posibilidad. Si sucedió, sucedió de manera tardía. No se transmitió a la ciudadanía la dimensión de la gravedad de lo que estaba pasando. Fue errático emitir un mensaje de apoyo y ya, de un problema que se consideraba externo, pero que no tiene nada de externo”.
La apatía colombiana contrastó con la solidaridad que mostraron los periodistas ecuatorianos, quienes desde el jueves en la noche, mientras le exigían respuestas a su presidente, mostraban una aflicción como si los secuestrados fueran sus propios hermanos. Fueron ellos quienes insistieron en no darle un bajo perfil a este caso; fueron ellos quienes promovieron y se apropiaron del lema #NosFaltan3. “Los colegas acá están golpeados, afectados, con un terrible estado de ánimo”, dice el presidente de Fundamedios. “Hasta nuestra página web está de luto”, le dijo a este diario David Landeta, reportero de El Comercio.
(Vea el editorial del diario El Comercio: Luto por la muerte del equipo de este Diario)
Desde el momento en que el presidente Lenín Moreno ratificó que los cadáveres que aparecían en las imágenes enviadas a Noticias RCN correspondían a los del equipo de El Comercio, la página de internet de ese diario quedó en blanco y negro. Una cintilla negra, señal de luto, acompaña el nombre del diario. Ecuavisa, uno de los canales más importantes de ese país, suspendió temporalmente su transmisión. “El epílogo de esta historia ha sido lamentable. Estamos profundamente dolidos. Son colegas y, al final, es un conflicto bien complicado y somos nosotros quienes estamos poniendo los primeros muertos”, expresa María Belén Arroyo, editora política de la revista Vistazo.
El manejo que le dio Ecuador a esta situación también ha sido criticado. Las negociaciones con Guacho, por ejemplo, se le salieron de las manos al punto en que él llegó a amenazar al ministro del Interior, César Navas. Fue entonces cuando el gobierno cerró la puerta al diálogo, pero a los familiares de las víctimas no les explicaron el porqué de la decisión. Para ellos, cuentan ellos mismos, había sólo hermetismo o información en contravía: un día les decían que sus parientes estaban bien, y al otro aparecían en un video, encadenados por el cuello, rogando por su vida. Colombia lo manejó como un problema ajeno; Ecuador lo manejó como un problema de delincuencia común.
“El gobierno de este país no les ha dado la dimensión adecuada a las disidencias de las Farc en la frontera. Hace unos años replanteó su esquema de inteligencia, enfocándose en políticos de oposición en vez de identificar amenazas externas. Ahora estamos viendo las consecuencias”, dice María Belén Arroyo. “En Colombia normalizamos la violencia y eso habla muy mal de nuestras sensibilidades. Los ecuatorianos acudieron a nosotros por la experiencia en estos casos y fuimos nosotros quienes terminamos recibiendo una lección inolvidable de solidaridad. No he visto en años las imágenes que he visto en Ecuador”, manifestó Pedro Vaca, presidente de la FLIP.
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Ahora la redacción de El Comercio se pregunta cómo seguir adelante sin sus compañeros. Segarrita llevaba más de 16 años trabajando allí como conductor y, según cuenta el exeditor general de ese diario Arturo Torres, quiso tanto a los periodistas y a su oficio que su propio hijo se volvió reportero y hoy trabaja en el mismo periódico que llora a raudales a su padre. Javier Ortega, cuenta Torres, “era muy cercano a la gente”. Paúl Rivas, quien trabajaba allí desde 1999, “un corazón con cámara”. Los periodistas de El Comercio han recibido hasta asesorías en seguridad de un exasesor del gobierno de Andrés Pastrana quien, al saber de las fotos, les advirtió que podían ser parte de una guerra psicológica y, por ende, falsas.
La declaración del presidente Moreno, sin embargo, esfumó esa posibilidad. Aunque todavía no hay cuerpos para que la certeza sea absoluta. El Comité Internacional de la Cruz Roja ya divulgó que el grupo de Guacho, además de las familias de las víctimas y de los gobiernos de Ecuador y Colombia, le pidieron ayuda para rescatar los cadáveres. Ecuador no había atravesado por una experiencia similar en su historia; lo contradictorio es que un drama de este tamaño lo golpee en la cara justamente cuando se supone que las Farc dejaron de ser una amenaza, cuando se firmó un Acuerdo de Paz con esa guerrilla, cuando se habla de que la guerra es cosa del pasado.
Las disidencias están surgiendo como la gran amenaza que oculta su arsenal y se prepara para disparar mientras el posconflicto les da la espalda.