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Los días de la ballena, película dirigida por Catalina Arroyave, narra el día a día de cualquier barrio en Medellín en el que habiten bandos. Grupos de jóvenes que se pelean por los andenes y los muros. “La calle es de nosotros”, se gritan desde las esquinas. Se matan por defender sus rincones y se gastan la vida cuidándose de no perderla. No hay leyes más allá de las que ellos mismos crearon, porque se convencieron de que son la autoridad y solo esperan obediencia. Pero además de mostrar esa hostilidad, recrea la transgresión del arte y exalta las exposiciones callejeras hechas por grafiteros que se dedican a combatir la tiranía, revelar el poco valor que se le da a la vida y marcar el territorio de esas cuadras que sin los colores de sus aerosoles se ven bruscas.
“¿Se va a trabar?”, le pregunta un joven con ojos entreabiertos y piel oscura a un tipo sentado a su lado. Los dos están encorvados. Parece que cargaran el peso de cada uno de los muertos que amanecen tendidos en las calles. Después le advierte: “En la calle al que no se adapta nos toca adaptarlo, y usted es muy desadaptado”. La marihuana que le ofreció fue un gesto cortés para que se relajara, igual ya sabía que estaba a punto de “morir por la boca, como los sapos”. El joven amenazado era un desadaptado por abandonar las pandillas, pintar paredes e intentar mitigar la ansiedad de saber que a dos cuadras va a morir gente desobediente como él. Que la sangre ahí es habitual, que la muerte les respira en la nuca. Esta película recrea este tipo escenas, historias sacadas del día a día. Un problema del tamaño de una ballena que duerme con los paisas, pero que ellos ya no ven.
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¿Cómo surgió la idea de narrar a Medellín desde el grafiti y el control de los barrios por grupos ilegales?
La idea de hablar sobre arte urbano y control territorial nació de mi relación con Santiago Rodas, un amigo entrañable que es poeta y muralista. Entendí que el grafiti era una marca en el territorio y vi cómo eso hacía que entrara en conflicto con las lógicas de control de la calle. Esto se sumó a mi experiencia como asistente de dirección, realizadora y productora: todo el tiempo me topaba con que había que pedir permiso a la gente que “mandaba en los barrios”. El arte urbano comenzó a ser una pieza clave para hablar sobre control, libertad, territorio y mi ciudad. También quería hacer una experiencia visual y sonora en la película aprovechando ese color y esa potencia de los muros que conversan en la ciudad.
Hay una ballena que nada por el río Medellín, luego en el mismo lugar está herida casi agonizante y después, en una calle del centro de la ciudad, está muerta. ¿Qué quiso decir incluyendo este animal en el filme?
La ballena es una metáfora de lo que Medellín no ve, de lo que no se quiere mirar, de lo que la gente aprende a esquivar. Tenemos esta problemática enorme y ahí está, pero nosotros ya no la notamos. La ballena se va muriendo porque algo empieza a morir en los personajes. Eso que se empieza a morir cuando uno crece, pero que se revive con el arte.
¿Ser directora de cine en Colombia es más difícil que ser director?
Hay más mujeres directoras gracias a los movimientos feministas y conquistas históricas con las que hay que estar agradecidas. Hace cien años esto no habría sido posible y se debe a esas luchas de otras mujeres en el pasado. Diría que es más difícil llegar a ser directora porque hay una desconfianza en las ideas de las mujeres, en la capacidad de liderar un equipo y hasta en los técnicos, que dudan si el proyecto que liderarás es serio. Ahí hay barreras, porque uno empieza a preguntarse si esa desconfianza tiene una razón de ser real. Te preguntas: ¿será que no soy capaz? Cuando ya eres directora, deja de tratarse del género. Ahí ya entran otras cualidades que tienen que ver con sacar adelante un proyecto.
¿A qué le atribuye esta batalla por la calle, por el muro, por los andenes de Medellín?
Medellín es una ciudad que, a pesar de tener toda esta pertenencia con la que la gente habla de ser paisa con orgullo, está fragmentada. Creo que hay como cuatro o cinco Medellines dentro de la ciudad. Hay unos lugares que empezaron a tener otras lógicas territoriales. La Alcaldía gobierna ciertas partes, pero otras no obedecen a las instituciones sino a los grupos que están ligados a la historia mafiosa de esta ciudad. Las lógicas del poder son así, generan conflicto. Por eso me parecía importante contarlo, porque de alguna forma tener el control de las paredes es tener el control sobre la ciudad. Medellín es una ciudad en disputa, eso es lo que trato de contar en la película. Los grafiteros tienen algo que se llaman “spots”, que son lugares para hacer sus “tags”, sus firmas o grafitis. Esos espacios son muy codiciados. El que tenga el “spot” es el que será más visto. Ahí hay otra lógica: la batalla por tener más impacto en la ciudad. Si uno está atento puede identificarlo en las paredes.
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La película se aleja por completo del modelo de belleza paisa que se ha promovido dentro y fuera de la ciudad. ¿Fue intencional mostrar esa cara de la mujer de Medellín?
Sí, fue totalmente intencional. Yo quería que mi protagonista fuera una antipaisa. Que se alejara por completo de la idea de la mujer de Medellín, que tradicionalmente ha sido nombrada como la más bella. Decir que lo más lindo de la ciudad son las mujeres es un peso para las que nacimos ahí. Laura Isabel (Tobón), la protagonista, encarna todo lo que yo soñaba de este personaje. Su cuerpo representa una lucha por la libertad. Yo la vi y dije: es ella. Esos dedos son los de la protagonista que yo me imaginaba. Esa forma de entender el cuerpo es la de mi personaje. Ella está de pelea con el estereotipo. Ninguna de las mujeres de la película está estereotipada. Hay una deuda con la representación de la mujer en el cine colombiano. Yo quería hacer mujeres que tuvieran diferentes dimensiones. Quería mujeres complejas, ricas, diversas. Yo quería hablar de cómo es crecer siendo una mujer distinta al estereotipo en una ciudad como Medellín.
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