La diplomacia del dron
El Espectador
Con una orden directa del presidente Donald Trump, Estados Unidos utilizó uno de sus drones para asesinar al segundo al mando de un país soberano (Irán) mientras se encontraba en territorio de otro país soberano (Irak). No hubo debido proceso, no hubo un juicio previo, nada: solo la explosión. No es la primera vez ni será la última que algo así ocurra. ¿Dónde quedó el principio de la diplomacia internacional de no intervenir en asuntos internos de Estados soberanos?
Sí, Qassem Soleimaní, comandante de la fuerza élite Qudz de la Guardia Revolucionaria de Irán, considerado el segundo hombre más fuerte de ese país, era un personaje nefasto. Bajo su mandato ocurrieron cientos de asesinatos e invasiones a países vecinos. Era la mano derecha y violenta de Alí Jamenei, líder supremo de Irán desde 1989 y quien ha instaurado una teocracia que persigue a voces disidentes y asfixia cualquier intento de obtener libertades individuales. Eso no se discute. La pregunta es por qué se siente Estados Unidos con el derecho de violar la soberanía de otros países para llevar a cabo asesinatos sin ningún tipo de vigilancia.
El secretario de Estado de EE. UU., Mike Pompeo, dijo que tenía las expectativas de que las personas en Irak, y también en Irán, “vieran las acciones estadounidenses como una libertad para el éxito y la oportunidad en sus naciones”. El progreso a punta de bombardeos suena a un despropósito, pero ha sido a menudo la esencia de la política exterior estadounidense.
En respuesta, el Parlamento iraquí aprobó una moción para expulsar a las tropas de Estados Unidos que todavía están en ese país. Irán juró venganza y que empezará a enriquecer uranio “sin límite”, echando por la borda uno de los tratados que más esperanza le habían traído al mundo sobre la posibilidad de evitar guerras nucleares. Luego bombardeó una base militar con presencia de soldados estadounidenses en Irak, que no dejó militares muertos, pero sí varios iraquíes. Donald Trump le bajó la tensión al encuentro, sonrió, satisfecho, y logró que en su país la atención se distrayera del juicio político que hay en su contra.
Con un golpe, parece que nos devolvimos a la década de los 90, con un Irak en caos, un Irán con rabia y un Estados Unidos intervencionista.
El asesinato a través de drones es una de las prácticas más problemáticas que adoptó la Casa Blanca en la última década. Durante la administración de Barack Obama, se estima que se ordenaron 563 ataques con drones, que habrían asesinado a más de 2.000 personas en Somalia, Yemen y Pakistán. Donald Trump ha continuado ese actuar.
Es cierto que existen dictaduras, actores perversos que aterrorizan a sus Estados. Pero un principio básico de la diplomacia internacional es no intervenir en los asuntos internos, menos con violencia. Que un Estado pueda asesinar a un alto funcionario de otro país sin siquiera tener autorización por parte de su propio Congreso demuestra una especie preocupante de autoritarismo. ¿Cualquiera es un posible objetivo militar, entonces?
Con estos actos el mundo se aleja cada vez más de la posibilidad de la paz. Mientras tanto, Estados Unidos se prepara para una elección presidencial para decidir si mantiene a Trump en el poder. El resto de países aguantamos la respiración.
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Con una orden directa del presidente Donald Trump, Estados Unidos utilizó uno de sus drones para asesinar al segundo al mando de un país soberano (Irán) mientras se encontraba en territorio de otro país soberano (Irak). No hubo debido proceso, no hubo un juicio previo, nada: solo la explosión. No es la primera vez ni será la última que algo así ocurra. ¿Dónde quedó el principio de la diplomacia internacional de no intervenir en asuntos internos de Estados soberanos?
Sí, Qassem Soleimaní, comandante de la fuerza élite Qudz de la Guardia Revolucionaria de Irán, considerado el segundo hombre más fuerte de ese país, era un personaje nefasto. Bajo su mandato ocurrieron cientos de asesinatos e invasiones a países vecinos. Era la mano derecha y violenta de Alí Jamenei, líder supremo de Irán desde 1989 y quien ha instaurado una teocracia que persigue a voces disidentes y asfixia cualquier intento de obtener libertades individuales. Eso no se discute. La pregunta es por qué se siente Estados Unidos con el derecho de violar la soberanía de otros países para llevar a cabo asesinatos sin ningún tipo de vigilancia.
El secretario de Estado de EE. UU., Mike Pompeo, dijo que tenía las expectativas de que las personas en Irak, y también en Irán, “vieran las acciones estadounidenses como una libertad para el éxito y la oportunidad en sus naciones”. El progreso a punta de bombardeos suena a un despropósito, pero ha sido a menudo la esencia de la política exterior estadounidense.
En respuesta, el Parlamento iraquí aprobó una moción para expulsar a las tropas de Estados Unidos que todavía están en ese país. Irán juró venganza y que empezará a enriquecer uranio “sin límite”, echando por la borda uno de los tratados que más esperanza le habían traído al mundo sobre la posibilidad de evitar guerras nucleares. Luego bombardeó una base militar con presencia de soldados estadounidenses en Irak, que no dejó militares muertos, pero sí varios iraquíes. Donald Trump le bajó la tensión al encuentro, sonrió, satisfecho, y logró que en su país la atención se distrayera del juicio político que hay en su contra.
Con un golpe, parece que nos devolvimos a la década de los 90, con un Irak en caos, un Irán con rabia y un Estados Unidos intervencionista.
El asesinato a través de drones es una de las prácticas más problemáticas que adoptó la Casa Blanca en la última década. Durante la administración de Barack Obama, se estima que se ordenaron 563 ataques con drones, que habrían asesinado a más de 2.000 personas en Somalia, Yemen y Pakistán. Donald Trump ha continuado ese actuar.
Es cierto que existen dictaduras, actores perversos que aterrorizan a sus Estados. Pero un principio básico de la diplomacia internacional es no intervenir en los asuntos internos, menos con violencia. Que un Estado pueda asesinar a un alto funcionario de otro país sin siquiera tener autorización por parte de su propio Congreso demuestra una especie preocupante de autoritarismo. ¿Cualquiera es un posible objetivo militar, entonces?
Con estos actos el mundo se aleja cada vez más de la posibilidad de la paz. Mientras tanto, Estados Unidos se prepara para una elección presidencial para decidir si mantiene a Trump en el poder. El resto de países aguantamos la respiración.
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