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En alguna ocasión hablé con mi prima sobre lo que cuesta crear un empleo, lo que es el valor subjetivo y de por qué, así vaya en contra de cualquier pensamiento intuitivo, una botella de agua cuesta menos que un diamante. Hoy, a pocos días del aniversario del premio Nobel de economía Friedrich Hayek, ya no hablamos del valor de las cosas, sino de sus precios.
Hayek explicó lo que son los precios de manera muy clara, casi como si se lo estuviera explicando a mi prima de diez años. Los precios, decía, transmiten información y conocimiento específico que ninguna persona puede tener por sí sola, pues están dispersos en las mentes de millones de individuos. No sería exagerado decir que el sistema de precios fue el primer sistema de telecomunicaciones
“Mira prima, tú sabes que el café colombiano me hace más llevadera (y placentera) la labor de escribir estas columnas. Pero curiosamente, este producto solo lo puedo comprar en el supermercado porque miles de personas colaboraron entre sí para que ese café se vendiera; cada una buscando salir adelante, persiguiendo su propio beneficio (e indirectamente el mío). Una persona lo cultivó, otra lo transportó, otra lo tostó y un equipo diverso lo comercializó. Esa cooperación, en un orden espontáneo, me permitió comprar este café.
No hay un Dios ni un político sabelotodo coordinando cuánto café se debe recoger en cada finca, cuánto se distribuye y cuánto se pone en los supermercados. Si en Colombia se reduce la cantidad de café disponible por cualquier razón (lluvias, sequías, o un paro camionero), se nos encarece el tinto. Ni el supermercado, ni yo como cliente, tenemos que saber cuáles son las razones, pero el supermercado aumenta su precio de venta y nosotros los consumidores le bajamos a la adicción a la cafeína.”
- ¿Dejarías el café para siempre? – me preguntó mi prima.
- Puede que no, pero llegaría un punto en que no lo podría pagar, serían demasiadas las cosas que tendría que dejar de hacer para tomarme ese café.
Los ejemplos son infinitos. Cuando Estados Unidos le pone sanciones a Venezuela, el precio del petróleo aumenta pues sabemos que se tendrá que consumir menos. Así, cuando voy a tanquear el carro con gasolina o a comprar un tiquete aéreo, veo el precio y recibo el mensaje. Incluso sin saber política, de economía o de donde queda Estados Unidos; todos reciben el mensaje de la escasez o abundancia, y al buscar su propio beneficio, hacen que el sistema de precios funcione.
Por eso le advierto a mi prima de los políticos que prometen “controlar” los precios de un producto, sea el café cuando los productores dicen que está muy barato, o los tiquetes aéreos cuando parecen estar muy caros. Pues los precios son el mensajero que comunica una realidad económica, que no va a cambiar solo porque no escuchamos el mensaje.
En la antigua Grecia mataban los mensajeros persas cuando traían noticias que no les gustaban, pero como bien aprendieron ellos, matar el mensajero nunca cambió la realidad de la guerra que se venía.