Angélica Lozano, la revelación
¡Tengo el ego alborotado!”, musitó venciendo el pudor, mientras se deleitaba en su taza de chocolate en leche de almendras.
Cristina de la Torre, Especial para El Espectador
No sería para menos. Entre miles de líderes de opinión consultados en el país, Angélica Lozano acababa de clasificar como mejor representante a la Cámara, a sólo un año de estrenarse en la corporación. Otra rareza en esta Colombia, meca continental del conservadurismo, que así exaltaba a la iconoclasta forjada desde sus años mozos en las mil batallas que irritan el monolito del poder. Pero, ¿ego? No. Dueña de verbo vivaz, preciso, madurada prematuramente a golpes de rigor y valentía, no asoma en esta dirigente de 40 años una pizca de vanidad.
Ni siquiera se adjudica la renuncia del superministro de Presidencia y preceptor de la plutocracia, Néstor Humberto Martínez, cuando el país todo lo vio derrumbarse a instancias de su antagonista, en el debate sobre equilibrio de poderes. Ella le probó que había pacto de favores mutuos con las altas cortes para malograr la democratización del mando en la Justicia. Y él, víctima de su propio reto, abandonó el cargo. A poco se la vio enfrentar, con la misma vehemencia, al superfiscal Montealegre. Primero, por querer sabotear el tribunal de aforados llamado a investigarlo; después, por proponerse abortar el derecho pleno al aborto. Sin consideración del proyecto integral en ciernes, pluripartidista, donde el aborto es apenas parte de la educación sexual. La iniciativa del fiscal, dice Lozano, es una burla al aborto y puede causarle daño irreparable.
Tras estos episodios, muestra al canto en su recorrido de audacias, hubo una niña tímida, confinada en su propia alma. Pasó en la infancia por once colegios de barrio, donde hacer amigos fue lujo de otros. Hasta cuando ingresó en el internado del Colegio Salesiano de Madrid, Cundinamarca. Entonces despertó toda su vitalidad represada y echó al vuelo la imaginación. Notas que sellarían su paso por la universidad, donde se hizo abogada; y por Opción Colombia, antesala de las lides que le esperaban. En la patria olvidada de Puerto Nariño, Amazonas, vivió ella “la experiencia más importante” de su vida.
“Soy hija del embarazo adolescente”, expresa sin rencor, de seguro por su familiaridad con el drama de miles de jóvenes incautos cuya educación sexual reivindica ella con pasión. Embarazada siendo casi niña, debió su madre abandonar el pueblo; y su padre, adorador de los toros, “se voló para España”. La crianza de Angélica corrió por cuenta de tías y abuelos.
En política debutó siguiendo el expediente del Proceso 8.000. Ha transitado desde entonces por toda la gama de opciones distintas de las ortodoxias de izquierda y de derecha, con una divisa poderosa en su simplicidad: no robar, no matar, respetar las reglas del juego, en un partido que persiga inclusión, equidad y democracia. Cofundadora del Polo, a esa agrupación renunció el día en que oyó a sus dirigentes legitimar por la radio el asesinato de doce diputados del Valle por sus secuestradores, las Farc.
Líder feminista, como alcaldesa de Chapinero creó Lozano un centro de atención a la comunidad y de orientación para la población LGBTI, piedra angular del movimiento que se aboca a su última conquista, el matrimonio igualitario. Mas su lucha desborda el interés particular de los homosexuales: apunta al derecho de millones de colombianos a ser libres de discriminación racial, religiosa, social o sexual. Invoca la igualdad de todas las comunidades históricamente excluidas.
No les teme Angélica Lozano a los poderosos: los enfrenta. Pero sí le asusta perder la asignatura de Desarrollo Sostenible en maestría que cursa en la universidad. Ella, que demandó el Plan Nacional de Desarrollo con ponencia exhaustiva, la lleva perdida. Porque el profesor privilegia la participación en clase; y ella, discreta, para no hacerles sombra a sus condiscípulos, apenas participa. Así es ella. En las más duras batallas, lo arriesga todo; y en otras, por delicadeza, puede ceder a la derrota.
Lea más personajes del año:
No sería para menos. Entre miles de líderes de opinión consultados en el país, Angélica Lozano acababa de clasificar como mejor representante a la Cámara, a sólo un año de estrenarse en la corporación. Otra rareza en esta Colombia, meca continental del conservadurismo, que así exaltaba a la iconoclasta forjada desde sus años mozos en las mil batallas que irritan el monolito del poder. Pero, ¿ego? No. Dueña de verbo vivaz, preciso, madurada prematuramente a golpes de rigor y valentía, no asoma en esta dirigente de 40 años una pizca de vanidad.
Ni siquiera se adjudica la renuncia del superministro de Presidencia y preceptor de la plutocracia, Néstor Humberto Martínez, cuando el país todo lo vio derrumbarse a instancias de su antagonista, en el debate sobre equilibrio de poderes. Ella le probó que había pacto de favores mutuos con las altas cortes para malograr la democratización del mando en la Justicia. Y él, víctima de su propio reto, abandonó el cargo. A poco se la vio enfrentar, con la misma vehemencia, al superfiscal Montealegre. Primero, por querer sabotear el tribunal de aforados llamado a investigarlo; después, por proponerse abortar el derecho pleno al aborto. Sin consideración del proyecto integral en ciernes, pluripartidista, donde el aborto es apenas parte de la educación sexual. La iniciativa del fiscal, dice Lozano, es una burla al aborto y puede causarle daño irreparable.
Tras estos episodios, muestra al canto en su recorrido de audacias, hubo una niña tímida, confinada en su propia alma. Pasó en la infancia por once colegios de barrio, donde hacer amigos fue lujo de otros. Hasta cuando ingresó en el internado del Colegio Salesiano de Madrid, Cundinamarca. Entonces despertó toda su vitalidad represada y echó al vuelo la imaginación. Notas que sellarían su paso por la universidad, donde se hizo abogada; y por Opción Colombia, antesala de las lides que le esperaban. En la patria olvidada de Puerto Nariño, Amazonas, vivió ella “la experiencia más importante” de su vida.
“Soy hija del embarazo adolescente”, expresa sin rencor, de seguro por su familiaridad con el drama de miles de jóvenes incautos cuya educación sexual reivindica ella con pasión. Embarazada siendo casi niña, debió su madre abandonar el pueblo; y su padre, adorador de los toros, “se voló para España”. La crianza de Angélica corrió por cuenta de tías y abuelos.
En política debutó siguiendo el expediente del Proceso 8.000. Ha transitado desde entonces por toda la gama de opciones distintas de las ortodoxias de izquierda y de derecha, con una divisa poderosa en su simplicidad: no robar, no matar, respetar las reglas del juego, en un partido que persiga inclusión, equidad y democracia. Cofundadora del Polo, a esa agrupación renunció el día en que oyó a sus dirigentes legitimar por la radio el asesinato de doce diputados del Valle por sus secuestradores, las Farc.
Líder feminista, como alcaldesa de Chapinero creó Lozano un centro de atención a la comunidad y de orientación para la población LGBTI, piedra angular del movimiento que se aboca a su última conquista, el matrimonio igualitario. Mas su lucha desborda el interés particular de los homosexuales: apunta al derecho de millones de colombianos a ser libres de discriminación racial, religiosa, social o sexual. Invoca la igualdad de todas las comunidades históricamente excluidas.
No les teme Angélica Lozano a los poderosos: los enfrenta. Pero sí le asusta perder la asignatura de Desarrollo Sostenible en maestría que cursa en la universidad. Ella, que demandó el Plan Nacional de Desarrollo con ponencia exhaustiva, la lleva perdida. Porque el profesor privilegia la participación en clase; y ella, discreta, para no hacerles sombra a sus condiscípulos, apenas participa. Así es ella. En las más duras batallas, lo arriesga todo; y en otras, por delicadeza, puede ceder a la derrota.
Lea más personajes del año: