Las cinco lecciones que dejó la contienda electoral
¿Qué elementos se podrían corregir en unas próximas elecciones para garantizar una mayor pluralidad democrática? Esto dicen los analistas sobre el brote de noticias falsas, el fracaso de las maquinarias y el voto obligatorio.
Paulina Tejada @PauliTejadaT
Las elecciones de 2018 pusieron en evidencia las fortalezas y debilidades del sistema electoral colombiano y abrieron puertas a posibles discusiones sobre las necesarias reformas para fortalecer la democracia y todos sus procesos en el país.
Desde la oleada de noticias falsas hasta las fotocopias de los tarjetones de las consultas interpartidistas dejaron lecciones aprendidas en las jornadas legislativas y presidenciales de este año, enseñanzas que, luego de apaciguar los ánimos de la contienda y darles la bienvenida a los nuevos dirigentes políticos del país al Capitolio y el Palacio de Nariño, invitan a reflexionar sobre las dinámicas de las prácticas electorales, tanto de los electores como de los elegidos.
La era digital también ha cambiado la forma de hacer política. Las redes sociales se convirtieron en un escenario igual o más estratégico que las plazas públicas, las entrevistas en grandes medios y las publicidades pagas, y esto quedó claro durante el desarrollo de las diferentes campañas que participaron en las elecciones, especialmente las presidenciales.
En estas plataformas no sólo circulan, se amplifican, multiplican y viralizan mensajes de todo tipo, sino que también se crean comunidades y discusiones que moldean, finalmente, la opinión pública, cosa que las convierte en un tablado perfectamente dispuesto para recoger —y perder, por supuesto— votos.
“Hoy, la comunicación política moderna debe pasar por las redes, no desde la manipulación de mensajes faltos a la verdad, sino desde su capacidad de ser plataformas propias, directas, inmediatas, cercanas y auténticas”, asegura Carlos Andrés Arias, analista político y docente universitario.
Le puede interesar: Cerebro o corazón: ¿cómo votan los colombianos?
La creación de mitos alrededor de personajes públicos, especialmente en épocas electorales, no es nada nuevo. Las olas discursivas de odios y la llamada “propaganda negra” han estado presentes desde décadas atrás, sin embargo, el uso de las redes y la ausencia de una regulación en este tema han agravado el panorama.
Como consecuencia, los principales asuntos circulantes en el debate electoral se concentraron más en los argumentos de contraataque y polarización, en los que valió más su capacidad viral que su veracidad, que en propuestas concretas.
“Los ciudadanos no les creen a los medios, buscan ahora otras fuentes, pero en ellas se encuentran con un ejercicio de persuasión en el que cualquier lucha es válida para mitigar al otro”, señala Arias. Para él, este fenómeno es complejo y difícil de controlar, pero podría ser encarado con “una mayor pedagogía y cultura política para los ciudadanos, y un papel más crítico y cualificado del periodismo para romper las avalanchas de noticias falsas antes que aprovecharse de ellas”.
Lea también: Mitos y realidades de Iván Duque y Gustavo Petro
En la primera y la segunda vueltas presidenciales, Colombia tuvo una victoria histórica: por primera vez desde 1998, la cantidad de personas que votaron superó a la abstención. En mayo, el porcentaje de votantes llegó al 53,36 % y en junio a 53,04 %. El fin del conflicto con las Farc y el cese del fuego temporal con el Eln permitieron, por ejemplo, que poblaciones políticamente desconectadas acudieran a las urnas.
Aun así, falta camino por recorrer para que la participación sea masiva, pues, teniendo en cuenta que gran parte del país desconfía de las instituciones y cree que su voto está lejos de cambiar su realidad, sumado a la dificultad para acceder a algunos puestos de votación, para muchos sigue siendo más viable abstenerse.
Según el politólogo Juan Fernando Londoño, esta determinación suele volverse sistemática. “Quien no vota una vez se vuelve un abstencionista crónico, no aprecia el valor del voto en una democracia y simplemente prefiere hacer otra cosa”, por lo que sugiere contemplar el voto obligatorio: “Para tener un cambio efectivo en los hábitos electorales, hay que instalarlo transitoriamente y así generar un comportamiento que se refleje en un ejercicio serio de pedagogía electoral”.
Lea más: La abstención en Colombia: una enfermedad crónica
Si algo demostraron las últimas dos jornadas electorales es que los partidos políticos tradicionales y sus derivados asociados con la vieja “maquinaria” están haciendo malabares en una cuerda floja para permanecer vigentes.
Aunque la compra de votos, el voto obligado para trabajadores de empresas y contratistas, la articulación de extensas redes que trasladan sufragios de municipio en municipio y cualquier cantidad de ingeniosas maneras de hacer fraude electoral sigan funcionando en plena luz del día, el desarrollo de las campañas y los resultados en las urnas evidenciaron que esos cálculos y maniobras de “juego sucio” están perdiendo terreno frente al fuerte poder que comienza a mostrar el voto de opinión.
Según lo analiza Arias, “no fueron los partidos ni las maquinarias los que recogieron el sentimiento del electorado, sino los personajes y su capacidad de convocatoria. La ciudadanía no está buscando un caudillo, pero sí un líder auténtico, más allá de su pertenencia a una colectividad”. De ahí, puntualiza, la importancia de los espacios de debate público y exposición de propuestas para que el voto, enfrentado hoy a una decisión más autónoma, sea realmente informado y responsable.
Lea también: Los departamentos que impulsaron la victoria de Iván Duque
Una reforma política implicaría un cambio en las reglas del juego, y eso a nadie le gusta. Pero, dejando de lado que es un mandato del Acuerdo de Paz con las antiguas Farc, es también una medida que se hace cada vez más necesaria por dos razones claves:
La primera tiene que ver con el funcionamiento del Consejo Nacional Electoral (CNE), entidad que, por la forma en la que son designados sus magistrados, no es ajena a la politización. “El CNE no funciona, no muerde ni hace cosquillas. Como en él coinciden las fuerzas mayoritarias, no tiene manos ni dientes, ni ejerce verdadero control frente a temas que merecen regulación”, indica Arias.
El experto en derecho público Víctor Manuel Gutiérrez señala lo mismo. Según él, el CNE debió haber tomado partido frente a la ausencia de debate entre los candidatos que se disputaban la segunda ronda a la Presidencia, la difusión de encuestas y pronósticos, así como la necesidad de información verídica, precisa y oportuna a los ciudadanos.
Por otro lado, está el soporte técnico de la Registraduría, que, por cierto, fue muy rápida en sus labores de conteo. Sin embargo, aún ejerce procedimientos manuales que dan pie a errores humanos.
Si bien se demostró que el haberse agotado los tarjetones de las consultas interpartidistas en marzo y que las modificaciones en los formularios E-14 en mayo no incidieron en los resultados, fueron situaciones que pusieron en vilo la legitimidad del sistema. “Auditar y sistematizar al organismo es una cuestión de voluntad política. ¿Hasta dónde les conviene a algunos modernizarnos?”, concluye Gutiérrez.
Recuerde: Petro insiste en riesgo de fraude electoral por software de Registraduría
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La era digital también ha cambiado la forma de hacer política. Las redes sociales se convirtieron en un escenario igual o más estratégico que las plazas públicas, las entrevistas en grandes medios y las publicidades pagas, y esto quedó claro durante el desarrollo de las diferentes campañas que participaron en las elecciones, especialmente las presidenciales.
En estas plataformas no sólo circulan, se amplifican, multiplican y viralizan mensajes de todo tipo, sino que también se crean comunidades y discusiones que moldean, finalmente, la opinión pública, cosa que las convierte en un tablado perfectamente dispuesto para recoger —y perder, por supuesto— votos.
“Hoy, la comunicación política moderna debe pasar por las redes, no desde la manipulación de mensajes faltos a la verdad, sino desde su capacidad de ser plataformas propias, directas, inmediatas, cercanas y auténticas”, asegura Carlos Andrés Arias, analista político y docente universitario.
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La creación de mitos alrededor de personajes públicos, especialmente en épocas electorales, no es nada nuevo. Las olas discursivas de odios y la llamada “propaganda negra” han estado presentes desde décadas atrás, sin embargo, el uso de las redes y la ausencia de una regulación en este tema han agravado el panorama.
Como consecuencia, los principales asuntos circulantes en el debate electoral se concentraron más en los argumentos de contraataque y polarización, en los que valió más su capacidad viral que su veracidad, que en propuestas concretas.
“Los ciudadanos no les creen a los medios, buscan ahora otras fuentes, pero en ellas se encuentran con un ejercicio de persuasión en el que cualquier lucha es válida para mitigar al otro”, señala Arias. Para él, este fenómeno es complejo y difícil de controlar, pero podría ser encarado con “una mayor pedagogía y cultura política para los ciudadanos, y un papel más crítico y cualificado del periodismo para romper las avalanchas de noticias falsas antes que aprovecharse de ellas”.
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En la primera y la segunda vueltas presidenciales, Colombia tuvo una victoria histórica: por primera vez desde 1998, la cantidad de personas que votaron superó a la abstención. En mayo, el porcentaje de votantes llegó al 53,36 % y en junio a 53,04 %. El fin del conflicto con las Farc y el cese del fuego temporal con el Eln permitieron, por ejemplo, que poblaciones políticamente desconectadas acudieran a las urnas.
Aun así, falta camino por recorrer para que la participación sea masiva, pues, teniendo en cuenta que gran parte del país desconfía de las instituciones y cree que su voto está lejos de cambiar su realidad, sumado a la dificultad para acceder a algunos puestos de votación, para muchos sigue siendo más viable abstenerse.
Según el politólogo Juan Fernando Londoño, esta determinación suele volverse sistemática. “Quien no vota una vez se vuelve un abstencionista crónico, no aprecia el valor del voto en una democracia y simplemente prefiere hacer otra cosa”, por lo que sugiere contemplar el voto obligatorio: “Para tener un cambio efectivo en los hábitos electorales, hay que instalarlo transitoriamente y así generar un comportamiento que se refleje en un ejercicio serio de pedagogía electoral”.
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Si algo demostraron las últimas dos jornadas electorales es que los partidos políticos tradicionales y sus derivados asociados con la vieja “maquinaria” están haciendo malabares en una cuerda floja para permanecer vigentes.
Aunque la compra de votos, el voto obligado para trabajadores de empresas y contratistas, la articulación de extensas redes que trasladan sufragios de municipio en municipio y cualquier cantidad de ingeniosas maneras de hacer fraude electoral sigan funcionando en plena luz del día, el desarrollo de las campañas y los resultados en las urnas evidenciaron que esos cálculos y maniobras de “juego sucio” están perdiendo terreno frente al fuerte poder que comienza a mostrar el voto de opinión.
Según lo analiza Arias, “no fueron los partidos ni las maquinarias los que recogieron el sentimiento del electorado, sino los personajes y su capacidad de convocatoria. La ciudadanía no está buscando un caudillo, pero sí un líder auténtico, más allá de su pertenencia a una colectividad”. De ahí, puntualiza, la importancia de los espacios de debate público y exposición de propuestas para que el voto, enfrentado hoy a una decisión más autónoma, sea realmente informado y responsable.
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Una reforma política implicaría un cambio en las reglas del juego, y eso a nadie le gusta. Pero, dejando de lado que es un mandato del Acuerdo de Paz con las antiguas Farc, es también una medida que se hace cada vez más necesaria por dos razones claves:
La primera tiene que ver con el funcionamiento del Consejo Nacional Electoral (CNE), entidad que, por la forma en la que son designados sus magistrados, no es ajena a la politización. “El CNE no funciona, no muerde ni hace cosquillas. Como en él coinciden las fuerzas mayoritarias, no tiene manos ni dientes, ni ejerce verdadero control frente a temas que merecen regulación”, indica Arias.
El experto en derecho público Víctor Manuel Gutiérrez señala lo mismo. Según él, el CNE debió haber tomado partido frente a la ausencia de debate entre los candidatos que se disputaban la segunda ronda a la Presidencia, la difusión de encuestas y pronósticos, así como la necesidad de información verídica, precisa y oportuna a los ciudadanos.
Por otro lado, está el soporte técnico de la Registraduría, que, por cierto, fue muy rápida en sus labores de conteo. Sin embargo, aún ejerce procedimientos manuales que dan pie a errores humanos.
Si bien se demostró que el haberse agotado los tarjetones de las consultas interpartidistas en marzo y que las modificaciones en los formularios E-14 en mayo no incidieron en los resultados, fueron situaciones que pusieron en vilo la legitimidad del sistema. “Auditar y sistematizar al organismo es una cuestión de voluntad política. ¿Hasta dónde les conviene a algunos modernizarnos?”, concluye Gutiérrez.
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