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                                                                                                                                El debate del tapabocas: una lección sobre los valores de la ciencia

                                                                                                                                Tras revisar la nueva evidencia científica sobre los modos de transmisión del virus del COVID-19, la Organización Mundial de la Salud cambió su postura frente al uso de tapabocas. ¿Qué hay detrás de esa decisión?

                                                                                                                                Julián Alfredo Fernández Niño/@JFernandeznino*

                                                                                                                                Bogotanos con tapabocas.
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Para muchos de nosotros llamó la atención que la OMS volvió a examinar la información muy pocos días después, el 29 de marzo con la publicación de un “resumen científico” donde de nuevo se volvió a discutir el famoso artículo de NEJM, y a señalar que no era concluyente dadas sus condiciones “experimentalmente inducidas”. Adicionalmente, los expertos de la OMS mencionaron un par de estudios que no habían encontrado evidencia del virus en muestras del aire. Sin embargo, advirtieron que sabían de la existencia de otros estudios que no estaban publicados en revistas arbitradas por pares, aunque señalaron que la persistencia en el aire del virus no necesariamente significaba que fuera viable para ser infeccioso, y se ratificaron en que aún no había evidencia de transmisión por el aire. Justo un día antes, en el perfil oficial de Twitter, la OMS había dicho que el COVID-19 no se transmitía por el aire y que esto era “un hecho”. 

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                                                                                                                                Surgieron entonces algunas voces disidentes, algunas razonables, otras furiosas. Se hizo famoso un vídeo de un médico chino, héroe de la pandemia, sorprendido porque en Europa no todos llevaban tapabocas. Se hicieron virales gráficas mal interpretadas donde se concluía erradamente hallazgos del impacto del tapabocas que no resistían ningún análisis serio, y que más bien servirán de ejemplo de sesgos para nuestras clases de Epidemiología, pero lo cierto es que pronto un parte del público general se indignó. La entendible sensación de desprotección de parte de la población, la desinformación, la desconfianza institucional, la imposibilidad de analizar evidencia ampliamente especializada, y hay que decirlo, el miedo, motivaron una reacción enérgica en contra de la OMS, y de las asociaciones científicas. Lamentablemente, acá padecimos la falta de alfabetismo científico, y la falta de más, o mejores, divulgadores científicos. 

                                                                                                                                Sin embargo, es justo mencionar aquí, que hay puntos de convergencia entre el debate científico y los cuestionamientos de la población general, lo cual es esperable, ya que el razonamiento lógico, incluso en escenarios de desinformación, es una capacidad cognitiva de todos. Por ejemplo, el gran vacío, aún persistente sobre el papel de los infectados asintomáticos, y los modos en que son contagiosos son ciertamente vacíos del conocimiento reconocidos por los investigadores que tenían algún fundamento, y dejaban un espacio a la duda razonable sobre la falta de medidas para cortar la transmisión producida por personas sin síntomas, lo cual era una preocupación en redes sociales, y así mismo lo reconocí en la primera entrega de este reporte. También desde una perspectiva social, es comprensible que las personas respondan a lo que se observa en otros países, y la asimetría de información, no hacía tan fácil trasmitir la complejidad de la discusión, aunque muchos lo intentamos. Lamentablemente, la mediatización del debate degeneró la discusión sobre quien tenía mayor experiencia, credibilidad o autoridad, incluso surgieron teorías de conspiración, y en Colombia, como todos los temas, algunos volvieron esto una discusión proselitista. Todo lo anterior, nos alejó del debate real, y los argumentos válidos que merecían ser analizados de ambas partes.

                                                                                                                                Más allá de los cuestionamientos, válidos y no válidos, considero que las autoridades científicas, actuaron de acuerdo con la mejor evidencia disponible a ese momento, y como explicaré, no fueron las pseudoevidencias de redes sociales, ni la apelación a argumentos de autoridad, las que produjeron el cambio, sino la aparición de mejor evidencia, y la decantación de un complejo debate científico que tenía dimensiones biológicas, políticas y bioéticas. No se trataba sólo de establecer la eficacia, sino también de conocer su funcionamiento en condiciones naturales (adherencia y buen uso), y, por último, de considerar la viabilidad de la aplicación en cada contexto, así como  la garantía de el buen uso por parte de las poblaciones más vulnerables.

                                                                                                                                En este mismo sentido, una editorial en International Journal of Epidemiology, hizo muy bien en señalar la ambigüedad de la evidencia, y la necesidad de diferenciar entre la evidencia de la eficacia a nivel individual, y aquella que sustentaría un uso generalizado como estrategia de control a nivel poblacional. Finalmente, un artículo de Lancet contrastó las recomendaciones de cada país, pero apeló a pensar en el uso racional, bajo un principio de precaución, en consideración de la disponibilidad en cada país.  En el mismo sentido, varios divulgadores científicos hicieron un gran esfuerzo, resaltando entre ellos, el texto escrito por Ed Yong, que de nuevo no se limitó a la evidencia, sino planteó alternativas.

                                                                                                                                Pero lo cierto es que no fue la reputación de los investigadores lo que generaría el cambio, sino la aparición de nueva evidencia, y de paso, todo esto nos dio una lección sobre los valores de la ciencia en tiempos de pandemia. La propia OMS en su último comunicado había advertido que la organización “monitorea cuidadosamente la evidencia emergente sobre este tema crítico y actualizará este resumen científico a medida que haya más información disponible”. La manera en que se dio todo este debate es de hecho un reflejo de los valores científicos, y un ejemplo extraordinario de la evolución de la evidencia bajo condiciones de incertidumbre. 

                                                                                                                                Probablemente, el punto de inflexión final se dio apenas el 2 de abril con una publicación de un artículo en Nature que reavivó e intensificó el debate sobre la transmisión. El texto, en primer lugar, ratifica el hecho que la evidencia sigue sin ser clara y divergente. Se refiere a un estudio, durante el brote de coronavirus en Wuhan, China, en el que el virólogo Ke Lan recolectó muestras de aerosoles dentro hospitales que trataban a personas con COVID-19, así como a sus alrededores, encontrando ARN viral del SARS-CoV-2 en varios lugares, incluidos los grandes almacenes. Sin embargo, el estudio no pudo determinar si esos virus tenían la capacidad de ser infecciosos, lo cual ha sido siempre el tema de discusión sobre ese modo de transmisión. Sin embargo, en un correo electrónico, que Lan le ha enviado a Nature, dijo que el trabajo demuestra que "al respirar o hablar, la transmisión del aerosol del SARS-CoV-2 puede afectar a personas cercanas y alejadas de la fuente". Como precaución, el público en general debe evitar las multitudes, escribe, y también debe usar máscaras, "para reducir el riesgo de exposición a virus en el aire".

                                                                                                                                Sin embargo, la evidencia sigue sin ser totalmente consistente. Otro estudio encontró que el virus SARS-CoV-2 estaba en muestras de aire en salas de aislamiento en Singapur. Las muestras de superficie de un ventilador de salida de aire fueron positivas, pero los autores le dijeron a Nature en un correo electrónico que la salida estaba lo suficientemente cerca de una persona con COVID-19 que podría haber sido contaminada por gotículas respiratorias por toser o estornudar, de tal manera que podemos decir que el hallazgo no es concluyente. Finalmente, un estudio en Nebraska encontró ARN viral en casi dos tercios de las muestras de aire recolectadas en salas de aislamiento en un hospital que trata a personas con COVID-19 grave y en un centro de cuarentena que alberga a personas con infecciones leves. Las superficies en las rejillas de ventilación también dieron positivo. Ninguna de las muestras de aire fue infecciosa en cultivo celular, pero los datos sugieren que "las partículas virales de aerosol son producidas por individuos que tienen la enfermedad COVID-19, incluso en ausencia de tos". Finalmente, en el artículo, el Dr. Ben Cowling, uno de los expertos que más tempranamente promueve la medida señaló que los tapabocas deberían recomendarse al público solo después de que se hayan asegurado los suministros para los trabajadores de la salud, las personas con síntomas y las poblaciones vulnerables como los ancianos. De esta manera, y con esta síntesis de evidencia, es claro que la decisión de la OMS de considerar que es una medida aceptable en algunos países se sigue tomando bajo evidencia no del todo concluyente, pero aplicando un principio de precaución valorando los estudios preliminares, y tratando de fallar a favor de las personas. Es posible, que al igual que el CDC, la OMS pronto tomen una posición oficial unificada, pero la discusión científica no está del todo cerrada. De existir, este modo de transmisión no tendría más importancia que el modo ya conocido por contacto.
                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Es entendible que este debate se haya complicado tanto, pero para mi ha sido un recordatorio de los grandes valores de la ciencia, como es el auto- revisionismo. Lo que hace que la ciencia sea tal es su capacidad de adaptarse a nueva evidencia, y argumentos. No se trata de un cuerpo de conocimiento fijo, sino de una búsqueda permanente por la verdad. El escepticismo organizado como "ethos" científico nos lleva a exigir siempre más y mejor evidencia, para asumir que algo es un hecho. Es una búsqueda siempre inacabada donde hay que aprender y desaprender, pero también evolucionar. La peor consecuencia del escepticismo frente a nuevos hallazgos, sobre todo aquellos que parecen a priori implausibles, es un retraso temporal en la aceptación de nuevos hechos, o mejores modelos explicativos. Las consecuencias, en cambio, de la falta del escepticismo son el error, el extravío en la búsqueda de la verdad, y hasta el pánico social. Quienes no dudan razonablemente son susceptibles a las teorías conspirativas, las noticias falsas y la pseudociencia. Ciertamente es difícil determinar qué cantidad y calidad de evidencia se necesita para que sea razonable aceptar un hecho en cada caso, y puede haber mayor premura cuando se trata de una situación como una emergencia sanitaria. El científico escéptico demanda hechos, pero no los reniega si se le suministran, incluso si contradicen lo que daba por sentado antes, o aquello que consideraba un paradigma. Ante todo, está comprometido con la búsqueda siempre imperfecta e inacabada de la verdad, no la confirmación de sus prejuicios. Lo que hemos visto hasta ahora es la ciencia real en acción, y es un ejemplo histórico fascinante. 

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En el debate público como científico, se debería aprender que no sólo es importante tener la razón, sino tener buenos argumentos. Reconocer y eliminar un mal argumento que parece coherente con lo que creemos, (como la gráfica que compartió el alcalde de Medellín), es necesario, ya que, si tenemos razón, entonces no vamos a desacreditar nuestra postura, pero si no la tenemos, nos permitirá cambiar de posición, si llega a ser necesario después. Adicionalmente, aprender a pensar lógicamente y basado en evidencia nos permitirá tomar mejores decisiones en el futuro bajo escenarios de incertidumbre.   Para América Latina es una buena noticia, porque se llega a esta conclusión en un momento donde tenemos aún margen de maniobra para impactar el comportamiento de la propagación de la enfermedad. A la población, le debemos insistir que no se puede reemplazar las medidas de distanciamiento social, y lavado de manos, pero también se les debe dar las condiciones para el acceso y buen uso de los tapabocas, de lo contrario, se incrementará el riesgo asociado al mal uso, o se podría generar exclusiones. Esto implica medidas de base comunitaria que garanticen la disponibilidad, donde las alternativas artesanales son una opción. No hacerlo, sería contraproducente, y aquí el debate pasa de ser científico a ser político.

                                                                                                                                 

                                                                                                                                Bogotanos con tapabocas.
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Para muchos de nosotros llamó la atención que la OMS volvió a examinar la información muy pocos días después, el 29 de marzo con la publicación de un “resumen científico” donde de nuevo se volvió a discutir el famoso artículo de NEJM, y a señalar que no era concluyente dadas sus condiciones “experimentalmente inducidas”. Adicionalmente, los expertos de la OMS mencionaron un par de estudios que no habían encontrado evidencia del virus en muestras del aire. Sin embargo, advirtieron que sabían de la existencia de otros estudios que no estaban publicados en revistas arbitradas por pares, aunque señalaron que la persistencia en el aire del virus no necesariamente significaba que fuera viable para ser infeccioso, y se ratificaron en que aún no había evidencia de transmisión por el aire. Justo un día antes, en el perfil oficial de Twitter, la OMS había dicho que el COVID-19 no se transmitía por el aire y que esto era “un hecho”. 

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Surgieron entonces algunas voces disidentes, algunas razonables, otras furiosas. Se hizo famoso un vídeo de un médico chino, héroe de la pandemia, sorprendido porque en Europa no todos llevaban tapabocas. Se hicieron virales gráficas mal interpretadas donde se concluía erradamente hallazgos del impacto del tapabocas que no resistían ningún análisis serio, y que más bien servirán de ejemplo de sesgos para nuestras clases de Epidemiología, pero lo cierto es que pronto un parte del público general se indignó. La entendible sensación de desprotección de parte de la población, la desinformación, la desconfianza institucional, la imposibilidad de analizar evidencia ampliamente especializada, y hay que decirlo, el miedo, motivaron una reacción enérgica en contra de la OMS, y de las asociaciones científicas. Lamentablemente, acá padecimos la falta de alfabetismo científico, y la falta de más, o mejores, divulgadores científicos. 

                                                                                                                                Sin embargo, es justo mencionar aquí, que hay puntos de convergencia entre el debate científico y los cuestionamientos de la población general, lo cual es esperable, ya que el razonamiento lógico, incluso en escenarios de desinformación, es una capacidad cognitiva de todos. Por ejemplo, el gran vacío, aún persistente sobre el papel de los infectados asintomáticos, y los modos en que son contagiosos son ciertamente vacíos del conocimiento reconocidos por los investigadores que tenían algún fundamento, y dejaban un espacio a la duda razonable sobre la falta de medidas para cortar la transmisión producida por personas sin síntomas, lo cual era una preocupación en redes sociales, y así mismo lo reconocí en la primera entrega de este reporte. También desde una perspectiva social, es comprensible que las personas respondan a lo que se observa en otros países, y la asimetría de información, no hacía tan fácil trasmitir la complejidad de la discusión, aunque muchos lo intentamos. Lamentablemente, la mediatización del debate degeneró la discusión sobre quien tenía mayor experiencia, credibilidad o autoridad, incluso surgieron teorías de conspiración, y en Colombia, como todos los temas, algunos volvieron esto una discusión proselitista. Todo lo anterior, nos alejó del debate real, y los argumentos válidos que merecían ser analizados de ambas partes.

                                                                                                                                Más allá de los cuestionamientos, válidos y no válidos, considero que las autoridades científicas, actuaron de acuerdo con la mejor evidencia disponible a ese momento, y como explicaré, no fueron las pseudoevidencias de redes sociales, ni la apelación a argumentos de autoridad, las que produjeron el cambio, sino la aparición de mejor evidencia, y la decantación de un complejo debate científico que tenía dimensiones biológicas, políticas y bioéticas. No se trataba sólo de establecer la eficacia, sino también de conocer su funcionamiento en condiciones naturales (adherencia y buen uso), y, por último, de considerar la viabilidad de la aplicación en cada contexto, así como  la garantía de el buen uso por parte de las poblaciones más vulnerables.

                                                                                                                                En este mismo sentido, una editorial en International Journal of Epidemiology, hizo muy bien en señalar la ambigüedad de la evidencia, y la necesidad de diferenciar entre la evidencia de la eficacia a nivel individual, y aquella que sustentaría un uso generalizado como estrategia de control a nivel poblacional. Finalmente, un artículo de Lancet contrastó las recomendaciones de cada país, pero apeló a pensar en el uso racional, bajo un principio de precaución, en consideración de la disponibilidad en cada país.  En el mismo sentido, varios divulgadores científicos hicieron un gran esfuerzo, resaltando entre ellos, el texto escrito por Ed Yong, que de nuevo no se limitó a la evidencia, sino planteó alternativas.

                                                                                                                                Pero lo cierto es que no fue la reputación de los investigadores lo que generaría el cambio, sino la aparición de nueva evidencia, y de paso, todo esto nos dio una lección sobre los valores de la ciencia en tiempos de pandemia. La propia OMS en su último comunicado había advertido que la organización “monitorea cuidadosamente la evidencia emergente sobre este tema crítico y actualizará este resumen científico a medida que haya más información disponible”. La manera en que se dio todo este debate es de hecho un reflejo de los valores científicos, y un ejemplo extraordinario de la evolución de la evidencia bajo condiciones de incertidumbre. 

                                                                                                                                Probablemente, el punto de inflexión final se dio apenas el 2 de abril con una publicación de un artículo en Nature que reavivó e intensificó el debate sobre la transmisión. El texto, en primer lugar, ratifica el hecho que la evidencia sigue sin ser clara y divergente. Se refiere a un estudio, durante el brote de coronavirus en Wuhan, China, en el que el virólogo Ke Lan recolectó muestras de aerosoles dentro hospitales que trataban a personas con COVID-19, así como a sus alrededores, encontrando ARN viral del SARS-CoV-2 en varios lugares, incluidos los grandes almacenes. Sin embargo, el estudio no pudo determinar si esos virus tenían la capacidad de ser infecciosos, lo cual ha sido siempre el tema de discusión sobre ese modo de transmisión. Sin embargo, en un correo electrónico, que Lan le ha enviado a Nature, dijo que el trabajo demuestra que "al respirar o hablar, la transmisión del aerosol del SARS-CoV-2 puede afectar a personas cercanas y alejadas de la fuente". Como precaución, el público en general debe evitar las multitudes, escribe, y también debe usar máscaras, "para reducir el riesgo de exposición a virus en el aire".

                                                                                                                                Sin embargo, la evidencia sigue sin ser totalmente consistente. Otro estudio encontró que el virus SARS-CoV-2 estaba en muestras de aire en salas de aislamiento en Singapur. Las muestras de superficie de un ventilador de salida de aire fueron positivas, pero los autores le dijeron a Nature en un correo electrónico que la salida estaba lo suficientemente cerca de una persona con COVID-19 que podría haber sido contaminada por gotículas respiratorias por toser o estornudar, de tal manera que podemos decir que el hallazgo no es concluyente. Finalmente, un estudio en Nebraska encontró ARN viral en casi dos tercios de las muestras de aire recolectadas en salas de aislamiento en un hospital que trata a personas con COVID-19 grave y en un centro de cuarentena que alberga a personas con infecciones leves. Las superficies en las rejillas de ventilación también dieron positivo. Ninguna de las muestras de aire fue infecciosa en cultivo celular, pero los datos sugieren que "las partículas virales de aerosol son producidas por individuos que tienen la enfermedad COVID-19, incluso en ausencia de tos". Finalmente, en el artículo, el Dr. Ben Cowling, uno de los expertos que más tempranamente promueve la medida señaló que los tapabocas deberían recomendarse al público solo después de que se hayan asegurado los suministros para los trabajadores de la salud, las personas con síntomas y las poblaciones vulnerables como los ancianos. De esta manera, y con esta síntesis de evidencia, es claro que la decisión de la OMS de considerar que es una medida aceptable en algunos países se sigue tomando bajo evidencia no del todo concluyente, pero aplicando un principio de precaución valorando los estudios preliminares, y tratando de fallar a favor de las personas. Es posible, que al igual que el CDC, la OMS pronto tomen una posición oficial unificada, pero la discusión científica no está del todo cerrada. De existir, este modo de transmisión no tendría más importancia que el modo ya conocido por contacto.
                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Es entendible que este debate se haya complicado tanto, pero para mi ha sido un recordatorio de los grandes valores de la ciencia, como es el auto- revisionismo. Lo que hace que la ciencia sea tal es su capacidad de adaptarse a nueva evidencia, y argumentos. No se trata de un cuerpo de conocimiento fijo, sino de una búsqueda permanente por la verdad. El escepticismo organizado como "ethos" científico nos lleva a exigir siempre más y mejor evidencia, para asumir que algo es un hecho. Es una búsqueda siempre inacabada donde hay que aprender y desaprender, pero también evolucionar. La peor consecuencia del escepticismo frente a nuevos hallazgos, sobre todo aquellos que parecen a priori implausibles, es un retraso temporal en la aceptación de nuevos hechos, o mejores modelos explicativos. Las consecuencias, en cambio, de la falta del escepticismo son el error, el extravío en la búsqueda de la verdad, y hasta el pánico social. Quienes no dudan razonablemente son susceptibles a las teorías conspirativas, las noticias falsas y la pseudociencia. Ciertamente es difícil determinar qué cantidad y calidad de evidencia se necesita para que sea razonable aceptar un hecho en cada caso, y puede haber mayor premura cuando se trata de una situación como una emergencia sanitaria. El científico escéptico demanda hechos, pero no los reniega si se le suministran, incluso si contradicen lo que daba por sentado antes, o aquello que consideraba un paradigma. Ante todo, está comprometido con la búsqueda siempre imperfecta e inacabada de la verdad, no la confirmación de sus prejuicios. Lo que hemos visto hasta ahora es la ciencia real en acción, y es un ejemplo histórico fascinante. 

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En el debate público como científico, se debería aprender que no sólo es importante tener la razón, sino tener buenos argumentos. Reconocer y eliminar un mal argumento que parece coherente con lo que creemos, (como la gráfica que compartió el alcalde de Medellín), es necesario, ya que, si tenemos razón, entonces no vamos a desacreditar nuestra postura, pero si no la tenemos, nos permitirá cambiar de posición, si llega a ser necesario después. Adicionalmente, aprender a pensar lógicamente y basado en evidencia nos permitirá tomar mejores decisiones en el futuro bajo escenarios de incertidumbre.   Para América Latina es una buena noticia, porque se llega a esta conclusión en un momento donde tenemos aún margen de maniobra para impactar el comportamiento de la propagación de la enfermedad. A la población, le debemos insistir que no se puede reemplazar las medidas de distanciamiento social, y lavado de manos, pero también se les debe dar las condiciones para el acceso y buen uso de los tapabocas, de lo contrario, se incrementará el riesgo asociado al mal uso, o se podría generar exclusiones. Esto implica medidas de base comunitaria que garanticen la disponibilidad, donde las alternativas artesanales son una opción. No hacerlo, sería contraproducente, y aquí el debate pasa de ser científico a ser político.

                                                                                                                                 

                                                                                                                                Por Julián Alfredo Fernández Niño/@JFernandeznino*

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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