Esto es lo que podría hacer Bogotá para aplanar la curva de la epidemia
El modelo que construyó la U. de los Andes da pistas sobre cuáles acciones serían útiles para que la capital no sufra tantas complicaciones en los siguientes meses. Una de sus conclusiones sugiere que lo mejor es seguir la llamada “estrategia del acordeón”: 14 días de restricciones y otros 14 de movilización.
Sergio Silva Numa - @SergioSilva03
“La facilidad con que las imprecisiones pueden perpetuarse en redes sociales y medios, pone la salud pública en una desventaja constante. Lo que más se necesita en este momento de incertidumbre es la difusión de información confiable”.
El vaticinio que a finales de febrero hacía la revista The Lancet en su editorial se convirtió en un fenómeno imparable. Hoy, con frecuencia, periodistas, influencers, políticos y hasta escritores, como Fernando Vallejo en este diario, se lanzan a hacer cálculos sobre el curso de la epidemia. Con tantas cifras circulando en Twitter y Facebook han echado mano de sus matemáticas para calcular con tasas de letalidad y hacer proyecciones de lo que sucederá con el COVID-19. También, con frecuencia, dan jalones de orejas al Gobierno y hacen sugerencias de lo que deberíamos hacer o no los colombianos. Son, dijo con sátira en Twitter el abogado y salubirista Johnattan García, los nuevos “exceldemiólogos”.
Pero aunque todos quieren contribuir a entender el comportamiento del SARS-COV-2, lo cierto es que esas proyecciones parecen más sofisticadas “fake news” que no ayudan a despejar la incertidumbre. “La democratización del conocimiento epidemiológico es valiosa pero debemos cuidar y enseñar que esta disciplina tiene rigor”, anotó en Twitter el médico y epidemiólogo Julián Fernández Niño.
Sin embargo, en medio de ese mar de información, esta pandemia también ha revelado un gran esfuerzo de científicos por comprender el curso del COVID-19. Además de pasar días enteros en laboratorios descifrando el nuevo coronavirus y probando posibles tratamientos, múltiples equipos en diferentes universidades han tratado de crear complejos modelos matemáticos para ayudar a hacer estimaciones. En un escenario en el que los sistemas de salud pueden estar en serios aprietos, sus cálculos sobre lo que puede suceder han sido cruciales para contener verdaderas tragedias. Como dice Diana Rojas, doctora en epidemiología y profesora de Centro de Control de Enfermedades Transmisibles de la Universidad de James Cook, en Australia, “aunque estos modelos han estado desde hace mucho tiempo, nunca se habían usado tanto para tomar decisiones y liderar políticas públicas como ahora. En este momento son cruciales”.
El trabajo que hay detrás de uno de estos modelos dista mucho de parecerse a los análisis que suelen verse en redes sociales. Uno de los más populares ha sido el del Imperial College de Londres que hace unas semanas fue uno de los insumos para que el Gobierno británico cambiara su estrategia frente al COVID-19. Su sugerencia era pasar a una etapa de supresión que, como se lee en artículo, requiere de un paquete de intervenciones drásticas. Para el caso de Estados Unidos y el Reino Unido, ese conjunto de medidas incluye distanciamiento social de toda la población, aislamiento domiciliario de casos y cierre de colegios y universidades. Al menos hasta que haya una vacuna disponible.
En Colombia, hasta el momento, no se conoce con precisión los detalles del modelo que guía las decisiones del Gobierno. Se sabe, como le explicó a este diario el ministro de Salud, Fernando Ruiz, que está siendo elaborado por el Observatorio Nacional de Salud del Instituto Nacional de Salud y sus proyecciones muestran que durante la epidemia habrá 4 millones de colombianos que requerirán atención hospitalaria y, al menos, otro millón que necesitará una cama en cuidados intensivos (UCI). La cuarentena, por ahora ha evitado el peor de los escenarios: que 900 mil personas se contagien de manera simultánea con un sistema de salud con apenas 87.539 camas (incluidas las pediátricas), de las cuales solo 5.349 son de UCI para adultos.
Pero así como Colombia tiene unas particularidades muy distintas a las de Reino Unido y Estados Unidos, que deben ser tenidas en cuenta a la hora de importar uno de los estos modelos, como dice Rojas, las ciudades también tienen diferencias enormes. ¿Cómo aterrizar ese mundo de ecuaciones a Bogotá, donde está la mayor parte de la población y el número más alto de camas hospitalarias?
El Grupo de Biología Matemática y Computacional de la Universidad de Los Andes llevaba más de un mes trabajando para crear un modelo acorde con la realidad de la ciudad y acaba de publicar el resultado. “Creíamos que era importante hacer un modelo con el mismo nivel de robustez que el del Imperial College, pero capturando nuestra realidad porque importarlo directamente puede conducir a grandes errores. Pero se parecen mucho. Tenemos una experiencia grande en usar estas herramientas para analizar la dinámica de las enfermedades y puedo decir con tranquilidad que es un trabajo que vale la pena tener en cuenta”, dice Juan Manuel Cordovez, uno de los autores principales y Ph.D. en Ingeniería Biomédica de la Universidad Estatal de Nueva York.
Condensar en unos pocos párrafos la complejidad que esconde uno de estos modelos no es fácil. Pero, ahorrándonos muchos detalles técnicos, lo que hizo el grupo de Los Andes, apoyado, además, por los departamentos de Ingeniería Civil, Industrial, Matemáticas y la Facultad de Medicina, fue hacer un modelo híbrido que combinó, esencialmente, dos cosas: un modelo de ecuaciones diferenciales y una modelación por agentes.
El primero es un viejo método cuyas bases diseñó el médico y matemático británico Ronald Ross (Nobel en 1902) a principios del siglo XX para descifrar el comportamiento infeccioso de la malaria. Hoy ayuda a entender el progreso de una epidemia, la manera en que evoluciona una infección y la tasa de hospitalización y muerte. El segundo (el de agentes) es mucho más contemporáneo. Es 100% computacional y permite combinar variables del comportamiento de una persona en una ciudad. El lugar en el que vive, las interacciones que tiene en su trabajo o en su escuela o cómo se moviliza son algunos de los factores que suelen ser tenidos en cuenta.
Como modelar una ciudad tan grande como Bogotá y con cerca de 8 millones de habitantes resultaba extremadamente costoso, los investigadores optaron por diseñar una más pequeña pero inspirada en la capital. “Es una ‘mini Bogotá’ con los mismos patrones de densidad, de colegios por habitante, de hospitales y hasta la misma densidad de unidades catastrales”, dice Cordovez. En términos más precisos, se trata de un territorio de 25 mil habitantes, donde el 25% son niños, el 10% son jóvenes, el 60% son adultos (entre 25 y 65 años) y el restante 5% son adultos mayores (más de 65 años).
Tras calcular las tasas de infección de COVID-19, las tasas de mortalidad, la posibilidad de desarrollar síntomas graves o de recuperarse, el grupo de los Andes creó diversos escenarios que se asemejan a las decisiones tomadas por la Alcaldía y el Gobierno. En otras palabras, simularon el curso que puede seguir la epidemia y evaluaron qué tan útiles son ciertas medidas para lograr dos cosas esenciales: aplanar un poco la curva y evitar el colapso del sistema de salud.
La estrategia del acordeón
Hay una realidad que es clave tener en cuenta en esta pandemia: tarde o temprano la mayoría de la población resultará infectada por el virus SARS-COV-2. Los cálculos del Ministerio de Salud sugieren que la epidemia solo decaerá cuando el 70% de los habitantes se haya infectado o, en el mejor de los casos, vacunado.
Con esto presente, el profesor Cordovez cree que lo mejor que podría hacer Bogotá es seguir la llamada “estrategia del acordeón” que el Gobierno ya ha considerado entre sus planes. La idea es permitir que por un lapso determinado salgan algunos grupos y, una vez finalizado ese tiempo, haya otro período de cuarentena. Siguiendo la metáfora de ese instrumento, se trata de “aperturas” y “cierres” sucesivos cada 14 días después de este largo aislamiento.
Eso, además de permitir que los bogotanos se infecten poco a poco y no vayan al tiempo a los hospitales, tendría dos efectos cruciales: por un lado, “empujaría” la curva hasta mediados de julio, dándole más tiempo de preparación al sistema y a la ciencia para encontrar tratamientos. Por otro, reduciría en un 10% el pico de esa curva que es donde la mayor parte de los habitantes se infectarán. La siguiente gráfica lo explica mejor. En ella se muestra un escenario en el que, hasta el 30 de abril, las escuelas estarán cerradas y se restringe en un 60% la movilidad de los adultos (en total son 40 días de restricción).
Esos resultados son muy similares a lo que sucedería si, luego de 40 días de cuarentena bajo las mismas condiciones (colegios cerrados y movilidad restringida en un 60% para adultos), el Distrito permite que todos los bogotanos salgan por un mes, pero al siguiente vuelve a imponer las mismas medidas. En esta gráfica se observa cómo sería el comportamiento:
Ambas decisiones muestran, como dice Cordovez, que la estrategia del acordeón es la más efectiva. ¿La razón? Las otras alternativas solo tienen una consecuencia: desplazan la curva de la epidemia (y su pico) unos meses. No la aplanan. Por ejemplo, el modelo sugiere que si la cuarentena se extiende por 50 días con las mismas restricciones de los anteriores escenarios, lo único que se logrará es dar un poco de tiempo al sistema de salud, pero cuando se acabe ese lapso, deberá enfrentar la misma ola de infectados. Sucede casi lo mismo al imponer diferentes porcentajes de restricción a los adultos.
Otra conclusión del estudio, que aún no ha sido enviado a una revista indexada, pero que fue publicado, como dice Cordovez, para contribuir desde la academia a la toma de decisiones que se avecinan, apunta a que, para aplacar el crecimiento de la curva, es mejor abrir colegios y universidades y restringir con más dureza la movilidad de los adultos que hacerlo al revés. El motivo es simple: “Es un tema de números. La población de adultos que trabajan es dos o tres veces más grande que la de niños”.
La pregunta en este punto es si la Alcaldía de Bogotá tendrá en cuenta estos cálculos para tomar sus futuras decisiones frente al COVID-19. Hasta el cierre de esta edición no habíamos obtenido respuesta. La otra inquietud clave tiene que ver con la posibilidad de aplicar este modelo a otras ciudades, teniendo en cuenta la diversidad de Colombia. Cordovez cree que sí, pero advierte que puede arrojar conclusiones diferentes dependiendo de condiciones como la edad de la población y la capacidad de la red hospitalaria. “La estrategia”, dice, “tendrá que variar según cada territorio y según como evolucione la epidemia”.
La publicación del Imperial College también hacía una advertencia similiar (guardadas las proporciones, claro): “La supresión a largo plazo puede no ser una política viable en muchos países (...) Enfatizamos en que no es totalmente certero que la supresión pueda tener éxito en el largo plazo. Ninguna intervención de salud pública, con tales efectos disruptivos en la sociedad ha sido probada antes por un periodo de tiempo tan largo”.
“La facilidad con que las imprecisiones pueden perpetuarse en redes sociales y medios, pone la salud pública en una desventaja constante. Lo que más se necesita en este momento de incertidumbre es la difusión de información confiable”.
El vaticinio que a finales de febrero hacía la revista The Lancet en su editorial se convirtió en un fenómeno imparable. Hoy, con frecuencia, periodistas, influencers, políticos y hasta escritores, como Fernando Vallejo en este diario, se lanzan a hacer cálculos sobre el curso de la epidemia. Con tantas cifras circulando en Twitter y Facebook han echado mano de sus matemáticas para calcular con tasas de letalidad y hacer proyecciones de lo que sucederá con el COVID-19. También, con frecuencia, dan jalones de orejas al Gobierno y hacen sugerencias de lo que deberíamos hacer o no los colombianos. Son, dijo con sátira en Twitter el abogado y salubirista Johnattan García, los nuevos “exceldemiólogos”.
Pero aunque todos quieren contribuir a entender el comportamiento del SARS-COV-2, lo cierto es que esas proyecciones parecen más sofisticadas “fake news” que no ayudan a despejar la incertidumbre. “La democratización del conocimiento epidemiológico es valiosa pero debemos cuidar y enseñar que esta disciplina tiene rigor”, anotó en Twitter el médico y epidemiólogo Julián Fernández Niño.
Sin embargo, en medio de ese mar de información, esta pandemia también ha revelado un gran esfuerzo de científicos por comprender el curso del COVID-19. Además de pasar días enteros en laboratorios descifrando el nuevo coronavirus y probando posibles tratamientos, múltiples equipos en diferentes universidades han tratado de crear complejos modelos matemáticos para ayudar a hacer estimaciones. En un escenario en el que los sistemas de salud pueden estar en serios aprietos, sus cálculos sobre lo que puede suceder han sido cruciales para contener verdaderas tragedias. Como dice Diana Rojas, doctora en epidemiología y profesora de Centro de Control de Enfermedades Transmisibles de la Universidad de James Cook, en Australia, “aunque estos modelos han estado desde hace mucho tiempo, nunca se habían usado tanto para tomar decisiones y liderar políticas públicas como ahora. En este momento son cruciales”.
El trabajo que hay detrás de uno de estos modelos dista mucho de parecerse a los análisis que suelen verse en redes sociales. Uno de los más populares ha sido el del Imperial College de Londres que hace unas semanas fue uno de los insumos para que el Gobierno británico cambiara su estrategia frente al COVID-19. Su sugerencia era pasar a una etapa de supresión que, como se lee en artículo, requiere de un paquete de intervenciones drásticas. Para el caso de Estados Unidos y el Reino Unido, ese conjunto de medidas incluye distanciamiento social de toda la población, aislamiento domiciliario de casos y cierre de colegios y universidades. Al menos hasta que haya una vacuna disponible.
En Colombia, hasta el momento, no se conoce con precisión los detalles del modelo que guía las decisiones del Gobierno. Se sabe, como le explicó a este diario el ministro de Salud, Fernando Ruiz, que está siendo elaborado por el Observatorio Nacional de Salud del Instituto Nacional de Salud y sus proyecciones muestran que durante la epidemia habrá 4 millones de colombianos que requerirán atención hospitalaria y, al menos, otro millón que necesitará una cama en cuidados intensivos (UCI). La cuarentena, por ahora ha evitado el peor de los escenarios: que 900 mil personas se contagien de manera simultánea con un sistema de salud con apenas 87.539 camas (incluidas las pediátricas), de las cuales solo 5.349 son de UCI para adultos.
Pero así como Colombia tiene unas particularidades muy distintas a las de Reino Unido y Estados Unidos, que deben ser tenidas en cuenta a la hora de importar uno de los estos modelos, como dice Rojas, las ciudades también tienen diferencias enormes. ¿Cómo aterrizar ese mundo de ecuaciones a Bogotá, donde está la mayor parte de la población y el número más alto de camas hospitalarias?
El Grupo de Biología Matemática y Computacional de la Universidad de Los Andes llevaba más de un mes trabajando para crear un modelo acorde con la realidad de la ciudad y acaba de publicar el resultado. “Creíamos que era importante hacer un modelo con el mismo nivel de robustez que el del Imperial College, pero capturando nuestra realidad porque importarlo directamente puede conducir a grandes errores. Pero se parecen mucho. Tenemos una experiencia grande en usar estas herramientas para analizar la dinámica de las enfermedades y puedo decir con tranquilidad que es un trabajo que vale la pena tener en cuenta”, dice Juan Manuel Cordovez, uno de los autores principales y Ph.D. en Ingeniería Biomédica de la Universidad Estatal de Nueva York.
Condensar en unos pocos párrafos la complejidad que esconde uno de estos modelos no es fácil. Pero, ahorrándonos muchos detalles técnicos, lo que hizo el grupo de Los Andes, apoyado, además, por los departamentos de Ingeniería Civil, Industrial, Matemáticas y la Facultad de Medicina, fue hacer un modelo híbrido que combinó, esencialmente, dos cosas: un modelo de ecuaciones diferenciales y una modelación por agentes.
El primero es un viejo método cuyas bases diseñó el médico y matemático británico Ronald Ross (Nobel en 1902) a principios del siglo XX para descifrar el comportamiento infeccioso de la malaria. Hoy ayuda a entender el progreso de una epidemia, la manera en que evoluciona una infección y la tasa de hospitalización y muerte. El segundo (el de agentes) es mucho más contemporáneo. Es 100% computacional y permite combinar variables del comportamiento de una persona en una ciudad. El lugar en el que vive, las interacciones que tiene en su trabajo o en su escuela o cómo se moviliza son algunos de los factores que suelen ser tenidos en cuenta.
Como modelar una ciudad tan grande como Bogotá y con cerca de 8 millones de habitantes resultaba extremadamente costoso, los investigadores optaron por diseñar una más pequeña pero inspirada en la capital. “Es una ‘mini Bogotá’ con los mismos patrones de densidad, de colegios por habitante, de hospitales y hasta la misma densidad de unidades catastrales”, dice Cordovez. En términos más precisos, se trata de un territorio de 25 mil habitantes, donde el 25% son niños, el 10% son jóvenes, el 60% son adultos (entre 25 y 65 años) y el restante 5% son adultos mayores (más de 65 años).
Tras calcular las tasas de infección de COVID-19, las tasas de mortalidad, la posibilidad de desarrollar síntomas graves o de recuperarse, el grupo de los Andes creó diversos escenarios que se asemejan a las decisiones tomadas por la Alcaldía y el Gobierno. En otras palabras, simularon el curso que puede seguir la epidemia y evaluaron qué tan útiles son ciertas medidas para lograr dos cosas esenciales: aplanar un poco la curva y evitar el colapso del sistema de salud.
La estrategia del acordeón
Hay una realidad que es clave tener en cuenta en esta pandemia: tarde o temprano la mayoría de la población resultará infectada por el virus SARS-COV-2. Los cálculos del Ministerio de Salud sugieren que la epidemia solo decaerá cuando el 70% de los habitantes se haya infectado o, en el mejor de los casos, vacunado.
Con esto presente, el profesor Cordovez cree que lo mejor que podría hacer Bogotá es seguir la llamada “estrategia del acordeón” que el Gobierno ya ha considerado entre sus planes. La idea es permitir que por un lapso determinado salgan algunos grupos y, una vez finalizado ese tiempo, haya otro período de cuarentena. Siguiendo la metáfora de ese instrumento, se trata de “aperturas” y “cierres” sucesivos cada 14 días después de este largo aislamiento.
Eso, además de permitir que los bogotanos se infecten poco a poco y no vayan al tiempo a los hospitales, tendría dos efectos cruciales: por un lado, “empujaría” la curva hasta mediados de julio, dándole más tiempo de preparación al sistema y a la ciencia para encontrar tratamientos. Por otro, reduciría en un 10% el pico de esa curva que es donde la mayor parte de los habitantes se infectarán. La siguiente gráfica lo explica mejor. En ella se muestra un escenario en el que, hasta el 30 de abril, las escuelas estarán cerradas y se restringe en un 60% la movilidad de los adultos (en total son 40 días de restricción).
Esos resultados son muy similares a lo que sucedería si, luego de 40 días de cuarentena bajo las mismas condiciones (colegios cerrados y movilidad restringida en un 60% para adultos), el Distrito permite que todos los bogotanos salgan por un mes, pero al siguiente vuelve a imponer las mismas medidas. En esta gráfica se observa cómo sería el comportamiento:
Ambas decisiones muestran, como dice Cordovez, que la estrategia del acordeón es la más efectiva. ¿La razón? Las otras alternativas solo tienen una consecuencia: desplazan la curva de la epidemia (y su pico) unos meses. No la aplanan. Por ejemplo, el modelo sugiere que si la cuarentena se extiende por 50 días con las mismas restricciones de los anteriores escenarios, lo único que se logrará es dar un poco de tiempo al sistema de salud, pero cuando se acabe ese lapso, deberá enfrentar la misma ola de infectados. Sucede casi lo mismo al imponer diferentes porcentajes de restricción a los adultos.
Otra conclusión del estudio, que aún no ha sido enviado a una revista indexada, pero que fue publicado, como dice Cordovez, para contribuir desde la academia a la toma de decisiones que se avecinan, apunta a que, para aplacar el crecimiento de la curva, es mejor abrir colegios y universidades y restringir con más dureza la movilidad de los adultos que hacerlo al revés. El motivo es simple: “Es un tema de números. La población de adultos que trabajan es dos o tres veces más grande que la de niños”.
La pregunta en este punto es si la Alcaldía de Bogotá tendrá en cuenta estos cálculos para tomar sus futuras decisiones frente al COVID-19. Hasta el cierre de esta edición no habíamos obtenido respuesta. La otra inquietud clave tiene que ver con la posibilidad de aplicar este modelo a otras ciudades, teniendo en cuenta la diversidad de Colombia. Cordovez cree que sí, pero advierte que puede arrojar conclusiones diferentes dependiendo de condiciones como la edad de la población y la capacidad de la red hospitalaria. “La estrategia”, dice, “tendrá que variar según cada territorio y según como evolucione la epidemia”.
La publicación del Imperial College también hacía una advertencia similiar (guardadas las proporciones, claro): “La supresión a largo plazo puede no ser una política viable en muchos países (...) Enfatizamos en que no es totalmente certero que la supresión pueda tener éxito en el largo plazo. Ninguna intervención de salud pública, con tales efectos disruptivos en la sociedad ha sido probada antes por un periodo de tiempo tan largo”.