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Antanas Mockus tiene un piano que no toca, un cuarto lleno de libros, un cuadro que dice que la paz es la victoria de las víctimas, la imagen de una Virgen rodeada de velas y una templanza que borra casi por completo los movimientos involuntarios de su cuerpo generados por el párkinson, la enfermedad que lo acompaña desde hace varios años. Fue rector de la Universidad Nacional, dos veces alcalde de Bogotá y, en 2010, candidato a la Presidencia de Colombia. Hoy es senador de la República, pero hasta las personas que forman parte de su círculo más cercano le siguen llamando profesor.
Ese es el oficio que se ha convertido en permanente para quien no solo ha dedicado gran parte de su vida a la educación, sino que es un pedagogo de tiempo completo con todas las credenciales. Ese aspecto marca su vida de forma tal que se considera un senador en formación, un estudiante, y, si tuviera una máquina del tiempo, dice, volvería al segundo día de su rectoría en la Nacional, reafirmando su naturaleza académica.
“Nosotros necesitamos esperanza y la vida ha sido muy bella conmigo. Para las elecciones tuve el apoyo de mucha gente que también buscaba ser elegida”, afirma. A pesar de permanecer varios años en receso político, logró sacar cerca de 550 mil votos en las elecciones legislativas de 2018. Así, sin tanta bulla ni pantalla. Fue el segundo candidato al Senado más votado, después de Álvaro Uribe Vélez, que logró un poco más de 875 mil apoyos. Con la diferencia que el último, además de ser uno de los políticos más populares, opina, presiona, dispara y arremete a diario a través del Twitter.
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Twitter. Sí. Esa tribuna que demostró una vez más, el día en que la oposición usó por primera vez en la historia el derecho a la réplica, que es una cloaca carnicera. Pasadas las 8:00 de la noche del martes 12 de marzo, en la televisión nacional estaban los congresistas de los partidos opositores. La representante Juanita Goebertus tenía la vocería, pero detrás estaba Mockus y su párkinson —porque dice que solo es de él— moviendo su cabeza de lado a lado, incontrolable. “Me pareció horrible verme cabeceando de esa manera”, comenta el profesor cuando se le pregunta por las miles y miles de burlas de las que fue objeto en las redes sociales.
Esa enfermedad, sin embargo, le ha puesto una prueba que él denomina como “de sana paciencia”, lo que le hizo capaz de responder a la indolencia detrás de los teclados con una dosis de ternura, en un video en el que apareció dándole un beso a “Autorretrato”, el nombre con el que bautizó al “perrito de taxi” que movía la cabeza igual que él lo hizo en vivo para todo el país.
Entrevistar a Mockus puede ser una de las tareas más difíciles que le llegan a un periodista, porque no da respuestas sencillas. La tesis más lógica es que puede que su pensamiento sea tan complejo que, por puntual que sea la pregunta, él intenta ponerla dentro de un contexto. Es posible que comience por contar una historia con decenas de ramificaciones, a la que llegan anécdotas, recuerdos, teorías y frases grandilocuentes que se hacen inevitables de anotar en la libreta. Mockus piensa. Hace pausas largas y logra que el periodista dude, que se cuestione si ya terminó de hablar o si está esperando la siguiente pregunta.
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El 20 de julio de 2018, aturdido por el bullicio en el Salón Elíptico del Capitolio Nacional, Antanas Mockus se paró de su curul y caminó en dirección a la mesa directiva, frente a la cual se detuvo. Se desabrochó el cinturón, se bajó el pantalón y le mostró el culo al nuevo Congreso, que se posesionaba ese día, como diciendo “llegué yo”. No lo hizo por protagonismo, incluso ya lo había hecho en sus años como rector de la Nacional, pero para Viviana Barberena, la coordinadora de su Unidad de Trabajo Legislativo (UTL), seguramente no encontró otra manera para callar los gritos desaforados de quienes no dejaban escuchar las intervenciones. “En realidad es una persona muy tranquila, que discute y escucha argumentos. Para una labor tan cuadriculada como la que puede llegar a ser el oficio de senador, es muy creativo, sencillo de costumbres”, comenta Barberena.
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En 2010, cuando era la gerente de regiones de su campaña presidencial, le preguntó si le empacaba unas manzanas para el viaje, pero Mockus le contestó que con unos chocorramos estaba bien. Esa fama de “mecatero’”es bien conocida en el Capitolio, en donde lo ven con frecuencia con postres, galletas o dulces en las manos. Angélica Lozano, senadora de la Alianza Verde, lo conoció cuando ella tenía 18 años y era voluntaria en la Alternativa Política Colectiva (APC), una iniciativa que intentó juntar a varios líderes que se decían independientes y estaban dispuestos a guiar a la sociedad bajo las premisas de no robar, no matar y generar reglas colectivas.
“Hoy somos pares y trabajamos juntos. Aquí le he descubierto su humor y creo que es una fuerza suave en medio de un Congreso tan tropelero”, expresa Lozano, quien junto con otros miembros de su partido reconoce que Antanas es el jefe y que su opinión sobre los temas importantes es esperada como si se tratara de la última palabra.
En la Comisión Sexta se ha vuelto amigo de Griselda Lobo, senadora del partido FARC, quien en la guerra fue conocida como Sandra Ramírez, la compañera de Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo. Durante los años en los que la guerrilla se enfrentó al Estado, Lobo solo conocía a Mockus por la televisión y, aunque pueden tener sus diferencias, no oculta su admiración por él. Lo define como un defensor de la educación y el símbolo de la cultura ciudadana en el país: “Es auténtico, pero, sobre todo, enseña a respetar”. En medio del ajetreo del Congreso, Mockus hace pausas, se toma sus pastillas y se mueve en ejercicio para suavizar los síntomas del párkinson. Así convive con él día a día.
Los halagos también llegan desde sus contradictores políticos. En el panorama actual, sus posiciones lo ubican en una orilla distinta a la del Centro Democrático, en donde no niegan el aporte que ha hecho en materia de cultura ciudadana en el país. Sin embargo, el ambiente de polarización que se creó alrededor del Acuerdo de Paz, y que ayudó a acentuar la campaña del plebiscito, ha logrado que su imagen de “faro moral” para muchos se derrumbe. “Cuando lo veo tan partidario de políticas de izquierda y desconociendo el plebiscito, me duele, porque tenía en él a un referente moral que estaba por encima de las ideologías partidistas”, manifiesta la senadora uribista Paloma Valencia.
Pero hay características de Mockus que parecen permear cualquier muro ideológico. Por eso, Valencia reconoce que las intervenciones en las plenarias, aunque le representen algún tipo de dificultad física como consecuencia de su enfermedad, son juiciosas y caminan sobre la superficie del respeto al resto de senadores. “Lo vemos con mucho respecto y asombro. Siento admiración por el esfuerzo que hace todos los días, un esfuerzo que solo merece elogios”.
Sin embargo, su apoyo al Acuerdo de Paz que le reprochan de un lado es lo que lo acerca a uno de los políticos que más admira: Humberto de la Calle. “Tuvo el valor de ponerse en frente de una negociación y lo hizo bien. Y el sistema no ha aprovechado ese acumulado por el capricho de los cuatro años (el período presidencial), pero no se puede tirar todo por la borda”, agrega el profesor.
De la Calle eleva a Mockus a un referente universal: “Es una especie de santo laico que, usando la creatividad, logra enviar el mensaje que necesitan hoy los colombianos”. El exjefe negociador en La Habana lo considera como un personaje indispensable en la política colombiana, con una inteligencia tremenda para responder en los momentos en los que se le ataca. “Es capaz de reconocer errores y emite un mensaje alejado de la polarización que hace parte de la política tradicional”.
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Cuando arrancó su primera administración en la Alcaldía de Bogotá, en 1995, Mockus lideró uno de los más feroces procesos a favor de la cultura ciudadana. Ya hemos escuchado seguramente de los mimos y payasos que acompañaban a los ciudadanos a cruzar las cebras en la calle. El proceso, como es evidente hoy, no fue continuo en los gobiernos que le sucedieron, sin embargo, sus amigos más cercanos en la academia resaltan la capacidad que tiene para llevar la teoría a la práctica. “Uno veía realizado lo que leía en los libros. Antanas sabe leer muy bien la ciencia, se reinventa, siempre trae algo nuevo. Siempre bajo un principio fundamental: la honestidad”, apunta Juan Camilo Cárdenas, decano de economía de la Universidad de los Andes, que conoce a Mockus desde hace más de 10 años.
Además, asegura que en Mockus no hay mayor señal de coherencia que estar en el Congreso a pesar de su enfermedad, ratificando cada segundo la premisa que ha marcado su historia: la vida es sagrada. “Se lo toma muy en serio, como diciendo que tiene que vivir al máximo y hacer el mayor aporte posible a la sociedad hasta el día que muera”.
Carlos Augusto Hernández, vicerrector de la Nacional, lo conoce desde finales de los 70 y es uno de sus amigos más cercanos. En ideas precisas, lo define como un ser solidario y generoso, con una voluntad de ser consistente, con una gran capacidad de trabajo y con la gallardía para ponerse metas enormes y comprometerse radicalmente con su cumplimiento. Comparte con él la visión que tiene del párkinson: “Tiene una serie de limitaciones físicas, pero eso no ha afectado su discernimiento ni su inteligencia. Su lucidez y su capacidad de comprender los problemas de la sociedad están intactas”.
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El 13 de septiembre de 2018 murió Nijole Šivickas, su madre. Y es evidente cómo se le descompone el cuerpo cuando le hablan de ella. Las lágrimas le humedecen los ojos. “Me desbarató el mundo”, dice Antanas y acepta que el duelo es algo que, en medio de sus días movidos, no ha podido tramitar. No hay algo que extrañe más ni algo que extrañe menos, porque es simplemente imposible extrañar solo un pedazo cuando la saudade es completa.
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A mitad de la conversación, alguien abre la puerta del estudio en el que estamos. Es Luz, una señora morena y bajita que trabaja en la casa del profesor. Nos ofrece agua y café. Se va. Mockus le pregunta a María Carrizosa, quien le maneja todo el tema de comunicaciones desde hace unos dos años, por dónde quedó en el cuento que venía echando. Ella le recuerda. Él retoma. María es como un anotador en el que Mockus va escribiendo las ideas que va a desarrollar en cada respuesta. Escuchar al profesor, con el fin de escribir después un artículo, requiere un ejercicio de concentración constante, de seguirle el hilo, de intentar descifrar qué quiere decir, de ir acomodando en el papel las piezas de un rompecabezas. Es mejor escribir que confiar en la grabadora, porque seguramente será más difícil editarlo cuando ya no esté presente.
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Su mano temblorosa es como un motor que hace mover la cabeza de “Autorretrato”. Bromea con Diego Cancino, integrante de su UTL, o con los zapatos curiosos de María. Y sienta posiciones frente a los temas del momento: que no apoya las objeciones del presidente Iván Duque a la estatutaria de la JEP. Que le parecería fascinante que el presidente acepte y diga que se equivocó. Que, de algún modo, Uribe debe defender la JEP y que la oposición debe ayudar a que las deficiencias de esa jurisdicción no prosperen. Que era fascinante el contraste de su cabeza moviéndose en forma de “uve” en medio de tanta quietud. Que Juanita Goebertus fue la presidenta de Colombia durante 12 minutos y salió en televisión con su gabinete y sus militares. Que está convencido de que ganar la guerra haciendo trampa es ganarla a medias y que la misión que espera cumplir en su período como senador es recuperar algo del prestigio que ha perdido el Congreso. “Es un lugar mejor de lo que uno cree”.