¿Cuál es el antídoto contra las noticias falsas?
Expertos internacionales y directores de medios colombianos explicaron la relación entre el auge de las noticias que faltan a la verdad y la elección del presidente Trump, los resultados del brexit en el Reino Unido y el triunfo del No en el plebiscito de Colombia.
Juan Miguel Hernández Bonilla @Juanmiguel94
“Cerca de 126 millones de estadounidenses recibieron propaganda política rusa a través de cuentas falsas de Facebook durante las pasadas elecciones presidenciales”. Así lo revelaron los abogados de la compañía de Mark Zuckerberg, en medio de un debate de comparecencia ante el Congreso de EE.UU. realizado este martes. (Lea "Internet no nos va a salvar")
La audiencia confirmó que casi un tercio de la población de Estados Unidos vio la información difundida por cuentas conectadas con el gobierno ruso y puso en evidencia cómo la mayoría de estos contenidos terminó por promover la candidatura de Donald Trump.
Incluso, medios estadounidenses anunciaron que la empresa Internet Research Agency, vinculada al Kremlin, hizo 80.000 publicaciones en Facebook entre enero de 2015 y agosto de 2017, y que los usuarios de Instagram también recibieron 120.000 fotos y artículos dirigidos por agentes de Moscú.
A esta situación se le suma el hecho sin precedentes de que los 20 artículos más leídos en portales de noticias falsas durante las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos generaron nueve millones de interacciones con la audiencia, mientras que los 20 artículos más leídos en los periódicos tradicionales, durante el mismo período y sobre el mismo tema, produjeron sólo siete millones de reacciones y comentarios entre la ciudadanía.
Este panorama, enunciado con preocupación por Christopher Isham, vicepresidente y jefe de cobertura política de la cadena de noticias CBS, confirma uno de los temores que invaden las salas de redacción de todo el mundo: la gente del común desconfía cada vez más de los medios de comunicación tradicionales y está buscando otras formas de informarse. Isham fue uno de los invitados al foro “Noticias falsas, el gran reto para el periodismo actual”, que se realizó ayer en Bogotá.
Las cifras que miden la confianza de los estadounidenses en los grandes medios han ido cayendo drásticamente. En 1972, por ejemplo, cuando The Washington Post destapó el escándalo de Watergate, gozaban del 70 % de confianza; en 1997 llegaron al 53 % y en 2017 los índices bajaron hasta 32 %. La buena imagen de los periódicos norteamericanos hoy oscila entre el 9 % y el 15 %.
De acuerdo con Isham, este deterioro de la credibilidad en los medios podría explicar por qué a pesar de que la mayoría de ellos estuvo en contra de la candidatura de Trump, el magnate es hoy el presidente de Estados Unidos. Una situación similar ocurrió con el referendo que definió la salida del Reino Unido de la Unión Europea y la victoria del No en el plebiscito de los acuerdos de paz con las Farc en Colombia.
En este último caso, vale la pena recordar cómo un video en el que se veía a supuestos desmovilizados de la guerrilla de las Farc disparando metralletas al aire en Ituango, Antioquia, inundó las redes sociales y se convirtió en una pieza de campaña en contra del plebiscito a pesar de que los protagonistas no eran guerrilleros, sino narcotraficantes y que las imágenes no se habían grabado en Colombia, sino en México.
Contenidos como este, que utilizó la velocidad y el dinamismo de las redes sociales para propagarse entre la multitud, obligan a identificar qué factores han incidido en el auge de las noticias falsas y qué antídotos puede haber para combatirlos.
Susan King, decana de la escuela de medios y periodismo de la Universidad de Carolina del Norte, es optimista. “El periodismo es el alma de la democracia. Para recuperar la posición de los medios es necesario recuperar la confianza de los lectores a través del compromiso ético con la verdad. Hay que volver a demostrar que los periodistas son rigurosos con el manejo de la información. El mundo digital ha ayudado a que lo mejor del periodismo prospere y nos mantenga conectados”, aseguró King.
King, además, hizo énfasis en que si bien las empresas de tecnología y redes sociales, como Google, Facebook y Twitter, tienen una responsabilidad directa a la hora de propagar contenidos malintencionados, ideologizados y que faltan a la verdad, también son una posibilidad para difundir el periodismo crítico y de buena calidad. “Tenemos que ser más sofisticados en el uso de redes sociales. Cuando yo era pequeña, el ‘New York Times’ lo leía la gente de la ciudad. Ahora, con internet y redes sociales, lo puede leer todo el mundo”.
Roberto Pombo, director de El Tiempo, y Fidel Cano, director de El Espectador, reconocieron que una de las principales tareas de los medios para tratar de ganarles lectores a las páginas de noticias falsas y para recuperar la confianza de los ciudadanos es conocer más de cerca las formas de consumo de sus audiencias.
“Es nuestro deber reinventarnos y aprender cómo podemos utilizar, por ejemplo Whatsapp, uno de los canales que más rápido reproducen las noticias falsas, para difundir historias bien hechas, con análisis e investigación. Tenemos que explorar nuevos caminos y conversar con la gente con la que no estamos conversando”, aseguró Cano. Esta decisión editorial cobra relevancia si se tiene en cuenta que en la actualidad más del 60 % de las personas admiten que en su vida cotidiana se informan a través de las redes sociales.
“Las redes sociales no son un enemigo, sino una herramienta”, añadió Pombo. Por su parte, Rodrigo Pardo, director editorial de la revista Semana, sostuvo que aunque las noticias falsas no son un fenómeno nuevo, sí se han transformado con la tecnología. “Lo distinto es que ahora el alcance de las noticias falsas es masivo y nos coge en un momento de debilidad. Tenemos menos periodistas y menos tiempo para cumplir con nuestro deber de informar con la verdad, contextualizar e ir más allá de los simples hechos”, finalizó Pardo.
Sin embargo, el debate alrededor del papel que jugaron Facebook, Google y Twitter en el triunfo de Donald Trump, en el brexit y en el plebiscito, tiene otras dos aristas que vale la pena analizar. Por un lado, todo parece indicar que los algoritmos de las redes sociales trabajan para mostrarle a cada individuo lo que, más o menos, está dispuesto a leer. Es decir, no son operaciones matemáticas transparentes, sino que están mediadas por formas de pensar e ideologías específicas.
En ese sentido, las noticias que Facebook le muestra a una persona que no está de acuerdo con el proceso de paz, probablemente pueden ser historias que fortalecen y justifican su sesgo político. Esto, en palabras de Edward Schummacher, director de Edward R. Murrow Center for a Digital World de Tufts University, constituye un proceso antidemocrático y es un caldo de cultivo para las noticias falsas. “Las redes se han convertido en cámaras de eco: como solo hablamos con la gente que piensa igual que nosotros, una mentira con la que estemos de acuerdo se puede divulgar como si fuera cierta”.
Por el otro lado, con la expansión de internet y la consecuente difusión de mayor cantidad de información, es momento de cuestionar la naturaleza y la identidad de algunas empresas de tecnología, dueñas de redes sociales. Aunque ellas sigan argumentando que no son medios de comunicación, sino lugares para conectar a la humanidad y reducir fronteras de tiempo y distancia, es necesario reconocer que en la práctica funcionan como medios que crean y reproducen contenido, y por lo tanto tienen que asumir las responsabilidades y los compromisos éticos con la verdad que esto implica. (Vea "¿Las empresas de tecnología deberían ser medios de comunicación?")
“Cerca de 126 millones de estadounidenses recibieron propaganda política rusa a través de cuentas falsas de Facebook durante las pasadas elecciones presidenciales”. Así lo revelaron los abogados de la compañía de Mark Zuckerberg, en medio de un debate de comparecencia ante el Congreso de EE.UU. realizado este martes. (Lea "Internet no nos va a salvar")
La audiencia confirmó que casi un tercio de la población de Estados Unidos vio la información difundida por cuentas conectadas con el gobierno ruso y puso en evidencia cómo la mayoría de estos contenidos terminó por promover la candidatura de Donald Trump.
Incluso, medios estadounidenses anunciaron que la empresa Internet Research Agency, vinculada al Kremlin, hizo 80.000 publicaciones en Facebook entre enero de 2015 y agosto de 2017, y que los usuarios de Instagram también recibieron 120.000 fotos y artículos dirigidos por agentes de Moscú.
A esta situación se le suma el hecho sin precedentes de que los 20 artículos más leídos en portales de noticias falsas durante las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos generaron nueve millones de interacciones con la audiencia, mientras que los 20 artículos más leídos en los periódicos tradicionales, durante el mismo período y sobre el mismo tema, produjeron sólo siete millones de reacciones y comentarios entre la ciudadanía.
Este panorama, enunciado con preocupación por Christopher Isham, vicepresidente y jefe de cobertura política de la cadena de noticias CBS, confirma uno de los temores que invaden las salas de redacción de todo el mundo: la gente del común desconfía cada vez más de los medios de comunicación tradicionales y está buscando otras formas de informarse. Isham fue uno de los invitados al foro “Noticias falsas, el gran reto para el periodismo actual”, que se realizó ayer en Bogotá.
Las cifras que miden la confianza de los estadounidenses en los grandes medios han ido cayendo drásticamente. En 1972, por ejemplo, cuando The Washington Post destapó el escándalo de Watergate, gozaban del 70 % de confianza; en 1997 llegaron al 53 % y en 2017 los índices bajaron hasta 32 %. La buena imagen de los periódicos norteamericanos hoy oscila entre el 9 % y el 15 %.
De acuerdo con Isham, este deterioro de la credibilidad en los medios podría explicar por qué a pesar de que la mayoría de ellos estuvo en contra de la candidatura de Trump, el magnate es hoy el presidente de Estados Unidos. Una situación similar ocurrió con el referendo que definió la salida del Reino Unido de la Unión Europea y la victoria del No en el plebiscito de los acuerdos de paz con las Farc en Colombia.
En este último caso, vale la pena recordar cómo un video en el que se veía a supuestos desmovilizados de la guerrilla de las Farc disparando metralletas al aire en Ituango, Antioquia, inundó las redes sociales y se convirtió en una pieza de campaña en contra del plebiscito a pesar de que los protagonistas no eran guerrilleros, sino narcotraficantes y que las imágenes no se habían grabado en Colombia, sino en México.
Contenidos como este, que utilizó la velocidad y el dinamismo de las redes sociales para propagarse entre la multitud, obligan a identificar qué factores han incidido en el auge de las noticias falsas y qué antídotos puede haber para combatirlos.
Susan King, decana de la escuela de medios y periodismo de la Universidad de Carolina del Norte, es optimista. “El periodismo es el alma de la democracia. Para recuperar la posición de los medios es necesario recuperar la confianza de los lectores a través del compromiso ético con la verdad. Hay que volver a demostrar que los periodistas son rigurosos con el manejo de la información. El mundo digital ha ayudado a que lo mejor del periodismo prospere y nos mantenga conectados”, aseguró King.
King, además, hizo énfasis en que si bien las empresas de tecnología y redes sociales, como Google, Facebook y Twitter, tienen una responsabilidad directa a la hora de propagar contenidos malintencionados, ideologizados y que faltan a la verdad, también son una posibilidad para difundir el periodismo crítico y de buena calidad. “Tenemos que ser más sofisticados en el uso de redes sociales. Cuando yo era pequeña, el ‘New York Times’ lo leía la gente de la ciudad. Ahora, con internet y redes sociales, lo puede leer todo el mundo”.
Roberto Pombo, director de El Tiempo, y Fidel Cano, director de El Espectador, reconocieron que una de las principales tareas de los medios para tratar de ganarles lectores a las páginas de noticias falsas y para recuperar la confianza de los ciudadanos es conocer más de cerca las formas de consumo de sus audiencias.
“Es nuestro deber reinventarnos y aprender cómo podemos utilizar, por ejemplo Whatsapp, uno de los canales que más rápido reproducen las noticias falsas, para difundir historias bien hechas, con análisis e investigación. Tenemos que explorar nuevos caminos y conversar con la gente con la que no estamos conversando”, aseguró Cano. Esta decisión editorial cobra relevancia si se tiene en cuenta que en la actualidad más del 60 % de las personas admiten que en su vida cotidiana se informan a través de las redes sociales.
“Las redes sociales no son un enemigo, sino una herramienta”, añadió Pombo. Por su parte, Rodrigo Pardo, director editorial de la revista Semana, sostuvo que aunque las noticias falsas no son un fenómeno nuevo, sí se han transformado con la tecnología. “Lo distinto es que ahora el alcance de las noticias falsas es masivo y nos coge en un momento de debilidad. Tenemos menos periodistas y menos tiempo para cumplir con nuestro deber de informar con la verdad, contextualizar e ir más allá de los simples hechos”, finalizó Pardo.
Sin embargo, el debate alrededor del papel que jugaron Facebook, Google y Twitter en el triunfo de Donald Trump, en el brexit y en el plebiscito, tiene otras dos aristas que vale la pena analizar. Por un lado, todo parece indicar que los algoritmos de las redes sociales trabajan para mostrarle a cada individuo lo que, más o menos, está dispuesto a leer. Es decir, no son operaciones matemáticas transparentes, sino que están mediadas por formas de pensar e ideologías específicas.
En ese sentido, las noticias que Facebook le muestra a una persona que no está de acuerdo con el proceso de paz, probablemente pueden ser historias que fortalecen y justifican su sesgo político. Esto, en palabras de Edward Schummacher, director de Edward R. Murrow Center for a Digital World de Tufts University, constituye un proceso antidemocrático y es un caldo de cultivo para las noticias falsas. “Las redes se han convertido en cámaras de eco: como solo hablamos con la gente que piensa igual que nosotros, una mentira con la que estemos de acuerdo se puede divulgar como si fuera cierta”.
Por el otro lado, con la expansión de internet y la consecuente difusión de mayor cantidad de información, es momento de cuestionar la naturaleza y la identidad de algunas empresas de tecnología, dueñas de redes sociales. Aunque ellas sigan argumentando que no son medios de comunicación, sino lugares para conectar a la humanidad y reducir fronteras de tiempo y distancia, es necesario reconocer que en la práctica funcionan como medios que crean y reproducen contenido, y por lo tanto tienen que asumir las responsabilidades y los compromisos éticos con la verdad que esto implica. (Vea "¿Las empresas de tecnología deberían ser medios de comunicación?")