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En otras palabras, es una herramienta. Una compleja, capaz de encarnar una cierta moral, ser vehículo para una ideología, como no lo podría hacer un taladro o una retroexcavadora, pero como sí lo hace la escritura, otro tipo de tecnología.
En la moral y la ideología detrás de internet abundan frases como democratización del acceso a la información. Mirando en el espejo retrovisor, esta suerte de declaración de principios resulta apenas un producto natural de cómo nació la red: un proyecto financiado por los militares de EE. UU. para poder seguir comunicándose después de un eventual ataque nuclear soviético que se llevaría por delante las antenas de radio, los cables de teléfono y así. La investigación fue desarrollada por académicos y sus primeros usos fueron justamente compartir información y conocimiento entre una élite intelectual.
“Que uno asocie palabras como democratización y acceso a la misma naturaleza de internet es algo pensado por quienes la crearon”, dice Richard Tamayo, investigador de la Universidad del Rosario. “Pero eso no significa que eso sea lo único que la red puede ser. Esa es una visión particular de las cosas. Nada más”.
Tamayo da en un punto que resulta clave. Los fundadores de internet, gente como Vinton Cerf o Tim Berners-Lee, son señores venerables que a la larga terminaron regalando una tecnología que bien podría haberlos hecho millonarios (aunque los dos están lejos de morirse de hambre hoy) y lo hicieron así por el solo hecho de hacerlo, de contribuir. Al menos esa es parte de la mitología sobre el nacimiento de internet.
Y esta mitología vende la idea de una tecnología hecha para acercarnos y reconocernos, para acortar distancias y explorar el vasto mundo. Vende un producto que el mundo entero terminó por comprar, pero que en el fondo es el discurso de un grupo, reducido por demás.
La supervivencia de un conjunto de ideas o de una visión moral está sujeta a la lucha social, en tanto son construcciones sociales. Lo que sucedió con el brexit en Reino Unido, el plebiscito en Colombia o las elecciones presidenciales en EE. UU. indica las luchas que tomaron las herramientas a su disposición, internet entre ellas, y las usaron como pudieron y quisieron. De la misma forma como también lo hicieron las contrapartes en cada uno de esos escenarios.
“La tecnología no es vista como una forma de hacer mejor política. Es vista como una forma de hacerle el quite, de adelantarse, a la política”. La cita es de David Runciman, un científico político británico quien, en su libro Politics: ideas in profile, se pregunta cosas como “¿quién necesita una revolución política si ya tenemos una tecnológica?”.
Lo dicho por Runciman va al fondo de un asunto que también puede estar relacionado con la mitología fundacional de internet: la red no es sólo un medio de comunicación, sino también una especie de milagro y, en esa medida, seremos salvados por ella.
Por más grandilocuente que suene, es fácil señalar ejemplos de cómo la tecnología ha alterado el panorama de las actividades diarias de millones de personas en todo el mundo. Muchas veces para bien. La fe en las bondades y posibilidades de una serie de herramientas con apenas unas décadas de desarrollo pareciera ampliamente fundamentada. O al menos pasa como entendible.
Pero, por mucho que Google quiera mejorar el mundo y que Elon Musk invierta en paneles solares, es muy probable que la solución, o la condena, en temas como el cambio climático o la producción alimentaria en el planeta venga de sistemas políticos, de burocracias que giran alrededor de la representación de un electorado que vota.
Y en el campo de la política las promesas de internet son, como ya se dijo, un conjunto de ideas y gustos y afinidades. Y mientras un grupo quiere entregarle información al mundo (y llenarse de dinero en el proceso, por supuesto), otro desea denigrar de los negros, los pobres, los negros pobres o llamarlos a todos pobres negros.
Y con este lenguaje es que toman forma las discusiones en Reddit, en Twitter, en foros de supremacía blanca, en Facebook. Sucede en la vida lejos del teclado y por eso también lo hace en internet.
De nuevo, una tecnología es un instrumento y en su momento sirvió para expresar la visión de un grupo y ahora de otro, o de varios. Visto de otra forma, en el mismo vehículo de la escritura se suben Mi lucha, la Biblia y el Corán.
Tamayo dice: “El tema no es el terrorismo o el racismo en internet, sino que somos una sociedad que produce terrorismo y alberga racismo. Lo realmente novedoso acá es la velocidad de difusión de los discursos. Eso sí”. La red no ha imposibilitado el debate político. Ha hecho más visibles las aristas más horrendas de todo el debate, quizá.
Para todas las transformaciones que la tecnología ha impulsado en la producción y consumo de bienes y servicios, su impacto en la esfera política es más modesto, acaso. Al final del día, los sistemas políticos siguen siendo esencialmente los mismos.
Esto tampoco significa que no haya cambios en absoluto. Michel Bauwens, teórico de internet, habla de cómo la aparición de modelos como Creative Commons, el software de código abierto o la utilización de redes peer to peer permiten pensar en cosas como la posibilidad de diluir el voto de un ciudadano no entre candidatos, sino entre varias causas de distintos candidatos, por ejemplo. “Lo que podemos ver es que, a medida que la red evolucione, la intersección entre el ejercicio público del poder y la tecnología será más amplia”.
Pero esto toma tiempo. Y hoy, mientras se habla de una nueva revolución industrial impulsada por varias tecnologías, la red entre estas, nadie parece aventurarse a decir que hay una revolución política alimentada por el mismo motor.
Que internet sirva para esparcir discursos de odio, el nacionalsocialismo o la misoginia no es, en esencia, un asunto de la red. Es un problema de usuario, más bien. Todo el modelo puede ser apenas la lucha entre grupos sociales y sus ideologías particulares.
Esto no exime de ciertas responsabilidades a las empresas que se lucran del tráfico y la información privada de las personas en línea, claro. Pero el tema de fondo es social y, como lo señala el mismo Runciman, el camino para salir de él puede que no esté escrito en código binario: “Al final, sólo la política te puede rescatar de la mala política”.