¿Reciclar puede salvar el futuro de la tecnología?

En medio de la volatilidad económica y política que rodea la extracción de minerales como el cobalto, el reciclaje parece ir ganando terreno entre los fabricantes como un camino viable para continuar con el ritmo de producción.

Santiago La Rotta.
15 de febrero de 2018 - 01:12 p. m.
Mauricio Alvarado - El Espectador
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Quizá uno de los sectores más dinámicos e interesantes en el panorama energético de hoy es la fabricación de baterías: el auge de los carros eléctricos está impulsando la investigación y mejoría de estos dispositivos, pero también impone presiones y retos en la explotación de los minerales esenciales para la vida moderna.

Una de las materias primas que más ha cobrado relevancia recientemente es el cobalto, que es ampliamente utilizado en la fabricación de baterías para dispositivos móviles, carros eléctricos y unidades de respaldo en sistemas de interconexión, entre muchos otros.

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Uno de los retos más obvios de esta suerte de revolución industrial en la generación de energía es poderle seguir el paso a la creciente demanda de este y otros minerales: se estima que la demanda futura de cobalto, por ejemplo, puede llegar a 147.000 toneladas a nivel mundial para 2025.

Y claro, esto presiona (y estimula) a los productores, lo que de entrada puede ser una buena noticia para la industria minera, pero también levanta serias preocupaciones por los impactos ambientales y sociales de exigirle a un aparato productivo con una lista considerable de pasivos y daños colaterales.

Esto es particularmente cierto en el caso del cobalto, mineral cuyas reservas están ubicadas en buena parte en la República Democrática del Congo (RDC): según la Unicef, entre los más de 130.000 mineros artesanales de este país hay por lo menos 40.000 menores explotando yacimientos del sur de esta nación, que pueden contener hasta 50 % de la oferta mundial del metal.

Organizaciones como Amnistía Internacional y African Resources Watch han examinado de cerca el problema de la explotación infantil en las minas de la RDC y encontraron que hay niños que desde los siete años comienzan a trabajar en los yacimientos, con un salario de entre US$1 y $2 por día.

Las organizaciones han hecho un llamado global para que las empresas de tecnología se cercioren de la procedencia legal, y libre de explotación infantil, del cobalto usado para producir las baterías que están impulsando prácticamente cada esquina de la vida moderna.

Además de la explotación infantil, ya de por sí una pesadilla, el gobierno del Congo duplicó, en enero de este año, los impuestos sobre este metal.

El caso del cobalto sirve para ilustrar lo que sucede con otros materiales altamente deseados para la fabricación de tecnología, como las tierras raras, un grupo de 17 metales que resultan más comunes que el oro, pero que no suelen encontrarse en grandes concentraciones, y que son utilizadas ampliamente en todo tipo de tecnología, desde misiles y drones, hasta gafas de visión de nocturna. Se estima que China provee 97 % de la demanda mundial de estos materiales, lo que abre una pregunta interesante: ¿qué pasa si deja de hacerlo, si sube los impuestos sobre estos metales?

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En general, la explotación minera, y con ella el futuro de buena parte de lo que sucederá con la tecnología, depende un complicado (y a veces delicado) equilibrio geopolítico; equilibro en un mundo convulsionado, proclive a los nacionalismos y las guerras comerciales, cabe aclarar.

Ahora, lo positivo de este escenario, es que ha impulsado a productores y fabricantes a reajustar sus estrategias alrededor de la volatilidad de materias primas vitales. Volviendo al caso del cobalto, esta especie de recursividad industrial pasa por el reciclaje, un proceso que, para todos sus beneficios potenciales, es algo así como un ciudadano de tercera categoría en toda la cadena de producción de tecnología.

La basura tecnológica es uno de los tipos de residuos que más crece en el mundo. De acuerdo con un reporte de Naciones Unidas, el año pasado fueron desechadas unas 50 millones de toneladas de celulares, computadores, televisores, consolas de videojuegos y así. Esto representa un incremento de 20 % sobre lo registrado en 2015.

En Colombia, según el Ministerio de Ambiente, se generan unas 130.000 toneladas de residuos eléctricos y electrónicos al año; el volumen de estos desechos aumentó casi tres veces más que cualquier otro tipo de basura, creciendo 19 % entre 2012 y 2015. 

Reciclar tiene mucho sentido desde el punto de vista ambiental y de manejo responsable de los residuos, pero también parece ser una jugada inteligente desde el lado de la misma producción de tecnología.

Esta semana Samsung SDI (una parte del enorme conglomerado surcoreano) aseguró que se meterá en el negocio del reciclaje industrial para recuperar el cobalto que necesita para fabricar baterías de todo tipo de dispositivos. La empresa comprará parte de una empresa de reciclaje, aunque aún no ha dicho públicamente qué compañía será su socia en este negocio.

Por ejemplo, en julio de 2017, la filial del grupo que fabrica dispositivos móviles, aseguró que podría extraer 157 toneladas de cobalto, cobre y otros metales del desmantelamiento del Samsung Galaxy Note 7, la línea de producto que tuvo que ser cancelada debido a problemas en sus baterías.

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Para el caso del cobalto, el reciclaje es una gran opción de suplir los vacíos de producción, o navegar las incertidumbres políticas y económicas de los productores, pues este mineral tiene una tasa de reutilización de más de 50 %. Esto es una suerte, pues se calcula que 50 % de los elementos presentes en un teléfono celular promedio pierden su funcionalidad y, por ende, no resulta posible reutilizarlos en un nuevo dispositivo. Por ejemplo, uno de los materiales que se echa a perder en el proceso de reciclaje es el litio, que suele tener una tasa de reutilización que llega, máximo, a 25 %.

De acuerdo con cifras publicadas por Bloomberg, el reciclaje podría aportar unas 25.000 toneladas más de cobalto para la fabricación de baterías en 2025, frente a las 7.100 toneladas actuales. Este dato cobra aún más relevancia si se piensa que, para ese mismo año, se espera que unas 311.000 toneladas de baterías de carros eléctricos cumplirán su ciclo de vida útil.

Por Santiago La Rotta.

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