Reconocimiento facial, el panóptico universal y contemporáneo
El mercado global de reconocimiento facial mueve más de US$3.300 millones y llegará a los US$7.700 millones en 2022. Continúa el debate por las posibles violaciones a libertades individuales.
Juan Miguel Hernández Bonilla
“Moscú lanza un sistema de reconocimiento facial para espiar a los ciudadanos”: The Washington Post. “China, el Estado que todo lo ve: así es la red de videovigilancia más grande y sofisticada del mundo”: BBC News. “La policía de Londres vuelve a usar cámaras de reconocimiento facial”: The Guardian. “Escóndete si puedes, te observan todo el tiempo”: National Geographic. “Nos hemos quedado con tu cara”: El País.
Estos son sólo cinco de los cientos de titulares de prensa que en los últimos seis meses han tratado de explicar el auge de las cámaras con reconocimiento facial y de los sistemas de identificación biométrica. Los medios de comunicación más importantes del mundo analizan con miedo y desconfianza un fenómeno que avanza cada día con más fuerza.
Lea también: Riesgos de la biometría y el reconocimiento facial en los estadios colombianos
Los gobiernos, por su parte, deseosos de poder y de control, alimentan con millonarias inversiones un monstruo omnipresente e invencible, que se parece mucho al Gran Hermano. Las grandes empresas privadas de tecnología, como Google, Facebook, Samsung, Microsoft y Apple, dedican el tiempo y la inteligencia de sus mejores desarrolladores en diseñar algoritmos para mejorar la identificación de un usuario mediante la huella, el rostro o el iris.
Un informe de la consultora Marketsandmarkets reveló que en este momento el mercado del reconocimiento facial en el mundo mueve más de US$3.300 millones y en 2022 llegaría a US$7.700 millones.
Solamente en China, por ejemplo, hay más de 170 millones de cámaras de circuito cerrado dedicadas vigilar a sus 1.300 millones de habitantes, y se espera que para 2021 se instalen 400 millones más: algo así como una cámara por cada 3 personas, teniendo en cuenta el promedio de los bebés que nacerán en estos años.
De acuerdo con BBC News, muchos de estos dispositivos tienen inteligencia artificial incorporada y algunos pueden reconocer rostros, descifrar la edad, la etnia y el género de los ciudadanos. El gobierno, de partido político único, del país más poblado del mundo, ya tiene una base de datos con más 1.000 millones de fotos de sus ciudadanos. Ni Aldous Huxley en Un mundo feliz, ni George Orwell en 1984, ni siquiera Peter Weir en The Truman Show se imaginaron que algo así fuera posible en el mundo real. Pero está sucediendo.
La situación en Rusia es parecida. A finales de 2017, el gobierno de Vladimir Putin decidió incorporar reconocimiento facial a las 170.000 cámaras de seguridad de Moscú. Según una investigación de The Washington Post, este sistema cruza las imágenes capturadas por las cámaras con la base de datos del Ministerio del Interior y con las cámaras privadas de miles de edificios de la ciudad.
N-Tech Lab, la compañía que instaló el sistema de videovigilancia, es la misma detrás de la polémica aplicación Findface, que permite identificar, con 70 % de efectividad, a un desconocido en lugares públicos tomándole una foto. El algoritmo desarrollado por esta aplicación cruza las imágenes tomadas por los ciudadanos con las fotos de la red social Vkontakte, uno de las más usadas en Rusia, con más de 400 millones de perfiles.
Sin embargo, a pesar de que el avance y uso indiscriminado de esta tecnología parece no tener marcha atrás, muchos sectores de la sociedad han levantado su voz de protesta. El debate continúa. ONG en el mundo y defensores de derechos humanos expresan cada vez más su inconformidad frente a este fenómeno y aseguran que una sociedad más vigilada no necesariamente es una mejor sociedad.
Incluso van más más allá y ponen en tela de juicio esa idea generalizada y consentida que dice que estos sistemas son los más eficaces para garantizar la seguridad plena de los ciudadanos.
Al referirse a la situación de China, Human Rights Watch aseguró que el sistema de recolección de datos de la policía de Xi Jinping”, es una violación de la privacidad” y apunta a “seguir y predecir las actividades de los disidentes”.
Lea también: Reconocimiento facial: peligros de una tecnología en auge
Martha Spurrier, directora del grupo Liberty, le dijo al diario The Guardian cuando se le preguntó qué pensaba sobre el uso de cámaras con reconocimiento facial por parte de la policía londinense en eventos abiertos que: "No hay base legal ni consentimiento público para desplegar esta vigilancia biométrica intrusiva e intimidante en espacios públicos".
En Colombia, de hecho, la Corte Constitucional ha analizado la implementación de esta tecnología en el transporte público y en los estadios de fútbol, y ha reconocido que “los derechos que se pueden afectar en el espacio público por la presencia de cámaras incluyen la libertad de expresión, de manifestación y reunión, así como el derecho a la intimidad y a la protección de la persona en su capacidad de decidir cómo presentarse al mundo”.
Para la Fundación Karisma, este pronunciamiento de la Corte obliga al Gobierno, a la sociedad y a las empresas privadas a evaluar si la instalación de cámaras con reconocimiento facial en un espacio cualquiera “supera el test de proporcionalidad, en el cual se evalúa que el fin buscado sea legítimo, que su búsqueda sea imperiosa, que la intervención sea adecuada, conducente y necesaria, es decir, que no haya una alternativa menos lesiva”.
“Moscú lanza un sistema de reconocimiento facial para espiar a los ciudadanos”: The Washington Post. “China, el Estado que todo lo ve: así es la red de videovigilancia más grande y sofisticada del mundo”: BBC News. “La policía de Londres vuelve a usar cámaras de reconocimiento facial”: The Guardian. “Escóndete si puedes, te observan todo el tiempo”: National Geographic. “Nos hemos quedado con tu cara”: El País.
Estos son sólo cinco de los cientos de titulares de prensa que en los últimos seis meses han tratado de explicar el auge de las cámaras con reconocimiento facial y de los sistemas de identificación biométrica. Los medios de comunicación más importantes del mundo analizan con miedo y desconfianza un fenómeno que avanza cada día con más fuerza.
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Los gobiernos, por su parte, deseosos de poder y de control, alimentan con millonarias inversiones un monstruo omnipresente e invencible, que se parece mucho al Gran Hermano. Las grandes empresas privadas de tecnología, como Google, Facebook, Samsung, Microsoft y Apple, dedican el tiempo y la inteligencia de sus mejores desarrolladores en diseñar algoritmos para mejorar la identificación de un usuario mediante la huella, el rostro o el iris.
Un informe de la consultora Marketsandmarkets reveló que en este momento el mercado del reconocimiento facial en el mundo mueve más de US$3.300 millones y en 2022 llegaría a US$7.700 millones.
Solamente en China, por ejemplo, hay más de 170 millones de cámaras de circuito cerrado dedicadas vigilar a sus 1.300 millones de habitantes, y se espera que para 2021 se instalen 400 millones más: algo así como una cámara por cada 3 personas, teniendo en cuenta el promedio de los bebés que nacerán en estos años.
De acuerdo con BBC News, muchos de estos dispositivos tienen inteligencia artificial incorporada y algunos pueden reconocer rostros, descifrar la edad, la etnia y el género de los ciudadanos. El gobierno, de partido político único, del país más poblado del mundo, ya tiene una base de datos con más 1.000 millones de fotos de sus ciudadanos. Ni Aldous Huxley en Un mundo feliz, ni George Orwell en 1984, ni siquiera Peter Weir en The Truman Show se imaginaron que algo así fuera posible en el mundo real. Pero está sucediendo.
La situación en Rusia es parecida. A finales de 2017, el gobierno de Vladimir Putin decidió incorporar reconocimiento facial a las 170.000 cámaras de seguridad de Moscú. Según una investigación de The Washington Post, este sistema cruza las imágenes capturadas por las cámaras con la base de datos del Ministerio del Interior y con las cámaras privadas de miles de edificios de la ciudad.
N-Tech Lab, la compañía que instaló el sistema de videovigilancia, es la misma detrás de la polémica aplicación Findface, que permite identificar, con 70 % de efectividad, a un desconocido en lugares públicos tomándole una foto. El algoritmo desarrollado por esta aplicación cruza las imágenes tomadas por los ciudadanos con las fotos de la red social Vkontakte, uno de las más usadas en Rusia, con más de 400 millones de perfiles.
Sin embargo, a pesar de que el avance y uso indiscriminado de esta tecnología parece no tener marcha atrás, muchos sectores de la sociedad han levantado su voz de protesta. El debate continúa. ONG en el mundo y defensores de derechos humanos expresan cada vez más su inconformidad frente a este fenómeno y aseguran que una sociedad más vigilada no necesariamente es una mejor sociedad.
Incluso van más más allá y ponen en tela de juicio esa idea generalizada y consentida que dice que estos sistemas son los más eficaces para garantizar la seguridad plena de los ciudadanos.
Al referirse a la situación de China, Human Rights Watch aseguró que el sistema de recolección de datos de la policía de Xi Jinping”, es una violación de la privacidad” y apunta a “seguir y predecir las actividades de los disidentes”.
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Martha Spurrier, directora del grupo Liberty, le dijo al diario The Guardian cuando se le preguntó qué pensaba sobre el uso de cámaras con reconocimiento facial por parte de la policía londinense en eventos abiertos que: "No hay base legal ni consentimiento público para desplegar esta vigilancia biométrica intrusiva e intimidante en espacios públicos".
En Colombia, de hecho, la Corte Constitucional ha analizado la implementación de esta tecnología en el transporte público y en los estadios de fútbol, y ha reconocido que “los derechos que se pueden afectar en el espacio público por la presencia de cámaras incluyen la libertad de expresión, de manifestación y reunión, así como el derecho a la intimidad y a la protección de la persona en su capacidad de decidir cómo presentarse al mundo”.
Para la Fundación Karisma, este pronunciamiento de la Corte obliga al Gobierno, a la sociedad y a las empresas privadas a evaluar si la instalación de cámaras con reconocimiento facial en un espacio cualquiera “supera el test de proporcionalidad, en el cual se evalúa que el fin buscado sea legítimo, que su búsqueda sea imperiosa, que la intervención sea adecuada, conducente y necesaria, es decir, que no haya una alternativa menos lesiva”.